por Charo Morán
La autora del texto analiza la relación
entre el consumismo y la crisis ecosocial. Pero ¿qué relación tiene la
sociedad de consumo con la felicidad? ¿Puede ayudar la búsqueda de la
felicidad a generar sociedades más sostenibles y justas?
Así, el incremento de riqueza que se
produjo en Estados Unidos entre 1945 y 1974, que duplicó el Producto
Interior Bruto (PIB), no supuso un aumento relevante en la tasa de
felicidad de su población. Su teoría sugiere que, una vez que las
necesidades básicas están cubiertas, las políticas deberían centrarse en
aumentar la satisfacción a través de medidas de articulación
comunitaria y de redistribución de la riqueza y no en el crecimiento
económico. En este sentido, “la economía de la felicidad”, pone en
cuestión la teoría tradicional económica que afirma que cuanto mayor sea
el nivel de ingresos de un individuo, mayor será su nivel de felicidad y
da énfasis a la importancia de la felicidad social, que se da en
entornos solidarios, equitativos, afianzados en la comunidad, con menor
polarización social y violencia estructural, y que suponen calidad de
vida de todas las personas.
La bulimia consumista
Poseemos una media de 10.000 objetos
frente a los 236 que poseen las comunidades de los indios Navajo [2].
Somos Diógenes de lo nuevo, de la acumulación compulsiva de cosas y
experiencias que se alimenta fomentando la insatisfacción crónica. Más
dinero, más endeudamiento, más cosas, más deprisa, más lejos, más joven,
más efímero… Una pesada mochila de metas que nunca se alcanzan, del
tener en vez del ser. Una rueda sin fin que se basa en la pérdida de
autoestima y, también, en el egoísmo.
La cultura consumista, aproximadamente en 20 % de la población mundial, es hegemónica pero no única en el planeta.
Otras culturas ponen en el centro la vida
en vez de los indicadores económicos y las tasas de consumo. Tres
ejemplos: La isla de Niue en el Pacífico, en la que se promueve una
semana laboral de cuatro días, destinando el tiempo restante a labores
comunitarias, a los cuidados o al ocio; el país de Bután, cuya política
está regida por el Índice de Felicidad Bruta a través de los valores
colectivos y los vínculos con la naturaleza y, por último, las
constituciones de Ecuador y Bolivia, que desarrollan el paradigma del
Buen Vivir, Sumak Kawsay, que supone poner en el centro a la comunidad
en armonía con la tierra, la Pacha Mama. Son ejemplos que combaten una
vida marcada por el mercado y la monetización creciente de todos los
ámbitos de nuestra vida, una referencia para rediseñar nuestras formas
de vida de una forma más sencilla en lo material, pero más plena y
sostenible.
Cooperar y no competir
La sociedad de consumo se alimenta del
individualismo y de la competitividad, lo que en algunos sectores se ha
denominado el darwinismo social, basado en la idea de la supervivencia
del más apto para la sociedad de mercado. Sin embargo, numerosos autores
consideran esto una falsedad científica. La intensa socialidad y el
trabajo cooperativo de Homo sapiens, ha sido, y es, su éxito adaptativo
como especie. En palabras de Frans de Waal, psicólogo y primatólogo: “La
vida en grupo no es una opción, es una estrategia de supervivencia”,
para la bióloga Lynn Margullis: “La vida no se hizo para competir, sino
para trabajar unidos”.
Nuestras neuronas espejo, responsables de
la empatía, de la percepción de lo que sienten los demás, demuestran
que la interdependencia social está en nuestro ADN. Para Michel
Tomasello, psicólogo social: “El ser humano es altruista desde su
nacimiento y sólo a través del entorno cultural se puede modificar su
comportamiento hacia el individualismo”. El egoísmo supone ir en contra
de nuestro comportamiento como especie y, por tanto, genera
insatisfacción e infelicidad.
Otro aspecto sería la relación de
nuestros vínculos con el territorio, con la naturaleza. Vivir en
ciudades hace que estemos presentando síntomas del déficit de naturaleza
[3], que llevan consigo un conjunto de alteraciones provocadas por la
vida en entornos artificiales tales como estrés, hiperactividad o merma
del rendimiento cognitivo.
Según Richard Louv, “Cuanta más
tecnología usamos, más necesitamos a la naturaleza”. Y podríamos añadir:
“Cuanto más enganchados a las pantallas y más amigos virtuales tenemos
más solos estamos”. Nuestro bienestar depende, por tanto, de vivir en
armonía con la biosfera y con el resto de las personas del planeta. De
nuestra ecodependencia e interdependencia.
La medida de la felicidad tiene cierta
dificultad. Existen factores subjetivos, culturales, momentos vitales…
de difícil cuantificación. En cualquier caso existe la evidencia de que
la vida social, el sentido que le damos a la vida, tener un proyecto
vital ilusionante y disponer de tiempo libre para lo importante son
factores fundamentales para ser felices. Todo lo contrario a lo que nos
ofrece el mercado: individualismo, vidas vacías y tiempo para ir al
centro comercial, la catedral del consumismo.
¿Qué necesitamos para ser felices?
Para el economista chileno Max Neef, las
necesidades humanas son finitas y universalizables (subsistencia,
identidad, participación, ocio, conocimiento…), y lo que varía
culturalmente es la forma en que las satisfacemos. Así, para cubrir
nuestra necesidad de subsistencia, podemos optar por alimentos
precocinados comprados en una gran superficie o participar en un grupo
de consumo de productos locales, de temporada y ecológicos. En ambos
casos conseguimos el número de calorías necesarias para nutrirnos pero
los efectos sobre nuestra salud, el planeta, la distribución de la
riqueza y la participación comunitaria son diferentes y, por tanto,
generadoras de dispares situaciones de bienestar.
Las corporaciones nos ofrecen estilos de
vida con satisfactores mercantilizados que nos conducen a vidas llenas
de nada. Estamos sometidos a unos 3.000 impactos publicitarios diarios
que anuncian que un todoterreno nos da libertad, unas deportivas de
marca identidad, un perfume éxito social y una bebida azucarada
felicidad. Por el contrario, se trata de una forma de consumo que sólo
hace felices a las cuentas de resultados de las grandes multinacionales.
Construir alternativas de consumo
cooperativas [[ Ingenios de Producción Colectiva], basadas en la
complejidad relacional pero sencillas en lo material nos aportarán un
mayor bienestar y, por ende, mayor sostenibilidad y justicia social.
Grupos de consumo, economía local, finanzas éticas, cooperativas de
energía renovable, grupos de ayuda mutua, alternativas de ocio no
monetizado, talleres de costura, de arreglo de muebles… son opciones que
ponen sentido a nuestra vida, a nuestro alcance, más creativas y
empoderadoras, para desarrollar estilos de vida armónicos con la vida
plena, los cuidados y conscientes de los límites del planeta.
Pensar antes de comprar
El Día sin Compras es una jornada
internacional de huelga de consumo que se celebra el último viernes de
noviembre, todos los años, desde hace veinticinco, coincidiendo con el
llamado Viernes Negro. Esta iniciativa apoyada por Ecologistas en
Acción, critica el modelo de producción y consumo a medida de las
grandes empresas. El Viernes Negro, que ha colonizado nuestras ciudades,
es uno de los días de mayor consumo en EE UU, en el que las grandes
cadenas animan a comprar, en un modelo en el que la mayor parte de los
productos se fabrican a miles de kilómetros, en condiciones de
semiesclavitud. Mientras, la publicidad incide en falsas necesidades y
vincula la compra con la felicidad.
Notas
[1] Richard Easterling (1974). Does Economic Growth Improve the Human Lot? Some Empirical Evidence.
[2] Serge Latouche (2008), La apuesta por el decrecimiento. Icaria.
[3] Richard Louv (2005). En el libro Last
child in the world, que despertó una gran polémica en Estados Unidos al
afirmar que buena parte de las enfermedades y los trastornos que sufre
la infancia que habita en que habitan las grandes ciudades y abducidos
por las pantallas y las redes sociales, son una consecuencia del
desapego a la naturaleza.
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