POR CAROLA CHÁVEZ
El 10 de octubre de 1990, una muchachita de 15 años dio un testimonio
espantoso ante la Comisión de Derechos Humanos del Congreso de los
Estados Unidos. Según contó la casi niña, bañada en lágrimas, ella misma
había visto, con sus propios ojitos, cómo los soldados de Saddam
Hussein saquearon el reten de un hospital con tanta maldad que sacaron a
los bebés de las incubadoras y los dejaron morir tirados en el suelo.
¡Cómo no iba a conmocionarse el mundo con semejante imagen de la maldad
frente a la más pura indefensión!
Años después los mismos hacedores de mentiras
le vendieron al mundo que Iraq era peligrosísimo, que tenía armes de
destrucción masiva, que había que hacer algo antes de que lo hiciera
Saddam contra nosotros. Los medios de comunicación se orquestaron en una
campaña de difamación como nunca se había visto. Presidentes del mundo
se prestaron para impulsar lo que luego se supo era otra mentira. José
María Aznar, entonces presidente de España, clavó sus ojos puyudos en la
pantalla de todas las teles como intentando mirar a cada español a los
ojos, y así, fijando la vista de buitre dijo: “Créanme, Iraq tiene armas
de destrucción masiva”. No había cómo creerle, pero si sale en la tele,
si en todos los los telediario te lo confirman a cada minuto, pues,
debe ser verdad, ¿no?
No. Los españoles entonces eran más listos
que ahora y no se lo creyeron. Nadie podía creerle a un personaje tan
funesto como José María Aznar. Marcharon millones de españoles por todas
las ciudades con el grito de “No a la guerra” como consigna. En la
democracia española la voz de los españoles no cuenta. Fue así como
España se involucró en una guerra que se armó sobre una mentira y el
resto de la historia ya la sabemos.
Después vino Libia, y otra
vez las mentiras: una masacre en la Plaza Verde que ni fue masacre, ni
fue en la plaza, sino en una replica escenográfica que se construyó en
Qatar. Además de la masacre, el escándalo del Viagra como arma de
guerra: El malvado Gadafi, decían los grandes medios todos, repartía
Viagra a sus soldados para que salieran a violar mujeres y niñas. Otra
vez los niños para tocar fibras de indignación y pánico. Sabemos también
lo que pasó con Libia, así como sabemos que Barack Obama, el promotor
del infierno que mando a desatar en Libia, se lavó la manos, diciendo,
años más tarde, que aquello había sido un error. Listo, un error y todo
el petróleo y las riquezas libias en sus bolsillos.
Y luego vino
Siria, con la mismo método de la mentira orquestada, globalizada, con el
silencio de la voz de los sirios. Miles de muertos, millones de
desplazados, heridas tan profundas que la vida no alcanzará para
curarlas. Los mismos de siempre alimentando la hoguera de la falsedad,
cantantes, actores de cine y de tele, estrellas pop respaldando la
mentira a cambio de prórrogas en sus contratos. La mentira tan gastada
que ya no es creíble. Sociedades tan gastadas que ya no les importa que
les mientan y se las creen.
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SIRIA DESPUES DE U.S.A. DARLE SU PARTE DE DEMOCRACIA |
Ahora el show es Venezuela: “Maduro“
es una palabra de uso cotidiano en países que no saben ubicar al nuestro
en el mapa. Maduro es malo, es un dictador, repitan conmigo… y repiten.
Es más fácil así. En nada los afecta, o eso creen los muy tontos
repetidores.
Y como el cuento de Nariyah, como el Viagra de
Gadaffi, hoy lanzan, los niños secuestrados de Maduro. Cientos de niños,
algunos con cáncer y todo, porque la maldad de Maduro de para eso y
más, son secuestrados por el “régimen” para reclutarlos o para llevarlos
a los cuarteles, no está muy claro, lo único claro es que son niños y
están siendo secuestrados. Que lo sepa el mundo. Conviértelo en
tendencia tuitera. Vamos Luz Mely que tú puedes darla oscuridad a este
asunto.
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Luz Mely Reyes, nuestra Nariyah autóctona, usando su
nombre propio y su medio digital financiado desde los EEUU, se sube a la
campaña de la atroz mentira que sirva para justificar cualquier
atrocidad. Ella se presta para tender la alfombra de indignidad por
donde espera ansiosa que marchen los Marines para pisotear nuestra
tierra.
Ella, enferma de endorracismo, se cuadra con los mismos
locos que hace dos años casi le linchan a su hijo en una guarimba porque
el chamo es negro. Ella, que cree que sirviendo al amo blanco se
blanquea se esmera el ayudar a abrir la puerta de un infierno del que no
se va a salvar.
Y así están las mentiras, así está nuestra
Nariyah criolla, que cree que a ella no le alcanzaría el infierno que
invoca. Pero se olvida de que no es hija de un embajador millonario,
sino una mujer con cara de pueblo, que se niega a verse en un espejo.
Por ella, por su hijo casi linchado, por los nuestros, por los de
todos, no vamos a permitir que las mentiras que Luz Mely teje para sus
amos nos arrebaten la paz.
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