por José R. Oro
No es aún suficiente lo que
hacemos hoy para analizar y enfrentar con éxito la “cruzada espiritual”
que está utilizando Estados Unidos en Latinoamérica. Es algo
evidente, en la sostenida agresión contra Venezuela, Nicaragua y Cuba,
el derrocamiento de Evo Morales y el golpe contra Zelaya en Honduras,
entre otros eventos, participan en mayor o menor grado ciertas
“iglesias”, “organizaciones religiosas caritativas” y “predicadores”, en
muchas ocasiones organizados por la Usaid.
El epicentro de ese cambio en el
pensamiento social del catolicismo se encuentra en América Latina, e
incluso en Estados Unidos. Ahora el fascismo estadounidense y
los oligarcas latinoamericanos han apostado por las formas extremas,
fanáticas y ultrarreaccionarias de ciertas iglesias evangélicas, a las
que la Usaid provee de muchísimos recursos “humanitarios”, dólares y
sacos de leche en polvo para ejercer influencia sobre las personas
humildes.
Iglesias evangélicas están
apoyando decididamente al frenético fascista Jair Bolsonaro en Brasil, y
en Bolivia son la base del golpista Luis Fernando Camacho, quien
declara abiertamente sus principios y objetivos: “Vamos a sacar de los
lugares públicos la Pachamama y vamos a imponer la Biblia”.
Biblia que no es la Biblia del amor y la lucha contra la desigualdad
entre los hombres, sino la de grupos que consideran la cultura popular
de los pueblos originarios como paganismo e idolatría que el
“cristianismo” –el intolerante– debe reemplazar a rajatabla.
Esas posiciones son copias del
“cristianismo de ultraderecha” de las sectas norteamericanas,
introducido por predicadores, fanáticos a veces, siempre reaccionarios,
que proponen a los pueblos abandonar sus costumbres ancestrales, sus
culturas y entrar en la sociedad consumista capitalista.
Aun bajo la fachada de una lucha
religiosa, esta es esencialmente política. La teología de la liberación,
que es profundamente cristiana, apoya a los pobres y los motiva a dejar
de ser explotados. Este enfrentamiento con la reacción fundamentalista
de la “ultraderecha evangélica” requiere un serio, profundo y sincero
análisis histórico, que está lejos de haber sido suficientemente tratado
y enfrentado.
Es otra faceta del odio y la
intolerancia fascista de la actualidad, que sirve a quienes quieren
presentar sus actos como la palabra de Dios, cuando es realmente la
palabra del Tío Sam vía Usaid.
La indiferencia ante el cambio climático y otros temas sociales
El fascismo tiene posiciones
devastadoras con respecto al medioambiente y el cambio climático.
Algunos sectores de poder tratan de invisibilizar o minimizar sus
consecuencias en Estados Unidos, Canadá, Europa y otros países altamente
desarrollados y acentuar la carga en África, Asia y América Latina. La
razón es simple: asegurar que siga fluyendo el dinero para las grandes
corporaciones capitalistas.
No deben confundirse las opiniones de
Trump con las del fascismo en su conjunto. Cuando el presidente anunció
la salida de Estados Unidos del Acuerdo de París sobre cambio climático,
solo mostró su carácter camaleónico y su oportunismo político.
En 2012, Trump aseguró que el
calentamiento global es un concepto inventado por China para dañar a la
industria norteamericana: “El concepto de calentamiento global fue
creado por y para los chinos, para hacer no competitiva a la manufactura
de EE.UU.”.
Tras ganar las elecciones en
2016, Trump aseguró tener una “mente abierta” sobre el asunto, pero puso
a un negacionista climático al frente de la agencia medioambiental de
Estados Unidos y ha diluido las regulaciones impuestas por el Gobierno
de Barack Obama en ese sector.
Parecería imposible de creer, pero en
2009, antes de la décimo quinta Cumbre del Clima (COP 15), en
Copenhague, Trump fue uno de los 50 líderes empresariales que firmó
un anuncio en una página entera del diario The New York Times, donde
instaban a Obama a tomar “medidas significativas y efectivas para
combatir el cambio climático”. También le pedían adoptar “el cambio
necesario para proteger a la humanidad y nuestro planeta”. Firmaban la
carta Trump y sus tres hijos mayores, entre ellos su hija Ivanka, que ha
sido una de las principales defensoras de permanecer en el Acuerdo de
París.
El giro del magnate neoyorquino podría
parecer insólito, pero se ha repetido en otros asuntos sociales. Por
ejemplo, Trump defendía en el pasado el aborto, pero ahora se opone (por
tener el apoyo de grupos evangélicos). En otros, ha sido consistente:
siempre ha apoyado la venta de armas y no su control y/o prohibición
(pues necesita el apoyo de la Asociación Nacional del Rifle).
Las fuerzas progresistas deben unirse
Todo lo anterior no pasaría de ser una
polémica teórica, si no discutimos cómo derrotar al capitalismo y su
peor engendro e instrumento criminal, el fascismo. Derrotarlo no solo en
la historia, sino en nuestra época.
Fidel Castro Ruz escribió que
“Einstein, quien deseaba que los Estados Unidos antifascistas de Franklin D. Roosevelt tuvieran la bomba atómica antes de que esta fuese desarrollada por la Alemania nazi, jamás pudo siquiera imaginar que varias decenas de años después el peligro consistiría en que una extrema derecha fascista se apoderara del Gobierno de Estados Unidos”. (2)
La unidad de las fuerzas progresistas es la única forma de enfrentar la actual efervescencia del fascismo internacional.
Y no solo en los Estados Unidos de Trump y sus organizaciones de odio, o
en América Latina; el fascismo está presente en el resurgido
ultranacionalismo en Polonia, Hungría o Ucrania, en Vox en España y en
partidos o grupos en muchos otros países.
El destacado intelectual y político
español Jose Luis Centella afirmó, que “existe un consenso acerca de la
necesidad absoluta de la unidad de las izquierdas no solo para derrotar
al capitalismo, sino también para que el capitalismo no nos derrote”.
(3)
El tema de la unidad de la
izquierda es tan importante que no se debe desaprovechar ningún espacio
para discutirlo. No nos puede faltar memoria histórica. Este no es un
fenómeno de hoy, sino que tiene una larga y negativa historia.
Algunos ejemplos:
–La sexta, séptima y octava (última)
elecciones parlamentarias de la República de Weimar tuvieron lugar en
1930, 1932 y 1933. El Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) era el
principal partido del Reichstag, y el KPD (Partido Comunista de
Alemania), el segundo, ambos muy poderosos. El Partido Nazi (NSDAP) de
Adolfo Hitler se convirtió en 1932 en la primera fuerza política de
Alemania, pero no logró la mayoría absoluta. El segundo puesto lo ocupó
el SPD, y el tercero el KPD.
Se calcula que, de haber sido unidos ambos
partidos de centroizquierda, pudieran haber obtenido la victoria. En
1933, con igual desunión, la debacle: Hitler canciller. Otto Wels,
presidente del SDP, murió exiliado en París, y el gran Ernst Thaelmann,
en un campo de concentración. El pueblo alemán sufrió el mayor desastre
de su historia milenaria.
–La disputa entre Stalin y Trotsky hizo un
enorme daño al movimiento comunista internacional. Todavía se sienten
sus efectos negativos.
–En la Guerra Civil Española, la división
entre los españoles de bien ayudó decisivamente a Franco y sus secuaces
en la tarea de decapitar a la República.

En Chile, el Partido Comunista le dio todo
su apoyo al candidato socialista Alejandro Guillier. La potente
agrupación de izquierda Nueva Mayoría (controlaba más del 20% de los
votos) no le dio el respaldo necesario y abrió el camino a la
ignominiosa victoria del fascista Piñera. Foto: Agencia Uno.
Y así podríamos seguir, el MAS contra
Chávez y la Revolución Bolivariana; Mario Monje contra el Guerrillero
Heroico; Maurice Bishop inmolado por B. Coard y H. Austin, también
dirigentes de la Nueva Joya; Roque Dalton asesinado por sus “compañeros”
de armas… Casos más recientes son las elecciones ganadas por el
derechista Piñera en Chile (el mismo que le ordena al Cuerpo de
Carabineros arremeter contra los manifestantes, cegando, torturando y
asesinando) y la traición del “centrista” Temer destruyendo la coalición
parlamentaria con el PT, que condujo a Jair Bolsonaro al poder. ¿Hasta
cuándo esta autodestrucción irresponsable va a continuar?
Es imprescindible y perentorio lograr la
unión de las izquierdas y fuerzas progresistas, y no solo de los
partidos políticos, sino también de otros movimientos, sean religiosos,
de orientación sexual, de género o de raza. Actuar unidos por el bien
común.
Los enemigos de los pueblos nos quieren
divididos y limitados en nuestro accionar. Movimientos feministas, LGTB,
de pueblos negros u originarios de América, iglesias progresistas,
fuerzas políticas de centroizquierda e izquierda… Solo si se unen podrán
ser una auténtica vanguardia de los pueblos. Si no se unen, pueden
incluso crear un efecto divisorio dentro de las masas populares.
Un sector político emergente en EE.UU.,
la muy creciente “izquierda democrática”, liderada en primer lugar por
Bernie Sanders, sí está atacando muchos problemas de la sociedad
capitalista estadounidense donde les duele a los fascistas, con
programas concretos contra el descomunal presupuesto militar, contra la
realidad de que los multimillonarios pagan una cantidad insignificante
de impuestos, contra los déficits en los servicios sociales.
El mensaje “socialista democrático” de
Sanders es un punto de partida para detener y después abrir el camino de
la derrota del fascismo, para lo cual hacen falta transformaciones
mucho más profundas, desde luego. La capacidad de movilización de B.
Sanders muestra a miles de seguidores en un ambiente de erupción
volcánica en cada uno de sus discursos, como el de Nuevo Hampshire, que
fue espectacular.
La doctrina del bien, la convivencia y la
razonable igualdad entre los seres humanos deben imponerse al odio, el
racismo, la xenofobia y las inequidades extremas y humillantes. Esta es
una tarea multifacética y que requiere de la unidad más estrecha de los
sectores explotados y discriminados, que son legión.

¿Las caras del cambio? En sus
discursos, Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez enfrentan muchas de
las causas reales de los problemas sociales y de la paz en los EE.UU.
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