Por Edgard Ramírez Ramírez
La juventud sabe lo que no quiere antes de saber lo que quiere. Más
aún, en la Venezuela de hoy con el asedio diario de la desesperanza
manoseándonos los sueños.
Supuesto Negado se puso la camisita beige y se metió en
liceos y colegios de Mérida donde la juventud criolla vive no sólo con
la explosión de contradicciones, búsquedas y hormonas, sino ahora con la
presión de la crisis económica que se manifiesta en grandes cuestiones:
migrar o quedarse en el país, librar pequeñas batallas diarias como
conseguir efectivo para el pasaje o tener al menos 500 mil bolos para ir
con alguien al cine.
Una carrera universitaria
La ilusión de graduarse de bachiller y comenzar una carrera universitaria parece no ser muy importante para esta generación post millenials. “La patria” está closed
para estos nativos digitales que tienen más en común con cualquier
adolescente de Buenos Aires o Santiago, que con alguien del páramo
andino a solo 70 kilómetros de su casa.
La apreciación sobre la realidad y las oportunidades en el país es casi la misma
para estudiantes de liceos públicos y colegios privados: aquí no vale
la pena estudiar una carrera universitaria porque los profesionales
están muy mal pagados y hay más oportunidades de realización en el
exterior. Sin embargo, un grupo apuesta por quedarse, estudiar, trabajar
y enderezar el rumbo, porque “¿si todos se van quién lo arregla?”.
En la Unidad Educativa Armando González, en Los Sauzales, Mérida, hay
actualmente solo tres secciones de quinto año. Antes, los salones iban
de la A hasta la H. “La deserción no ha sido solo de estudiantes sino de
profesores, personal administrativo y obrero”, nos comenta Javier
Ramírez, trabajador de la institución. La inversión diaria en transporte
a veces es más de lo que se puede ganar, dice.
Sharon Ramírez (17 años) quiere estudiar Ingeniería en Sistemas en la
Universidad de los Andes –si logra ingresar– o en cualquier instituto
privado. A veces no puede asistir a clases porque no encuentra
transporte o efectivo. “En mi casa se quejan todos los días de la
situación y eso que ahora por lo menos mi mamá se fue a Perú y nos manda
algo de plata. Se supone que se viene dentro de 6 meses”, dijo.
Carlos Camacho (17 años) es tajante, “ya no vale la pena estudiar en
la universidad ¿Para qué?”. La apreciación es reflejo de su historia
familiar. Tiene una hermana en Estados Unidos que “cachifea” y a veces
manda plata y un hermano en Colombia “que se está quedando por ahí” y
todavía no puede enviar dinero. Dice que le hubiese gustado vivir como
“era antes”.
Entrevistando a los chamos queda en evidencia que apenas recuerdan la
bonanza económica que atravesó Venezuela producto de los altos ingresos
petroleros. Viajes al exterior, televisores plasmas y líneas blancas y
grises para todos, fueron apenas algunas de las características de esos
tiempos.
¿Y las clases altas?
En el Colegio La Salle –históricamente de hijos de familias de la
clase media asalariada y acomodadas de la región– su apreciación de la
realidad también es negativa pero siguen apostando a la universidad.
Obvio, la mayoría tiene planes de irse del país
apenas consigan graduarse. A diferencia de los estudiantes de los
liceos, en este caso son sus padres y familiares quienes los impulsan a
enrumbarse al exterior.
Valentina Dávila (16) ya tiene todo listo para irse. Sabe qué
documentos necesita, dónde apostillarlos y las mejores universidades en
Buenos Aires. De hecho, pertenece a un grupo en Facebook de “Venezolanos
en Argentina” a pesar de que le faltan unos 6 meses para partir. “Ya
mis tres hermanos están allá. Solo quedo yo aquí”, comentó. Sus padres
son dueños de una de las constructoras más importantes de la región y
por tal razón no planean abandonar el país.
Luis Rangel (17) se quiere quedar en Venezuela porque considera que
las crisis generan oportunidades y “¿Si todos se van quién arregla
esto?”. A pesar de que sus padres quieren que se vaya a Chile, porque la
mayoría de sus primos y tíos están allá, él no se quiere ir. “Lo que
está pasando es culpa de todos. Cada quien quiere resolver sólo sus
problemas y el resto que vea cómo sobrevive”, argumentó este
protoanalista.
El Norte es una quimera
Si bien hace unas décadas resultaba una arriesgada aventura agarrar
los macundales e irse para el extranjero, ahora los medios de
comunicación nos permiten fácilmente conocer otras culturas y la
experiencia cada vez más próxima de allegados que se van, hace más fácil
tomar la decisión de emigrar.
Varias universidades venezolanas hicieron una Encuesta de Condiciones de Vida (Enconvi 2017) y según ese estudio, más de 10 % de la población ha emigrado, es decir, unos tres millones de personas.
Resulta lógico pensar que gran parte de la diáspora la conforman
jóvenes en edad productiva con un perfil relativamente calificado porque
al menos la mitad de ellos ha culminado sus estudios universitarios.
Es una responsabilidad urgente del Estado venezolano afrontar la
coyuntura y generar condiciones para que las generaciones jóvenes puedan
–y quieran– desarrollarse en el país y ejercer una ciudadanía plena.
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