Por Reinaldo Iturriza
El lunes 28 de enero, el Departamento del Tesoro de Estados Unidos
anunció que todos los bienes e intereses de PDVSA bajo jurisdicción del
país norteamericano habían sido “bloqueados”, y prohibía a las personas
estadounidenses realizar cualquier tipo de transacción con la empresa
venezolana. Agregó el secretario Steve Mnuchin que “si la gente de
Venezuela quiere seguir vendiéndonos petróleo”, solo lo aceptarían si
ese dinero va a “cuentas bloqueadas”que, eventualmente, pondrían a
disposición del “gobierno de transición”.
El jueves 24 de enero, en declaraciones al canal FOX Business, Bolton
había afirmado que “haría una gran diferencia para Estados Unidos
económicamente si pudiéramos tener compañías petroleras estadounidenses
invirtiendo y produciendo petróleo en Venezuela”. Apenas tres minutos
antes de hacer explícitas las verdaderas intenciones del imperialismo
estadounidense, sostenía que Chávez y Maduro habían “empobrecido a
Venezuela; tenemos ahora entre tres y cuatro millones de refugiados que
han huido del país, un hecho sin precedentes en el hemisferio
occidental; Maduro, y Chávez antes de él, saquearon sistemáticamente los
recursos petroleros del país, no hay inversión de capital, los ingresos
han disminuido; literalmente la sociedad civil está colapsando”, razón
por la cual la Administración Trump había decidido reconocer a Juan
Guaidó como “Presidente interino”.
Horas después de que se hicieran públicas las sanciones contra PDVSA,
el martes 29 de enero, la Asamblea Nacional aprobaba un “Acuerdo para
la promoción del plan de rescate del país”, en el que se lee que en
Venezuela se produjo un “colapso económico y social” que ha ocasionado
una “emergencia humanitaria”, situación que es consecuencia de las
políticas del “régimen de Nicolás Maduro”, que impuso “un modelo
económico y político totalitario, de dominación y control social” que se
conoce como “socialismo del siglo XXI”
He aquí, en apretado resumen, un ejemplo de la manera como actúan los
agentes foráneos y vernáculos de lo que Naomi Klein definió como
“capitalismo del desastre” en su formidable obra “La doctrina del
shock”, muy útil para comprender lo que ocurre en Venezuela, en momentos
en que esas mismas fuerzas persiguen afectar severamente, de ser
posible de manera irreversible, nuestra capacidad de interpretar nuestro
presente.
Naomi Klein llama “capitalismo del desastre” a los “ataques
organizados contra las instituciones y bienes públicos, siempre después
de acontecimientos de carácter catastrófico, declarándolos al mismo
tiempo atractivas oportunidades de mercado” (5). Fue lo que ocurrió, en
primer lugar, en el Chile bajo la dictadura de Pinochet, pero también en
Nueva Orleans, Estados Unidos, después del huracán Katrina, en 2005; en
Sri Lanka después de tsunami de 2004;en Irak luego de la invasión
encabezada por el gobierno estadounidense, en 2003; en el mismo Estados
Unidos luego del 11 de septiembre de 2001; en la China después de
Tiananmen,en 1989; en la Rusia gobernada por Yeltsin, en 1993, y un
largo etcétera. En cada uno de estos casos, expone Klein, los ataques
fueron dirigidos por fervientes defensores de las políticas de ajuste
neoliberal, que fueron posteriormente aplicadas de manera implacable.
Es exactamente lo que ocurre en Venezuela, con el agravante de que la
situación de shock es inducida, en buena medida, por las elites locales
y el imperialismo estadounidense, con el aporte decisivo de sus
respectivas bases sociales de apoyo, fundamentalmente provenientes de
las clases media y alta, de manera muy similar a lo que ya ocurrió en
Chile durante el gobierno de Salvador Allende, en 1970-1973. En ambos
casos se trata de gobiernos democráticos, de orientación socialista,
elegidos por el voto popular, que son sistemáticamente asediados, y sus
respectivas economías asfixiadas, con el propósito de crear las
condiciones para una salida de fuerza que les permita luego
“neutralizar” a las clases populares favorables al cambio
revolucionario.
Entre otras cosas, por eso resultan particularmente repudiables las
recientes declaraciones de Alfonso Guerra, ex vicepresidente español,
quien comparó al gobierno de Nicolás Maduro con la dictadura de
Pinochet. Según Guerra, “Venezuela está sufriendo una dictadura, además
incompetente, porque a veces las dictaduras liquidan la libertad de los
pueblos pero al menos tienen eficacia en el terreno económico”. Más
adelante remató: “Entre la dictadura de Pinochet, horrible, y la
dictadura de Maduro, horrible, hay una diferencia: que en un sitio la
economía no cayó y en otro sí ha caído”
El actual “desastre” de la economía venezolana no es obra, como
sentencia el documento de la Asamblea Nacional, del “socialismo del
siglo XXI”, ni tampoco de la “incompetencia” del gobierno, sino
fundamentalmente de la actuación de los poderes fácticos capitalistas
globales y locales, a lo que se suman las dificultades políticas de la
revolución bolivariana para dirimir el conflicto a favor de las mayorías
populares. Venezuela padece hoy un verdadero “capitalismo del
desastre”, casi de manual.
II.-
En el relato dominante, la situación en Venezuela ha sido traducida como “emergencia”, pero sobre todo como “crisis humanitaria”. Determinar las condiciones históricas que han hecho posible el uso de este concepto, y sus correspondientes efectos de poder, es todavía una tarea pendiente.
En el relato dominante, la situación en Venezuela ha sido traducida como “emergencia”, pero sobre todo como “crisis humanitaria”. Determinar las condiciones históricas que han hecho posible el uso de este concepto, y sus correspondientes efectos de poder, es todavía una tarea pendiente.
Un arqueo muy preliminar, tomando como referencia las noticias
publicadas en “Voz de América”, órgano propagandístico del gobierno
estadounidense, permite rastrear el uso del concepto en el año 2014.
Curiosamente, aparece asociado al derecho a la libertad de expresión. En
efecto, el 31 de marzo, en medio de la segunda oleada de violencia
antichavista contra el gobierno de Nicolás Maduro, Rodrigo Diamanti,
economista egresado de la Universidad Católica Andrés Bello y presidente
de la oenegé “Un mundo sin mordaza”, declaraba que “la crisis política
en Venezuela, combinada con la crisis económica y social está generando
una crisis humanitaria” . Contra toda evidencia, Diamanti afirmaba
que el gobierno violaba el derecho a la manifestación pacífica y libraba
una persecución en las redes sociales.
En todo el año 2014 solo volvió a emplearse el término en una nota
relacionada con la situación hospitalaria. La vocería la asumió entonces
José Manuel Olivares, “médico residente del hospital universitario de
Caracas y especialista en radioterapia oncológica y medicina nuclear”,
quien sostuvo que “el país actualmente atraviesa una crisis humanitaria” . “Voz de América” omitió informar que Olivares ya era para entonces
militante del derechista partido Primero Justicia. De hecho,
actualmente es diputado a la Asamblea Nacional, resultando electo en las
parlamentarias de 2015 por el estado Vargas, al igual, por cierto, que
el diputado Juan Guaidó.
Será en 2015 cuando el término se instale definitivamente en la
agenda. El 24 de febrero es reseñado un informe del tanque de
pensamiento “International Crisis Group” en el que advierte que
Venezuela “podría enfrentar una crisis humanitaria si no se toman las
medidas para resolver los problemas del país” . Un par de semanas
después, el lunes 9 de marzo, la Administración Obama declara a
Venezuela como “amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad nacional
y política exterior” de Estados Unidos, e impone sanciones a siete
funcionarios presuntamente incursos en violaciones de derechos humanos . En una nota fechada el 11 de marzo, una vez más José Manuel
Olivares, ahora declarando en nombre de la oenegé “Médicos por la
Salud”, sostuvo que el país afrontaba “una crisis humanitaria de salud” . Al día siguiente son reseñadas declaraciones del senador
republicano Marco Rubio: “Mientras que las sanciones económicas
individuales a los infractores de los derechos humanos, que fueron
anunciadas a principios de esta semana, se han enfocado en la catástrofe
que Nicolás Maduro y su régimen han infligido a los venezolanos, se
debe hacer más y prestar más atención a esta crisis humanitaria y
económica que amenaza la seguridad regional” . El mismo día, el
secretario de Estado John Kerry “aseguró que si Venezuela detiene la
ayuda petrolera que ofrece a los países de la región, podría desatarse
una crisis humanitaria” .A partir de entonces, la vocería
antichavista empleará el término con cada vez mayor frecuencia.
En 2016, ya bajo control de la oposición, la Asamblea Nacional se
convertirá en caja de resonancia de este discurso: el 26 de enero
declarará la “crisis humanitaria en la salud de Venezuela, en vista de
la grave escasez de medicamentos, insumos médicos y deterioro de la
infraestructura sanitaria” , y el 11 de febrero declarará “crisis
humanitaria e inexistencia de seguridad alimentaria de la población
venezolana” . El 23 de enero, el equipo de Misión Verdad publicó un
informe en el que aportaba algunos datos que permitían demostrar la
falacia del “cartelizado discurso sobre la ‘falta de dólares’ como causa
fundamental de la restricción de la oferta de medicamentos que producen
oligopólicamente” algunas pocas transnacionales farmacéuticas
establecidas en el país . El 15 de febrero, el periodista Víctor
Hugo Majano advirtió: “Las declaratorias de emergencia, tanto
alimentaria como farmacéutica, impulsadas desde la Asamblea Nacional
tienen como propósito principal obligar al Gobierno a mantener el flujo
de divisas destinadas a financiar las importaciones de la capa comercial
de la gran burguesía y de las corporaciones transnacionales dedicadas a
la comercialización de bienes de consumo masivo” .
Hecha esta relación parcial de los hechos, y a primera vista,
considerando las condiciones históricas en que emerge este discurso, el
tipo de vocería que lo emplea, los motivos que la inspiran, parece claro
que cuando comienza a hablarse de “crisis humanitaria” en Venezuela se
hace a la manera de una profecía autocumplida. Quienes hablan este
lenguaje “humanitario”, más que advertir sobre lo que puede ocurrir,
están anticipándose a una realidad con cuya materialización están
comprometidos. Por otra parte, más que describir una situación, se
plantea el problema de tal forma que única y exclusivamente el gobierno
es “culpable”, y se propone de una vez la solución: la “intervención
humanitaria”. Esto es clave entenderlo: no hay “crisis” sin
“intervención”.
Otro efecto político es la progresiva degradación del lenguaje
político: la “humanitarización” del discurso es la expresión más
reciente de la deshumanización del chavismo, que es consustancial al
antichavismo. Las “hordas” de los primeros años de la revolución
bolivariana son el equivalente del chavismo cómplice y criminal de un
“genocida” que, como Nicolás Maduro, además es “usurpador”, como era
“ilegítimo” Hugo Chávez. La actual virulencia de los ataques contra el
chavismo, al que se considera poco más que sujeto de legítimo
exterminio, despreciable y ruin, no obedece a la “crisis humanitaria”,
como pudiera pensarse: se trata de exactamente la misma virulencia de
hace veinte años, atizada por la brutalidad con que hoy se expresa el
“capitalismo del desastre” en Venezuela.
Esa “humanitarización” del discurso político es la espesa trama a
partir de la cual se intenta legitimar el ataque artero de la
Administración Trump contra PDVSA: se “justifica” porque, palabras más,
palabras menos, tal y como declaraba John Bolton a Fox Business el
pasado 24 de enero, estamos hablando de un gobierno “genocida” y
“corrupto”.¿Dónde está la trampa? En que esta trama discursiva funciona
como un pantano: cualquiera que la ponga en entredicho es porque o “no
reconoce” o “justifica” la crisis o la corrupción. Así, los principales
responsables de la “catástrofe” quedan exentos de toda responsabilidad.
III.-
La “crisis humanitaria” es una oportunidad de negocios, como reconoció Bolton en la entrevista a Fox Business, y como también lo dejan ver los planes que se promueven entusiastamente desde la Asamblea Nacional.
La “crisis humanitaria” es una oportunidad de negocios, como reconoció Bolton en la entrevista a Fox Business, y como también lo dejan ver los planes que se promueven entusiastamente desde la Asamblea Nacional.
El 19 de diciembre de 2018 fue presentado, a iniciativa de la
Asamblea Nacional, el “Plan País, el día después”, que vendría a
perfilar la hoja de ruta a seguir durante la “transición a la
democracia”. De acuerdo a “Banca y Negocios”, el plan contempla:
– “reactivar el aparato productivo […] accediendo al financiamiento
de la banca multilateral”, léase Fondo Monetario Internacional;
– “desmontar el sistema de controles, regulaciones, trabas burocráticas y normas punitivas”;
– “inversiones internacionales en un marco regulatorio que genere confianza y protección efectiva a la propiedad privada”;
– “apertura a la inversión privada en la empresas públicas”;
– “aprobación de una nueva Ley de Hidrocarburos que […] permita al capital privado ser accionista mayoritario en proyectos petroleros”.
– “sector privado será el responsable […] de la operación de los activos de los servicios públicos”;
– “eficiencia del Estado para por reducir su tamaño”.
– “desmontar el sistema de controles, regulaciones, trabas burocráticas y normas punitivas”;
– “inversiones internacionales en un marco regulatorio que genere confianza y protección efectiva a la propiedad privada”;
– “apertura a la inversión privada en la empresas públicas”;
– “aprobación de una nueva Ley de Hidrocarburos que […] permita al capital privado ser accionista mayoritario en proyectos petroleros”.
– “sector privado será el responsable […] de la operación de los activos de los servicios públicos”;
– “eficiencia del Estado para por reducir su tamaño”.
En materia social: “Se trata de abastecer y dar acceso continuo a
bienes y servicios de primera necesidad, a dar una atención
especializada a los sectores salud, educación y nutrición de los más
vulnerables e incentivar empleos de calidad y protección del ingreso
familiar” .
El 9 de enero de 2019 fue distribuido en la Asamblea Nacional el
Anteproyecto de “Ley de Estatuto que rige la transición a la democracia y
el restablecimiento de la vigencia de la Constitución de la República
Bolivariana de Venezuela”. En su artículo 21 puede leerse: “La Asamblea
Nacional dictará las Leyes necesarias a (sic) atender la emergencia
humanitaria compleja y promover el rescate de la economía venezolana, de
conformidad con el Acuerdo del Plan País aprobado el 18 de diciembre de
2018”.
De inmediato, pasa a enumerar los objetivos a cumplir: “rápida
recuperación económica mediante la asistencia financiera internacional
extraordinaria de organismos multilaterales” (numeral 1); “se abolirán
los controles centralizados y medidas arbitrarias de expropiación y
otras medidas similares, incluyendo el control de cambio. A estos fines,
se sustituirá el modelo centralizado de controles de la economía por un
modelo de libertad y de mercado basado en el derecho de cada venezolano
a trabajar bajo las garantías de los derechos de propiedad y libertad
de empresa” (numeral 2); “empresas públicas serán sometidas a un proceso
de restructuración que asegure su gestión eficiente y transparente,
incluso, mediante acuerdos público-privados” (numeral 3)” .
Como puede verse, tanto el “Plan País” como el Anteproyecto de la
“Ley de Transición” está plagado de medidas de corte claramente
neoliberal: desregulación, privatizaciones masivas (incluyendo PDVSA),
reestructuración del Estado, etc. Y lo que se plantea como medidas en
materia social que, dado que atravesamos por una “crisis humanitaria”,
tendría que ser lo central de cualquier propuesta de “transición a la
democracia”, no pasa de ser una muy modesta versión de las políticas
impulsadas durante la revolución bolivariana.
Tal es la engañosa propuesta de los “capitalistas del desastre” en
Venezuela: nos prometen volver al país de Chávez, que habría sido
destruido por el “socialismo del siglo XXI”, pero aplicando las mismas
políticas neoliberales de los años 80 y 90, contra las cuales ya se
rebeló el pueblo venezolano.
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