por Marcelo Colussi
“Cuando se escribe un guión televisivo hay que pensar que el potencial consumidor es un niño de seis años de edad”. Así decía un profesor de semiótica para demostrar cómo se hace televisión.
“En la sociedad tecnotrónica el rumbo lo marcará la suma de apoyo individual de millones de ciudadanos incoordinados que caerán fácilmente en el radio de acción de personalidades magnéticas y atractivas, quienes explotarán de modo efectivo las técnicas más eficientes para manipular las emociones y controlar la razón”,
La televisión es parte
fundamental de lo que hoy se llama “guerra de cuarta generación”. Es
decir: guerra psicológico-mediática para controlar poblaciones enteras,
no con armas de destrucción masiva sino con medios más sutiles.
La humanidad no es más tonta por
ver televisión, pero sí más manejable. No es raro escuchar decir de
algún productor audiovisual que “la gente quiere basura, por eso le
damos basura”. Verdad a medias. Sin dudas la amplia población mundial
consume mensajes audiovisuales de bajo contenido, “basura”. Pero sería
demasiado simple quedarse con la idea que el público es tonto por
naturaleza, que busca la basura por placer. En todo caso la gente es
obligada a consumir basura, y no teniendo otra oferta, termina por
generarse una cultura del consumo de porquería mediática que se cierra
en sí mismo. Consumimos lo que nos dan.
Del gusto de las poblaciones podría
sacarse una primera conclusión -equivocada- que nos presenta a la gran
masa consumidora como “tonta”, “frívola”. Si “el mal gusto está de
moda”, como dijo Pablo Milanés, hay que ver el problema en su conjunto: la
televisión, símbolo de la sociedad masificada y consumista, expresa de
modo descarnado la lógica que domina al mundo. Las poblaciones son
manipuladas eficientemente según sofisticadas técnicas, como lo decía la
brutal declaración de Brzezinsky, con lo que los factores de poder
logran su proyecto: mantener a la gran masa pasiva y consumiendo.
Sin dudas la inmediatez de los mensajes
audiovisuales generó una cultura de la imagen que hoy se ve difícil, si
no imposible, revertir. ¿La televisión sólo es una máquina de fabricar
estupidez (y por tanto un público estúpido que la consume) o puede
servir para otra cosa? ¿Podrá superarse esa cultura superficial, ese
“mal gusto” que está tan de moda en todas partes del mundo?
En pocos años la televisión tomó una
forma que pareciera definitiva: la forma de la estupidez banal. Si bien
cuando apareció generó expectativas por las posibilidades que parecía
abrir como medio de información y educación universal, las mismas se
vieron frustradas, volcándose la casi totalidad de su esfuerzo al
entretenimiento pasajero.
El esparcimiento es necesario en la dinámica humana. No hay civilización humana que no lo tenga. Pero
la cultura de la imagen a que dio lugar el surgimiento de la televisión
trajo una entronización de la superficialidad ramplona y terminó
convirtiéndose en una máquina de hacer estúpidos. Estúpidos a la medida
que los factores de poder desean, claro. Las posibilidades de
generar un ámbito educativo e informativo de nivel quedaron muy
rezagadas en relación al pasatiempo barato. Hoy, con varias décadas de
historia acumuladas, la televisión está inclinada básicamente a ser ese distractor simplista.
Si informa, lo hace de modo tendencioso,
con el agregado que su misma esencia audiovisual le confiere una
autoridad que no alcanzan otros medios. La realidad virtual de la
televisión es “la” realidad misma.
Los programas culturales, mucho más
escasos que la estupidez trivial del entretenimiento vacío, en general
presentan una visión elitesca y acartonada que equipara cultura con
museo y saco y corbata, tornándose muchas veces productos soporíferos.
En la dinámica humana la conducta
reiteradamente repetida termina creando hábito La cultura de la imagen
ya creó un hábito en todas las capas sociales en estas últimas
generaciones, y hoy pareciera imposible desarmarla. Esa cultura de la imagen no va a desaparecer con facilidad, por varios motivos.
En el marco de la empresa
privada, porque es un fácil expediente para generar enormes ganancias y
es herramienta idónea para seguir incentivando el hiper consumo que el
sistema económico necesita. Por otro lado, la
televisión se ha revelado como un arma de dominación terriblemente
eficaz, y los factores de poder no dejarán de usarla. Es un instrumento
de sujeción más efectivo que la espada de la antigüedad o las bombas
inteligentes actuales.
Además se suma otro factor: la cultura de
la imagen fascina. Más allá de las mejores intenciones por generar una
televisión de gran calidad estética, educativa, es muy difícil producir propuestas alternativas con real impacto. Dicho de otro modo: el “rating” sigue inclinándose por el lado de la estupidez.
Pero ¿somos tontos o la situación es más compleja? El público no es tonto sino que lo han vuelto tonto.
De todos modos la cultura de la imagen, la civilización montada sobre
esta realidad virtual que ofrecen estos aparatos hipnotizadores, tiene
límites; concretamente: el mismo medio torna difícil generar 24 horas
diarias de programación excelente. Es más fácil apelar al
entretenimiento barato que a la reflexión para llenar la programación.
¿Es posible una televisión distinta?
Claro que existen programas de gran
nivel, educativos, que fomentan el pensamiento crítico y el buen gusto.
Son islas, pero existen. Ello evidencia algo: una programación masiva
durante todo el día hace muy complicado contar sólo con programas de
calidad, no porque el público sea tonto, sino porque es materialmente
difícil disponer de todo ese tiempo para dedicarse a la reflexión, al
goce estético. El pasatiempo también es necesario. La cuestión es buscar un equilibrio entre reflexión y diversión.
Muchas de las propuestas alternativas
para una nueva televisión en buena medida han pecado de otro defecto:
panfletarismo, pesado adoctrinamiento ideológico. Eso es la contracara
de la estulticia superficial de la televisión comercial. ¿No es también
un ejemplo de la fascinante e hipnótica cultura de la imagen una cámara
fija que muestra un discurso político sin ningún corte durante media
hora? ¿Es eso bello en términos estéticos? ¿Sirve eso para fomentar el
pensamiento crítico?
La pregunta en torno a la
televisión está abierta. ¿Se puede hacer una nueva y mejor televisión?
Quizá -esto es una hipótesis- la mejor manera de fomentar una nueva
cultura es no apostar por más televisión. ¿No nos estamos condenando a
una civilización de la imagen, del inmediatismo, del “mirar embobados la
pantalla y no pensar”?
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