Por Lenin Bandres
La visita de Tillerson, la cual comenzó en México y que
se extiende por Argentina Perú y Colombia, fue precedida de un discurso
en la Universidad de Texas, en el cual resalta lo que podría entenderse
como la política exterior de la administración de Trump hacia América
Latina. A saber, un retorno a la sempiterna y conservadora doctrina
Monroe, o lo que es lo mismo, una vuelta a la postura paternalista y
colonialista que ha caracterizado por casi dos siglos la política
exterior estadounidense hacia América Latina.
Dicha postura fue
evocada por Tillerson cuando en un sintomático acto de posesividad,
advirtió sobre la amenaza que representa para “nuestros valores
democráticos” la presencia comercial de China y de Rusia en la región,
afirmando Latin America does not need new imperial powers that seek only
to benefit their own people. China’s state-led model of development is
reminiscent of the past. It doesn’t have to be this hemisphere’s future
(…) Russia’s growing presence in the region is alarming as well, as it
continues to sell arms and military equipment to unfriendly regimes who
do not share or respect democratic values.[1]
Tal postura fue
además confirmada en la sesión de preguntas y respuesta en donde el
Secretario de Estado afirmó explícitamente I think it’s as relevant
today as it was the day it was written[2], refiriéndose a la Doctrina
Monroe.
Lo primero que llama la atención de las cínicas
declaraciones del Secretario de Estado es que su mención a la Doctrina
Monroe se realiza en defensa de una hipotética comunidad de valores
existentes entre los países de nuestro hemisferio, la cual se resumiría
en la tríada seguridad, libertad y prosperidad. Estos principios
liberales serían vehiculados a través de la institucionalidad de la
libertad democrática y de la ya globalizada libertad de mercado, cuyo
custodio y defensor universal serían los propios Estados Unidos. Por
otro lado, en la otra orilla moral se encontrarían países como China y
Rusia, cuyas visiones, por el contrario, serían “imperialistas”,
“proteccionistas” y “no democráticas”.
La hipocresía del discurso
maniqueo de Tillerson contrasta con las propias acciones que el
gobierno de EEUU ha empleado actualmente en contra de los países de
América Latina en materia de migración, de seguridad y de comercio
intrarregional.
¿Será necesario recordarle al jefe de la diplomacia estadunidense la
infame política migratoria que ha impulsado la administración Trump, la
cual incluye la construcción y el financiamiento de un muro en la
frontera con México, la supresión de los permisos de residencia a los
inmigrantes de origen latino, las expulsiones de menores
centroamericanos, la contratación de 10.000 agentes policiales
anti-migratorios y la presión financiera en contra de las llamadas
“ciudades santuarios”? ¿Habrá que volver sobre la amenaza lanzada por
Trump en agosto de 2017 de una “posible solución militar” a la crisis
venezolana, la cual no solo tendría consecuencias nefastas para ese
país, sino también para toda la región suramericana? A propósito de la
venta de armas de Rusia a países de América Latina, ¿Será necesario
recordar el lucrativo y creciente negocio de provisión de armas, de
equipos militares y de entrenamiento militar que EEUU ha desplegado en
la región centroamericana, en Colombia y en México, bajo el pretexto de
llevar a cabo una supuesta lucha contra el narcotráfico? En fin ¿acaso
habrá que recordar que la doctrina Monroe tuvo como correlato las
múltiples y continuas intervenciones militares de los EEUU en México,
Centroamérica y el Caribe a partir de la segunda mitad del siglo XIX y a
través de toda Suramérica durante el siglo XX?
La retórica
moralista del jefe de la diplomacia estadounidense contrasta
grotescamente con las acciones que su propia administración ha llevado a
cabo en contra de la población hispana residente en los Estados Unidos y
en contra de gobiernos de la región como el de México, Venezuela, El
Salvador y Cuba. No obstante y más allá de lo obsoleto e inadecuado que
parezca la narrativa restauradora de la doctrina Monroe, lo que parece
aún más alarmante es la evidente incapacidad de los gobiernos
latinoamericanos de poder consolidar un espacio de diálogo y de
entendimiento común capaz de brindar respuestas conjuntas a los
múltiples desafíos que enfrenta la región. Pues a pesar de la existencia
de diversos foros y mecanismos de integración regionales y
subregionales, la mayoría de estos han sido incapaces de responder de
manera sólida y continua a las prioridades políticas, económicas y
sociales de América Latina.
En el año 2017, la impotencia de la
Organización de Estados Americanos (OEA) para conseguir una salida a la
crisis política venezolana, así como su indiferencia frente a la crisis
política brasileña, fue una fiel muestra del impasse institucional y de
la falta de credibilidad que atraviesa este mecanismo de integración
hemisférica. Por su parte, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y
del Caribe (CELAC), siendo el espacio natural para responder a los
múltiples desafíos políticos regionales sin la agobiante intervención de
los EEUU, tampoco se encuentra en condiciones de responder a las
urgencias de América Latina, desde que un grupo de países (el Grupo de
Lima, integrado por una docena de países latinoamericanos más Estados
Unidos y Canadá) zanjó las tensiones existentes entre los países
miembros del foro, a través de la instrumentalización ideológica de la
crisis política venezolana. Por su lado, la Unión de Naciones del Sur
(UNASUR), la cual se encuentra desde hace un año sin dirección
ejecutiva, también se muestra dramáticamente inoperante para dar
respuesta a los múltiples desafíos que afectan la región suramericana,
debido por un lado a la desconfianza recíproca existente entre sus
miembros, y por otro lado a la ausencia de mecanismos flexibles de toma
de decisiones que le permita trascender institucionalmente las
diferencias internas.
Finalmente, ningún mecanismo de integración
económica subregional, desde el SICA hasta el Mercosur ha logrado
consolidar la integración económica-comercial de sus miembros. En
algunos casos ni siquiera se ha logrado conformar una unión aduanera
entre los países participantes y la dinámica comercial ha contribuido
muy parcialmente a incrementar el flujo de intercambio intrarregional,
siendo que actualmente la mayor parte del comercio de América Latina se
realiza extrazona
Frente a este panorama de lamentable frustración en materia de
integración, los EEUU muy oportunistamente aprovechan la ocasión para
profundizar aún más la fractura regional, a través de la atomización
ideológica y de la penetración agresiva y unilateral de mercados. En
este contexto, la VIII Cumbre de las Américas que tendrá lugar en Lima,
el próximo 13 y 14 de abril, no tendrá otro objetivo que el de avanzar
hacia la consolidación de una agenda hemisférica en la que la
preeminencia diplomática y comercial de los EEUU - bajo las premisas del
“America first” de la administración Trump- termine por imponerse como
única e ineluctable alternativa vis-à-vis la inoperancia de los diversos
mecanismos de integración regional de América Latina. Tal escenario no
solo representaría un franco y trágico retroceso en el proceso de
integración latinoamericano, sino también un signo de debilidad y de
subordinación política en un contexto de reconfiguración global de las
principales potencias mundiales y de sus zonas geográficas de
influencia.
El mejor escenario para América Latina frente a esta
realidad emergente, sería el de una participación con voz y
representación propia ante los principales foros y organismos de
gobernanza mundial. Para ello es necesaria la construcción de un
consenso a partir de un mínimo denominador común que permita trascender
las diferencias internas que hoy horadan la cohesión regional. Ante esta
trágica realidad sería preciso interrogarse ¿Será la rehabilitación de
la doctrina Monroe por parte de la política exterior de los EEUU, una
ocasión propicia para suscitar la creación de un frente común ante los
peligros que esta política representa?
[1]
América Latina no necesita nuevos poderes imperiales que solo busquen
beneficiar a su propio pueblo. El modelo de desarrollo liderado por el
Estado de China es reminiscente del pasado. No tiene por qué ser el
futuro de este hemisferio (...) La creciente presencia de Rusia en la
región también es alarmante, ya que continúa vendiendo armas y equipo
militar a regímenes hostiles que no comparten ni respetan los valores
democráticos.
[2] Creo que es tan relevante hoy como lo fue el día en que se escribió.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario