por Víctor Casas Pou
Lo primero que voy a hacer hoy es
avisar de que la sociología no es mi fuerte y que probablemente, si
alguien ligado a esta disciplina lee esto, es muy posible que no
comparta muchas cosas. También quiero señalar, por no faltar a la
costumbre, que esa es la intención.
Vaya por delante que en tiempos también
me he visto seducido por propuestas neoweberianas que intentan explicar
que en sociedades complejas, el esquema dicotómico marxista de clase
estaba superado y que no era un criterio útil para analizar
(principalmente), la Europa posterior al Plan Marshall.
De inicio, lo que presupone la noción de
clase media es una renuncia explícita a ser encuadrado como clase
trabajadora. Progresivamente, esta condición ha sido reservada para mano
de obra de baja cualificación, preferentemente manual. La forma para
crear esa barrera clasista de diferenciación ha sido establecer una
nueva categoría sociológicamente indescifrable.
Un hecho relevante en esta “huída” de la
condición de clase trabajadora, es que este fenómeno ha estado
potenciado de manera muy paradójica, por la subida al poder de partidos
socialdemócratas, inicialmente en el centro y norte de Europa, y,
posteriormente, en el resto del continente. La cristalización
del Estado del Bienestar se apoyaba en una terciarización y desarrollo
del sector servicios (educación, sanidad, burocracia, prestaciones,
etc.) que de manera constante adquirían mayor peso en detrimento de los
sectores industriales.
Hay que decir que esto no es un proceso aséptico sin ninguna implicación social. Más bien todo lo contrario: la
disminución progresiva del sector industrial está ampliamente ligada al
intento de privar al (lugar de) trabajo como elemento aglutinador de
clase.
Cuando Margaret Thatcher emprendió su
batalla contra los sindicatos y contra los mineros, no era una simple
cuestión de orden público: estaba sentenciando de muerte al movimiento asociativo-sindical.
En el sector industrial se plasma de manera inequívoca la dialéctica
sobre los medios de producción descrita por Marx. La fábrica ha sido
históricamente el germen del movimiento y el lugar que ejemplificaba y
reforzaba la conciencia de clase. En este esquema, no había dudas sobre
de qué lado estaba cada uno. La intención de trasvasar ese
potencial contestatario al sector servicios, lleva claramente implícito
una apuesta por atomizar a los individuos limitando los vínculos de
solidaridad y pertenecía colectiva. Es decir: el
individuo que trabaja por su cuenta no desarrolla de igual medida la
conciencia que sí que macera en entornos donde confluye una gran masa
trabajadora. La razón, ya se ha apuntado: la atomización de la sociedad y
la inherente voladura de los vínculos grupales. A esto hay sumarle los
procesos de reconversión industrial y de deslocalización de la
producción. Todo ello nos sitúa en un escenario que podría denominarse
desproletarización.
Una de las enseñanzas que de esto se
desprende es que en un momento de crisis sistémica como el actual, los
lazos entre los que de manera inequívoca sufren las consecuencias del
sistema, son ínfimos. La estructura productiva se ha concebido bajo esa
lógica. Ha habido un desclasamiento fomentado e impulsado que impide la emergencia y solidificación de respuestas colectivas.
Dos de las grandes victorias del capitalismo en esta crisis son haber
puesto en evidencia a sus adversarios ideológicos, dado que no se han
postulado alternativas (lo que sitúa a la izquierda en una situación
altamente dramática); y haber desintegrado la conciencia de clase como elemento aglutinador. No
hay que olvidar que gran parte de la emergencia social que vemos no
tiene ningún bagaje político previo hasta la efervescencia de la crisis.
Dicho sin tapujos: aquellos ilusos aburguesados que se han creído clase
media.
Pero, ¿qué es la clase media?
Si la respuesta me correspondiese darla a mí, contestaría sin dudarlo que es la no-clase, aquellos que han interiorizado que vivimos en sociedades postmodernas en las cuales el individuo, apoyado en su esfuerzo, podrá llegar tan lejos como se lo proponga. Cualquier mención a conciencia de clase les sonará a decimonónico y a terminología obsoleta y superada. Reniegan de la clase obrera porque parte de su trabajo es de naturaleza “intelectual”, y aspiran al ascenso social, a la que sólo una micronésima parte accederá. La práctica totalidad, se quedará en el camino anhelando el lujo próximo, pero a la vez inalcanzable.
Lo realmente trágico de esta
situación es que la autodenominada clase media no se ve a sí misma como
lo que realmente es: trabajadores que tienen que vender su fuerza de
trabajo a cambio de un salario. Independientemente que se tenga
mayores o menores capacidades de cualificación y/o de organización
(siguiendo el esquema de Olin Wrigh), al final, el trabajador no deja de
ofertar mano de obra de la que se extrae una plusvalía. Este
hecho exigiría una reubicación en el cuerpo social, y su retorno a su
lugar natural, es decir, la clase trabajadora. Pero en el imaginario ha
calado y se ha imbricado de manera perenne esa construcción artificial
llamada clase media.
Pero lo realmente curioso, es, que en
cambio, la burguesía capitalista, sí es perfectamente consciente de la
dicotomía existente. No han sido ni Zizek, ni Badiou, ni Negri, ni
Chávez los que más promoción y notoriedad han otorgado al concepto de
lucha de clases en los últimos años. Ha sido Warren Buffet, uno
de los hombres más ricos del mundo, que afirmó sin ambages que por
supuesto que existe lucha de clase, y que la suya iba ganando.
Resulta muy tentador apuntar a la frase de Marx de primero como tragedia
después como farsa. Es una tragedia que vivas confundido; es una broma
macabra que tu enemigo sepa que estás confundido.
Pero incluso, ese discurso que consideran
trasnochado acerca del antagonismo de clase, se podría explicar bajo
conceptos y paradigmas del siglo XXI. Nunca en la Historia ha habido
tanto dinero circulando, sin embargo, paralelamente, se produce un
empobrecimiento generalizado.
¿No sería una pregunta capital
preguntarse si más que una mera casualidad sea una verdadera causalidad?
Es evidente que ambos procesos son dos factores indisolubles. La pauperización va de la mano de la voracidad acumulativa de las élites.
En este último mes dos noticias mostraban las dos caras de la misma
moneda: un informe de Unicef recogía que “Más de 2.200.000 niños están
por debajo de umbral de la pobreza en nuestro país, y su número ha
aumentado en más de un 10% durante la crisis.”; por otro lado, el
Informe Anual sobre la Riqueza en el Mundo constataba que en España el
numero de ricos ha crecido en un 5.4%, lo que demuestra que esta crisis
económica está siendo una muy buena salida para los inversores que están
acertando.
¿De verdad que no se puede establecer
vinculación entre ambos fenómenos? Propondré una cuestión sencilla de
responder. En el Estado español, la desigualdad se acrecienta a pasos
agigantados. Los grandes capitalistas aumentan sus beneficios a
la par que el número de parados aumenta de manera vertiginosa. En este
escenario, la burguesía achaca a la falta de competitividad y las
rigideces laborales la situación del país. La solución: reforma laboral
que facilita el despido. Lo que el paro ha supuesto siempre es un
elemento de violencia sistémica contra los trabajadores, un mecanismo
para disciplinar a la masa trabajadora. Y ese paro, afecta brutalmente a
la autodenominada clase media.
¿Dónde está la diferencia entre un obrero en paro y un licenciado con dos Masters que compite por trabajos de similar remuneración?
¿Realmente en este escenario hay alguna duda de que la clase media no es sino clase trabajadora embaucada con falacias postideológicas?
Analizado desde un punto de vista más
técnico, si el antagonismo de clase basado en la propiedad de los medios
de producción no es suficiente para muchos de cara a explicar la
situación actual, lo diremos de otra manera. Hay un indicador claro que
marca en qué lugar del espectro social está cada uno. Dicho
indicador se basa en la naturaleza de la principal fuente de ingresos,
es decir, si las rentas se derivan del capital o del trabajo.
Aquellos que pueden vivir de los ingresos
asociados a las rentas del capital, se conforman y se autopropagan como
clase capitalista. Los que sólo podamos vender nuestra forma de trabajo
y en base a eso, obtener nuestros ingresos, somos clase trabajadora.
Tan sencillo como eso. Además, otro elemento de clase no suficientemente
remarcado, es el marco fiscal existente, donde de manera objetiva, las grandes fortunas soportan una carga impositiva adjetivamente inferior.
Preguntaría a aquellos que se consideran
clase media de donde obtienen sus ingresos. Y les preguntaría si ha
compensado el desclasamiento general ahora que no se perciben soluciones
inminentes para los problemas que nos acechan. Quizá, puede, a lo
mejor, sea porque acostumbrados al letargo, se pretende buscar
soluciones coyunturales a problemas estructurales. Son muchos los que
todavía piensan que el problema se soluciona con parches. Esa pérdida de
conciencia les impide ver que la crisis (todas las crisis), es
consecuencia del funcionamiento ordinario del capitalismo. Y mientras
tanto, como dice Riot Propaganda: “la clase obrera gime, la burguesía
ríe”.
Un último factor a apuntar, de
trascendencia infinita, es que siempre se ha dicho que la clase media
era el soporte de la democracia. Y esto explica muchas cosas: un
elemento que es artificial es el motor de un concepto que es mentira.
Por eso estamos donde estamos: los trabajadores que se han creído
potenciales ricos son los mismos esclavos que se pensaron que su voto
cuatrienal servía para decidir.
Ha llegado el momento de hacer saltar por los aires todo el universo
conceptual existente y redefinir los alineamientos de clase.Y que a nadie se le olvide:
“Toda la historia de la sociedad humana, hasta el día, es una historia de lucha de clases”.
Publicado originalmente en Rebelión (29.07.13)
Tomado de: Blog Hernán Montesinos
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