Por: Matías Jáuregui
Sí, claro que estamos jodidos, que hay una crisis por superar. Tenemos un pueblo asediado, atacado en su necesidad primordial que es la alimentación, y también en su dignidad. Un pueblo bombardeado desde que decidió cambiar el tipo de sociedad en el que vive; alguien ha dicho que nos están dando con todo como castigo por ser chavistas, y así debemos aceptarlo y entenderlo. Lo trágico o gracioso es que en ese castigo por nuestro atrevimiento también están golpeando a los que quisieran destruir al chavismo.
He oído a mucha gente
preguntarse si algún día "esto" se normalizará (es decir, si otra vez
volveremos a tener de todo en los supermercados y expendios, pues en eso
consiste la normalidad a la que nos acostumbramos), y muchos de ellos
creen o sospechan que no, que "de este hueco no saldremos nunca". Si tú
eres de los excelentísimos ciudadanos que creen eso, coñoetumadre,
permíteme echarte un cuentico que a lo mejor se te olvidó, o que a lo
mejor no te lo echaron nunca.
De los muchos momentos trágicos de nuestra historia, hubo
uno trágico-trágico de verdad, que fue al mismo tiempo luminoso y
crucial, porque de ese abismo inmundo en que nos sumimos salimos con una
cosa que no teníamos: de ese hueco salimos con una república, con un
país. No era que la gente trabajadora tenía que hacer cola diez horas en
el abasto para comprar comida. No, muchacho e verga, porque entonces no
había ni comida ni abasto ni gente trabajadora: la Guerra de
Independencia se llevó por los cachos a la tercera parte de la población
venezolana (unas 250 mil vidas).
No hubo entonces ninguna familia venezolana que no
perdiera a uno de sus miembros o que los perdiera a todos. Echar para
atrás no era una opción, o tal vez sí lo era pero entonces el precio de
recular era más muerte y más destrucción. Si a Bolívar y a los próceres
de la Independencia les hubieran hecho entonces una encuesta, una
medición de su popularidad, habrían salido más reventados que la
credibilidad de Delsa Solórzano después de haber dicho lo de los
barriles de petróleo.
Porque Bolívar y los suyos tuvieron que hacer cosas
amargas y espantosas con tal de lograr el objetivo de tener una patria.
El pueblo estuvo durante la primera y segunda Repúblicas del lado de los
caudillos españoles (Boves y Monteverde), entre otras cosas porque ese
pueblo no se calaba a tanto aristócrata esclavista que reclutaba
muchachos a la fuerza para que peleara al lado de ellos, mientras los
caudillos autorizaban a saquear y apropiarse de todo lo que la gente
enfurecida se encontrara a su paso. En contra de esa democracia
justiciera pero primitiva, Bolívar y los otros se volvían locos por ese
tuiter colonial gritando "Cálmense, coñojemadres, que la libertad viene
pero primero tenemos que tener un país donde ser libres". Pero la gente
medio razonaba un momento la cosa y respondía "No seas marico, Bolívar,
¿cómo es eso que para tener comida primero tengo que tener patria?
Sácamelo".
Así que Boves le calmó el hambre y la sed a la gente por
un rato, pero la historia le dio la razón a Bolívar: usted puede
jartarse toda la riqueza de un país si le da la gana, pero primero tiene
que tener un país y producir esa riqueza que se va a jartar (claro que
los únicos que jartaban entonces eran los ricos, pero esa es otra parte
del cuento). La Datanálisis de aquellos tiempos hizo la fulana encuesta
el primero de julio de 1814: Luis Vicente León se paró con su vocesita
de Romeo Santos en Caracas y les preguntó: "¿Boves o Bolívar?", y el
carrerón que tuvo que pegar la Caracas blanca y mantuana para el oriente
del país no dejó lugar a dudas: las clases A y B odiaban al malandro
ese y su poco de negros, pero los esclavos y sirvientes (clases C, D y
el resto del abecedario) que eran la rotunda mayoría de la población,
aclamaron a Boves y se pusieron a sus órdenes.
Bolívar murió 16 años más tarde siendo el venezolano más
detestado por la ciudadanía. Pero doce años después de su fallecimiento,
cuando los venezolanos de entonces por fin comprendieron qué carajo era
lo que pretendía aquel aristócrata odioso y altanero, al meternos de
cabeza en aquella crisis insólita y destructiva, entonces lo recibieron
con aplausos y lágrimas de agradecimiento. Lágrimas y aplausos que se
volcaron sobre su urna.
Aquel vergajo que le gritó a su generación: "Hemos muerto
y seguiremos muriendo pero tenemos patria"; ese bicho que poca gente
comprendió en vida en realidad estaba viendo y pensando siglos más
adelante. Su capacidad para leer el mundo era superior a la de la
mayoría de sus compatriotas e incluso de sus colaboradores. Ese tipo
comprendía el precio y el dolor de ver a las madres desesperarse por
unos pañales desechables y un pote de cerelac, pero el sueño de un país
era más importante que el dolor de una generación. Bolívar tenía el ojo
puesto en los tiempos venideros, no en la factura de la electricidad que
había que pagar en dos días.
Hay que entender como pueblo que esto no es el llegadero sino el camino
***
Con los sobrevivientes de aquel cataclismo, los
venezolanos de la época iniciaron una sostenida labor de reconstrucción,
y no es que el resto del siglo 19 venezolano haya sido muy bonito y
pacífico, pero vaya: teníamos 300 años siendo aplastados por
instituciones y aquella generación se dedicó a construir instituciones
nuevas. Una tarea lenta y amarga, pero que derivó con los años en un
país reconocido como tal en todo el mundo.
En un nivel más personal de estas reflexiones resulta un
buen ejercicio ponerse a comparar aquel holocausto monstruoso en que los
hombres eran arreados para los caminos para matarse a plomo, machete y
garrote, con este tiempo en el que uno ni siquiera es arreado para que
vaya a votar. En aquel momento de jodidez extrema a usted lo sacaban por
un brazo y lo llevaban a caerse a chuzos en un peladero de chivos con
unos tipos igualitos a usted, y ya no regresaba más a su casa (y
seguramente su casa y su familia tampoco existían ya). Era una pelea de
pueblo contra pueblo para defender los intereses de unos diablos
nefastos, atornillados en tronos y haciendas.
Triste forma de pelear y de morir: aquella en la cual
matas y te dejas matar por tus iguales para defender causas y bandos que
no conoces ni entiendes ni te importan ni un coño. Cuando Páez agarró a
aquel poco de malandros llaneros, que antes se habían ido con Boves, y
los puso a pelear al lado de Bolívar, los carajos cumplieron su misión
de barrido y exterminio, desde aquí hasta Perú, y en el camino murieron
todos. Tú me dirás por qué coño tenía que morir un negro de San Juan de
Payara en un maldito altiplano que quedaba a 10 mil kilómetros de su
casa, o en una selva o en un paraje desconocido. La respuesta se llama
Bolivia, se llama Perú, se llama Ecuador, Colombia y Panamá. Aquel negro
tenía una misión y la cumplió sin haber recibido nunca una pensión del
coño, una Canaimita ni un pase para ver a Ricardo Arjona en el Teresa
Carreño.
Hoy estamos siendo convocados a pelear por nuestra propia
gente y por la gente del futuro: aquí se están librando batallas para
que esos venezolanos que no han nacido crezcan en un tipo de sociedad
distinto a ese donde a nosotros nos devastaron. Así que cuando veas que
alguien dice o escribe: "Ay sí, ¿o sea que el socialismo es esta mierda
llena de corrupción, asesinatos, pranes y escasez?", desempolva de la
memoria aquellos episodios en que a Bolívar le decían "Ay sí, ¿o sea que
la República es esta mierda donde uno tiene que caminar encima de los
muertos y los escombros?", y respóndele:
-No, maldito ignorante hijo de las siete mil putas, esto
no es el socialismo: ESTO es la dolorosa etapa que nos está tocando
pasar y superar para que tus hijos y nietos puedan disfrutar algún día
del socialismo.
A la gente, camarita, hay que hacerle entender que esto
no es el llegadero sino el camino, así como hace 200 años la guerra no
era el proyecto de país sino el camino que había que transitar para
tener país.
Bueno, chavista del coño: estamos llevando y seguiremos
llevando vergajazos; nadie sabe cuánto aguantaremos ni si un día de
estos perderemos uno o dos rounds de la pelea. Pero vayamos sabiendo
que, a la hora de sacar las cuentas de la historia, el nieto de tus
nietos dirá: "Mi tatarabuelo era un arrecho: fue vejado y escupido por
los güevones que no tenían harina ni aceite, pero gracias a él vivo en
este hermoso y pujante país socialista que apenas está comenzando a
florecer".
Anótalo, porque esa viene.
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