Por: Clodovaldo Hernández
La sinceridad es un valor positivo, en
general, pero a veces no es tal, sino prepotencia de quien se sabe en
una posición de dominio. Si un asaltante te dice “esto es un atraco,
dame todo lo que tengas o te mato” está siendo sincero. Pero, ¿es una
sinceridad digna de elogio?
Estados Unidos siempre ha impuesto su hegemonía a punta de pistola, y como todo el mundo sabe que tiene las armas más destructivas y el ejército más criminal, la mayoría no tiene más alternativa que dejarse atracar, violar y humillar sin ofrecer ninguna resistencia.
La sinceridad es una virtud cuando va asociada a valentía o a
justicia. Por ejemplo, si un trabajador le dice lo que piensa a su
empleador, corriendo el riesgo de que lo despidan, esa es una sinceridad
valiente. Si un entrenador deportivo tiene a su hijo en el equipo, pero
decide dejarlo en el banco y le dice: “Hoy voy a poner a Rubén porque
se ha esforzado más que tú”, esa es una sinceridad con sentido de
justicia.
Pero, cuando un bellaco como William Brownfield, con su sonrisa
de muñeco Chucky, dice que la estrategia de EEUU es estrangular a Pdvsa
hasta que el pueblo reviente de sufrimiento; o cuando admite que una de
las armas del arsenal imperial es el cibersabotaje, no se trata de un
acto plausible de sinceridad, sino del desparpajo típico de un gángster.
¿Y qué decir de la “sinceridad” del impresentable secretario de
Estado, Mike Pompeo, cuando afirma que en la Agencia Central de
Inteligencia, de donde él procede, se especializan en mentir, engañar y
robar? ¿Es acaso esa una sinceridad como para celebrarla con risas, tal
como lo hicieron quienes lo escuchaban y muchos de los que se enteraron
de sus confesiones a través de los medios y las redes sociales? En un
mundo regido por valores la respuesta es no. Pero en nuestro mundo de
antivalores, ya vemos lo que pasa.
Abrams prefiere mentir
Algunos de los voceros estadounidenses enfilados contra Venezuela no se
han sumado del todo a la onda de sinceridad malandra. Por el contrario,
se empeñan en hacerse pasar por corderitos, cuando todo el mundo sabe
que tienen un prontuario que cubre varias décadas, numerosos países y
una catajarra de muertos, desaparecidos y torturados.
Mientras los otros se pasan de sinceros, este personaje de thriller
se excede en falsedad, cuando dice que el propósito de Washington es
rescatar el legado del comandante Chávez y por ello esperan tener el
apoyo del pueblo bolivariano.
Resulta difícil decidir qué es peor entre la desfachatez de
Brownfield y Pompeo y la descarada hipocresía de Abrams. Digamos que son
expresiones de la misma nefasta pandilla de Donald Trump, que a su vez
es parte de la élite política de un país que, como bien lo dijo Simón
Bolívar hace tantos años, parece destinado por la providencia a plagar a
la América de miseria, en nombre de la libertad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario