Por Leonardo Boff
Lo que vivimos actualmente en Brasil no
puede ni siquiera ser llamado democracia de bajísima intensidad. Si
tomamos como referencia mínima de una democracia su relación con el
pueblo, el portador originario del poder,
ella se niega a sí misma y se
muestra como una farsa. Para las
decisiones que afectan profundamente a todos, no se discutió con la
sociedad civil, ni siquiera se escuchó a los movimientos sociales ni a
los cuerpos de saber especializado: el salario mínimo, la legislación
laboral, la previsión social, las nuevas reglas para la salud y la
educación, las privatizaciones de bienes públicos fundamentales como es,
por ejemplo, Electrobrás y campos importantes de petróleo del pre-sal,
así como las leyes que definen la demarcación de las tierras indígenas
y, lo que es un verdadero atentado a la soberanía nacional, el permiso
de vender tierras amazónicas a extranjeros así como la entrega de una
vasta región de la Amazonia para la explotación de variados minerales a
empresas extranjeras. Todo está
siendo hecho por PEC, por decretos o por medidas provisionales
propuestas por un presidente, acusado de dirigir una organización
criminal y con un apoyo popular bajísimo, que no alcanza al 5%. Las
propuestas han sido enviadas a un parlamento con el 40% de sus miembros
acusados o sospechosos de corrupción. ¿Qué
significa tal situación sino la vigencia de un Estado de excepción, o
incluso más, de una verdadera dictadura civil? Un gobierno que gobierna
sin el pueblo y contra el pueblo, ha abandonado el estatuto de la
democracia y ha instado claramente a una dictadura civil. Es lo que
estamos viviendo en este momento en Brasil. Bajo la perspectiva de quien
ve la realidad política desde abajo, desde las víctimas de este nuevo
tipo de violencia, el país se asemeja a un avión sin piloto en vuelo
ciego. ¿Hacia dónde vamos? Nosotros no lo sabemos. Pero los golpistas lo
saben: a crear las condiciones políticas para traspasar gran parte de
la riqueza nacional a un pequeño grupo de empresas que, según el IPEA,
no pasan del 0,05 de la población brasileña (un poco más de 70 mil
multimillonarios), que constituyen las élites adineradas, insaciables y
representantes de la Casa Grande, asociadas a otros grupos de poder
antipueblo, especialmente a unos medios de comunicación que siempre
apoyaron los golpes y no aprecian la democracia. Transcribo
un artículo de un atento observador de la realidad brasileña, que vive
en el semiárido y participa de la pasión de las víctimas de una de las
mayores sequías de nuestra historia: Roberto Malvezzi. Su artículo es
una denuncia y una alarma: De la dictadura civil a la militar. «Antes
del golpe de 2016 sobre la mayoría del pueblo brasileño trabajador o
excluido, ya comentábamos en Brasilia, en un grupo de asesores, sobre la
posibilidad de una nueva dictadura en Brasil. Y nos quedaba claro que
podría ser simplemente una ?dictadura civil?, sin ser necesariamente
militar. Sin embargo, igual que en 1964, ella podría evolucionar hacia
una dictadura militar. En aquel momento muy pocos creían que el gobierno
podría ser derribado. Para mí no
hay duda alguna de que estamos en plena dictadura civil. Son un grupo de
350 diputados, 60 senadores, 11 ministros del Supremo, algunas
entidades empresariales y las familias dueñas de los medios de
comunicación tradicionales los que han impuesto una dictadura sobre el
pueblo. Las instituciones funcionan, como dicen ellos, pero contra el
pueblo y sólo a favor de una reducidísima clase de privilegiados
brasileños. Claro que conectados siempre con las transnacionales y los
poderes económicos que dominan el mundo. Por
lo tanto, nosotros, el pueblo, hemos sido dejados fuera, excluidos).
Todo es decidido por un grupo de personas que, contadas con los dedos,
no deben llegar a mil en el mando, con un grupo un poco mayor
participando indirectamente. Sucede
que el golpe no se cierra, no se concluye, porque la corrupción, vieja
fórmula para aplicar golpes en este país, es visible hoy gracias a los
medios de comunicación alternativos presentes y cada vez más poderosos.
La corrupción está en todos los niveles de la sociedad brasileña, sobre
todo en los hipócritas que levantan esa bandera para imponer sus
intereses. Pero la corrupción es
sólo el pretexto. Según la visión de Leonardo Boff, el objetivo del
golpe es reducir Brasil, que funcione sólo para 120 millones de
brasileños. Los 100 millones restantes tendrán que buscar cómo
sobrevivir con apaños, limosnas, participando en pandillas, y en tráfico
de armas y drogas. En este momento
comienzan a aparecer señales del verdadero pensamiento de quien está en
el mando: una reunión de la Masonería, un general contando lo que anda
entre bastidores, los viejos medios con la opinión de ?especialistas?,
los nostálgicos de la antigua dictadura diciendo en los medios sociales
que ?quien no es corrupto no debe tener miedo de los militares?. En
fin, están planteando la posibilidad de la dictadura militar. Para el
pequeño grupo que ha dado el golpe es excelente, la mejor de las
salidas. Nunca fueron demócratas. No les gusta el pueblo. Incluso en
esta Cámara y en este Senado pocos van a perder sus cargos o ir a la
cárcel. Lo peor de una dictadura
civil o militar es siempre para el pueblo. Las nuevas generaciones no
conocen la crueldad de una dictadura total. Hiela el alma el silencio de
la sociedad ante las declaraciones del mencionado general». Que Dios y el pueblo organizado nos salven
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