por Luis Britto García
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El equipo perdedor envía una pandilla de
sicarios a secuestrar y sacar del país al capitán de la oncena
adversaria; soborna árbitros que descalifican a los jugadores estrella
apenas pisan la cancha; hace detener a los emergentes mediante falsas
acusaciones ante jueces comprados; suelta por las tribunas pistoleros
que tirotean y desaparecen a discreción a la fanaticada; hordas que
desmantelan las gradas y roban los equipos deportivos y tramposos que
falsifican marcadores y puntajes ¿Llamaríamos a esto restauración
deportiva? ¿O diríamos más bien que se trata de un desbordamiento del
hampa que amenaza al partido?
El nombre mata o da vida; cuando aceptamos una denominación vivificamos o asesinamos. Restauración suena a restablecimiento, a recuperación, a sanación.
Restaurar una obra de arte es volverla a su forma genuina; hacer lo
propio con una situación política es reintegrarle su legitimidad. Llamar
restauración al latrocinio político es absolverlo. En los últimos
desdichados acontecimientos de América Latina y el Caribe resulta
impresionante la ausencia del consenso del pueblo. Para nada se
consultó al hondureño sobre el secuestro de Mel Zelaya; el paraguayo no
tuvo arte ni parte en la deposición de Lugo; nadie consultó al
electorado brasileño sobre el derrocamiento de Dilma ni la
judicialización de Lula. En ese rosario de delitos el único legitimado
por elecciones es el de Argentina, y ello porque al progresismo se le
ocurrió acudir a las urnas dividido. Mafias, pandillas y gavillas no
restauran: se apropian de lo que no les pertenece.
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¿Pero cómo es posible que el
delito suplante a la competencia institucional? Porque los progresistas
respetan escrupulosamente las leyes que los delincuentes les legaron y
que a su vez estos últimos no cumplen. No se puede cambiar el juego jugando con las reglas del juego. Pero
es lo que los progresistas intentan una y otra vez dentro de sistemas
que consagran la propiedad privada de los medios de producción como
inconmovible fundamento; que veneran como artículos de fe sentencias
dictadas por camarillas de jueces designados por los propietarios y
aplican normas en las cuales toda mejora del nivel de vida de la
población es tipificada como delito. Lo que derrota a las izquierdas no
es su audacia, sino su falta de acometividad. Cada instante que pasa un
movimiento progresista protegiendo los intereses de sus enemigos de
clase ahonda la sepultura que éstos le cavan.
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Dos opciones más tienen los progresistas
para ser restaurados, vale decir, suprimidos: adoptar de los
conservadores la ineficacia y la corrupción hasta convertirse en ellos.
En la tira cómica Pogo Possum, de Walt Kelly, el protagonista exclama:
“¡He encontrado al enemigo, y somos nosotros!” Creo que Orson Welles
definió al Ciudadano Kane como un hombre que terminó convertido en
aquello que odiaba. Para derrotar al adversario debemos vencerlo dentro
de nosotros mismos.
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