Por Chevige García Marcó
Mucho se menciona por allí aquello que
hay silencios que aturden. El 31 de octubre asesinaron a dos activistas
de la lucha campesina, uno de ellos dirigente nacional del Partido
Comunista de Venezuela y otro militante de esa organización política.
La lista de campesinos asesinados desde hace una década ha crecido tanto que poca certeza hay ya de su cifra.
No han bastado las alertas, en agosto
una marcha de un centenar de trabajadores del campo lograron abrir una
brecha informativa sobre lo que sentía un contingente representativo del
campesinado venezolano. Fue la marcha que partió desde el estado
Portuguesa hasta Caracas, quienes luego de insistir lograron plantearle
al presidente Maduro, en directo y ante las cámaras de televisión, la
problemática que sufren y su compromiso por producir lo que comemos.
Apenas 5 minutos después que terminó
aquella reunión nacional con campesinos hablando con el presidente se
conoció el asesinato en Barinas del dirigente agrario Reyes Parra. En
aquel momento la efervescencia logró que se activaran las
investigaciones y la búsqueda de culpables.
Más tarde supimos de los pocos avances
constatados por los integrantes de la Marcha Campesina en sus
conversaciones con el Ejecutivo. En el último día de octubre los gallos
de la sabana nos volvieron a despertar con la noticia del asesinato de
Fajardo y Aldana.
El fenómeno del sicariato vino importado
del vecino país neogranadino por grupos de terratenientes venezolanos.
Así fue la operación que arrebató la vida a Fajardo y Aldana. “Ambos
fueron asesinados con ráfaga de disparos realizada desde un vehículo en
marcha”, relató respecto al crimen el secretario general del PCV, Óscar
Figuera. Recordó también que en infinidad de oportunidades denunciaron
las amenazas contra la vida de sus militantes en el Sur del Lago y
específicamente contra Fajardo.
Como en una pesadilla, el sicariato
político se ensaña contra aquellos que precisamente tienen la
responsabilidad de producir lo que comemos, aquellos que no empaquetan
en tetra-brick los jugos que nos venden como si las naranjas
que consumimos fuesen austríacas. Los que ofrecen la fruta que calma la
sed en medio de una de las sequías económicas más feroces que ha sufrido
este país.
Esperamos no despertar un día con un
escenario macabro como el que ejecutó la oligarquía colombiana a través
del paramilitarismo. Primero se llamaron “autodefensas” para fingir que
se “protegían” de las guerrillas. Aquello nos recuerda a algunos
empresarios del campo que dicen ser las víctimas de invasiones de
tierras.
Luego todo aquello se convirtió en un
monstruo sediento de sangre y sobre todo de dinero. Recordamos por
ejemplo la masacre de El Salado, ocurrida en el año 2000, en el que un
pueblo colombiano que fue borrado del mapa por aquellas “autodefensas”
que eran paramilitares. Torturas, violaciones, descuartizamiento y
ejecuciones marcaron el paso de aquel pueblo a un lugar de fantasmas.
La complicidad de unidades militares con
aquel horror fue evidente. El objetivo como en otras situaciones de
violencia ejercida por los terratenientes y sus grupos armados era
expulsar a los campesinos de sus tierras. En Colombia se agregaba el
hecho del control de las vías de tránsito para la cocaína.
También nos enteramos por el conflicto
colombiano, que no sólo eran los terratenientes y sectores de los
cuerpos de seguridad, también estaba la poderosa agroindustria, incluso
la transnacional. Es el caso de Chiquita Brands –por sólo poner un
ejemplo–, una bananera estadounidense que entre 1997 y 2004 financió a
los grupos paramilitares que operaban en la región del Urabá. Por allí
trataron de borrar todo rastro de los activistas campesinos del Partido
Comunista Colombiano y de la Unión Patriótica.
Las consecuencias sociales de todo ese
escenario del otro lado de la frontera las conocemos, porque a nuestro
país llegaron bastantes de los cientos de miles de desplazados desde
Colombia. Una cifra que supera a la de la Siria que fue bombardeada y
aterrorizada por interés de Washington y sus aliados.
Hace un mes que entrevistamos a Arbonio Ortega,
dirigente de la Marcha Campesina y nos contaba historias similares,
cuando alertaba: “Mire nos van a matar a un compañero! ¡Mire nos están
amenazando por acá, por allá!” Y en muchos casos lo que llegaba no era
la protección sino la muerte.
Nadie se quiere ver en ese espejo, pocos quieren tanto silencio frente a la injusticia.
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