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seguidores tenía la venezolana Ruthiell cuando decidió dejar de
aferrarse a anhelos pasados. Convencida de que Nicolás Maduro no va a
renunciar a la Presidencia de la República, ni que el cupo Cadivi
volvería siquiera como el fantasma de "todo tiempo pasado fue mejor",
Ruthiell miró la pantalla de su iMac comprada en aquellos tiempos de
derroche y dijo mirando el numerito que señala la cantidad de
subscriptores: "Esto lo resolvemos hoy, querida página, hoy nos vamos
viral".
El escenario era perfecto, las maravillas de Portugal (donde asegura
estar) la conminaban a sincerarse con esa vasta audiencia que semana
tras semana espera sus videos y sus ficciones de viajera bien
elaboradas. No los quería dejar esperando y prendió su cámara para a
continuación vomitar xenofobia made in el
cerebro de la gente pensante.
Todo estaba a su favor, si Ruthiell hubiese pensado de manera
conformista, ir hasta Barrancas del Orinoco le habría bastado para
intentar viralizar su declaración de vida contra lo que ella está segura
se trata de fealdad pura y dura. Pero no, se detuvo, pensó mejor, pensó
en grande, pensó en triunfar, como piensa toda la gente que se ha ido
del país y qu luego termina escribiendo en la nieve que se posa en las
ventanillas de los carros: "Te extraño Tucacas". Vio cómo su momento
epifánico mostraba a los peruanos con su pelo liso y su mala raza.
Como todo buen aspirante a youtuber, Ruthiell apuntó las
frases claves que diría en su declaración, nada podía salir mal. ¿Qué
puedo decir de los peruanos?, se preguntó y rápidamente obtuvo
respuesta: "Ellos son como una mutación de ratones de laboratorio con
indígenas con peinados asiáticos". "Esa, esa suena fabulosa, pero cuando
lo diga, lo voy a decir así, al descuido, como que fue algo que me
salió de momento".
Y será otra olvidada me-iría-demasiado en el avasallante ritmo de la vida 2.0
Y es que Ruthiell se autocalifica como "librepensante", además aclara
que así son las personas de su característica; no necesitan la
aprobación de nadie para decir lo que piensan. De la misma forma actúa
María Corina Machado, de seguro líder espiritual de las Ruthielles del
mundo, por algo le salió muy natural limpiarse (mientras la grababan) el
beso aquel que le dio una mujer del pueblo y jamás sintió pena o se
disculpó. Y es que la belleza venezolana, considerada "producto de
exportación" (gracias Osmel Sousa), nunca ha dejado de estar en el
discurso de cualquier disociado que se preste de serlo. ¿O ya olvidaron a
la Barbie anciana de Diana D'Agostino asegurando que las mujeres más
bellas del país estaban en la derecha venezolana mientras que las del
chavismo, pues, ni nos bañamos.
De manera que Ruthiell no ha cometido ningún error, ella no ha hecho
más que encarnar esa visualización que D'Agostino arguye sobre las
mujeres, pero además verbaliza lo que la señora de Ramos Allup no puede,
pues ir más allá, de seguro, le generaría mala propaganda. Estar ante
el legado de los raspacupos no podía ser de otra manera, y si hay algo
que no se puede desmeritar, es que en el discurso de Ruthiell abunda un
intento de sinceridad plena, o al menos esa sinceridad que puede
esgrimirse sólo en redes sociales o estando lejos de la gente a quién se
insulta.
Lo que no me queda claro luego de ver el video, es cuál fórmula
auto-contemplativa usa la "sincera odiante" para dar rienda suelta a su
visión del fenotipo peruano.
Si revisamos algunas fotitos de Ruthiell
rápidamente nos damos cuenta de que no es muy coherente evaluar
estereotipos cuando tampoco cumples mínimamente con uno. Pero tranquila,
Ruthiell, para odiar no se necesita ser bella.
El canal de Ruthiell en YouTube sigue abierto, los videos siguen
colgados, al parecer las denuncias hechas por la gente que se sintió mal
por sus declaraciones no hicieron mella en la política de YouTube y
nuestra evaluadora de belleza latina ahora atesora la sorprendente cifra
de 132 suscriptores. En su último video asegura haber recibido amenazas
de muerte y dice que ha sido muy bajo que incluso hayan atacado a su
familia con insultos.
No hay moraleja en este asunto, con Internet hemos aprendido que
cualquiera que se crea superior a alguien puede grabar su video, abrir
su canal, escribir un post y expresarse, en ese trayecto hacer reír a un
montón de gente, enfurecer a otros y ser olvidados en el avasallante
ritmo de la vida 2.0.
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