por Alejandro Nadal
La
comparecencia de Zuckerberg ante el Congreso del régimen de EEUU fue una
farsa y un episodio más de la campaña de pido perdón del creador de
facebook
Napster no era una red centralizada y permitía a los participantes
tener acceso a una vasta discoteca a un costo marginal: en su apogeo
llegó a contar con más de 70 millones de usuarios. Y luego, las cosas se
pusieron feas.
Fanning fue demandado por las compañías disqueras y en 2001 perdió el
juicio por promover la descarga ilegal de material protegido por las
leyes de derechos de autor que amparaban a las disqueras. Así se
impusieron los esquemas centralizados y de paga. Los nostálgicos de los
años en que se pensaba que el capitalismo desaparecería porque las redes
sociales hacían obsoletos los viejos esquemas de concentración de poder
deben reconsiderar su análisis.
La comparecencia de Mark Zuckerberg ante el Congreso estadounidense
hace unos días fue una farsa y un episodio más de la campaña de pido
perdón del creador de Facebook. También mostró que la mayoría de los
legisladores no sabía nada sobre el funcionamiento de la plataforma.
Cada legislador tuvo cinco minutos para hacer preguntas, así que el interrogatorio fue
superficial y sólo sirvió como operación de relaciones públicas del
jefe de Facebook. También reveló que Zuckerberg no sabe nada de
historia, economía ni ética.
No es la primera vez que un escándalo marca las operaciones de Facebook. En 2010, el Wall Street Journal descubrió
que esa aplicación estaba vendiendo información privada sin el
consentimiento de los usuarios a compañías rastreadoras de Internet y
agencias de publicidad. Peor aún: en 2014, Facebook llevó a cabo
experimentos sobre las cuentas de 689 mil usuarios (sin su conocimiento)
y mostró que era posible hacerlos sentir más optimistas o pesimistas
mediante la manipulación de las informaciones que supuestamente les
enviaban sus amigos en un proceso denominado contagio emocional. El
experimento mostró que la formación de opiniones podía condicionarse por
el consumo dirigido de noticias y que esto podía tener graves
repercusiones sobre preferencias electorales.
Hay sabemos que entre 2015 y 2016, Facebook vendió cientos de miles dólares de espacio publicitario a “granjas de trolls” y que 126 millones de cuentas de usuarios estadounidenses estuvieron expuestas a noticias enviadas
por estos perfiles falsos de supuestos ciudadanos concernidos. No estoy
implicando que la elección de Trump se decidió de este modo, eso nunca
lo sabremos (las corruptelas y el entreguismo del Partido Demócrata
fueron más importantes). Lo que quiero destacar es que hoy que se
destapa la cloaca con los tratos con la empresa Cambridge Analytica se
abren nuevas perspectivas sobre las relaciones entre la agregación de
datos individuales y el modus operandi del capitalismo contemporáneo.
Las palabras big data denotan un acervo gigantesco de
información personalizada que sólo un poderoso algoritmo puede procesar
para elaborar un perfil preciso de cada usuario con fines comerciales.
Lo importante es no sólo el uso comercial de estas bases de datos,
sino el hecho de que colosos como Amazon, Google o Facebook [y Apple]
pueden ahora incursionar en la manipulación política y hasta en
funciones propias de un gobierno. El modelo de capitalismo financiero
que hoy domina la economía mundial tolera y parece promover estas nuevas
incursiones en el mundo del big data.
Y es que la acumulación y procesamiento de datos personales permite
profundizar la apropiación de nuevos espacios de rentabilidad para un
capitalismo que sufre una caída crónica en la tasa media de ganancia
desde hace cuatro décadas. El neoliberalismo se ha basado en la
supresión salarial y la destrucción del poder social y político de la
clase trabajadora. Aun así no ha podido contrarrestar su crisis de
rentabilidad ni evitar la concentración de la riqueza y tampoco ha
podido evitar el semiestancamiento en el que se encuentra la economía
mundial. En ese contexto, agregar y cosechar datos es una oportunidad
que el capitalismo no quiere desperdiciar. Y para aprovecharla se ha
llevado a un nuevo estándar la mercantilización de las relaciones
sociales. El gigantismo y la concentración de poder se han intensificado
para convertir la esfera de la vida privada en mercancía.
Por cierto, en México el consejero presidente del Instituto Nacional
Electoral (INE) anunció hace poco que se había firmado un convenio con
Facebook para evitar que las noticias falsas desorientaran a
los votantes y afectaran el proceso de las próximas elecciones. El
momento escogido para suscribir tal convenio no pudo ser más
desafortunado. En medio del peor escándalo en la historia de Facebook,
poco faltó para que el INE lo elevara a rango de autoridad electoral.
¿Quién decidirá lo que es noticia falsa? ¿El INE? El atraso e incompetencia de los funcionarios del instituto electoral son ejemplares.
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