En el sostenimiento de la soberanía de Venezuela frente a la amenaza
de invasión por parte de los Estados Unidos existe una enorme cantidad
de intereses cruzados. Esos intereses están dispuestos sobre un tablero
que no se suele ver a simple vista, son muy variados y normalmente
contradictorios entre sí. Ese es el juego de la geopolítica de todos los
días.
El General Perón —que sabía mirar estos tableros y jugar sobre ellos siempre que la Argentina era llamada al juego— decía que la verdadera política es la política internacional. Eso significa que, en realidad, la política local o la lucha de opiniones a nivel nacional siempre está subordinada a esos intereses múltiples y contradictorios a nivel mundial. Lo que Perón decía es que siempre estamos respondiendo en el plano local a esos intereses, de una manera o de otra, cosa que ocurre en todos los países. Ningún país hace lo que quiere y ninguna política local está ajena a lo que pasa en el mundo.
Por lo tanto,
para entender la cuestión Venezuela hay que mirar mucho más arriba y
ver qué intereses se contradicen en el asunto, por una parte, y cuáles
serían las consecuencias sobre la región de los hipotéticos desenlaces,
por otra. En una palabra, lo que ocurre en Venezuela es problema de los
venezolanos, pero también lo es de los que se meten y de los que no se
meten, porque lo que de eso resulte va a afectar a todos, incluso a los
que no se metan.

Venezuela tiene hoy la primera
reserva certificada de petróleo a nivel mundial, además de ser el tercer
país con más reservas de oro. En lo que se refiere específicamente a lo
primero, Venezuela es un factor esencial a la hora de determinar el
precio internacional del petróleo: si produce por encima de la demanda,
hace que el precio baje y, por el contrario, si produce menos el precio
sube.
En este momento, los Estados Unidos controlan Arabia Saudí
—la segunda reserva de petróleo del mundo— mediante el sostenimiento
político de una monarquía títere que revienta los recursos naturales del
pueblo saudí a un ritmo alucinado para forzar el precio internacional a
la baja. Desde el punto de vista de Washington, asumir el control
también de Venezuela en principio significaría controlar las dos
reservas más grandes del planeta, obligarlas a producir muy por encima
de la demanda y de sus propias capacidades y así ubicar el precio
internacional del petróleo en un nivel casi simbólico de unos pocos
centavos de dólar por barril. La economía de los Estados Unidos es gran
consumidora de hidrocarburos y se ve muy potenciada cada vez que el
precio del petróleo baja.
Los que se meten
No obstante,
existen países que no pueden permitir que los Estados Unidos se hagan
con el control de Arabia Saudí y de Venezuela al mismo tiempo. Por
distintas razones estratégicas, China y Rusia, entre otros, están muy
interesados en que eso no suceda.
Por una parte están los rusos,
importantes productores y exportadores de gas natural y petróleo. Pese a
su extensión, su pasado de superpotencia con la Unión Soviética y su
arsenal nuclear que supera incluso al de los Estados Unidos en cantidad
de armas, Rusia es un país relativamente pequeño en comparación con las
potencias económicas del presente. El PBI ruso no está ni siquiera entre
los diez primeros del mundo y es inferior al de países como Canadá,
Brasil e Italia, siendo similar al de otros teóricamente bastante
menores como Corea del Sur, España y Australia. La economía rusa es unas
quince veces más pequeña que la de los Estados Unidos, apenas tres
veces mayor que la de Argentina y es, por lo tanto, muy vulnerable a las
fluctuaciones de los precios internacionales de lo que exporta.
He
ahí que los rusos están muy interesados en que el precio internacional
del petróleo no baje y en ese sentido Venezuela está para los rusos en
una posición similar a la de Siria, aunque por distintos motivos. Por el
territorio sirio las potencias de Europa occidental pretenden pasar un
gasoducto desde Arabia Saudí para ir aminorando la dependencia que los
europeos tienen hoy del gas ruso (ver diagrama Nº. 1). De ahí el apoyo
incondicional de Putin a Bashar Al-Assad para evitar que Siria caiga en
manos de los “rebeldes” financiados y armados por Occidente. Al-Assad
está triunfando después de varios años de una lucha encarnizada, el
gasoducto no se construye y la industria de Europa occidental va a tener
que seguir consumiendo el gas que llega desde Rusia a través de los
gasoductos ya existentes. Triunfo ruso por el momento.

Por otra parte, China es un
enorme consumidor de petróleo, gas y todo lo que sea combustible y
energía en general. Al igual que los Estados Unidos y aún más, China
necesita de cantidades ingentes de energía para mover su complejo
industrial, que es gigantesco. Y si bien es cierto que los chinos
podrían verse muy favorecidos momentáneamente por una baja en los
precios internacionales del petróleo, también es verdad que China está
interesada en que los Estados Unidos no avancen un metro más en su
expansión imperialista, puesto que ambos países se encuentran hoy en una
feroz guerra comercial que representa la lucha por nada menos que la
hegemonía mundial. El primer interés de China hoy en la política
internacional es impedir que a los Estados Unidos les vaya bien en lo
que fuere.
Los que no nos metemos
Pero la presencia de
China en la discusión complejiza mucho cualquier asunto y acá empezamos a
aparecer los que la ligamos de rebote, como se suele decir en el
barrio. Para los Estados Unidos el control de Venezuela no es solo el
control de los recursos naturales de ese país o de nada que se limite al
interior de sus fronteras. El control de Venezuela es para los yanquis
el control en la práctica de toda la región, es la concreción de la
Doctrina Monroe, más precisamente en lo que se refiere a la política del
“Big Stick” por la que los Estados Unidos pueden intervenir y golpear
con su gran garrote a cualquier país de América Latina y el Caribe que
represente una amenaza a sus intereses particulares, que son los
intereses de las corporaciones.
Si Venezuela cae en manos de los
Estados Unidos, será muy poco lo que podremos hacer los demás
latinoamericanos para evitar que esa dominación se extienda al resto de
América Latina. Entonces la Doctrina Monroe se va a aplicar con toda su
fuerza y vamos a funcionar otra vez como patio trasero de los yanquis,
con gobiernos títere consolidándose en el tiempo por toda la región y
sin posibilidad de revertir el cuadro, ya que ninguna otra potencia
mundial va a poder meterse en dicho patio trasero a equilibrar el juego.
Si Venezuela cae en manos de los yanquis, en una palabra, toda América
Latina cae junto a Venezuela es un nuevo estatus colonial.

Y es aquí
donde China deja de considerar las ventajas momentáneas de una baja en
los precios internacionales del petróleo, porque nadie come petróleo y
América Latina es hoy el gran productor de los alimentos que China
necesita para seguir de pie. Una de las principales variables de cálculo
en la economía mundial —sino quizá la principal— es que mil quinientos
millones de chinos tienen que comer todos los días y eso no es moco de
pavo. Si esa enorme cantidad de individuos tiene hambre, en un primer
momento lo que cae es la producción industrial de China. Y si esa
hambruna se extiende en el tiempo, la que corre peligro es la propia
unidad nacional-popular de los chinos, porque el hambre genera
inestabilidad social y política, como es harto conocido.
Entonces
el control de países de América Latina como Brasil, Argentina, Paraguay y
Bolivia por parte de los Estados Unidos podría darles a estos la carta
que necesitan para disciplinar a los chinos y sostener la hegemonía
mundial que hoy se está peleando a brazo partido. Sin ir mucho más
lejos, esos cuatro países están entre los ocho mayores productores de
soja en el mundo (Brasil es el segundo, Argentina es el tercero,
Paraguay es el sexto y Bolivia es el octavo). Y la soja, más allá de ser
un yuyito bastante nocivo para el medioambiente, es la principal fuente
de nutrición animal existente. No, los chinos no comen soja: los que
comen la soja son los cerdos y los pollos de cuya carne mil quinientos
millones de chinos necesitan para subsistir.
Ellos no nos van a vender
El Diario Infobae
es un servicio de inteligencia disimulado en forma de medio de
difusión. El 30 de enero pasado, dicho diario publicaba una discreta
nota en la que daba cuenta de la llegada de un avión Boeing 777 de
Nordwind Airlines al aeropuerto de Caracas. La aeronave venía —siempre
de acuerdo con el relato de Infobae— sin pasajeros y con dos tripulaciones, volando entre Moscú y Caracas, una ruta que Nordwind no ofrece.
Infobae sugiere
que el avión venía a retirar de Venezuela unas 20 toneladas de oro,
pero sugiere además otra hipótesis: al contar con dos tripulaciones,
estaría en condiciones de despegar en cualquier momento, ya que contaría
con al menos una tripulación descansada y lista para partir. Lo que
Infobae quiere decir es que Putin estaría amagando con evacuar a Nicolás
Maduro y sus colaboradores cercanos ante una eventual invasión por
parte de los Estados Unidos.
A dicha hipótesis podría sumarse la
de un posible pacto entre Putin y Trump que consistiría en un verdadero
enroque. A Rusia le tocaría liberar la zona en Venezuela para la llegada
de los estadounidenses y a estos, en cambio, les tocaría entregar el
control de Arabia Saudí mediante la evacuación de la familia real. Si
ese fuera el propósito de Putin y Trump, cada una de esas dos potencias
mundiales pasaría a controlar una reserva de petróleo geográficamente
ubicada en su propia región: Estados Unidos con Venezuela en América y
Rusia con Arabia Saudí en Asia. Los yanquis contentos con la reducción
drástica en los costos de transporte del petróleo, los rusos felices con
la desactivación automática de cualquier hipótesis de conflicto en
Siria por ningún gasoducto al estar ahora cubierta la fuente del gas que
estaría motivando la guerra (véase el diagrama Nº. 2).

No
obstante, como decíamos al comienzo, ningún país hace lo que quiere,
por más potencia que sea. Rusia no puede simplemente entregarles
Venezuela a los Estados Unidos porque eso resultaría en la entrega de
todo el subcontinente y de la región, cosa que China no puede permitir
por las razones que ya hemos expuesto. La cosa no es tan simple como un
enroque ni se trata de una negociación bilateral.
Y allí es donde
empezamos a comprender la importancia real de alianzas estratégicas como
la de los BRICS entre Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, de las
relaciones de cooperación sur-sur entre países en desarrollo, las buenas
políticas de gobiernos populares en América Latina con Rusia y China y
tantas otras movidas de condenados de la tierra, como solía decir Frantz
Fanon. Se trata de establecer una multipolaridad mundial para superar
la hegemonía unipolar que los Estados Unidos establecieron tras la
desintegración de la Unión Soviética y la caída respectiva del orden
bipolar en 1991. La idea de estos países que desafían la hegemonía es
limitar el poder que los Estados Unidos tienen hoy para intervenir en
cualquier nación cuyo gobierno represente una amenaza a sus intereses
nacionales y los de sus corporaciones. La presión de los yanquis sobre
Venezuela y la oposición de China y Rusia a una hipotética intervención
militar de aquellos sobre el territorio venezolano, el frenazo brusco de
los rusos a la OTAN en Siria y en Ucrania y todos los demás movimientos
geopolíticos que se nos aparecen desconectados unos de otros están
todos atravesados por el mismo hilo. Lo que se está gestando es un nuevo
orden mundial y tiene un carácter multipolar.
De modo que no tienen importancia las insinuaciones de los inteligentes escribas de Infobae,
porque los chinos y los rusos no nos van a vender ni van a hacer ningún
enroque que pueda fortalecer la posición hegemónica de los Estados
Unidos. Rusia, China e Irán, entre otros, van a luchar palmo a palmo
para destruir esa posición hegemónica y en el proceso los subalternos de
América Latina vamos a tener la posibilidad de insertarnos en el nuevo
orden y lograr nuestra soberanía nacional tan anhelada. Eso es lo que
hace Venezuela y eso es lo que debemos hacer los argentinos cuando
tengamos un nuevo ciclo de gobierno nacional-popular, nacionalista y
popular: volver a asociarnos con países cuyo objetivo coincide con el
nuestro y es alcanzar la independencia definitiva. Esto recién empieza.
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