Por Clodovaldo Hernández.
Una crisis existencial sacude
actualmente a ciertos sectores de la comunicación masiva de tendencia
opositora. No es para menos: su verdad ha sido cuestionada, no por gente
a la que están acostumbrados a descalificar (y entrenados para
hacerlo), sino por medios que hasta ahora habían sido referencias
importantes, faros y guías de su quehacer.
Llueve y no escampa para esta gente. Primero fueron varios medios, entre ellos la muy antichavista CNN,
que osaron usar la expresión “autoproclamado” para referirse a Juan
Guaidó, en lugar de llamarlo presidente encargado o interino, tal como,
al parecer, se había acordado en una especie de consenso semántico de
los grandes poderes políticos, diplomático y mediáticos.
[Es surrealista, pero debemos aclararlo por si acaso alguien lee
esta nota dentro de algunos años. La denominación autoproclamado o
autojuramentado es estrictamente veraz porque Guaidó se juramentó a sí
mismo en medio de una manifestación callejera, pero los impulsores del
consenso semántico se pusieron bravos con esa veracidad, al punto de que
Departamento de Estado reprendió públicamente a sus compinches
descarriados].
Luego vino lo peor. El excelso diario The New York Times,
uno de los sueños dorados de casi todo periodista fabricado en las
escuelas de Comunicación Social de Venezuela, ha tenido la desfachatez
de decir la verdad sobre la quema de los camiones en el puente
internacional el 23 de febrero, contraviniendo un acuerdo tácito que en
este caso –por lo que se entiende- no era solo sobre la semántica sino
algo más profundo: sobre la realidad misma.
Ese sí que fue un mazazo en el medio de la coronilla y no se los
pegó Diosdado Cabello, sino un medio gringo de toda gringuitud, casi un
mito del periodismo estadounidense, solo comparable en su rol
superheroico con El Planeta, ese donde trabajan Clark Kent y Luisa
Lane.
[Otra necesaria acotación: el NYT estuvo muy lejos de ser el
primero en afirmar que los camiones fueron quemados por guarimberos
opositores, no por funcionarios del gobierno. En vivo y directo lo
hicieron varios otros medios, incluyendo este portal, LaIguana.TV, y la televisora Telesur, pero para que se desatara la crisis existencial fue necesario que un órgano validado por el statu quo mediático certificara como cierto lo que ya demostraban innumerables videos, fotos, audios y testimonios].
El tercer impacto vino por cuenta de la revista Forbes,
que salió a escena para adelantar que es perfectamente viable la
posibilidad de que el apagón nacional del 7 de marzo haya sido causado
por un sabotaje perpetrado de manera remota por EEUU, tal como lo ha
denunciado el gobierno de Venezuela.
Y, para completar esta especie de repentino ataque de veracidad mediática, vuelve a aparecer CNN,
esta vez con una investigación sobre un acontecimiento ocurrido hace
más de siete meses: el magnicidio frustrado del 4 de agosto de 2018. El
reportaje demuestra que fue cierto el complot planificado y ensayado en
Colombia para asesinar al presidente Nicolás Maduro, un hecho que los
medios y periodistas opositores tanto globales como venezolanos se
cansaron de negar, refutar y ridiculizar.
Este último episodio ya le dio al asunto un giro de alta sospecha,
pues nadie estaba esperando que este tema reflotara en un momento como
el actual. Resultó inevitable pensar que algo raro están tramando los
jefes del NYT, CNN y otros medios, algo seguramente relacionado con las
maneras de disputarse el poder que tienen las mafias políticas de EEUU.
Como sea, queda en evidencia que la verdad para esos grandes medios
es una herramienta que solo usan cuando les conviene. Por eso casi nunca
la hacen relucir en un primer momento, sino que la esconden hasta que
sea buen negocio (político o económico) echarla a rodar.
A pesar de tan cuestionable sentido de
la ética informativa, estos medios globales quedan mejor parados que los
medios y periodistas opositores de acá que, en el trance de su tremenda
crisis existencial, claman porque se restablezcan de inmediato las
“verdades” fabricadas por el consenso político-diplomático-mediático.
Preguntaría Mafalda: Pero, ¿qué clase de periodismo es esa?
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