Sorprende que siendo el agua un bien de primera necesidad, vital, su
valor sea esencialmente desconocido en términos prácticos, como decimos
en el título parafraseando a Machado.
Por un lado, se confunde el
agua en alta (lo que genéricamente llamamos recursos hídricos) con el
agua en baja (lo que se da en llamar servicios de agua).
Esos
recursos se vinculan a numerosos usos consuntivos y no consuntivos: el
abastecimiento de agua potable a la población, el riego de cultivos, el
mantenimiento de la cabaña ganadera, la producción de numerosos bienes
manufacturados, la refrigeración de equipos industriales y centrales
energéticas, la generación de energía eléctrica, la producción acuícola,
la provisión de servicios recreativos que contribuyen directamente a
nuestro bienestar, el mantenimiento de caudales ecológicos y la
provisión de una amplia gama de otros servicios que nos prestan los
ecosistemas, sin los que nuestra vida sería notablemente más compleja;
por momentos, quizás inviable sin más.
De ese modo, el agua
termina siendo crucial para el desempeño macroeconómico (pese a que esto
tiende a ignorarse) pero, desde luego, también para la cohesión social y
territorial, para la conservación de la diversidad biológica en
ecosistemas acuáticos y terrestres, para la salud pública, para la
adaptación al cambio climático…
Pese a lo que se cree, mucho más
determinante que su abundancia o escasez absoluta, es su escasez
relativa, aquella que deriva de una idea sencilla: por abundante que sea
el agua, siempre tendremos que elegir (en un momento dado, en un lugar
concreto) entre unos usos y otros. Si bien algunos pueden ser
simultáneamente compatibles (el valor estético de un humedal y la pesca
recreativa en el mismo), en la mayor parte de los casos los usos
competirán entre sí. Cabe afirmar, de hecho, que la gestión del agua es
la gestión de conflictos de uso.
Otro equívoco deriva del hecho
de que se tiende a obviar la enorme brecha que hay tanto en la
disponibilidad del recurso como en el acceso a los servicios entre
diferentes países. Por un lado, hay países donde la escasez estructural
de agua es la norma: España, casi todos los países de la cuenca
mediterránea (tanto en el norte de África como en el sur de Europa, en
Oriente Medio, en amplias zonas del resto de África, en Australia, en
Asia Central, en algunos lugares concretos de países del sur de Asia o
de China, en la costa Pacífica de América Latina (especialmente en Perú y
Chile), en los estados del oeste de EE.UU., en Singapur, etc.
Por
otro, hay países que padecen de modo recurrente lluvias torrenciales e
inundaciones: también amplias regiones de EE.UU., el centro y el este de
Europa, zonas en las cuencas andinas, países sometidos a
precipitaciones monzónicas…
Los desafíos no terminan cuando uno
tiene menos agua de la que necesitaría o más de la que puede gestionar.
El deterioro de la calidad del agua a nivel mundial, como resultado de
nuestra intervención en su ciclo, se explica en buena medida porque el
80 % de los efluentes de aguas residuales en el mundo se devuelven al
medio sin tratamiento alguno.
La escasez de agua es determinante
para entender problemas en la obtención de energía o en la producción de
biomasa para garantizar la seguridad alimentaria. Las inundaciones son
la principal causa de mortalidad por desastres naturales (en realidad,
fenómenos naturales extremos que el ser humano convierte en situaciones
catastróficas). La degradación de la calidad es responsable de numerosos
desafíos en términos de salud pública.
Hay que pensar que unos
2.100 millones de personas carecen de acceso mejorado a agua potable y,
pese a ello, bebe agua a diario (a un coste desproporcionado, en dinero,
en tiempo, con riesgo para la salud). Casi 2.000 millones de personas
consumen agua con materia fecal y casi 900, en parte en potencias
emergentes como India, defecan al aire libre.
Los problemas de
saneamiento son especialmente lacerantes: unos 4.300 millones de
personas carecen de un retrete tal y como nosotros lo conocemos – hay
más personas en el mundo con teléfono móvil que con retrete-. Esto
conduce a más de medio millón de muertes prematuras al año como
resultado del consumo de agua de mala calidad, por diarrea, cólera,
disentería, fiebres tifoideas o poliomielitis. Numerosas niñas y mujeres
en el sur de Asia son atacadas sexualmente por carecer de baños
privados.
Por otro lado, la pérdida de diversidad biológica es
especialmente intensa en los ecosistemas acuáticos (continentales,
costeros y marinos).
Desde la perspectiva de la gestión del agua,
la sociedad ha aprendido mucho pero ese conocimiento todavía no se ha
socializado. Cualquier crisis de agua es una crisis de gobernanza. Es
decir, fracasamos a la hora de anticiparnos. Gestionamos situaciones
críticas pero encontramos dificultades para realizar una gestión
preventiva de riesgos. Creemos, además, que los desafíos son
esencialmente tecnológicos o financieros y no es que la brecha
tecnológica o financiera no sea menor en algunos países pero lo cierto
es que el reto fundamental se sitúa en el terreno de la política
pública.
Pensamos, por otro lado, que de seguir las tendencias
actuales, el agua será una poderosa fuente de conflictos geopolíticos;
ignoramos, al afirmarlo, que esos conflictos ya se dan en todos los
continentes, entre usuarios, entre países (en cuencas transfronterizas)
y, de modo muy intenso, entre generaciones.
Para muchos países,
el agua es un factor limitante para el desarrollo social y económico y,
por ello, también una oportunidad inefable para construir modelos de
desarrollo alternativo, con mayores pautas de sostenibilidad en la
producción y el consumo.
Hace falta más y mejor información,
mucho más conocimiento, mejores sistemas de gobernanza, un diseño
apropiado de incentivos, la ineludible coordinación de políticas
sectoriales, enfoques inequívocamente interdisciplinares, mayor foco en
cuestiones de género y de juventud e infancia, políticas de demanda que
complementen a las de oferta y una mayor penetración de soluciones
basadas en la naturaleza para superar el sesgo de las infraestructuras
convencionales.
Parece imprescindible tomar mayor conciencia
sobre el valor del agua pese a lo que decía Albert Einstein: “lo más
incomprensible de la naturaleza es que sea comprensible por el hombre”.
No queda otra que elevar el perfil de estas discusiones: el agua no es
sólo un bien ambiental o un aspecto sectorial; está en el eje de nuestra
vida y de su diversidad.
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