jueves, 13 de septiembre de 2018

Colombia, Democracia, Paz Sin vida ¿Cuál democracia?

“Yo alcancé a moverme y no pudieron darme los tiros de gracia que ellos saben hacer. Mientras tanto salieron mi hija Eunice y mi compañera y esposa, todas llenas de coraje y valor, gritándoles y echándoles piedras a los sicarios. Recuerdo que me caí en tres ocasiones. En medio del tiroteo le dije a mi hija: “cuidado”. Luego empecé a ver todo oscuro y morado, caí y dizque dije: “Me mataron, hijos de puta”.

Por Daniela Rodríguez.*
El anterior párrafo es del libro autobiográfico La vida que vivimos de Eusabio Prada, sobreviviente del genocidio de la UP. Este libro me hace pensar que en Colombia el rememorar está unido con la desconcertante impresión de estar viviendo el recuerdo. Tal vez sea por esto que la memoria es dinámica. Y tal vez sea por esto que en nuestro país, cumple la digna y triste labor de explicarnos una realidad que fue la que hizo posible un pasado que aterradoramente no ha pasado. Las ironías de la vida que vivimos.

Otra de las ironías -que en este país implica la muerte-, es el significado de la democracia, sobre todo en Colombia que le han concedido la más trágica mentira de ser “la democracia más estable y antigua de América Latina”.¿Es posible cuestionar la democracia colombiana? Con 10.000 asesinatos extrajudiciales o “falsos positivos” ¿A alguien se le puede ocurrir pensar que no lo somos? No. En este país no es posible pensar que no somos un país democrático y actuar en relación a ello porque si lo hacemos, capaz que nos matan tal y como ha venido sucediendo.
Ahora bien, esta no es la única razón por la cual debe decirse que Colombia es profundamente antidemocrática. Un país que manifieste desidia frente a la vida -claro, frente a algunas vidas- no hace más que reflejar una inexistente concepción del cuidado como aspecto central de la vida política; lo que se traduce en una innegable responsabilidad histórica del Estado en las muertes y en las condiciones tan precarias de la vida en este país. Esto permite cuestionar doblemente la democracia formal que tanto se distancia de la real porque ésta última sólo expresa una sistemática desaparición de la diferencia y una estructuración social del cuidado donde las vidas menos cuidadas coinciden con el perfil de todo lo que para intereses económicos y políticos, puede constituir una amenaza.
Imagen tomada de Pacarina.

Cuando hablo de cuidado me refiero a ese concepto amplio que gracias a las feministas se ha venido consolidando en las discusiones de varias disciplinas, como la filosofía, la economía y la política. Puede encontrarse varias definiciones del cuidado; si lo tomamos desde una perspectiva económica podríamos plantear en palabras de Amaia Pérez, que este concepto hace alusión a las “tareas que regeneran el bienestar físico y emocional de las personas”[1] y que es la base de la economía mercantil. Por mi parte, quisiera abordarlo desde el enfoque que permite hablar de la democracia del cuidado. Ésta promueve que “el Estado debe organizarse para cuidar bien a los ciudadanos, de modo que estos puedan a su vez fomentar la democracia en sus prácticas de cuidado” (Tronto, 2018, p 26). Hago alusión al cuidado más elemental, al que si no existiera, ningún otro podría hacerlo; se trata de la vida que el Estado no puede -¿O no quiere?- Garantizar. Pero ¿Cómo aterrizar esto a la política nacional?
Planteo iniciar por una crítica y es ¿Qué democracia puede haber cuando el núcleo del quehacer político y económico no es ni la vida ni la participación? O más bien, ¿De qué democracia podemos hablar cuando el acceso al cuidado estatal está distribuido de manera diferencial? Y esto lo pone en evidencia tanto las muertes por liderazgos sociales y políticos como por dinámicas sociales determinadas por raza, clase, género, identidad sexual y demás. Entonces considero importante poner el tema de los asesinatos de líderes y lideresas sociales, las desapariciones, los “falsos positivos judiciales” y demás casos de vulneraciones a la vida y la libertad, en términos de responsabilidades políticas y bajo el concepto de cuidado.
Y este debate es importante aterrizarlo en la situación dramática de derechos humanos en el país porque así como plantea la feminista Joan Tronto “Cuidar no es más natural para las mujeres, lo hacen por el privilegio de los hombres”[2] se podría decir que cuidar-se no es más natural para el/la opositora política en este país, lo hacen por el privilegio del Estado; el privilegio de no incomodar-se y de mantener el statu quo de la violencia y el asesinato.
Ahora bien, el cuidado nos lleva al planteamiento de Joan Tronto (2018) sobre las responsabilidades políticas, así como a la discusión sobre las vidas que importan, porque denunciar y movilizarnos contra esta ola sistemática de asesinatos y demás acciones antidemocráticas, es poner en el debate público, que el desentendimiento; el “desconocimiento” del paramilitarismo y las apretadas y cortas acciones estatales que protegen a líderes, hacen parte de una jerarquización social del cuidado que minimiza la importancia de ciertas vidas por intereses políticos y económicos.
El cuidado es un concepto muy amplio con distintos enfoques y uno de ellos es justamente el que permite cuestionar la democracia de la cual se jacta el Estado colombiano, y así mismo, da cuenta del panorama de derechos humanos del país. Sumado a esto, la clase política tradicional de Colombia siempre ha sido experta en enmascarar y convertir en aceptable lo inaceptable y en naturalizar lo que bajo ningún motivo puede ser considerado natural o normal. Entonces cualquier argumento sirve para justificar la muerte y el asesinato o la situación de precariedad de regiones y poblaciones enteras. Por esto es que desde la academia -que no es menos política que otros espacios- y los procesos organizativos, debemos denunciar y exigir que se desnaturalicen estos asesinatos y toda forma de desaparecer al “otro/a”; y a defender férreamente el derecho a la vida, y al cuidado de ésta.
Tomada de La FM.
Nadie niega la existencia de múltiples factores en la violencia que cada día se profundiza, pero eso no puede constituir un argumento que encubra o desvíe las responsabilidades materiales e intelectuales de esta oleada de muerte. Y por eso una exigencia que debería tomar contenido en las movilizaciones venideras, es que se reconozca la reconfiguración paramilitar y sus incursiones en territorios y que se hable de la responsabilidad estatal en el cuidado de la vida. Lo cual debe implicar toda una campaña de des-estigmatización del trabajo político de oposición; el reconocimiento y desmantelamiento del paramilitarismo; garantías reales de vida para quienes representan una amenaza a poderes económicos y finalmente, que el Estado y el gobierno –ahora en cabeza del Centro Democrático-, asuman que este drama vital es político y no pueden seguir atribuyéndoselo a “líos de faldas”. Que dejen de librarse de su responsabilidad para recargársela a los hogares -sobre todo a las mujeres porque es en ellas que históricamente se ha recargado el trabajo de cuidado- de líderes, lideresas sociales y políticas.
Pdta: La responsabilidad estatal en el desmantelamiento del paramilitarismo también incluye revelar a sus creadores. Así que pueden comenzar por garantizar un transparente y justo término del proceso que la Corte Suprema de Justicia abrió en contra de Álvaro Uribe Vélez. Que el señor Uribe no escape de sus responsabilidades podría hablar de que por fin este país está caminando hacia una democracia y daría cuenta de un compromiso estatal por la vida.

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