por Nandu de Diego.
En las áreas menos desarrolladas y con
mayor déficit cultural, donde no existe un influjo comunicacional que
represente sus demandas, el discurso dominante es absorbido (que no
asimilado) con mayor facilidad, por lo que no haremos en esta ocasión
especial hincapié en profundizar en dicho contexto, si bien merece la
pena recalcar que, reducir el análisis de este fenómeno a un
sistemático control de los indicadores económicos y sociales que plantea
el capitalismo, es un error que se repite con frecuencia y que detiene
el avance del propio desarrollo en sí. Vemos como en algunos países de Latinoamérica
por ejemplo, su oposición a la implantación de un sistema capitalista
de desarrollo es la principal causa de que terminen considerados como
subdesarrollados a ojos de la comunidad internacional, atendiendo a
criterios financieros en relación al mercado global pero pasando por
alto los logros en materias de sanidad, educación, vivienda, etc.
Está comprobado que los medios de comunicación de masas ejercen una influencia enorme entre la clase obrera, perpetuando la ideología de los estratos dominantes en cada época,
que son quienes mayoritariamente disponen de estos medios de producción
intelectuales (“las ideas de la clase dominante son las ideas
dominantes de la época”), y creando tanto un sistema de valores
globalizado, como patrones de conducta a través de la opinión pública
que no supongan una amenaza para el poder socioeconómico y político
establecido. La ideología explotadora establecida en un sistema de clases antagónicas tiende a tergiversar la realidad social y desviar la conciencia de los explotados.
En este contexto lacayuno campan a sus
anchas los oportunistas de turno, camuflando de periodismo independiente
lo que objetivamente parece sumisión a la mano que los paga, los mismos
que nos vendieron aquel falso relato mal llamado “transición”, mientras
otros más concienciados se jugaban la libertad e incluso su vida por
ejercer la profesión.
El problema comienza cuando pierden la máscara y se los descubre.
Ante la incapacidad de los medios
de información hegemónicos (reducidos a meras plataformas desde donde
reproducir con comodidad el mensaje de su amo) de disimular que tan solo
sirven a los intereses estructurales del sistema capitalista, parece
que estos han optado por aferrarse a estrategias infantiles, para tratar
de hacer frente a todas aquellas posiciones desde donde se cuestione su
cada vez más debilitada credibilidad o se entorpezca en modo alguno su
labor de persuasión sobre el receptor.
Nos permitimos rescatar el papel que un
joven Karl Marx jugó como periodista y escritor en otros tiempos, y que a
tenor de la coyuntura actual cobra plena vigencia para explicar este
fenómeno reaccionario. El filósofo asentaba por entonces precedente en
términos periodísticos, creando su propio estilo crítico, enfocado a
denunciar la desigualdad social y a organizar y representar la lucha
revolucionaria de los oprimidos, y cuyos fundamentos encontrarían
respaldo posteriormente en la labor continuadora de Vladimir Ilich
Uliánov, “Lenin”, quien promulgaba que “la libertad de prensa burguesa
significa libertad para comprar y falsear la opinión pública”.
Mucho ha llovido desde entonces hasta
hoy, y la necesidad del “establishment” de adaptar su estrategia de
promoción a los tiempos presentes, tanto en fondo como en forma, y su
sumisión a los principios de la sociedad de consumo, condenaron al
abandono a aquellas prácticas propagandísticas donde los pensadores
forjaban sus conocimientos en cada día de trabajo.
Son varios los motivos numerables que han
impulsado los grandes cambios producidos desde entonces hasta hoy en el
oficio, pero principalmente destacaremos un par de ellos que a nuestro
juicio adquieren especial relevancia.
Nos referimos a la gestión de la
tecnología y la creación de nuevas plataformas y redes sociales
virtuales, que significativamente han sustituido a las fuentes al uso y
sitúan al transmisor en igualdad de condiciones con el destinatario del
mensaje, propiciando un escenario idóneo donde instaurar una socorrida
posverdad, que no es sino una mentira con un nombre más
atractivo. La peligrosidad radica en que dentro de este contexto de
matizable pluralidad, cualquier usuario con acceso a internet sería
capaz de desmontar una noticia, en caso de que su contenido no hubiera
sido debidamente contrastado, lo que parece suponer una molestia para
ciertos pseudointelectuales del sector, que observan cómo se rompe la
unidireccionalidad de su discurso, algo que no sucede en radio,
televisión y prensa, donde sin embargo enfrentan una notoria pérdida de
audiencia e ingresos.
El progresivo desarrollo de las fuerzas
de producción emanadas del capitalismo, entra de este modo en disputa
con las relaciones sociales que genera. La solución que aplican para
solventar este conflicto, es reprimir y censurar los contenidos que
interpretan como incómodos.
Por otro lado, este nuevo entramado de
difusión de la información genera una atroz competencia por la
inmediatez en su publicitación, que es el otro punto clave al que aludía
con anterioridad. La necesidad de ser los primeros en comunicar
un acontecimiento, obliga a acortar el proceso de investigación,
elaboración, edición y posterior publicación de la noticia, lo que es
contraproducente con el fin último de informar pero no con sus
intenciones de hacer de su doctrina un elemento incuestionable.
Nos explicamos; el control de la comunicación es un método para ejercer el control social, por lo que
la saturación de contenidos ayuda en su plan de desviar la atención del
individuo, disimulando los problemas importantes que lo afectan y
visibilizando otras banalidades idealistas, que a menudo suscitan el
interés suficiente para ser aprovechadas a modo de caballo de Troya, a
la hora de efectuar incluso injerencias imperialistas sobre la soberanía
de diferentes países, los procesos de paz, el comercio internacional…
Sin ir más lejos y por citar algunos ejemplos recientes, nos encontramos inmersos en un anómalo proceso de
criminalización mediática al gobierno ruso a raíz de una broma gastada
por humoristas a la ministra de Defensa del estado español, proceso
alentado desde sus editoriales por algunos personajes de dudosa catadura
moral, que no hace sino evidenciar la falta de profesionalidad dentro y
fuera de las instituciones. Antes fue la República Bolivariana
de Venezuela, la República Árabe Siria, Irak, Libia, Cuba, Vietnam y
así sucesivamente la élite de los “mass-media” aprovechan para
fabricar enemigos distantes sobre los que descargar el descontento de la
opinión pública, inhibiéndola de su realidad cercana y de los asuntos
internos que la competen.
Esta dinámica basada en el miedo, la
abstracción y el clientelismo político actúa como catalizadora de la
desafección social existente, y conduce a la asunción de medidas
drásticas por parte de los interesados, que justifican así cualquier
retroceso en los derechos sociales de la población. El funcionamiento es
el siguiente; Se crea un problema a priori inexistente, la
sociedad se escandaliza en los tiempos previstos a tal efecto, y
posteriormente desde los puestos de poder se presentan soluciones
partidistas que ellos mismos se encargan de que sean aceptadas con
agrado por el resto. Como se puede apreciar, todo esto tiene un carácter muy “democrático”.
Los miles de millones de euros que el
gobierno destina de nuestros bolsillos a subvencionar las radios y
televisiones públicas parecen insuficientes para dotarlos de eficacia y
transparencia, máxime cuando se prioriza estatalmente en los medios
privados, que inexplicablemente también son financiados impúdicamente
sin un criterio claro. Estos últimos son los que más influencia poseen a
la hora de generar un entorno de pensamiento único, tan valorado por
los grandes “lobbies” que monopolizan la información y por la oligarquía
financiera.
En el estado español concretamente, los
grandes grupos empresariales existentes, como es el caso de Grupo Prisa,
Mediaset, Grupo Planeta, Godó y demás, son financiados por el sector
bancario, por multinacionales, por la conferencia episcopal, y toda
suerte de aristócratas postmodernos, lo que da buena cuenta de su
imparcialidad ideológica.
Malcom X profetizaba al respecto lo que más tarde se asumiría como una realidad inherente a la industria de la información “si
no estáis prevenidos ante los medios de comunicación, os harán amar al
opresor y odiar al oprimido”. Cierto, los medios tienen la capacidad de
hacer creer que una inocente víctima parezca un criminal y al revés, lo
que supone una tendencia inaceptable bajo cualquier concepto y que por
desgracia cada vez es más frecuente.
Aunque detrás escondan una motivación mercantil, el periodismo al igual que la publicidad guardan como vemos un fuerte componente emotivo que prevalece sobre el conocimiento racional,
con el que el usuario trata de encarnar su ideal identitario,
arrastrado entre otros factores por el carisma del emisor y la
popularidad de la marca empresarial. Se modela de esta manera un
nuevo consumidor que carezca de actitud crítica ante lo que se le
ofrece, sin que el sistema cambie por ello siquiera un ápice de su
funcionamiento.
El indefenso receptor, en la mayoría de los casos, no tiene contacto directo con las fuentes desde donde se construyen las noticias, por lo que se ve obligado a supeditar su postura a la voluntad de quienes en último término las trasladan al público.
Pero antes de que esto suceda, la
información debe atravesar los sucesivos filtros que la imponen las
diferentes capas de poder que atraviesa, con el añadido de que
los intereses de los mecenas de estos grupos están bien representados en
los cargos que ostentan en los consejos de administración. La noticia
sufre así un proceso de “mediatización”.
Esta teoría sostiene el argumento
de que los medios proyectan la visión de una élite minoritaria, formada
por personas importantes dentro de las corporaciones, que los controla
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