por Marcos Roitman Rosenmann
En estos tiempos de capitalismo digital,
de la era de la información, con el Big data como bandera, el grado de
ignorancia se multiplica. La manipulación, la mentira y el olvido son
armas en una guerra por minar la conciencia. Se trata de acabar con la
memoria, esa relación que nos une con el pasado y hace del ser humano un
ser social, que vive y se responsabiliza con sus congéneres.
La manera de vivir el mundo que
se nos propone se asemeja a un ordenador en el cual se pueden instalar
programas desechables, inconexos, cuya función consiste en entretener,
despistar, en no pensar y bloquear el acceso al disco duro. Somos
adminículos de los algoritmos. Pensamos de manera lineal y rompemos el sentido no lineal de la existencia.
Asistimos a la guerra psíquica de última generación, crear operadores sistémicos, sumisos a la hora de recibir y cumplir órdenes.
Se controlan los gustos, afectos, sentimientos, emociones, carácter, no
hay anclaje. Todo forma parte de un sistema caracterizado por la
inmediatez, la velocidad y la aceleración del tiempo. Reflexionar está
prohibido, la nueva inquisición actúa de manera invisible. No le hace
falta recurrir a la violencia física, aunque no deja de hacerlo, ahora
trabaja en red. Megas de internet, dispositivos sofisticados para no
pensar. Actuar, actuar y actuar. Se vive en un presente perpetuo.
La militarización del poder conlleva
trasladar el sistema militar jerárquico a las relaciones humanas
cotidianas en la vida civil. Para lograrlo es obligado romper la
voluntad. El ser humano es atacado en su naturaleza, haciendo trizas una
de sus cualidades, la capacidad de juicio crítico bajo un componente
ético y moral. El ser humano, se hace trizas. La vida se constituye a
retales. Robot alegres, pragmáticos, emprendedores,
empoderados todos, sin un gramo de conciencia colectiva. Eficaz manera
de anular las responsabilidades que se derivan de los actos que
acometemos. La cibernética y la informática son las armas para
lograrlo. No por su principio, sino por el control que de las
tecnociencias hace el complejo militar industrial y financiero. Los
servicios de inteligencia de las grandes potencias han logrado trasladar
el campo de batalla. No más Waterloo, Verdún, Stalingrado. Los
muertos en el cuerpo a cuerpo y bayoneta calada se convierten en
víctimas de las nuevas armas estratégicas de la guerra psíquica: Google,
Facebook, Amazon, Microsoft, Twitter.
Sin memoria, sin historia, sin
relatos, no hay opción de conocimiento, no hay pasado. Nuestra
responsabilidad consiste en traer al presente ese pasado que nos
condiciona, nos une y nos hace humanos. No es posible evadir esa
responsabilidad. La memoria colectiva es el resultado de un proceso, un
dialogo permanente que muestra la relación biológica que nos une con
nuestros antepasados y el proceso social cultural. Supone
compartir filogenéticamente un tronco común. Como señalan los biólogos
chilenos Francisco Varela y Humberto Maturana: ” desde un
punto de vista histórico, lo anterior es válido para todos los seres
vivos y todas las células contemporáneas: compartimos la misma edad
ancestral. Por esto, para comprender a los seres vivos en todas sus
dimensiones y con ello comprendernos a nosotros mismos, se hace
necesario entender los mecanismos que hacen del ser vivo un ser
histórico.” Cuando dejemos de hacerlo, solo quedará vivir la muerte.
Entonces nada unirá a los seres humanos.
Tomar responsabilidades ético-morales
frente al pasado conlleva reconocer los errores cometidos, y al decir de
Enrique Florescano: “responder por ellos y hacer las reparaciones del
caso a las víctimas y a sus descendientes.” Cuando la derecha
latinoamericana plantea el olvido, pretende ocultar la verdad, aquella
que señala sus crímenes, genocidios y asesinatos. Por ello reniegan de
la memoria y la conciencia.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario