lunes, 1 de marzo de 2021

La baja participación electoral no es patrimonio de Venezuela

 

Por Pedro Brieger, director de NODAL

La baja participación en las elecciones a la Asamblea Nacional de Venezuela el 6 de diciembre excede la situación política interna de dicho país. Desde ya que la polarización política, la crisis económica, la confusión respecto de las diversas instituciones representativas y los llamados a no votar han contribuido a la falta de interés en el proceso electoral. A esto hay que sumarle la disputa por su legitimidad en la que también intervienen organizaciones internacionales y gobiernos; sea porque reconocen y respaldan al presidente Nicolás Maduro o al “presidente encargado” Juan Guaidó.

Sin embargo, hay que señalar que en América Latina y el Caribe, salvo contadas excepciones, los procesos electorales se caracterizan por la baja participación, incluso en aquellos países donde el voto es obligatorio. De allí que algunos oscilen modificando sus leyes para que sea obligatorio u optativo como sucedió en Chile en los últimos años.  Sin embargo, ni siquiera amenazando con aplicar sanciones (leves, por cierto) se logra una mayor participación. Vale la pena recordar que el voto obligatorio y universal fue una manera de quebrar las maquinarias de los sistemas oligárquicos y feudales en gran parte de América Latina. Sin embargo, ya entrando en la tercera década del siglo veintiuno, queda claro que las sociedades están en procesos de transformación respecto de las formas que adquiere la representatividad pública, aunque todavía existen numerosos casos donde esas relaciones sociales oligárquicas y feudales se mantienen.

Hoy, en la mayoría de los países, existe un descrédito hacia las instituciones estatales y, en primer lugar, hacia lo que se llama de manera genérica “la política”, que incluye a las instituciones y sus representantes. Si los partidos políticos de masas -y los sindicatos- sirvieron para incluir y darle identidad a millones de personas con escasos derechos y representatividad, ahora, salvo contadas excepciones, ya no cumplen esa función.

Los partidos y movimientos que se definen como “populares” y basan gran parte de su política en la participación ciudadana organizada, que suele tener una fuerte presencia en las calles, se ven desbordados por grupos autónomos que tienen un jpoder de convocatoria inorgánica mayor. Estos, en muchos casos, sin siquiera tener una conducción clara, logran atraer y movilizar a más personas que las estructuras partidarias. Y esta inquietud rebasa el último proceso electoral en Venezuela.

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