por Carlos Luque
Desde hace algunos años Cuba ha tenido
que acudir a la propiedad privada. Ahora se propone
constitucionalizarla. Pero eso no significa que sea la vía más
conveniente para su proyecto. Es un mal necesario, uno de los atajos que
se ve obligada a tomar una Revolución casi solitaria, que no cuenta con
el apoyo de una comunidad significativa y fuerte de naciones que se
propongan proyectos semejantes, sino que resiste, cual Isla con pocos
recursos, navegando en un océano mayoritario de relaciones capitalistas
mundializadas, y ante el genocidio de un imperio.
Pero adaptarse no significa hacer la
apología del capitalismo, ni de sus instrumentos. Correlativo a la
apología del capitalismo, es la demonización del socialismo. Correlativo
al elogio de la manera como el capitalismo hizo avanzar las fuerzas
productivas, es la desacreditación de la necesidad que nuestros pueblos
tienen de un Estado fuerte que los proteja. Correlativo al elogio del
avance de las fuerzas productivas que el capitalismo logró, es el olvido
que la fuerza productiva más importante es el hombre, la fuerza de
trabajo que se ve obligado a vender.
Si el capitalismo se considera dinámico y
eficiente NO es por algo intrínseco y superior de su sistema, que no
sea principalmente el saqueo inicial que hizo de los recursos mundiales,
y sobre todo del hombre. Su dura explotación, las condiciones de
trabajo que aún hoy existen en muchos puntos del planeta donde se
verifica ese “dinamismo” portentoso del capitalismo, harían horrorizarse
a aquel pensador amigo de Marx que describió cómo vivían los primeros
obreros ingleses, durante aquel arranque del “portento” capitalista.
Esas fueron mis reflexiones iniciales al leer, recientemente este párrafo que cito:
“Si bien el desarrollo capitalista es
contradictorio y desigual, tanto al interior de los países, como entre
estos; es capaz de generar un avance de las fuerzas productivas que no
tiene paralelo hasta hoy. Y ha mostrado más flexibilidad y capacidad de
adaptación que otras formaciones económico-sociales. El capitalismo
tiene un mayor recorrido histórico, pero desde el principio mostró un
dinamismo que lo llevó a convertirse en dominante.”
Leyéndolo, recordé, quizás por capricho asociativo, la lectura del monumental libro Por el bien del imperio,
del imprescindible historiador catalán, Josep Fontana, recientemente
fallecido, título que toma el autor de una arenga de Alcibíades para
arrastrar a los atenienses a una guerra en su propio provecho , según lo
cuenta Tucídides en su Historia de la Guerra del Peloponeso.
No me preguntéis si el recuerdo, y el
correlato, está tomando por los pelos una imposible similitud. Quizás no
la hay tan directa y evidente. Cada lector sacará sus propias
conclusiones si relaciona la objetiva observación del párrafo que
disparó el recuerdo, con esta otra afirmación, en el mismo texto: “Todas las formas de propiedad…contribuyen por igual al proyecto socialista”. Y sólo tendría que hacer el intento de responder esta sencilla pregunta, que el emisor nunca aborda: ¿por qué y cómo el capitalismo fue capaz de generar un avance de las fuerzas productivas que no tiene paralelo hasta hoy? Y, ¿A qué se debe su dinamismo?
En mi más que modestísima opinión, si no
se tienen en cuenta esas dos interrogantes al hacer esa afirmación, –
el por qué y el cómo-, se está contribuyendo a que yo, ud que lee, y
cualquiera, y si acaso no leemos mucho, y contrastamos, y cotejamos y
comparamos, acabemos haciéndonos una idea muy equívoca con respecto a
las soluciones que el proyecto cubano puede buscar en la propiedad
privada y el mercado.
Es por ello que algunas personas, y entre
ellas muy cultivadas, no entienden por qué hay que pensar muy
seriamente en los límites o restricciones que se deben poner a la
concentración de la propiedad en Cuba, si total, el capitalismo ha
demostrado que es “capaz de generar un avance de las fuerzas productivas
que no tiene paralelo hasta hoy” y además tiene un “dinamismo”
formidable. Entonces, salgo y voto por esa maravilla y advierto, además,
como está sucediendo, que las restricciones serían fatales y hay que
excluirlas.
Esa afirmación es sorprendente. Más si la
sostiene un especialista, no un hijo de vecino que si lee, lee las
deportivas, y si acaso se topa por equivocación con ese aserto y aquel
párrafo inicial, si no hace una mueca, quedará muy contento. También
puede que salga y proponga lo mismo: gestión privada sin restricciones
que cualquier tipo de propiedad va a contribuir por igual al proyecto
socialista, porque además, el capitalismo mostró desde sus inicios un
gran dinamismo e hizo avanzar formidablemente las fuerzas productivas…
Afirmar que “todas las formas de
propiedad…contribuyen por igual al proyecto socialista”, en abstracto y
sin ponderar análisis históricos y contextuales, deja fuera un mar
profundo de graves consideraciones. Por sólo atender a uno de ellos: no tiene en cuenta que si
así fuera, la propiedad privada en Venezuela o Ecuador no supondrían
uno de los más formidables obstáculos para la buena marcha de sus
procesos progresistas a favor de las grandes masas populares. ¿Contribuye “por igual” la propiedad privada al proyecto socialista bolivariano? ¿No hay que contextualizar?
Como no debemos manejar ningún concepto
suspendido en el éter, hay que considerar, respecto de la propiedad
privada, el volumen de su capital, la envergadura de su influencia, y
la función que tiene, por ejemplo, en las relaciones sociales de
producción en Venezuela, si es el caso, y su significado, peso político y
capacidad disruptiva. Y lo mismo vale para Cuba, donde se supone, si va
a contribuir al proyecto socialista, que nunca debería alcanzar
aquellas dimensiones, ni propiciar las condiciones de posibilidad que
faciliten el impacto negativo del mercado sobre cualquier proyecto de
emancipación.
Son numerosos los estudios y los
autores que valoran los efectos esencial y radicalmente diferentes de la
propiedad privada y el mercado sobre un proyecto emancipatorio.
Más adelante haremos algunas consideraciones al respecto de los
términos como tales, en especial del concepto mercado, y cómo puede
suceder que cuando hablamos de él, en el coloquio común, podríamos poner
a la Caperucita y al lobo en la misma habitación del pensamiento del
prójimo, y muy contentos.
Se podría argumentar que en los países
mencionados ni el poder económico ni el mediático están completamente
controlados ni por el gobierno de finalidad socialista como el
bolivariano, ni tampoco fue posible en el período correísta de la
llamada Revolución Ciudadana ecuatoriana. Ambos ejemplos, entre otros,
sólo han logrado el poder político circunstancial, y no totalmente – y
por medio de los mismos instrumentos que funcionan para poner en el
gobierno a un proyecto adverso con ayuda y apoyo internacional – y
además constantemente agredido en el primer país por las oligarquías
internas y externas, también acosado, pero ahora además traicionado en
el segundo, a favor, precisamente, y bajo la presión de los intereses de
los representantes de los grandes propietarios privados.
Se podría argumentar, además, a favor de
la posibilidad de controlar los efectos de la propiedad privada en Cuba,
que aquí el poder político, y el económico y el mediático, están
aunados. Pero, precisamente, si se sale de cauce la gravitación política de la propiedad privada en nuestro país,
tendencia ineluctable del interés privado según ha demostrado siempre
la experiencia histórica, tarde o temprano comenzaríamos a ser testigos
de la nefasta influencia que necesitan lograr los intereses privados,
para, ya convertidos en grupos o clases de presión, actuar en favor de
sus objetivos en la esfera política e ideológica. Y este no será un
proceso librado al ámbito endógeno sino que desde ya está siendo
estimulado tanto por fuerzas internas y exógenas en dulce contubernio.
Cuando se discute si es conveniente
limitar la concentración de la propiedad, de la riqueza, o de ambas,
suele olvidarse en el análisis lo expresado hasta el momento, aunque
ello está tácitamente, en el meollo de la cuestión: el interés privado, dada cierta envergadura, tanto de la propiedad, como de la riqueza acumulada que ello permite, al convertirse en capital,
tiene un objetivo rector, impulsivo e indetenible, que no depende de la
filantropía del poseedor: necesita aumentar su capital y a su vez, su
influencia política. Y no hay capital si no hay extracción de
plusvalía y explotación del trabajo ajeno. Ahora bien: para lograrlo, el
capital necesita, tarde o temprano, participar en la política, lo que
equivale a decir, influir en las condiciones de posibilidad que le
permitan seguir siendo capital, reproducirlo, acrecentarlo y, en
espiral, aumentar también su capital político.
Puede ser de una ingenuidad
insólita, por ignorancia o lagunas de formación e información, o de una
fría y calculada maldad clasista, según sean sus promotores, a estas
alturas del nuevo siglo, desconocer, marginar, olvidar u ocultar estas
enseñanzas elementales, según sea el caso la ingenuidad, el
desconocimiento o el artero y consciente propósito. Respecto de estos
temas, aunque abunda la intencionalidad clasista de los enemigos
declarados del socialismo, en cambio, la ingenuidad es muy rara, aunque
la ignorancia más abundante. Pero en el fondo, son determinadas
concepciones que se explican a partir de los fundamentos de las
cosmovisiones políticas y culturales que están en la base de cualquier
opinión cuando no los estrechos márgenes de las especialidades.
Así ocurre con la idea inicial de estas
notas según la cual toda forma de propiedad contribuye por igual al
proyecto socialista. Aquí hay una simple afirmación generalizadora y
abstracta, que evita por igual las conquistas del análisis marxista, las
lecciones de la historia del capitalismo, en especial, la fuerza de
gravedad del cercano imperialismo, a la vez que no tiene en cuenta las
condicionantes geopolíticas de Cuba.
Una gravitación política significativa
de grupos de presión de la propiedad privada en Cuba sería, está siendo
desde sus prolegómenos ideológicos y económicos apenas se ha iniciado,
instrumentalizada para desmontar el proyecto socialista cubano.
Fue el objetivo declarado de la concepción obamiana, tanto como del
giro trumpista. Uno mediante el abrazo tierno del león, otro mediante la
violencia descarnada de la hiena.
Los intereses imperialistas no se oponen a
Cuba por motivos meramente económicos, sino culturales y geopolíticos.
No principalmente por Cuba, sino por el Sur, o mejor, por la dominación
de los “sures” del planeta. Los motivos no son de la misma índole, claro
está, por los que tienen a China o a Rusia, o a Irán, como sus
principales enemigos íntimos. No hay en el Caribe una Ruta de la Seda
que obstaculizar, un oleoducto que sabotear, una zona de influencia que
frustrar, un poderío económico y nuclear que impedir, un rico yacimiento
que dominar, una zona de diferencias étnicas o religiosas que
balcanizar, un conjunto de estados que convertir en fallidos. Lo
que hay en Cuba es una posición estratégica y un ejemplo
antimperialista tenaz que hacer fracasar por completo para asegurar “con
esa fuerza más”, la dominación del traspatio del imperio. Hoy en feroz competencia y disputa con China, Rusia y otros proyectos que se enciman sobre Latinoamérica.
Si la gestión privada tiene éxito en
Cuba, ese éxito sobredimensionado y sin sabias restricciones que algunos
están promocionando, su apoyo exterior será directamente
proporcional al debilitamiento del proyecto socialista que puedan
obtener a cambio, y a la significación política que pueda alcanzar para
liquidar el socialismo. Cuando la tendencia de la economía cubana sea
fortalecerse y, a la vez, el proyecto socialista se fortalezca con ella,
tanto la economía estatal como la privada será torpedeada por todos los
medios posibles. Ponga ud el viceversa, como dice la grácil conductora de La Pupila Asombrada.
La peor de las pesadillas que le espera
al que se duerma soñando con un despegue económico basado en los aportes
de la propiedad privada, si y sólo si esta alcanza, repito, porque esta
es la base de mi argumento, significación política y cultural en Cuba,
será imaginar que ello será posible, – como en China, o en Vietnam-, con
un Partido Comunista conductor de la Revolución, con un proyecto
socialista en marcha y en progreso. Ambas cosas, al unísono y
por igual, será impedido a toda costa, porque significaría, para el
imperio, una victoria que se empeñan en liquidar hace ya 60 años. Y lo
continuarán, porque está en el ADN de ese sistema de dominación y es una
exigencia geopolítica imperial.
Toda propuesta, pues, que esté
dirigida o contribuya a debilitar la unidad política cubana, el papel
político rector del Partido, o la arquitectura económica y política del
estado socialista, o su concepción propia de la democracia, o a
debilitar sus instituciones, si no nace de un objetivo frío y calculador
enemigo, que los hay, si no se origina en el desconocimiento, la falta
de profundidad analítica de sus consecuencias políticas y económicas,
quizás provenga, en última instancia, de una confianza extemporánea y ya
anacrónica en los instrumentos del capitalismo. Y no creo que sea
anacrónica la advertencia guevariana y fidelista.
¿Significa lo anterior que quien esto
escribe es tozudamente, dogmáticamente, contrario a la existencia del
mercado y la propiedad privada en Cuba? ¿Que no apoya lo acordado en los
Lineamientos o en la Conceptualización? ¿Que se opone a ese punto de la
nueva Constitución sobre la existencia de la variedad de sistemas de
propiedad que propone para este momento de la Revolución? No. No soy
militante, sino un simple trabajador informático, ocupado con sus
pequeñas y modestas armas en contribuir a los destinos del país. Apoyo
todo lo anterior, no por disciplina, no por ganar favores ni méritos,
entre otras razones éticas fundamentales, porque no tengo de dónde
obtenerlos, ni quien me los otorgue, a cambio de mis ideas, incluso si
ese fuera mi objetivo.
Pudiendo escribir para medios que pagan
sus 30 monedas a cambio de cualquier texto así sea ligeramente
hipercrítico, sesgado o descontextualizado sobre Cuba, mi opción es no
hacerlo, según mi convicción de que la patria es ara y no pedestal, y
que la prostitución de la inteligencia es la más nefandas de las
traiciones que se pueda cometer contra la propia dignidad y la decencia
humanas.
Apoyo esos aspectos de la nueva realidad cubana por la certidumbre de que el
actual estado de la correlación de fuerzas mundial hará que todo
intento de transición hacia el socialismo sea el más largo y tortuoso
camino imprevisible y cada vez más preñado de obstáculos para su
despegue económico y su fortalecimiento hegemónico espiritual.
También por la certidumbre histórica de que las experiencias socialistas
intentadas en el mundo periférico y subdesarrollado nos deja la amarga
lección de que hay que bogar una larga transición en que hay que
conservar los sueños más ambiciosos para cuando esta humanidad ya no
pueda más y eche a andar. Pero también apoyado en ciertas convicciones
que el conocimiento y las lecciones de nuestros mayores y su sacrificio
nos aporta.
Estoy convencido que el desafío mayor del proyecto socialista es cultural. Afirmarlo no excluye la importancia de lo económico.
Al contrario, íntimamente lo incluye y es comprensible para quien no
padezca una concepción estrecha de la cultura y la economía. Cultural es
la necesidad de formar al hombre en un nuevo imaginario, como fruto de
un cambio civilizatorio. El que ahora lo veamos tan lejos que lo creamos
rayano en lo imposible, no justifica que lo olvidemos. Al avanzar, si
se deja de ver el horizonte deseado, perdemos la orientación de la
senda, y podemos llegar al punto de donde partimos o más atrás, en vez
de arribar a la meta y descubrir así los nuevos horizontes.
La transformación sustancial y
profunda del comportamiento humano que necesita el socialismo, no se
verifica de modo inmediato, gracias a una profunda revolución económica y
social, sino que es un proceso muy extenso y altamente complejo.
Nuestra historia revolucionaria dio, y da de sí, muchos seres humanos
cuyos pasos en la vida han mostrado una tendencia al mejoramiento
humano, vislumbrándose en ellos ese ser distinto, como el resultado de
un conjunto de vectores revolucionarios que propiciaron la formación de
una directriz hacia un ser humano socialista y solidario.
Pero la guerra multi aspectual
imperialista tuvo y tiene como principal objetivo impedir que ese
vector NO se defina como predominante y en ascenso. Y lo ha
conseguido en alguna medida. Negarlo es cerrar los ojos. Lo ha logrado
no sólo en Cuba, sino en extensas regiones del mundo, porque su cultura
es la hegemónica en el imaginario mundial. Y donde no ha podido con la
letra, lo hace con el fuego. La base de ese predominio es el imperio de
las relaciones capitalistas de la producción de los recursos que el
hombre necesita para simplemente vivir, sostenido en la guerra de clases
internacional y en la explotación de la mayoría de las naciones del
planeta. Llegado a este punto, y por el conjunto de razones imposibles
de apuntar aquí, Cuba debe, aunque siempre ha sido el camino de las
revoluciones, intentar avanzar por una senda semejante al estrecho
desfiladero de Escila y Caribdis, los dos monstruos marinos mitológicos
que acechaban a cada lado del camino al caminante atrevido, de manera
tal que, evitando a uno, se corría el peligro de caer en las fauces del
otro.
A un lado del camino, Escila: la
comprensión de que el enemigo juega su carta a la indefensión económica y
nos niega el agua, el pan y la sal para que la economía estatal
socialista y el socialismo se revelen como incapaz e inferior al sistema económico del Capital, en las condiciones que ellos le han impuesto intentarlo. Lo subrayado es algo que olvidamos nosotros mismos, o nos invitan a olvidar, tan flaca es la memoria. Uno
de los momentos más tristes del raciocinio normal y corriente, que es
el propio de quien esto escribe, si el pensamiento conceptual pudiera
padecer de la tristeza, es cuando se oye o lee a un connacional nuestro
al que se le supone alguna lucidez o aspiración revolucionaria, repetir
lo que la cultura capitalista ha sembrado y propiciado con éxito, que
la economía estatal socialista y la propiedad social son fallidas por
sí mismas, con abstracción de las condiciones que les ha impuesto el
dominio imperial de la economía mundial durante este más de medio siglo,
midiéndola solo en el aspecto material y de cotas de consumo que ni aún
todos los miembros de esas sociedades pueden satisfacer, y
desconociendo cuánto tiene que cambiar el ser humano para que el
interés social por el otro y lo común sea igual o mayor que el interés
individual. Pero dejando a un lado también, y esto es lo más grave, cuánto hace el poder del Capital para que esa evolución sea imposible.
Del otro lado del desfiladero, Caribdis,
un complejo infernal: el mercado, la propiedad privada, la relación
entre economía y política, un país al que le robaron su normal
desarrollo en la infancia de su historia la colonia y la neo colonia, y
el dominio férreo de las relaciones capitalistas vigentes en el 99.9%
del escenario mundial.
En este punto debo hacer algunas breves
consideraciones acerca de estos últimos conceptos. Porque se tiende a la
fácil refutación, en la ligereza y levedad de la reflexión de los
medios digitales y la brevedad a ultranza que afirma sin argumentar, que
pontifica sin pensar. Y porque el juego falso de la
legitimación política a través del voto en los modelos de democracias
que nos exigen importar, se basa en la esperanza de que el ser que
llaman a decidir, lo haga por impulsión momentánea, por obediencia a los
instintos y necesidades primarias inmediatas, sin reflexión en las
consecuencias mediatas, y si es posible, guiado por la ignorancia y la
propaganda, y las medias verdades sin análisis crítico. Y para lograrlo
cuentan con el dominio mediático y el cansancio que provoca la búsqueda
de alternativas sistemáticamente boicoteadas y agredidas.
Se observa que aquellas corrientes de
opinión que más enfatizan el criterio de que a la propiedad privada, la
acumulación de riqueza y las relaciones de mercado no se le deben
imponer límites, se refieren con insistencia a los mecanismos
“equilibrantes” del fisco y la redistribución de la riqueza y recursos,
como las panaceas solucionadoras de cualquier deformación grave del
proyecto socialista que pueda sobrevenir. Como si en algún lugar, por
ejemplo, de nuestro SUR el “derrame” de la riqueza generada por sus
sistemas basados en la propiedad privada, resolviera los graves
problemas de sus mayorías. Aquí lo primero que se debe apuntar
es que la búsqueda de la riqueza por la riqueza ya tiene al planeta a
punto de no servir como hogar de la humanidad, o en camino de ello. Lo
otro es que el capitalismo cada vez derrama menos y acumula más. ¿Habrá
que mencionar las cifras que lo prueban?
Atenerse a la confianza de que los mecanismos tecnocráticos van a frenar la influencia política de la propiedad privada,
resulta un sueño desmentido por los hechos, tan iluso como que el
“derrame” es posible. Al capitalista le agrada que se hable mucho más de
soluciones técnicas, de repartos y equilibrios, de control y regulación
fiscal, porque eso no toca lo que en verdad le interesa conservar. Eso
significa: esto debe seguir existiendo, no tiene alternativa, y allí
están los remedios si algo se sale de cauce. Pero es que se sigue
saliendo de cauce, pese a todo. Por eso las soluciones tecno económicas
han formado parte de una tendencia que ha predominado desde el ya viejo
debate sobre el funcionamiento del capitalismo cuando sólo o principalmente se ha centrado en aspectos económicos, haciendo caso omiso, en algunos autores muy conscientemente, de las consecuencias políticas.
Algo muy característico del pensamiento económico y político
neoliberal. Algunos economistas cubanos que desde allende nuestras
costas pretenden aportar consejos y soluciones a Cuba, permanecen
cerrados todavía hoy en los límites de esa corriente, sea por
convicción, sea por conveniencia. También, algunas propuestas de gente
sencilla que se leen en las redes. Lo que Cuba no debe dejar de hacer,
hoy que asume la propiedad privada, es conocer y examinar profundamente
las consecuencias de ese olvido y sus fundamentos. Estoy completamente
seguro que nuestras mejores inteligencias en el seno del Partido y del
Gobierno y de la Academia, no lo desconocen. Cuando se tiene que aceptar
la existencia de la propiedad privada y las relaciones de mercado debe
existir una estrategia de carácter mucho más político que económico para
resolver las contradicciones que sobrevienen.
Una mala, o intencionalmente mala lectura
del estas notas, puede concluir que este comentarista se opone a la
propiedad privada en Cuba y al mercado. No me opongo, porque la asumí
como decisión colectiva, y la evaluación de las condiciones del mundo
actual, aunque ciertamente en lo personal aspiraría a que no hubiera
sido nunca necesario. Sólo advierto la tendencia en ciertos opinantes,
algunos de ellos con títulos y estudios, gente acostumbrada a la lectura
y la reflexión, que insisten en las bondades de la redistribución y los
impuestos, en el ahorro e inversiones de propietarios privados
exitosos, con un entusiasmo racional irrefrenable por esos mecanismos
que, al decir de Fidel, ya han demostrado que no sirven para los
propósitos de una sociedad diferente a la capitalista. Un entusiasmo
eufórico sin prevención da lugar al error de la temeridad y el destino
de tantos años de lucha y resistencia. Como dijo un artista, sería muy
jodido que nosotros mismos echáramos a perder esto.
Y hay una relación visible entre ese entusiasmo económico y sus algunas propuestas políticas.
Un ejemplo reciente que opino pertenece a
esta corriente de pensamiento en el debate respecto al futuro del
socialismo cubano, es el criterio, y en este caso es de un economista!,
según el cual el gobierno debe tener en cuenta y propiciar incluso toda
la variedad de intereses políticos que puedan existir al interior de
nuestra sociedad. Léase despacio, estimado lector. ¿Variedad de
intereses políticos? ¿Incluso los intereses políticos de una
propiedad privada en ascenso que pugne por tener influencia, voz y voto
en el parlamento y los órganos de gobierno? Recordemos sólo dos
de los “intereses políticos” que se han manifestado en el pasado
reciente, para que se valore en su justa medida la envergadura de las
consecuencias de esa propuesta y cómo todo este modo de pensar funciona
en sistema:
- Forma parte de emergentes intereses políticos la implementación del pluripartidismo, la separación de poderes.
- Forma parte de ciertos intereses políticos el estrechamiento o debilitamiento del Estado, incluso el abandono del Partido Comunista de su función política rectora.
Me pregunto si – no el socialismo – sino
cualquier otro proyecto que se pretenda diferente al capitalismo,
podría aspirar a serlo, aceptando el ascenso de intereses políticos
propios de aquello de lo cual se quiere diferenciar.
El socialismo que estamos
pretendiendo, en las circunstancias actuales de Cuba, no puede jugar al
pluripartidismo, a propiciar la fragmentación social que ello conlleva,
de manera que unos intereses económicamente más poderosos pero
minoritarios se impongan sobre los intereses de los más débiles y del
común. Y eso, entre otras varias consecuencias nefastas,
traería incluir cualquier interés político privado entre la diversidad
social que debe impulsar y asumir el gobierno. Simplemente, mucha razón
tenía el preclaro comunista Fernando Martínez Heredia: la pugna por el
capitalismo de ciertas corrientes y pensadores es algo que debemos
advertir cada vez con mayor claridad.
La misma corriente de opinión que afirma lo anterior, nos intenta ilustrar respecto al mercado
subrayando que la idea de que la humanidad no conoce otro mecanismo de
coordinación tan eficiente y flexible como el mercado. Ese elogio nos
quiere prevenir con respecto a prejuicios infundados contra ese
mecanismo para que no seamos tan dogmáticos. Y advierte, con razón, que
no se debe confundir el mercado con el capitalismo. De acuerdo, no son
lo mismo. Cierto es, pero es necesario tener en cuenta de qué hablamos, también, cuando utilizamos el término mercado.
El hijo de vecino no tiene por qué saberlo. Ciertamente, el identificar ambos conceptos mercado = capitalismo,
fue lo que llevó a pensar que luego de una transición socialista
exitosa, que se creyó breve, y ya eventualmente derrotado el Capital, el
mercado se extinguiría por sí sólo. Esta concepción se basaba en la
confusión de dos procesos diferentes: 1) el mercado como dispositivo
virtual o físico donde se verifican las transacciones comerciales, las
operaciones de compra-venta, que es algo existente, en esencia, desde
los albores de la humanidad, ya sea en forma de trueque en especies, o
mediante el “dinero sal” (de allí el término “salario”), u otros medios
de cambio, hasta la aparición de la forma dinero moderna como medio de
cambio. Por ello, si alguna vez la humanidad vive una forma social
diferente al capitalismo, la institución mercado-espacio-compra-venta
puede adquirir otra fisonomía, pero mientras haya intercambio algo
existirá para su realización semejante a esa función. Eso parece eterno
si es eterna la humanidad.
Pero ocurre que no debemos hablar de mercado en general sin dañar a los queremos educar o persuadir o convencer.
Un lector común como el que esto escribe, pero quizás no alerta o
curioso, se confunde fácilmente y comienza a defender el “mercado”, sin
saber qué defiende, ni a qué se refiere. Puede llegar a creer, como
aquel personaje famoso, que está halando en prosa. Porque el Mercado
también constituye el dispositivo de la reproducción capitalista.
El mercado como medio de transacción no se puede eliminar
administrativamente. Se intentó y fue catastrófico en las experiencias
de Stalin, Ceacescu, Henver, Kim II Sun y Pol Pot. Pero como medio de la
reproducción capitalista, si no de raíz, si es necesario crearle
restricciones, por lo menos en una experiencia que pretenda el
socialismo. La teoría del derrame de la riqueza hacia toda la sociedad
no puede engañarnos. Caen también chorros de plomo.
Pero lo que interesa subrayar es: no se
puede pues, intentar despejar supuestos prejuicios del proyecto
socialista cubano hacia el “mercado”, sin aclarar y reflexionar sobre
esos dos básicos conceptos que son inconfundibles. Repito, porque esto
es esencial: ello provoca que la doxa común defienda el “mercado”, sin
saber de qué habla. Y a votarlo y fomentarlo, y defender por ejemplo, que la Constitución no proponga priorizar las formas económicas de carácter más directa y fundamentalmente social,
como acaba de hacer un entendido educador en las redes, sin saber a qué
conlleva y cuáles pueden ser sus consecuencias. ¿Debe ser nuestro
mercado ese dispositivo de la reproducción capitalista mediante el
reconocimiento de sus intereses políticos? ¿A dónde iríamos por ese
camino? ¿Quizás a que la propiedad privada contribuya “por igual” al
socialismo? NO se puede confundir su aporte económico, con su
probable y posible constitución en un mecanismo de reproducción del
Capital, tanto económico como político.
Argumentar en la defensa de los
mecanismos capitalistas que podríamos utilizar en la transición
socialista que el capitalismo mostró un gran dinamismo desde sus inicios, y logró un gran avance de las fuerzas productivas sin
considerar a la vez que ello supuso lodo y sangre a raudales, la
expulsión violentísima de los campesinos de sus lares en la época
inglesa de los cercados, y la explotación y saqueo de las civilizaciones
americanas del “nuevo mundo descubierto”, y que, en gran
parte, aquel celebrado “dinamismo” es el resultado de que se financió
con el sudor, la sangre, el oro y la plata ajenas arrebatadas
violentamente, es algo realmente propio del pensamiento neocolonizado,
y enormemente preocupante si se le escucha a un especialista, a un
conocedor. ¿Qué se pretende con ese olvido? ¿Qué olvidemos a qué se debe
ese “dinamismo” salvador, a que separemos ese dinamismo de sus
condiciones de posibilidad? Si yo le robo al vecino, mi mérito está en
mi capacidad, mi fuerza y la superioridad de mis artes para robar. Y
sólo allí. Más, sobre todo, cuando mi dinamismo histórico ha continuado
sostenido en el robo, el pillaje y el saqueo.
La utilización del mercado y la propiedad
privada por el proyecto socialista, ciertamente, implica no sólo el uso
obvio de los espacios de intercambio, sino también hacerlo de manera que NO sea el dispositivo de la reproducción capitalista.
El aporte del análisis marxista indica que el sistema capitalista
comienza a regir en su esplendor, es decir, utiliza el mercado, que le
antecede, para sus fines de ampliación y reproducción, cuando existen
relaciones salariales generalizadas y propiedad privada de los grandes
medios de producción. Porque a partir de allí se condiciona la
realización de su esencia económica que es la extracción de la plusvalía
y la maximización del beneficio impulsado por la competencia y la
conversión del dinero en capital.
Los que con esos olvidos,
ensalzan el dinamismo y la flexibilidad del mercado y la propiedad
privada, y a la vez afirman que las experiencias económicas socialistas
han fracasado, ocultan que las dificultades socialistas en gran parte se
deben a la existencia misma del capitalismo mundial y su actividad
expoliadora. Así como que ese dinamismo no es un don divino sino el
resultado de un despojo.
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