¿El mejor doble agente de la Historia? Joan Pujol García amasó
logros únicos durante su inusual y excéntrica vida. Durante la Guerra
Civil Española, sirvió como soldado tanto para los Republicanos como los
Nacionalistas y contaba entre sus mayores logros no haber disparado ni
una sola bala a favor de ninguno. Pero su gran mérito se centra en sus
esfuerzos durante la Segunda Guerra Mundial. Sin él, el desembarco en
Normandía habría sido imposible.
Muchos lo consideran el más importante de los dobles agentes. Su
singularidad radica en que la mayoría de este tipo de espías son agentes
capturados que al ser extorsionados aceptan trabajar para ambos bandos.
Sin embargo, Pujol lo era por decisión propia, así que sus superiores
lo ignoraban. Tanto que ganó reconocimientos como la Cruz de Hierro
alemana y la Orden Real del Imperio Británico, una rareza histórica que
muy pocos hombres —si es que existe algún otro— tienen en su biografía.
El futuro espía que criaba gallinas. Joan Pujol García nació
en Barcelona, España, el 14 de febrero de 1914. Hijo de Mercedes
Guijarro García, una andaluza que provenía de una estricta crianza
católica, y Juan Pujol, hombre más bien liberal y secular, dueño de una
fábrica productora de tinta que mantenía a la familia entera.
Tras estudiar de pequeño en una escuela de la Hermandad de los
Maristas y de adolescente en un colegio católico en Barcelona, Joan
abandonó los estudios y se dedicó a trabajar como aprendiz en una
ferretería y luego en la crianza de aves de granja.
En 1931, tras cumplir seis meses de servicio militar, le desagradó
profundamente la vida de milicia. Al ejército tampoco le gustaba Pujol
García, apuntando su “falta de lealtad, generosidad y honor”. Pero en
1936, al estallar la Guerra Civil Española, tuvo que volver a vestirse
de soldado, muy a pesar suyo. Fue capturado por las fuerzas
Republicanas, luego de evitar enrolarse en el ejército, pero logró
escapar una semana después. Consiguió una falsa documentación que lo
hacía muy viejo para servir en la guerra, así que volvió al mundo de las
gallinas en una granja comunitaria.
La práctica agrícola bajo reglas comunitarias tampoco fue de su
agrado, así que ya no detestaba la estructura militar sino también
detestaba el Comunismo. Poco después se unió a los Republicanos, pero
con la clara intención de desertar cuanto antes y unirse al lado
Nacionalista llevando algo de información. Pero la experiencia con el
otro bando fue aún peor: Pujol García se sintió asqueado con la
ideología fascista de los Nacionalistas, e incluso fue maltratado varias
veces por sus superiores. Logró ser dado de baja y se casó con su
primera esposa, Araceli González.
Al finalizar su travesía personal por distintos pensamientos y modos
sociales de vida, la visión personal de Pujol estaba hecha: odiaba a los
Republicanos por la persecución que realizaron en Cataluña —en un
momento su madre y hermana fueron rehenes— y por sus inclinaciones
comunistas, pero también a los sublevados por su claro discurso fascista
y dictatorial. Pero en 1940, tras la victoria de Francisco Franco, se
comprometió a contribuir de alguna manera con la humanidad,
especialmente en contra de Franco, el fascismo y el comunismo en Europa.
Arabel: el titiritero nazi. Pujol García decidió aportar sus
esfuerzos a la causa Aliada como espía. Ofreció sus servicios al Imperio
Británico varias veces, pero fue rechazado en cada oportunidad. Esto no
aminoró su entusiasmo, pero sí le hizo perseguir su objetivo desde otro
ángulo: convertirse primero en un agente alemán y luego ofrecer sus
servicios como agente doble a los ingleses. Creó una identidad falsa
haciéndose pasar por un oficial gubernamental franquista que apoyaba los
esfuerzos de Hitler y ofreció sus servicios a Friedrich Knappe-Ratey
—un agente alemán en Madrid que operaba bajo el nombre “Frederico”—,
apuntando su movimiento constante entre España y Londres como una
ventaja.
Tras ser aceptado y haber aprendido con rapidez ciertos métodos de
espionaje —como la escritura secreta y el tratamiento de códigos—, fue
asignado a la labor de reclutar agentes y fundar una red de espías en
Londres. Pero, bajo el nombre código de Arabel, Pujol hizo todo lo
contrario: se mudó a Lisboa y desde allí redactó informes falsos que
elaboraba usando guías turísticas de Londres, revistas, películas y
horarios de trenes que le aportaban los datos necesarios para construir
sus falsos reportes.
Aunque tenían errores factuales —Pujol nunca había ido al Reino Unido
y desconocía ciertas costumbres— y no estaba relacionado con el sistema
monetario inglés —algo que dificultaba la rendición de cuentas a los
nazis—, sus reportes eran altamente apreciados por la inteligencia
alemana. Tanto que, a propósito de sus informes sobre la contratación de
nuevos agentes —todos ficticios—, los alemanes dejaron de buscar más
agentes en Inglaterra, impresionados por su campaña de reclutamiento.
Ya para el final de la guerra, Pujol había creado a siete “agentes”,
quienes a su vez “reclutaron” a 19 subagentes más. Su manejo de
identidades falsas y de las acciones de sus agentes lo convirtió en un
auténtico titiritero virtual, capaz de concretar operaciones enteras a
sus falsos agentes, incluso atribuyéndoles el éxito o culpa —dependiendo
del caso—, o enfermándolos y asesinándolos a conveniencia para mantener
su fachada ante los alemanes.
Garbo: el héroe invisible. El servicio de inteligencia
británico sospechaba que alguien le suministraba información falsa al
enemigo. Tras conocer el gasto de recursos alemanes en perseguir la
pista falsa de un convoy militar aliado —pista suministrada por Pujol—,
el MI5 decidió contactar al agente. Pujol se mudó a Inglaterra el 24 de
abril de 1942 y le fue dado el nombre código Garbo. Sus operaciones eran
controladas por su oficial superior Tomás Harris, ya que hablaba
español y eso le permitió trabajar en conjunto con Garbo y escribir más
de 300 cartas dirigidas a un puesto de correo concertado por los
alemanes en Lisboa. Estas cartas, enviadas por correo o por un piloto de
KLM, fundaron la red falsa de espionaje de Garbo.
El contenido de los informes enviados a Alemania por Garbo era una
mezcla de ficción, datos verdaderos sin mucha utilidad e información
confidencial de gran importancia que era suministrada a los alemanes
demasiado tarde para servir de algo. Un ejemplo claro fue la Operación
Torch, la invasión de fuerzas británicas y estadounidenses al frente de
África del Norte: a través de uno de sus “agentes”, Pujol informó (en
una carta fechada antes del aterrizaje de las fuerzas aliadas, pero
enviada más tarde por correo) que buques de guerra con tropas y
maquinaria habían abandonado el puerto de River Clyde, en Escocia, y que
iban pintados en camuflaje mediterráneo. La carta, como se esperaba,
llegó tarde, pero la inteligencia alemana apreció los esfuerzos de
Garbo, notando la veracidad y profundidad de los datos aportados.
Así siguió hasta ofrecer tal vez su mayor aporte al frente Aliado: su
colaboración a Operación Fortitude, una de las más grandes operaciones
de engaño durante la Guerra y tal vez la más importante. Destinada a
engañar a la inteligencia alemana, para que creyeran que la invasión de
Europa por el norte sería en Pas de Calais (sección sur de Fortitude) o
en Noruega (sección Norte), aminoraron la cantidad de tropas alemanas
postradas en Normandía, lo que aseguró el éxito de la Operación
Overlord.
Garbo se encargó de mandar más de 500 mensajes de radio antes del
D-Day con información falsa para desviar la atención y los esfuerzos
militares de los alemanes hacia Pas de Calais. Alimentó a la
inteligencia nazi con reportes de unidades de combate estacionadas en el
sur y este de Inglaterra, comandadas por el general George S. Patton, y
que esperaban la orden de ataque, cuando en realidad, se trataba de
aviones de cartón y tanques inflables estacionados en la costa inglesa.
Los detallados reportes de Garbo —que incluían datos verdaderos y
falsos respecto a cantidad de tropas, fecha y hora de partida del Reino
Unido y destino— hicieron creer a los alemanes que el primer desembarque
en Normandía sería una distracción de la invasión principal. Y cayeron.
La entrada y posterior batalla en Normandía fue una victoria decisiva
para los aliados. Mientras eso sucedía, el mariscal Gerd von Rundstedt
se negaba a movilizar las tropas de Pas de Calais, confiado en los
reportes de Garbo que afirmaban que el ataque era una trampa.
Garbo en Venezuela. Meses después de la invasión a Normandía,
Garbo fue condecorado con la Orden del Imperio Británico el 25 de
noviembre de 1944, de manos del rey Jorge VI, por su valiosa labor de
espionaje y manipulación que resultó en tan notable aporte a la causa
aliada. Irónicamente, Arabel había sido distinguido en abril del mismo
año con la Cruz de Hierro, una distinción raramente entregada a espías y
que requería la aprobación personal del propio Hitler.
Tras la guerra, Pujol se alejó del seudónimo Garbo temiendo
represalias de antiguos nazis. Así que viajó a Angola, con asistencia
del MI5, y fingió su deceso por causa de malaria. Luego de la falsa
muerte, se trasladó a Lagunillas, en Venezuela.
Ya en Venezuela, vivió en varias zonas del país y era un apasionado
de las costas del Caribe. Pujol asumió una nueva identidad. Años
después, en la década de los ochenta, fue contactado por el político
inglés Rupert Allason, quien consiguió localizar al elusivo Garbo tras
una larga y laboriosa búsqueda. Allason estaba sumamente interesado en
la historia de Garbo y fue él quien lo rescató de la oscuridad histórica
y dio a conocer su paradero al Príncipe Felipe, Duque de Edimburgo, con
quien Garbo logró reunirse en 1984. Aprovechó la visita a Inglaterra
para reunirse en el Club de las Fuerzas Especiales con antiguos
compañeros del MI5, quienes daban a Garbo por muerto desde finales de
los años cuarenta.
A los 76 años de edad, Joan Pujol García murió en Caracas el 10 de
octubre de 1988. Fue enterrado poco después, tal como dejó ordenado en
vida, en el costero pueblo de Choroní, estado Aragua.
Referentes en la pantalla. Una historia tan nutrida
parece un plato fuerte para la gran industria audiovisual. Sin embargo,
no existen referencias que superen a la película Garbo, el hombre que salvó al mundo (Edmon
Roch, 2009) que, aunque obtuvo varios premios en las categorías de cine
documental en España, no llevó mucho más lejos de sus fronteras la
historia de Joan Pujol.
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