La educadora que revolucionó la lectoescritura, asegura que si los
docentes no leen son incapaces de transmitir placer por la lectura. Dice
que todos los chicos pueden aprender si los maestros se lo proponen.
Para la investigadora, la escuela es muy resistente a los cambios porque
siguen instaladas viejas ideas.
Entrevista por Mariana Otero
Emilia Ferreiro casi no necesita presentación. Para el mundo de la
educación es un referente indiscutible, que revolucionó la enseñanza de
la lectoescritura y que realizó numerosos aportes a la alfabetización en
el mundo.
Es argentina, pero está radicada en México desde hace más de dos
décadas. Su tesis de doctorado fue dirigida por Jean Piaget en la
Universidad de Ginebra. Hace años que recorre América y Europa dando
conferencias y capacitaciones a docentes; es autora de innumerables
artículos científicos y libros y fue reconocida varias veces como
doctora honoris causa por diversas universidades, entre ellas la
Universidad Nacional de Córdoba (1999).
La investigadora del Centro de Investigación de Estudios Avanzados
del Instituto Politécnico Nacional de México estuvo en Córdoba invitada
por la Facultad de Psicología de la UNC. En diálogo con La Voz del
Interior , aseguró que el docente no puede seguir haciendo tareas
burocráticas, que debe profesionalizarse, que todos los chicos pueden
aprender si tienen un maestro que crea que pueden lograrlo y que la
escuela se resiste a los cambios que no genera ella misma. A
continuación, un extracto de una larga charla.
–¿Qué puede hacer la escuela para evitar el fracaso escolar?
–El fracaso escolar tiene varias caras (…) Voy a hablar de los
aprendizajes vinculados con la lengua. La alfabetización inicial o tiene
lugar en los primeros años de la primaria o es un déficit que se
arrastra muy mal. Incluso en casos donde no hay percepción de fracaso
puede haber fracaso con respecto a lo que significa alfabetizar. Hoy
nadie puede considerarse alfabetizado si está en situación de comprender
mensajes simples, saber firmar o leer libros con léxico y sintaxis
simplificada. Desde finales del siglo XX estamos asistiendo a una
revolución en la que la digitalización de la información es parte de la
vida cotidiana y la escuela ni se ha dado cuenta. Entonces sigue
preparando para leer un conjunto limitadísimo de textos, sigue haciendo
una alfabetización para el pizarrón. Trabajar con la diversidad de
textos y alfabetizar con confianza y sin temor a circular a través de
los múltiples tipos de textos y de soportes textuales del mundo
contemporáneo es indispensable.
–¿Se puede decir que la escuela sigue siendo demasiado conservadora para niños de la era tecnológica?
–El sistema escolar es de evolución muy lenta. Históricamente ha sido
muy poco permeable a cambios que la afectaban. Dos ejemplos: cuando
apareció la birome, la primera reacción del sistema educativo fue “eso
no va a entrar acá porque arruina la letra”, y la escuela le hizo la
guerra a ese instrumento: una guerra perdida de antemano (…) Lo mismo
hizo cuando aparecieron las calculadoras de bolsillo y dijeron “eso va a
arruinar el cálculo escolar y no van a entrar”. Y entraron con muchas
dificultades, hasta que en algunos lugares descubrieron que podía
hacerse un uso inteligente de la máquina de calcular. En ese contexto
hay que ubicarse. La institución escolar siempre ha sido muy resistente a
las novedades que no fueron generadas por ella.
–Ahora se resiste a la computadora.
–Es una tecnología de escritura y tiene ventajas innegables para la
enseñanza. La primera reacción es de desconfianza. El primer acto
reflejo es que si nos traen una, la ponemos con llave.
–¿Se puede alfabetizar igual en diferentes contextos sociales y culturales y con recursos distintos?
–Hay cosas que van a ser iguales y otras que son necesariamente
distintas. Algo que les digo siempre a los maestros es: “¿Usted no sabe
qué hacer el primer día? Lea en voz alta”. La experiencia de escuchar
leer en voz alta no es una experiencia de todos los chicos antes de
entrar a la escuela y es crucial para entender ese mundo insólito que
tiene que ver con que hay estas patitas de araña (muestra las letras) en
una hoja y que suscitan lengua.
–Es otra forma de enseñar a leer y escribir…
–Más que empezar con la pregunta típica de cómo hago para enseñar a
leer y escribir, primero hay que enseñar algo acerca de lo que es la
escritura y para qué sirve. El maestro tiene que comportarse como
lector, como alguien que ya posee la escritura. La gran diferencia entre
los chicos que han tenido libros y lectores a su alrededor y los que no
los han tenido es que no tienen la menor idea del misterio que hay ahí
adentro. Más que una maestra que empieza a enseñar, necesitan una
maestra que les muestre qué quiere decir saber leer y escribir. Cuanta
menos inmersión haya tenido antes, más hay que darle al inicio.
–¿El docente es consciente de que esta es una buena manera de enseñar
a leer y escribir? Hay investigaciones que dicen que los maestros no
leen.
–Ese es uno de los dramas del asunto porque se habla mucho del placer
de la lectura, pero ¿cómo se transmite ese placer si el maestro nunca
sintió ese placer porque leyó nada más que instrucciones oficiales,
libros de “cómo hacer para”, leyó lo menos posible. Es muy difícil que
ese maestro pueda transmitir un placer que nunca sintió y un interés por
algo en lo que nunca se interesó. En toda América latina el
reclutamiento de maestros viene de las capas menos favorecidas de la
población. En muchos casos no hay aspiración a ser maestro. Y en ese
sentido cambió, pasó de ser una profesión de alto prestigio social a una
con relativo bajo prestigio social.
–¿Cuánto influye eso en la alfabetización de los niños?
–Mucho, porque si alguien está haciendo lo que hace porque no pudo
hacer más, se va a sentir frustrado; y la frustración profesional no
ayuda al ejercicio profesional.
Una escuela vieja. –¿Se avanzó en el modo de alfabetizar?
–Hay una visión muy instrumentalista que piensa lo mismo desde hace
tantas décadas que da hasta lástima decirlo. Dice: “Primero vas a
aprender la mecánica de las correspondencias grafofónicas y para eso
mejor que ni pienses porque es un ejercicio mecánico de asociación de
correspondencias. Después vas a aprender de corrido, y después vas a
entender lo que estás leyendo y después, quizá, te venga esa cosa desde
algún milagro llamada placer por la lectura”. En realidad, el placer por
la lectura entre los chicos que tienen lectores a su alrededor es lo
primero que se instala (…) Es lo primero, no lo último.
–Esta tendencia del placer antes que lo instrumental no está en
práctica; seguimos con las viejas teorías. ¿Cómo se revierte eso?
–No es fácil. Lo que no consigo es que me den la lógica de la visión
opuesta. Por ese lado hice investigaciones que revelan que los chicos
piensan sobre la escritura antes y que lo que piensan es relevante y que
es bueno tenerlo en cuenta.
–¿Sigue en vigencia esa idea de que el maestro es la autoridad que les enseña a niñitos que no saben nada?
–Siguen instaladas viejas ideas que son parte de la lentitud del
sistema para reaccionar. A veces con el razonamiento de que si siempre
se hizo así para qué cambiar (…) Una de las tendencias es regalarle el
fracaso a la familia o al niño y no asumir la responsabilidad de que
todos los chicos pueden aprender y deben aprender. Andan buscando desde
antes que empiece el año escolar quiénes van a repetir o quiénes son los
disléxicos o los que tienen alguna patología por la cual la cosa no va a
andar. Y realmente todo cambia muy fuerte cuando el maestro dice “aquí
no va a haber repetidores” y cuando asume desde el inicio que “aquí van a
aprender todos”. Eso exige un involucramiento fuerte del maestro con el
aprendizaje; ahí entramos en otra vertiente, en la que el oficio del
maestro se ha ido burocratizando cada vez más y desprofesionalizando al
mismo tiempo. Recibe instrucciones y las ejecuta: esa es la definición
de un burócrata. En tanto, el profesional es el que sabe lo que está
haciendo, por qué lo está haciendo y tiene una racionalidad y una
especificidad que puede defender profesionalmente.
–¿Cómo se hace para sacar adelante a niños que concurren a escuelas
donde hay un libro cada 40 alumnos, sin biblioteca ni computadora y el
docente, además, atiende situaciones familiares, psicológicas?
–Enseñar a leer y escribir bajo los bombardeos es difícil. Cuando un
maestro está convencido de que puede hacer algo termina descubriendo la
manera de hacerlo, y si deja que el malestar general lo apabulle no va a
poder hacer nada. Si acepta estar ahí es porque cree que algo puede
hacer. Si forma parte de la desesperación colectiva, si se deprime junto
con el ambiente, no va a poder hacer nada. Pero hay maestros creativos
que consiguen llevar adelante algo que da esperanza… El maestro tiene
que decir “aprender es posible”, como el médico decir “la salud es
posible”.
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