Parte de la guerra contra los pueblos,
dirigida por las corporaciones y las oligarquías, es semántica: tiene a
las palabras como armas y municiones letales.
Esto se ha dicho mucho y por eso alguna
gente se fastidia y le resta importancia. Pero nunca serán demasiadas
las veces que se haga esta advertencia, pues se trata de un elemento
medular de la estrategia imperial.
Caravana o crisis migratoria
El movimiento de los compatriotas
venezolanos que -inducidos por una campaña muy poderosa e incesante- se
han marchado del país ha sido caracterizado por los otros gobiernos,
organismos internacionales, organizaciones no gubernamentales y la
prensa global como una crisis migratoria. No conformes con eso, han
llegado a calificar tal crisis como “la peor de los últimos 50 años” o
“la más grave de la historia continental”. Con esos elementos puestos en
juego, esa misma maquinaria ha vendido la idea de que los venezolanos
migrantes son una amenaza para los demás países de la región y, por lo
tanto, un justificativo de posibles acciones militares multilaterales,
siempre cubiertas bajo el manto de lo humanitario.
Mientras tanto, las olas migratorias de
Europa, una vergüenza para el norte desarrollado, son silenciadas,
minimizadas y criminalizadas. Alguien podrá decir que eso pasa muy
lejos, que es un asunto entre África y Europa. No es una excusa
aceptable, pero vamos a admitirla. Sin embargo, tenemos un caso muy
cercano. Miles de hondureños se dirigen hacia el norte, con el propósito
declarado de llegar a Estados Unidos. Los gobiernos, organismos
internacionales, ONG y medios han resuelto bajarle intensidad al
conflicto llamando “caravana” al desplazamiento. A nadie que esté
participando en esa ofensiva semántica se le ocurre hablar de crisis
migratoria ni de problema humanitario. Si alguien lo hace –por descuido o
por un súbito ataque de honestidad-, el resto lo siquitrilla en los
paredones de las redes sociales.
La denominación “caravana”, de por sí,
relativiza el acontecimiento, le otorga un significado frívolo y hasta
festivo, como si en lugar de una migración forzada por la pobreza y la
desesperanza, fuese una caminata de alegres peregrinos.
Como la estrategia no fue suficiente
para tapar el drama de los hechos, la coalición de la guerra de cuarta
generación apeló a otros recursos. Por un lado, acusaron a Venezuela
(país bloqueado, empobrecido, en supuesta crisis humanitaria) de estar
financiando a los marchistas internacionales. Por el otro lado, apelaron
a una de sus clásicas herramientas, la farándula, al enviar a la actriz
Angelina Jolie a posar con los migrantes venezolanos en Lima, al mismo
tiempo que Trump anunciaba que si llega ola de visitantes
centroamericanos no invitados, los estará esperando el ejército.
Existe claramente una distancia entre la
crisis migratoria y una caravana y entre la bella diva preocupada por
los pobres venezolanos y unos militares armados hasta los dientes,
prestos a repeler a los bárbaros hondureños pagados por el gobierno de
Maduro. Es una distancia que va más allá de las palabras, pero estas son
las herramientas para establecerla.
Disturbios violentos o protestas cívicas
Otro ejemplo del tratamiento semántico
bien diferenciado entre las realidades que ocurren en países con
gobiernos de derecha o de izquierda son las versiones difundidas acerca
de recientes acontecimientos de Buenos Aires en los que fueron detenidos
cuatro extranjeros, incluyendo dos venezolanos.
El gobierno de Macri y todos sus
compinches regionales, la prensa global y los influencers de la derecha
en las redes sociales hablan de disturbios violentos contra el Congreso
argentino, y dicen que los venezolanos, presuntamente agentes de
inteligencia del gobierno de Maduro infiltrados allá, han de ser
deportados.
Enorme es la distancia semántica en el
tratamiento de los hechos si se le compara con las frenéticas
expresiones de apoyo que recibían en 2017 los manifestantes sumamente
violentos que cometieron toda clase de excesos en Caracas y otras
ciudades venezolanas. En ese caso no se hablaba nunca de disturbios sino
de protestas de la sociedad civil, del clamor desesperado de jóvenes
estudiantes desarmados contra cuerpos de seguridad empeñados en violar
sus derechos humanos.
Quienes fueron detenidos en los sucesos
de Venezuela (que se prolongaron por cuatro meses) fueron tratados por
la coalición antirrevolucionaria como mártires y presos políticos,
incluyendo un estadounidense que fue pintado por la maquinaria mediática
como una especie de “soldado Ryan” al que EEUU debería rescatar a toda
costa.
No son meras cuestiones semánticas. Cada
palabra está bien estudiada y diseñada para que sea como un disparo. Y
como las repiten tantas veces en todos sus mensajes (impresos,
audiovisuales, digitales y de redes) las masas terminan ametralladas.
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