El ambientólogo e investigador en ecología Andreu Escrivà (Valencia, 1983), doctor en Biodiversidad y miembro del Observatorio del Cambio Climático y del Comité de Expertos en Cambio Climático de la Generalitat Valenciana,
se ha convertido en las últimas semanas en una de las voces más
autorizadas y transparentes en la divulgación sobre el cambio climático
gracias a su esclarecedor libro ‘Encara no és tard’ (Editorial Bromera), cuya traducción al castellano (‘Aún no es tarde’) llegará en otoño. Hemos hablado con él de clima y ecología, de la importancia de la divulgación científica y de los medios de comunicación,
de lo que hemos avanzado y de lo que aún nos queda para cuidar nuestro
planeta, que es cuidarnos a nosotros mismos. Y lo dice en clave
positiva: “La lucha contra el cambio climático no va de sacrificios dolorosos, sino de poner en marcha ya cambios para vivir mejor”.
Hemos soportado temperaturas exageradamente altas en junio,
¿lo debemos tomar como un aviso insistente de que algo está cambiando
en el clima o es que, como algunos siguen diciendo, episodios de tanto
calor siempre hubo en junio y no es nada anormal?, ¿o se debe, como
señala otra corriente de opinión, a los ciclos naturales de actividad
solar, en los que los humanos nada tenemos que ver ni podemos influir?
Una
de las partes más complejas de la comunicación del cambio climático es
justamente gestionar la información respecto a los eventos climáticos
extremos. ¿Es esta ola de calor o son estas inundaciones producto del
cambio climático? La respuesta es sí y no. Aunque resulta muy complejo
atribuir un evento meteorológico concreto al cambio climático, se puede
afirmar sin miedo a equivocarse que un contexto de cambio climático
potenciará de forma clara algunos de ellos, entre los cuales están las
olas de calor. Estas se producirán con más frecuencia, durarán más y
serán de mayor intensidad, tal y como muestran los escenarios
regionalizados de AEMET para España, y numerosos estudios a nivel global
(el último de hace unos pocos días, que nos dice que un tercio de la
humanidad se enfrenta a olas de calor mortales, y que a final de siglo
el porcentaje subirá hasta la mitad de la población).
Por otra
parte, desde hace años se sabe con total certeza que la actividad solar
no es la causante del calentamiento global que vivimos actualmente,
aunque obviamente fue una de las primeras hipótesis que se consideraron
para explicar el paulatino aumento de las temperaturas. A este respecto,
siempre recomiendo un enlace de Bloomberg (cadena nada sospechosa de
tendencias ecologistas) que sintetiza muy bien la cuestión. Está en inglés, pero es muy gráfico y corto.
Nada
más entrar en tu blog, leemos: “Observo con estupor cómo el debate
sobre el cambio climático sigue ausente de la vida política española.
Algunas menciones de pasada, y casi ni eso. Quienes se proponen gobernar
nuestro país hasta 2020 se olvidan sistemáticamente de uno de los
grandes retos que tendrán que afrontar. Llegados a este punto, ya no sé
si es por indiferencia, desconocimiento, menosprecio o que,
sencillamente, creen que no nos importa”. Contéstanos tú mismo: ¿por
qué?
Creo que la causa
es múltiple. En primer lugar, hay que considerar que a prácticamente
ninguna persona de este país con más de 35 años se le ha explicado el
cambio climático en la escuela o el instituto. Es decir, a la inmensa
mayoría de nuestro establishment empresarial, político y
mediático no se le ha explicado nunca qué es esto del cambio climático,
más allá de alguna jornada, o de que hayan tenido interés por formarse.
Les faltan herramientas. Por otra parte, no perciben que haya una
demanda o alarma ciudadana, lo que seguramente activaría ciertas
acciones y provocaría que el debate estuviese sobre la mesa; la
preocupación de la ciudadanía sobre el asunto es difusa y a largo plazo.
Por último, aunque haya más razones, la última que quiero resaltar es
la falta de incentivos políticos: tomar acciones de mitigación y
adaptación al cambio climático es caro y poco visible a corto plazo, con
lo cual los votantes no perciben prácticamente mejoría en tres años (en
el supuesto optimista de que se implementen al inicio de la
legislatura). Frente a tomar medidas impopulares (véase la restricción
de la circulación de vehículos privados en ciudades, y eso que era por
motivos de salud pública en el muy corto plazo) o gastar dinero en
actuaciones lentas (restauraciones de ecosistemas o mejora de
vertederos, por ejemplo), es realmente tentador dejar de lado el cambio
climático y apostar por otros temas más “vendibles” y hasta
“entendibles”.
También insistes, y es lo que da título
a tu libro, en que no es tarde. Pero ¿qué hacemos? Mucha gente se
siente sobrepasada y bloqueada por las dimensiones del problema, siente
que no se puede resolver con pequeños granitos de arena que aportemos
entre todos. Como ciudadano: ¿cuáles serían las primeras medidas a
tomar, lo primero a hacer?
Como ciudadano, lo más
importante y transformador que podemos hacer es hablar de cambio
climático. Es crucial, y no puedo enfatizarlo lo suficiente, que
rompamos de una vez por todas el silencio climático que nos atenaza. No
podemos afrontar un problema si ni siquiera hablamos de él, si no
tenemos tampoco canciones, películas, libros, cómics, telenovelas y
chistes sobre él. Después, si bien es cierto que no sólo podemos confiar
en los “pequeños gestos”, que nunca serán suficientes, no debemos
olvidar que son absolutamente imprescindibles, más aún si lo hacemos
bien. Todo el mundo identifica coger el transporte público y dejar el
coche en casa como una “buena acción” ambiental (y así es), pero no
piensan, por ejemplo, que quizás pueden hacer mucho más modificando
ligeramente lo que comen y cómo lo cocinan. Consumir productos de
proximidad, reducir el porcentaje de productos de origen animal
(especialmente vacuno y oveja) y aumentar el de vegetales, cocinar de
forma eficiente (usando el calor residual, tapando correctamente,
ajustando tiempos) o cambiar el agua de botella por agua del grifo
(igual de saludable y que contribuye 1.000 veces menos al cambio
climático) son acciones sencillas, que producen un ahorro económico y
encima benefician a nuestra salud, no sólo al medio ambiente. Y por
supuesto, no se trata de hacer una cosa o la otra: se pueden hacer
ambas, reducir el transporte motorizado y a la vez cambiar nuestra
dieta. Todo ahorro de energía, embalaje y kilómetros es valioso en todo
aquello que hagamos o compremos. Como decimos en valenciano, “tota pedra
fa paret”, toda piedra hace pared. Y además: compartir lo que hagamos,
para que los demás puedan hacerlo también.
Andreu, y si fueras presidente del Gobierno, ¿lo primero qué harías?
¿Deprimirme?
Ja, ja, ja. No, en serio. Intentar dar ejemplo (a nivel personal y a
nivel administraciones públicas) y empezar todas y cada una –recalco:
todas y cada una- de mis intervenciones con cinco hechos sobre el cambio
climático: Uno, que el consenso científico en que está sucediendo es
abrumador, y que el 97% de aquellos científicos que trabajan en el clima
coinciden en que no sólo es una realidad, sino que nosotros somos los
causantes, y no la variabilidad natural del clima. Dos, que no tiene
nada que ver con el agujero de la capa de ozono. Tres, que es un
problema presente y no una realidad futura que sucederá de aquí a
siglos. Cuatro, que aún tenemos tiempo si actuamos inmediatamente, y
cinco, que sí, tenemos las herramientas científicas y tecnológicas para
hacerlo. Y siempre acabaría exhortando a la audiencia a que hablase de
cambio climático.
En un plano más de gestión y acción política,
revertiría inmediatamente los recortes en partidas que afectan
directamente al cambio climático. Como cambio estructural, promovería la
modificación del artículo 45 de la Constitución, para que el derecho a
un medioambiente y un clima adecuados estuviesen reconocidos como
derecho fundamental, y trataría de adecuar otros aspectos de la Carta
Magna a la nueva realidad climática, desde los refugiados climáticos
dentro del propio país (algo que ya pasa en EE UU) hasta el hecho de que
la línea de costa cambiará en un futuro próximo y habrá que redibujar
los mapas. Instauraría una vicepresidencia climática, volvería a
vincular al Ministerio el Observatorio de la Sostenibilidad que cerró
Rajoy y fortalecería la Oficina Española de Cambio Climático, con el
objetivo adicional de proporcionar información actualizada, fiable y
veraz para toda la población, algo que ya se hace pero que se debe
potenciar, y hacerlo de forma coordinada con universidades y centros de
investigación.
Instauraría mecanismos de evaluación climática de
las políticas públicas y también infraestructuras, más allá de
correcciones puntuales (es decir, en vez de hacer “más verde” una
carretera, plantearnos ¿hace realmente falta esa carretera?).
Implantaría un plan de ahorro de energía muy ambicioso y que se
combinase con apoyo directo a las renovables; no podemos pensar en
simplemente sustituir las fuentes de energía. Hay que disminuir el
consumo y a la vez cambiar el “mix eléctrico”. Plantearía una tasa
(elevada) al carbono y trataría de bajar a lo concreto el concepto de
“economía circular”, que está perdiendo sentido de tan banalmente como
se utiliza.
Pondría en marcha un
sistema de formación ambiental de los empleados públicos y, más
importante aún, un programa estatal de alfabetización climática
acompañado de una conversación nacional sobre el clima: decidir entre
todos qué país de futuro queremos ser (para lo cual debemos entender el
reto al que nos enfrentamos). Por supuesto, incidiría en la educación,
introduciendo el tema a nivel transversal. También tendría como
prioridad inocular el cambio climático en los criterios de contratación
pública, y apostaría por el apoyo a la investigación (especialmente la
básica, absolutamente fundamental para entender qué le espera a nuestro
país con el cambio climático). Habría que tocar la adecuación de los
cultivos, crear estrategias para transitar hacia un turismo con menor
huella ambiental, abordar la planificación hidrológica pensando en el
futuro y no en los pelotazos, trabajar en la gestión forestal en un
contexto menos extractivo y más protector… La verdad, hay tanto por
hacer que asusta , pero siempre tendría presente, eso sí, que ni es
tarde ni es imposible. Y que no es una cosa de una legislatura y un
presidente.
Antxon Olabe, otro gran divulgador sobre
el cambio climático, dice que será el reto que definirá el siglo XXI,
así como otras luchas -los derechos de la mujer, la igualdad de todas
las razas…- han definido otros periodos históricos, y que será la piedra
clave para un cambio de sistema que deberemos abordar sí o sí. ¿Tú
también lo crees así?
Efectivamente, estamos ante un
momento clave para la humanidad, que no sólo definirá este periodo
histórico, sino todo lo que vendrá después. Además, somos (o deberíamos
ser) perfectamente conscientes, lo cual es peligroso: cuando tenemos
demasiada responsabilidad y la confundimos con culpabilidad podemos
llegar a estresarnos, a pensar que es imposible, a tirar la toalla. No
debe ser así. No tenemos que pensar que somos culpables, sino
responsables. La lucha contra el cambio climático no va de hacer
sacrificios dolorosos, sino de poner en marcha cambios para vivir mejor y
sí, evitar escenarios de auténtica catástrofe. Y de hacerlo ya.
Algunos ejemplos -de países, áreas, colectivos…-, que se lo estén tomando en serio y sirvan de ejemplo a seguir.
Daré
un par de referencias (obviamente, hay muchas más). Actualmente, entre
otros (suelo llevar unos 10-12 libros a la vez, aunque últimamente no
tengo demasiado tiempo) estoy leyendo Mañana: una revolución en marcha, de Cyril Dion, y Drawdown: the most comprehensive plan ever proposed to reverse global warming, coordinado
por Paul Hawken. Ambos, el de Dion desde una perspectiva más cercana y
en primera persona, el de Hawken desde un enfoque más analítico, tratan
de plantear soluciones que ya existen, con la intención de extenderlas
en base al éxito allí donde se han probado. Algunas, lo reconozco, hacen
que arquee las cejas, pero otras resultan profundamente inspiradoras. Y
por supuesto, tampoco hace falta irse lejísimos para encontrarlas: en
España hay municipios que están apostando de forma decidida por la
movilidad sostenible, la agricultura periurbana, la mejor gestión del
agua y energía o la “reverdización” de sus calles. Se me ocurren, así,
rápidamente y sobre estos temas, Pontevedra, Zaragoza, València,
Barcelona, la isla de El Hierro o Vitoria, por poner sólo algunos casos,
y por supuesto hay decenas de pequeños municipios en los que es
relativamente fácil adoptar soluciones que afecten a todos los vecinos.
Lo que hay que hacer ahora es ponerlos en contacto (algo que por ejemplo
hace la Red Española de Ciudades por el Clima) y replicar las
soluciones que funcionen tan rápido como sea posible.
Leo
en un titular en ‘Levante’, entrecomillado tuyo: “El cambio climático
nos puede quitar hasta cuatro años de vida”. ¿En qué te basas para
afirmar eso?
En un informe del Gobierno Vasco, que
si bien no es exactamente asimilable a todo el país, sí que ofrece una
magnitud entendible del impacto del cambio climático en nuestra salud.
Esto no va de osos polares: va de nosotros, y que de si no hacemos nada
viviremos menos y peor, y encima en unos paisajes más pobres y silenciosos.
Dices también que las inmobiliarias de EE UU están recomendando ya no comprar propiedades en primera línea de playa…
Sí,
de hecho ya había mapas de vulnerabilidad a inundaciones costeras
(debido, por ejemplo, a huracanes) que se están actualizando con la
subida del nivel del mar. Ya hay compradores que preguntan a cuánto
queda la playa, pero no para comprar en primera línea sino para alejarse
y tener un cierto margen de seguridad. De la misma forma que otros
sectores se están adaptando al cambio climático (por previsión o
forzosamente), el sector inmobiliario también debe empezar a hacerlo.
De
todas formas, aunque el impacto es global, hay áreas de la Tierra que
resultarán más afectadas. ¿Cuáles, y España, en esa escala, dónde nos
situaríamos?
Hay áreas muy vulnerables, como las
islas con poca altitud (de hecho, ¡ya han desaparecido islas del
Pacífico debido al cambio climático!), las zonas polares (donde el
calentamiento se amplifica), las zonas marinas con arrecifes de coral
(del que dependen millones de personas) y muchos más. Una de las áreas
críticas del cambio climático, desgraciadamente, es el Mediterráneo, y
España está justo en la delgada línea roja de la desertificación.
Estamos en una situación en la que cambios leves de temperatura, o
variaciones climáticas no muy severas pueden provocar cambios no
lineales en nuestros ecosistemas. Es decir: igual hay países en los que
llueve un poco menos, o suben un poco las temperaturas, y los efectos no
son dramáticos. Pero en nuestro caso ya tenemos grandes masas boscosas
al límite de su resistencia, cultivos bajo un estrés tremendo, grandes
ciudades con temperaturas que cada vez más ponen en peligro la salud de
sus habitantes… La capacidad de nuestro territorio para absorber
impactos está disminuyendo, y más lo hará con el cambio climático. En
este escenario se hace absolutamente imprescindible no sólo apostar por
la mitigación del calentamiento, sino por la adaptación a esta nueva
realidad para aumentar nuestra resiliencia, es decir, nuestra capacidad
de absorber los impactos sin poner en peligro el equilibrio de nuestro
entorno.
¿Qué tal lo estamos haciendo los medios de
comunicación, estamos abordando bien, con responsabilidad y coherencia,
el problema para informar bien a la gente?
Seamos
claros: no. Hemos fallado. Y me incluyo, en parte, porque he escrito
piezas en distintos medios, y también he cometido los errores que ahora
reconozco y trato de subsanar. Hay dos partes en el análisis de cómo el
periodismo está fallando a la hora de cubrir el cambio climático: la
cantidad y la calidad. Si miramos una gráfica con el número de noticias
sobre cambio climático en España los últimos años (en el libro la
incluyo), lo que se aprecian son picos, no un incremento paulatino, como
sería de esperar. Y los picos coinciden con polémicas políticas o
cumbres internacionales: es decir, explicamos las noticias “humanas” (y
en particular, las más deprimentes y aburridas) sobre cambio climático,
no el cambio en sí, que igual pensamos que no es tan relevante o “vende”
a nivel mediático. Pero no todo es cantidad: la calidad es fundamental.
Y aquí hay un problema evidente. Mientras que el consenso científico es
superior al 97% respecto al origen y gravedad del cambio climático,
seguimos presentando en las tertulias a alguien que cree que es un
problema, y a alguien que no, con lo cual los espectadores, oyentes o
lectores se acaban haciendo la idea de que “los científicos no lo tienen
claro”. El grado de desconocimiento del consenso es enorme, y eso es un
problema porque cuando la gente percibe que los científicos sí están de
acuerdo es mucho más proclive a actuar. Hay periodistas de medios
prestigiosos de EE UU a quienes no dejaban publicar noticias sobre
cambio climático sin incluir la opinión de un negacionista, y eso es una
lectura perversa, errónea y dañina (también para el propio periodismo)
del “dar voz a todos”. El cambio climático, en 2017, ya no es opinable.
¿En
alguna parcela medioambiental sí hemos tomado más conciencia y hemos
mejorado sensiblemente nuestro comportamiento en las últimas décadas?
¡Claro
que hemos avanzado! De hecho, si mantenemos un discurso de “estamos
igual que antes” mucha gente no lo entiende y se genera rechazo. ¿Cómo
vamos a estar peor, si había marjales y ríos que eran pocilgas? ¿Cómo
vamos a estar peor, si antes la contaminación era aún más visible? ¿Cómo
vamos a estar peor, si tenemos sistemas de medición de la calidad
ambiental muchísimo más precisos y controlamos el agua, el aire, los
suelos, la comida? ¿Cómo le vamos a decir a alguien de la generación de
mi abuelo, que vio cómo se transformaba el mundo y cómo su nieto podrá
vivir el doble que su padre, que hemos ido a peor? Por eso, de hecho, yo
defiendo un mensaje de “Gracias por tanto, combustibles fósiles, pero
lo nuestro se ha acabado. Fue bonito mientras duró”. No culpemos a la
gente por algo que ni sabía que estaba haciendo mal.
Tenemos
estructuras institucionales y legislativas para provocar el cambio que
necesitamos, estructuras que hace 20 o 30 años no existían. Hemos
aprendido mucho sobre educación y sensibilización ambiental. Hemos
empezado a realizar algunos pilotos en ciudades y pueblos que ofrecen
resultados esperanzadores. De lo que se trata ahora es de utilizar ese
conocimiento acumulado, esas herramientas medio dormidas, y ponerlas a
trabajar sobre un sustrato que es indudablemente más fértil que el que
había hace medio siglo.
Y en otras nos queda muchísimo
aún, ¿no? Dices, por ejemplo, que en unas décadas nos resultará extraño
que los coches circularan por el centro de las poblaciones, un cambio
de mentalidad similar al que se ha producido con el hábito de fumar, que
ahora no nos entra ya en la cabeza que se pudiera fumar en locales
públicos cerrados, desde aulas de la universidad a restaurantes.
Sí,
y lo bueno es que estos son también cambios que se aceleran y
retroalimentan, si lo hacemos bien. Hay dos factores clave: que alguien
rompa la barrera de “¿Y si lo hago yo pero no lo hace nadie más?” y se
ponga manos a la obra, y que se alcance a continuación la masa crítica
suficiente para impulsar a toda la sociedad. Esto no se cambia con un
20% o un 30% de convencidos, pero si ése 25% no hace nada porque piensa
que el 75% pasará de él siempre nos quedaremos inmóviles. Cuando “no
circular con coches por el centro de las ciudades” sea una nueva norma
social, todo irá rodado. Y en Europa ese momento es ya: muchas ciudades
se dirigen a un esquema en el que no te prohíben usar el coche en los
cascos urbanos, sino que sencillamente lo ponen tan complicado y ofrecen
tantas alternativas al transporte privado que convierten al coche
particular en una opción indeseable. Esto mismo puede pasar con la
gestión de los residuos y sobre-embalaje, en la compra diaria, en el
ahorro de energía (ver como malgasto el derroche de luz, en vez de como
algo deseable y bonito en una tienda o una calle), en las renovables, en
sentencias judiciales a favor de la acción climática, en la
desinversión en combustibles fósiles… Hay muchísimos bucles de
retroalimentación sociales esperándonos para luchar contra el cambio
climático: si somos listos, los activaremos lo antes posible.
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