Por: Palo M.M.
El silencio y el ruido juegan un papel trascendental en el tablero de la
geopolítica internacional y es en estos escenarios donde se puede
juzgar a la prensa según sea su forma de actuar
Berta Cáceres también era un referente para los pueblos indígenas.
Este mes se han cumplido tres años del asesinato de la activista
medioambiental hondureña, muerta a tiros por encabezar la resistencia
contra la construcción de cuatro represas en el río Gualcarque, un
proyecto auspiciado por el Fondo Monetario Internacional que pone en
serio riesgo la supervivencia de los indígenas Lenca. Siete personas,
pistoleros al servicio del mejor postor, fueron condenados por el
crimen. Los verdaderos culpables, sin embargo, continúan impunes.
Otro triste aniversario es el del asesinato de Marielle Franco,
feminista brasileña que fue víctima de las balas el 14 de marzo de 2018
en Río de Janeiro cuando regresaba de una conferencia sobre mujeres
racializadas. Marielle era una de las mayores opositoras del gobierno
golpista de Michelle Temer y también había alzado la voz contra Jair
Bolsonaro, por entonces pujante candidato a la presidencia. Un año
después, hace escasamente unos días, un juez ha ordenado la detención de
Ronnie Lessa y Elcio Viera de Queiroz, dos exagentes de policías
acusados de ser los autores materiales del crimen. Queiroz es un confeso
seguidor de Bolsonaro y Lessa fue arrestado en su casa, una vivienda de
lujo que fue residencia del actual presidente de Brasil hasta la fecha
de jurar su cargo. Además, su hija mantuvo una relación sentimental con
Jair Renan, el hijo mejor de Bolsonaro. Las coincidencias no terminan
aquí; el tercer implicado en el homicidio, el miliciano Adriano
Magalhães de Nóbrega, prófugo de la justicia desde el mes de enero,
mantiene una estrecha relación con el senador Flávio Bolsonaro, otro de
los vástagos del líder ultraderechista. La madre y la esposa de
Magalhães fueron parte de su gabinete de asesores y el propio Magalhães
recibió un caluroso homenaje organizado por Flavio durante un acto
celebrado en la Asamblea Legislativa.
Giselle solo tenía 11 años cuando fue golpeada, violada y asesinada
por un hombre de 51 en la ciudad mexicana de Chimalhuacán. México ha
alcanzada en 2018 la cifra récord de feminicidios contra menores de
edad, con 86 niñas asesinadas, un 32% más que el año anterior. La nación
centroamericana tampoco ha sido noticia por el dudoso honor conquistado
por Tijuana y Acapulco, señaladas por la ONG Consejo Ciudadano para la
Seguridad Pública y la Justicia Penal como las dos urbes más peligrosas
del planeta, con una tasa de homicidios de 138,26 por cada 100.000
habitantes.
En Irán, Nasrin Sotoudeh, abogada por los derechos de las mujeres y
de la infancia, ha sido condenado a 38 años de cárcel y 148 latigazos.
Se le imputan delitos como “incitación a la corrupción”, “cometer actos
pecaminosos” o “insultos al líder supremo”, pero la realidad es que
Sotoudeh va a pasar casi cuatro décadas entre rejas por defender a las
feministas que han desafiado la obligatoriedad de llevar el hiyab. Es la
mayor condena dictada en Irán contra una persona defensora de los
derechos humanos.
En marzo, las mujeres detenidas en Arabia Saudí han cumplido 10 meses
en prisión. Nadie es capaz de aseverar, a ciencia cierta, cuántas son,
aunque las organizaciones de derechos humanos calculan que al menos una
decena permanecen tras los barrotes de la cárcel de Dhahban. Están
acusadas de conspirar contra los intereses del estado y de asociación
con agentes extranjeros, una tapadera punitiva para ocultar los motivos
de la condena; ser mujeres y defender su derecho a ser tratadas como
seres humanos. En la tiranía wahabita, la misma que financia la
construcción de mezquitas salafistas donde se adoctrinan a los futuros
terroristas suicidas, la vida de una mujer vale menos que la de una
rata. A pesar de que la represión es incesante, cada vez son más las
activistas feministas que se atreven a desafiar el poder del príncipe
Mohamed bin Salmán. Mujeres, y es importante repetir esta palabra una y
otra vez; mujeres como Hatton al-Fassi, Iman al Nafian, Aziza Yusef, Nuf
Abdelaziz, Maya al Zahrani, Nasema al Sadah, Amal al-Harbi y Samar
Badawi. Ellas son, de nuevo, las mujeres cuyos huesos están siendo
quebrados en una cárcel infecta de un régimen ignominioso. La
organización Human Rights Watch ha podido constatar que están siendo
torturadas y violadas durante los interrogatorios por “hombres
enmascarados” y que al menos una de ellas ha intentado suicidarse en
varias ocasiones. Sus nombres no ocupan grandes portadas porque el
petróleo de Arabia Saudí sirve para limpiar cualquier charco de sangre.
Además, una semana después de que se produjeran las detenciones, el país
levantó el veto que prohibía a las mujeres conducir. La prensa ya tenía
su zanahoria y fueron tras ella como conejos domesticados.
En Yemen llevan cuatro años sufriendo las consecuencias de ser un
vecino de poco agrado para los saudíes. La coalición militar liderada
por Riad y EE.UU. continúa masacrando a un país que ha sido devuelto al
medievo. Naciones Unidas asegura que Yemen afronta la peor hambruna del
último siglo, con 13 millones de personas en riesgo de inanición. El
bloqueo impulsado por los agresores está dificultando la entrada de
ayuda humanitaria, pero, hasta el momento, las estrellas que brillan en
los firmamentos de Miami y Panamá no tienen previsto organizar un
concierto solidario. Este mes tampoco ha sido noticia que una nueva
plaga de cólera está consumiendo los ya de por si raquíticos cuerpos de
los yemeníes. En Saná, la capital del país, se han registrado 100 casos y
las autoridades sanitarias temen que se repita el escenario de 2017,
cuando el colapso del servicio de alcantarillado estuvo a punto de
provocar una pandemia. En aquella ocasión, 1.400 personas resultaron
muertas, de los cuales una cuarta parte eran niños. Tampoco han merecido
atención mediática las violaciones a infantes de 8 años en la ciudad de
Taiz, perpetradas por miembros de las milicias islahistas, respaldadas
por Arabia Saudí y EE.UU. Riad lo niega, pero los informes médicos que
señalan desgarros anales en dos supervivientes son la prueba tangible de
que la violencia sexual está siendo utilizada como arma de guerra en el
conflicto.
Las violaciones también son frecuentes en Sudán del Sur. En 2016, la
Comisión de Derechos Humanos de la ONU denunció que los soldados habían
sido autorizados a violar mujeres como método sustitutivo y ante los
impagos de los sueldos que percibían por batallar contra los rebeldes.
Como si se tratase de un complemento salarial, los militares podían
agredir a las mujeres cada vez que se hicieran con el control de un
territorio, con la garantía de que no sufrirían represalias por parte de
sus superiores. La nación más joven del mundo, que logró su
independencia en 2011, atraviesa por una cruenta guerra civil que se
extiende a lo largo de nueve largos años. A pesar del acuerdo de paz
firmado en 2018 entre el presidente Salva Kiir y su rival, el
exvicepresidente Riek Machar, Naciones Unidas ha constatado, en un
informe presentado el pasado 20 de febrero, un recrudecimiento de los
ataques contra civiles. Sudán del Sur tiene el 85% de las reservas
petroleras del país y en su independencia, que se dibujó como un proceso
autogestionado por las autoridades locales, jugaron un papel
transcendental las grandes potencias del mundo que hallaron en la
perpetuación del conflicto el escenario perfecto para el pillaje de sus
recursos naturales.
Nada de lo relatado en estas líneas ha sido objeto de sesudos debates
en las tertulias políticas. No abren telediarios ni ocupan titulares a
cuatros columnas en los grandes periódicos de la prensa internacional,
porque el silencio es, en sí mismo, parte de la estrategia militar. El
silencio y el ruido juegan un papel trascendental en el tablero de la
geopolítica internacional y es en estos escenarios donde se puede juzgar
a la prensa según sea su forma de actuar. De un lado, el periodista que
mantiene una pequeña luz encendida en el último rincón de planeta. Del
otro, el gigantesco foco mediático que ensombrece todo lo demás. El
periodismo para contar lo que otros quieren ocultar o la propaganda de
los que funcionan como un eslabón más de una cadena de intereses
espurios. Venezuela atraviesa dificultades muy severas y ni el chavista
más convencido podría negárselo a su propia honestidad, pero el país
deslumbra tanto que, quizá, en lugar de prestar atención a todo lo que
quieren enseñarnos, deberíamos preguntarnos qué nos pretenden ocultar.
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