martes, 27 de noviembre de 2018

Corrupción antes y después del 99. Datos y cifras reales



A Alejandro Andrade le congelaron en Estados Unidos cuentas bancarias y bienes por mil millones de dólares. La fortuna del exviceministro de Electricidad Nervis Villalobos parece salida de una fábula saudita. Los desfalcos cometidos por él y otros que fueron funcionarios del sector eléctrico en complicidad con los llamados bolichicos alcanzan dimensiones propias de los listados de millonarios de la revista Forbes. La cuenta bancaria de Claudia Patricia Díaz Guillén, a quien se conoce como “la enfermera de Chávez” es otra leyenda.
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Las cifras de la corrupción marean. Se unen con antiguas denuncias genéricas, como las formuladas por Edmee Betancourt, Jorge Giordani y Héctor Navarro (ex-funcionarios del gobierno durante la era Chávez) acerca del monto global de dinero robado a la arcas públicas mediante manejos irregulares del control de cambio, y las magnitudes se hacen indigeribles.
La periodista especializada en economía Carmen Rosa Gómez buscó una manera de darle significado a esa danza de números, al compararlas con el nivel de las reservas internacionales de Venezuela andan por el orden de los 8 mil 800 millones de dólares y el costo total de las importaciones ronda los 6 mil 400 millones de dólares.

Esta comparación ya da una idea de la magnitud del daño causado por la corrupción en un país que ha visto, además, desplomarse sus ingresos petroleros, primero por la caída de los precios en el mercado mundial y luego por la baja en la producción nacional, que también es producto de gigantescas irregularidades y desfalcos. Un círculo muy vicioso.

¿Más corrupción que en la IV?

Otra comparación que surge a cada paso es la que suele plantearse con respecto a los casos de corrupción del pasado, de la IV República.

El de más impacto público, por la jerarquía del funcionario implicado, fue el del entonces presidente Carlos Andrés Pérez. Aunque sus vínculos con la corrupción databan de su primer gobierno (el caso del buque refrigerado Sierra Nevada fue un botón de muestra), en 1993 se le juzga por lo que ahora luce como una verdadera minucia: 250 millones de bolívares que al cambio vigente para entonces equivalían a unos 17 millones de dólares.

Obviamente, ese caso fue solo la excusa que encontró el sistema político para salir anticipadamente de Pérez, quien había comenzado su mandato con El Caracazo y luego había logrado sobrevivir a los alzamientos militares del 4 de febrero y el 27 de noviembre de 1992.

Los verdaderos casos de corrupción de su gobierno, que fueron cocinados al calor de la política neoliberal y de las privatizaciones, nunca fueron investigados como tales. Asimismo, fueron esas políticas las que generaron la crisis del sistema bancario que luego tendrían que afrontar sus sucesores, Ramón J. Velásquez y Rafael Caldera.

No debe olvidarse que el banquero Pedro Tinoco fue presidente del Banco Central de Venezuela durante el período de CAP y desde allí dirigió la nefasta política de los bonos Cero-Cupón que llenó las arcas de su propio banco (el Latino) y de todas las otras entidades financieras privadas del país. Tinoco también hizo uno de los grandes negocios de aquel quinquenio (que no se registra como caso de corrupción, pero debería) al reconocer la deuda externa privada a precio de 7,50 o 14.50 bolívares por dólar, cuando ya el cambio había sido liberado y llegaba a los 40 bolívares por dólar. Fue un subsidio descarado para los más ricos a cargo de un Estado que había recortado la inversión social a nombre del ajuste económico.

Recadi y su famoso chino

Antes de CAP II, el mayor escándalo de corrupción había sido el de la Oficina del Régimen de Cambios Diferenciales (Recadi) que rigió desde 1983 (luego del Viernes Negro) hasta 1989.

Numerosos funcionarios de los gobiernos de Luis Herrera Campíns y Jaime Lusinchi (este último principalmente), así como alrededor de 25 mil empresas (entre las verdaderas y las de maletín) se enriquecieron mediante la obtención de dólares preferenciales para importaciones falsas o con sobreprecio en un verdadero festín que duró seis años. Solo el mítico chino Ho Fuk Wing pagó sus presuntos delitos con privación de libertad.

Si se le compara mecánicamente con nuestra hiperinflada actualidad, el caso de Recadi podría parecer un juego de niños. Pero no lo fue. Se estima que a través de este mecanismo se despojó al patrimonio público de 60 mil millones de dólares, una cantidad que por entonces era el doble de la deuda externa nacional.

Muchas de las fortunas forjadas o multiplicadas en esos años por políticos y empresarios fueron consecuencia de ese descomunal e ilícito negocio.

Caldera y los auxilios financieros

La principal sangría de dineros públicos durante el segundo gobierno de Rafael Caldera, último de la IV República, fue la transferencia neta de fondos del Estado a los bancos privados que habían colapsado luego de aprovecharse desembozadamente de las políticas neoliberales de CAP.
La administración del líder socialcristiano entregó en sus primeros cinco meses un monto de 6 mil 600 millones de dólares con la finalidad de que los bancos siniestrados (manejados por juntas interventoras) devolvieran al menos parte de sus depósitos al público. Pero el dinero de los rescates terminó también en manos de los mismos banqueros (quienes huyeron del país para no afrontar responsabilidades penales) o de terceros. Muchos clientes de los bancos intervenidos nunca recibieron sus fondos. Particularmente afectados fueron los que tenían cuentas en la sucursales off shore de los bancos quebrados. Tampoco se logró nunca la devolución de los auxilios al Estado, que se hizo cargo de las instituciones financieras convertidas en chatarra y terminó incorporándolas al portafolio de privatizaciones baratas.

Repetición de errores… y de delitos

Desde sus inicios, la Revolución Bolivariana tuvo en la lucha contra la corrupción una de sus banderas fundamentales. Sin embargo, tras su llegada al poder, en 1999, este mal endémico no hizo más que mutar y adaptarse al nuevo sistema político. Desde el caso del Plan Bolívar 2000, en los albores del gobierno de Chávez, hasta las actuales investigaciones del Ministerio Público sobre graves irregularidades en Pdvsa, han sido numerosas las expresiones de que en el propósito de adecentar la administración pública no ha habido avances.

Uno de los grandes escándalos de la IV República se ha repetido casi como copia al carbón. Es el caso de la Comisión Administradora de Divisas (Cadivi) y todos sus organismos sucedáneos, que han sido réplicas de Recadi. Los funcionarios públicos, agavillados con empresarios verdaderos y falsos han convertido el control de cambio en un fructífero negocio para su enriquecimiento personal o corporativo. Las cifras de lo birlado varían drásticamente según quien las diga. Alguna vez se habló de 50 mil millones de dólares, pero otros denunciantes llevan el número hasta 300 mil millones. La promesa de publicar las listas de empresas de maletín y de sus beneficiarios no se han cumplido aún.

Otro sector en el que la corrupción anula los logros revolucionarios es en el petrolero. Una de las principales victorias estratégicas de Chávez sobre la IV República no se produjo en 1999, sino entre finales de 2002 y comienzos de 2003, cuando logró extirparla de Pdvsa, donde seguía mandando bajo el manto de la meritocracia. Ese éxito le permitió avanzar hacia una política petrolera soberana e independiente de los designios imperiales. Pero dentro de la industria fundamental del país se enquistó la delincuencia administrativa, con una virulencia tan intensa que ha afectado incluso la viabilidad en las operaciones y, por tanto, su capacidad para generar riqueza.

Pero quizá el ámbito donde los daños concretos a la población han sido más devastadores es en el de la electricidad. Las gigantescas inversiones que se aprobaron para enfrentar la emergencia nacional en este campo solo sirvieron para engordar las cuentas bancarias de una banda de funcionarios y “empresarios” que luego se dedicaron a disfrutar de un estilo de vida de supermagnates. Algunos de ellos ahora han caído en desgracia en Estados Unidos y Europa. Otros siguen intentado hacerse los inocentes, aunque los hechos ocurrieron en organismos bajo su supervisión o se vinculan a familiares suyos.

Expectativas de cambio desde 2017

La falta de sanción a los corruptos ha generado una sensación de impunidad tanto en la IV como en la V República.

En la IV, entre las pocas excepciones deben mencionarse el expresidente Pérez, el mencionado chino de Recadi y el ex-ministro José Ángel Ciliberto, a quien se enjuició por usar dinero de la partida secreta de Relaciones Interiores para adquirir unos vehículos que fueron usados en la campaña presidencial de CAP en 1988.

En la V, figuras que tuvieron mucha importancia, como el general Víctor Cruz Weffer, fueron procesados en tiempos del comandante Chávez. Pero prevaleció la percepción de que a los corruptos solo se les retiraba del cargo sin proceder a la sanción ejemplarizante. Incluso, algunos funcionarios cuyas andanzas eran vox pópuli, fueron cambiados de un puesto a otro donde seguían teniendo la oportunidad de meter las manos en el erario público. Entre los más notorios se encuentran el ahora célebre Alejandro Andrade y el ex-gobernador y ex-ministro Rafael Isea.

A partir de los duros traumas de 2017, tras la elección de la Asamblea Nacional Constituyente, la destitución de la fiscal Luisa Ortega Díaz y la designación de Tarek William Saab, la lucha contra la corrupción parece haberse tornado mucho más real. Esto se ha percibido sobre todo en el caso de Pdvsa, pues ya han sido detenidos el ex-presidente Eulogio del Pino y el ex-presidente de la casa matriz petrolera, Nelson Martínez. Además, el fiscal general ha apuntado su dedo acusador directamente contra Rafael Ramírez, el auténtico hombre fuerte del sector petrolero durante la década que corrió entre 2003 y 2013.

La Fiscalía dirigida por Saab también ha investigado y solicitado enjuiciar a presuntos implicados en las tramas de Cadivi-Cencoex, pero todavía –tal vez por un viejo trauma– sigue existiendo la creencia de que son casos menores, remembranzas del infortunado señor Ho.

Mirarse en ese espejo

El sistema político bipartidista de conciliación de élites, como llamaron los politólogos a la democracia venezolana nacida en 1958, colapsó por una variedad de razones, entre ellas porque la corrupción administrativa, que siempre existió, llegó a ser un espectáculo obsceno y a causar perjuicios directos a la población.

La situación no es análoga, pues la Revolución Bolivariana ha mantenido su esfuerzo en una alta inversión social y en desarrollar políticas públicas que protegen a densos sectores de la población. Sin embargo, hay inocultables similitudes en aspectos muy impactantes, como lo es el contraste entre la dramática situación de la mayoría y los antipáticos privilegios de unos pocos.
El propio fiscal general lo dijo en una conversación con Adán Chávez Frías en el programa de televisión Con la voz de Chávez: “La corrupción es un flagelo que puede hacerle mucho daño a nuestra Revolución. Porque el fin último de la corrupción es crear un desfalco a la nación y esto golpea al pueblo”.

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