Para quienes nos reivindicamos del campo de las pedagogías críticas, las tareas de resistencia en el plano educativo y social resultan doblemente complejas. Damos la impresión de andar buscándole siempre la quinta pata al gato, cuando en realidad lo que intentamos es evidenciar las distintas formas, lógicas, expresiones y caminos de la dominación.
Las pedagogías críticas
Cuando se instaura el capitalismo como sistema dominante, surgen dos
grandes campos filosóficos, políticos, económicos que se asumen como
relatos de las dos clases en disputa en el marco de las dos primeras
revoluciones industriales: el capitalismo y el comunismo. Liberalismo y
socialismo, aunque algunos los vieron y siguen entendiéndolos como
campos cerrados y homogéneos, en realidad ambas propuestas deben ser
señaladas en plural y analizadas en sus aspectos divergentes y
convergentes entre sí.
En el marco de los socialismos surgen dos grandes narrativas: el
anarquismo y el marxismo, que rápidamente dejan de ser singulares para
tener múltiples vertientes. Los marxismos de primera generación,
altamente democráticos en sus formas y mecanismos de discusión pública y
abierta, consideraban que el partido revolucionario era la síntesis de
la “verdad revolucionaria”. Los debates al interior eran duros e
implacables, pero a nadie se le perseguía por sus ideas y todos y todas
compartían una misma ruta más allá de las diferencias.
Ese fue el espíritu de la revolución bolchevique (1917), la República
de los soviets (1918-1922) y del movimiento comunista de los primeros
congresos de la III Internacional. En ese marco, el partido dictaba un
marco general y cada una de las áreas construía su política sectorial
que no siempre era la que representaba el partido. De hecho, las
políticas educativas de Lounatcharski, responsable del equivalente a la
SEP hasta 1929: el Narkompros, era muy cuestionada por
dirigentes del partido y militantes, sin que ello pusiera en riesgo su
opinión y accionar. No siempre las propuestas educativas eran
coincidentes, pero no por ello eran descalificadas ni sus defensores
perseguidos. Contrario a lo que se suele pensar, no siempre eran
coincidentes las propuestas de Makarenko, Pistrak, Kruskaya o
Vitgostsky. El problema surge cuando el estalinismo asume el control del
PCUS y se usa el centralismo democrático para ahogar el debate,
perseguir las diferencias y aniquilar las disidencias. Surge la idea del
marxismo-leninismo como parámetro de evaluación de lo “correcto” e
“incorrecto”. Las nociones de revisionistas se convierten en una espada de Damocles para quienes intenten polemizar.
En ese contexto, se abre un debate en los marxismos no estalinistas,
que en el plano educativo tiene seis momentos claves para la
constitución de las pedagogías críticas como las conocemos hoy. El
primero, en los planteamientos de Marcuse en Contribuciones a una Fenomenología del Materialismo Histórico (1928);
el segundo, en las producciones de la Escuela de Frankfurt y su teoría
crítica. El tercero, con el surgimiento de la Teología de la Liberación y
los desarrollos de Paulo Freire; cuarto, con los aportes de los post
estructuralistas norteamericanos, latinoamericanos y caribeños (Giroux,
McLaren, Tedesco); el quinto, con la reivindicación descolonial de las
pedagogías nuestra americanas. El quinto, en el cual se retoma con
fuerza la dialéctica materialista, hibridada con los aportes de los
cinco momentos anteriores. Entre el cuarto y quinto momento se vive un
periodo de influencia transversal de las narrativas posmodernas, que
pareciera haber perdido fuerza. Este es el momento epistemológico actual
de las pedagogías críticas.
De manera resumida podríamos precisar que los aportes de Marcuse
están referidos a una: a) superación del determinismo mecánico por la
historicidad de las ideas y prácticas sociales que coloca las formas y
expresiones de la transformación radical con una especie de final
abierto; b) el cuestionamiento al positivismo de los marxismos de
primera generación, que convierten lo colectivo en una “cosa” uniforme,
que invisibiliza las especificidades y particularidades. Ello posibilita
la construcción de políticas que empalmen, respeten y desarrollen
múltiples miradas liberadoras a partir de la revaloración de las
subjetividades; c) construcción de una fenomenología marxista, que surge
de poner en dialogo a Hegel, Husserl, Heidegger y Marx; d)
problematización de la herencia no develada suficientemente en el
pensamiento Hegeliano y marxista, de los imperativos morales kantianos
que postulan un ideal de hombre o mujer, al estilo de las tablas bíblicas y, que se expresan en discursos como los del hombre nuevo.
Este último debate adquiriría especial relevancia, cuando el fascismo
italiano, fundamentado en el idealismo hegeliano asume como una de sus
tareas centrales el modelamiento del hombre y mujer del mañana o cuando
Heidegger construye las condiciones de posibilidad filosófica para que
el nazismo hablara de una raza superior.
Por su parte, la escuela de Frankfurt construye una idea de la
justicia social que se centra en atacar la degeneración del capitalismo
del siglo XX a la par de la tragedia del autoritarismo estalinista,
visto éste, más que como un fenómeno, como consecuencia de problemas no
resueltos en el plano teórico del socialismo científico; b) revalora el
papel de la justicia social; c) trabaja el problema de la ideología y la
cultura en el marco del desarrollo de una industria cultural
capitalista y; d) la crítica a la separación de los hombres y mujeres
respecto a la naturaleza, lo cual genera opresión a esta última que abre
paso a una crisis civilizatoria sin precedentes.
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Mapa conxeptual de escuela de Frankfurt |
La teología de la liberación: a) genera una propuesta emancipatoria
más allá del sistema escolar, inscribiendo su trabajo en la educación
popular; b) retoma la idea de lo colectivo no como masa, sino como
expresión de múltiples subjetividades que tienen el derecho a construir
juntos y juntas una ruta de liberación; c) coloca el énfasis en lo
comunitario y lo partidario político pasa a ser subsidiario de la
democracia de la gente.
Por su parte, los post estructuralistas, trabajan a) las resistencias
en el aula, la escuela como espacio en disputa, rompiendo con la
clásica definición de la escuela como un simple aparato ideológico del
Estado capitalista; b) las otras opresiones invisibilizadas incluso por
la tercera generación de marxistas. Su crítica al patriarcado, la
homofobia, la segregación racial, las nociones de “vanguardia” única,
resultan fundamentales para la reivindicación de los sujetos como
protagonistas de la emancipación y la caracterización de todo aquello
que pretenda dirigir al ser humano como opresión; c) el papel de la
tecnología, la cultura, las narrativas y representaciones en las
políticas educativas, las prácticas de los docentes y los conflictos de
los estudiantes, en la transformación de la escuela; d) la
reivindicación del docente como articulador de las resistencias en el
aula, lo comunitario y lo social.
El renacer del interés de la dialéctica es propio de la actual
profundización de la opresión capitalista. Pero la dialéctica se ha
vulgarizado como sinónimo de cambio. La dialéctica es cambio incesante,
que desafía el presente sin abandonar el legado histórico de las luchas y
que asume la contingencia del futuro como una posibilidad de múltiples
escenarios de liberación y del socialismo, siendo este último
constitutivo de su conformación como campo del pensamiento educativo.
Todo análisis dialéctico es una visibilización y estudio en profundidad
de lo que se critica y una respuesta detallada a cada una de las
contradicciones que se evidencian. La dialéctica entre lo global y lo
local demanda una territorialización de las contradicciones que mantenga
conexión con la totalidad. La dialéctica es también expresión de la
ideología, ubicada en su tiempo histórico, por lo tanto, en permanente
movilidad, rompiendo con cualquier dogma. Dialéctica y
transdisciplinariedad comparten horizonte mediante la relación entre lo
general y lo particular, así como en la indivisibilidad de toda
realidad. Sigamos en debate para romper con la terrible visión de
Leonard Cohen del futuro como un crimen, aunque con ello sigamos siendo fieles al hecho de no ser moneditas de oro.
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