por Abel Prieto
El ministro de Cultura venezolano Ernesto Villegas ha estado llamando la atención sobre el empleo por la oposición antichavista de símbolos yanquis en marchas y manifestaciones. La bandera de EE. UU., efigies del Tío Sam, réplicas de la Estatua de la Libertad y hasta personajes de la industria del entretenimiento han desfilado para protestar contra el gobierno legítimo del Presidente Maduro, apoyar a Guaidó y hacerles el juego a los yanquis.
El propio Bolton comparó cínicamente la operación contra Venezuela con el estrangulamiento letal que practica el personaje de La guerra de las galaxias Darth Vader, para liquidar a sus adversarios.
El personaje del Capitán América nació en
un antiguo cómic de la época de la II Guerra Mundial y se enfrentaba
por entonces a malvados del Eje Roma-Berlín-Tokio. Representaba
obviamente a los EE. UU. y llevaba los colores de la bandera en el traje
y el escudo. Renació luego en series y películas y tuvo otros
enemigos, aunque sin perder la apariencia patriotera de su indumentaria.
El patético llamado del manifestante
antichavista puede brotar de la ingenuidad, de la frecuente confusión
entre realidad y ficción que se da en consumidores hipnotizados de
subproductos hollywoodenses o del impulso terrible de reclamar
metafóricamente la intervención militar de EE. UU. en su país. ¿Quién
sabe?
¿Actuó este manifestante tan fascinado
por el Capitán América por su propia voluntad? ¿O tuvo algún
patrocinador? ¿Alguien que pagó el disfraz del niño y los contrató (al
padre y al niño) para participar en la marcha?
De todos modos, el mensaje del cartel
«Capitán América, mi futuro depende de ti» nos produce inquietud,
zozobra, lástima, repugnancia. Y es que revela el efecto tan hondo y
devastador de la maquinaria de dominación cultural sobre la subjetividad
de la gente. Si ese hombre de pueblo (digamos que es eso: un hombre de
pueblo) decidió hacer un doble llamado al Capitán América, por vía del
disfraz de su hijo y del cartel, es un ejemplo digno de estudio.
Se ha dicho que uno de los triunfos más
notables de la manipulación reaccionaria a través de los medios
tradicionales y los más novedosos es precisamente la gestación del
«pobre de derecha».
Una exótica criatura que vota contra sí
misma, contra su familia, contra su clase, contra sus propios intereses.
A la hora de definirse políticamente, lo hace por sus opresores, por
aquellos que la explotan y desprecian, por los que han explotado y
despreciado a sus antecesores generación tras generación.
No se trata lamentablemente de una
criatura tan rara y exótica. Ha habido triunfos electorales de la
ultraderecha en nuestra región gracias al voto de sectores populares. Se
ha traicionado la llamada «democracia», es cierto, y ha habido fraudes,
trucos, «falsas noticias», difamación reiterada de otros candidatos,
todo tipo de trampas. Pero, aunque nos duela, hay que reconocer que el
mensaje engañoso de la ultraderecha ha sido escuchado entre las víctimas
más sufridas del sistema.
Volviendo a nuestro devoto antichavista
del Capitán América, pudiéramos decir que sí, que es un «pobre de
derecha», un infeliz maniatado, sin libertad alguna, conducido al rebaño
de los servidores del sistema. Su foto, tan ilustrativa, nos habla en
particular del papel que tienen los símbolos imperiales promovidos por
la industria del entretenimiento en la construcción de una visión del
mundo reaccionaria y hasta fascistoide entre gente desamparada,
confundida, sin asideros.
Esto demuestra una vez más aquello que
repetía Fidel, parafraseando a Martí: «Sin cultura, no hay libertad
posible». O aquella otra afirmación: «Toda revolución es hija de la
cultura y de las ideas». No hablaba solo de cultura artística, por
supuesto; sino de aquella que permite al ser humano entender su entorno,
entenderse a sí mismo e instalarse en la realidad a partir de sus
convicciones más profundas y razonadas. La ignorancia, la tontería, la
frivolidad, deja al ser humano desamparado ante la manipulación. Los que
defendemos la igualdad, la justicia, la verdadera democracia, tenemos
que ser capaces de crear los antídotos imprescindibles ante la
«globo-colonización» cultural, como ha dicho Frei Betto.
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