El pasado 15 de junio, con bastantes bombos y platillos de antesala, fue lanzado en YouTube el documental "Chavismo: La Peste del Siglo XXI". ¿Qué nos invita a pensar esta pieza audiovisual más allá de lo evidente?
Expectativas, críticas y otra quiniela caída
La pieza audiovisual fue escrita, producida, dirigida y narrada por
Gustavo Tovar Arroyo, un "filósofo" que es recordado, no creo que más
allá de la atrofiada memoria sentimental opositora, por ser uno de los
ideólogos del movimiento manos blancas de 2007.
Las infladas expectativas de siempre no faltaron. La boina y los
lentes con los que Gustavo Arroyo se disfraza de intelectual en Twitter,
más la promoción de la extrema derecha local que lo tiene como
referente, generó en la audiencia-objetivo una sensación de estar
próximos a contemplar una obra audiovisual que, con seguridad, partiría
en dos la historia del cine político venezolano.
Al igual que el partido Alemania-México, en el esfuerzo cinematográfico de Arroyo también se cayeron las quinielas.
En la antesala, las críticas tampoco se hicieron ausentes. Desde las
redes sociales se cuestionó que el documental no haya sido lo
suficientemente duro con la imagen del Gobierno venezolano y
específicamente con Maduro, aunque el nombre de la pieza ya diga
bastante al convocar al exterminio del chavismo, la selección de los
entrevistados a muchos no les gustó y resaltaron algunas omisiones, detalladas por el articulista Isaac Nahón Serfaty, quien escribe para el medio Runrunes.
Según Serfaty, la pieza de Arroyo omite que Miguel Henrique Otero fue
uno de los culpables de la llegada de Chávez al poder y que el padre
del empresario Pedro María Burelli, comandante de la barra de cheer-leaders de María Corina Machado en Miami, apoyó desde el gobierno el indulto otorgado por Rafael Caldera en 1994.
Una balada pop para (intentar) desfigurar la historia reciente de Venezuela
El inicio del documental está marcado por un hilo musical
melancólico, mezclando desordenadamente y sin un objetivo claro,
imágenes de símbolos naturales del país con el extendido registro visual
de la violencia vivida durante la primera mitad del año 2017.
La primera parte del documental versa cobre la rebelión militar del 4 de febrero de 1992 y la del 27 de noviembre del mismo año.
De fondo, la voz de Gustavo Arroyo acompaña el montaje con frases
estilo "Chávez incendió la piel de Venezuela", "disparó a la cabeza de
los venezolanos el 4 de febrero", "quedó herida de muerte la
democracia", metáforas que parecieran más una mala copia de las
canciones de Ricardo Arjona que una reflexión proveniente de un
filósofo.
Esa forma de narración arjoniana de Arroyo impregnaría cada segundo
del documental, convirtiéndolo lentamente en una tortura visual abultada
de clichés y análisis facilistas.
Personajes como Mario Vargas Llosa, J.J. Rendón, Diego Arria, Carlos
Alberto Montaner, Moisés Naím, María Corina Machado, Pedro María
Burelli, Oscar Arias, Antonieta López de Mendoza (la mamá de Leopoldo),
Andrés Pastrana, entre otros, marcaron las primeras entrevistas.
En cada una de ellas sobran los clichés, los lugares comunes y un
nivel de análisis que nada tiene que envidiarles a las coléricas doñas
del este caraqueño cuando empiezan las guarimbas.
Expresiones como "Chávez fue una creación de Castro", "ese día llegó
el comunismo a Venezuela", además de comparaciones cómodas y ya bastante
recicladas entre la figura de Chávez, Hitler y Mussolini, pusieron en
primer plano la mermada capacidad reflexiva de quienes para la clase
media venezolana son las personas más inteligentes en habla hispana.
A esa fanaticada ya no debe sorprenderle que exponentes de la
literatura latinoamericana, estilo Mario Vargas Llosa, entre otras
lumbreras financieras, tipo Pedro María Burelli y Moisés Naím, tengan
como un activo discursivo para referirse al chavismo aquella lírica
gusanera fabricada en Miami que todo lo analiza, todo lo ve, todo lo
siente, desde la paranoia anticomunista.
Pero tal vez redundar en el mismo cliché por casi dos décadas es
suficiente para confirmar las paranoias de quien lo ve y aplaude,
justamente esa clase media profundamente lesionada y traumada por la
terapia de tortura inducida, entre tantas guarimbas, trancazos y paros
económicos, convocados por su dirigencia.
Los entrevistados, a su vez, describen el "período de la democracia"
como un sistema político socavado por la corrupción y la falta de
atención a los excluidos, en ese último ítem, entre líneas, homologaron a
la población a una jauría de perros a quienes no se les llenó el plato
de comida y estaba a la espera de un mesías bananero que sí lo hiciera.
Una expresión que, en vez de parecer cosmética, gracias a Arroyo
adquiere estatura de "principio filosófico". De ahí puede que vengan
varias de las fallas de origen de porqué lo más granado del fascismo
venezolano, dos décadas después, no termina de descifrar a los millones
de venezolanos que se reclaman chavistas.
Las aparentes críticas a la Cuarta República vienen principalmente de
Moisés Naím, Marcel Granier, Diego Arria y Pedro María Burelli. Los
tres hablan de ese período, paradójicamente, como si ningunos de los
tres hubiera participado en la caída de esos gobiernos desde diversas
instancias. Limpiarse las manos con tal facilidad, sin embargo, puede
que describa bastante bien el móvil político bajo el cual se mueve el
antichavismo desde el día cero: la negación de toda responsabilidad.
Una ventana en HD al manicomio opositor
La pieza continúa y a medida que avanzan las entrevistas, los clichés
y lugares comunes elaboran un mosaico gigantesco de contradicciones y
confusiones. Resalta a lo largo del montaje que las imágenes utilizadas
para retratar la "crisis humanitaria" en Venezuela, tienen de
protagonista las colas del año 2015 y la galería de fotos realizadas en
el año 2016 por los fotorreporteros de medios internacionales sobre el
mal estado de algunos hospitales.
Un producto pensado, también, para un consumidor extranjero lo
bastante desinformado o intoxicado por las grandes agencias de la
información para confiarse de que las colas por productos regulados
todavía existen y que no hay productos en los anaqueles.
Pero a su vez el documental, y eso sí hay que agradecérselo a Gustavo
Arroyo, es una ventana en alta definición para visualizar el estado de
la salud mental del antichavismo.
Por ejemplo, frases como las del banquero Roberto Smith, quien afirma
que desde que llegó Jorge Rodríguez al CNE, "un experto en manipulación
de masas" según el también militante del partido de María Corina, más
nunca hubo una "elección libre" en Venezuela. La sentencia de Smith fue
acallada por las imágenes que vendrían minutos después: la celebrada
victoria opositora en la reforma constitucional del año 2007, donde
David Smolansky, Yon Goicoechea, Freddy Guevara, también entrevistados
en el documental, salieron del cascarón "estudiantil".
A ese movimiento "Manos blancas" de 2007, Gustavo Arroyo le da un
énfasis particular. Reafirma desde el montaje que el clímax de esa
"lucha" fue el triste papel de los estudiantes de las universidades
privadas quitándose unas franelas rojas en la sede del hemiciclo de la
Asamblea Nacional.
Arroyo supo cómo economizar sentimentalmente ese momento, pues ante
el apabullante discurso de Robert Serra y Héctor Rodríguez no había
mayor victoria que narrar. Todos recordamos ese día desde el tartamudeo
de Yon Goicoechea y la pésima oratoria de quienes lo acompañaban.
Smith más adelante continuó con su disertación. Según él, la tragedia
de Vargas de 1999 era un "augurio" de lo que le iba a pasar a Venezuela
con Chávez, una analogía que, por más presentación de hallazgo
filosófico que le haga Arroyo, en realidad conjuga lo peor de las
quinielas caídas de Adriana Azzi con las peores canciones de Alejandro
Sanz.
Y es esa deriva de sentimentalismos y facilismos intelectuales la que
marca la obra intelectual de Arroyo. Lilian Tintori afirma que su
marido, Leopoldo López, "es la expresión del verdadero venezolano",
negando que la mayoría de la población no resalta por tener rasgos
afrancesados, y que lo peor de la situación actual es lo siguiente: "ya
la gente no sonríe como antes".
Sobre el golpe de Estado del 11 de abril, el documental reincide en
la falacia de que los criminalizados "pistoleros" de Puente Llaguno
asesinaron a los asistentes en la marcha y que los francotiradores
dispuestos en la avenida Baralt fueron enviados por Chávez. Le da un
barniz de versión profesional a esa "tesis", ampliamente desmontada por
planimetrías y estudios científicos, el director del Foro Penal, Gonzalo
Himiob, y José Miguel Vivanco, director de Human Rights Watch.
Minutos después se observa a un Ismael García hablando sobre la
"corrupción del gobierno". A un banquero como Oscar García Mendoza,
cuestionando el saqueo del "rrrégimen". Ambas voces probadas,
precisamente, en el saqueo y la corrupción.
Comentarios sobre el mal que le hizo a Venezuela "las groserías de
Chávez", sus ataques verbales e insultos jocosos a dirigencias de la
oposición, culmina ese segmento marcado por clichés que sólo buscan
reforzar la posición del sector más lesionado del antichavismo.
El documental de Arroyo es, en términos psicológicos, un ejercicio de
proyección de los temores, ficciones y traumas de los cuales adolece el
antichavismo. Confirma el lugar de enunciación desde donde observan y
procesan la realidad venezolana: como una novela mexicana, de esas que
están plagadas de traiciones, bajas pasiones, melodías melancólicas y
finales fantasiosos.
Y allí la industria cultural chatarrera made in USA tiene mucho que ver, abrió la ventana para que el bodrio de Arroyo entrara sin resistencias.
Pero también proyecta la imagen fantasiosa y a la vez fascista que
tienen del chavismo: una banda de malandros pobres, narcotraficantes,
negros y feos, que supuestamente forman parte de un plan macabro del
castrismo para llevar a Venezuela hacia una especie de comunismo
tropical. Y lo más paradójico es que después de tantos años de
agresiones culturales y simbólicas, se muestran sorprendidos de que el
chavismo no le dé su voto a la oposición.
Es lógico: esa población criminalizada por mestiza y pobre no va a
entregarle el Gobierno a quienes le ofrecen como única opción correr la
misma suerte que Orlando Figuera.
Fin de la tortura
Pero no es hasta los últimos minutos del documental que se develan
los verdaderos intereses políticos de la pieza de Arroyo. Cierra Luis
Almagro y su asesor Luis Moreno Ocampo, ambas posturas acompañadas por
la de Tamara Sujú, afirmando la urgente necesidad de procesar al
Gobierno venezolano por la comisión de delitos contra la humanidad. Es
una obviedad que el documental es un medio para remolcar esta agenda a
nivel internacional.
El sobreuso de la imagen de María Corina Machado, por su parte,
también describe la necesidad de la ultra por levantar a troche y moche
la imagen de la prístina hija de la oligarquía caraqueña. Y es que el
objetivo del documental, más allá de sumar otro pasivo psicológico a la
población, no parece ser otro que publicitar la figura de María Corina
como la única que entiende lo suficientemente a Venezuela para arrastrar
todos los patrocinios internacionales.
Pero entre el Mundial de Rusia 2018 y la atención de la población
centrada en resolver su cotidianidad, la obra de Arroyo ha pasado sin
pena ni gloria. Aunque no se descarta récord de audiencia en donde la
diáspora clase media necesita una nueva novela para seguirle temiendo a
su propio país.
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