

Petare es, para decirlo de una manera breve y sencilla, el reino de lo posible. Un gueto hostil y maravilloso al extremo este de Caracas, donde lo ilícito e inverosímil se abrazan sin pliegues con lo permitido.
Según el censo poblacional de 2011 la habitan medio millón de almas,
pero según los especialistas, las cifras oficiales desconocen la piel
elástica del barrio que se estira en un continuum sin fin a través de la
Fila de Mariches hacia Guarenas, desde La Urbina hasta El Ávila,
territorios a ratos inexplorados donde no llega ley ni dios, gobernado
por la oportunidad y los instintos.
Petare resume las contradicciones más marcadas de la capital: asentamiento
haitiano, colombiano, ecuatoriano; reino tuki de los estigmas, del
corte de pelo a lo Sayayin, de las danzas vibrantes y erotizadas de la
champeta y la changa.
Dámelo que tú lo tienes
En Petare un kilo de arroz bachaqueado se cotiza en Bs 100 mil.
Ese dato, aleatorio, puede que no represente nada, pero los que pasan
sus jornadas verificando cuentas y comparando, saben que está muy por
debajo de su precio en cualquier reducto del trapicheo informal.
La pasta de medio kilo en 50 y el papel toalé de cuatro unidades en 70 mil, son la confirmación de que algo especial y distinto está pasando en las profundidades del barrio más grande de América Latina.
En enero pasado, un operativo policial permitió la captura de dos
mujeres y un hombre a quienes les incautaron 46 cajas de alimentos
pertenecientes a los Comités Locales de Abastecimiento y Producción
(CLAP). Tenían los productos escondidos dentro de un taller de costura y
una peluquería del edificio El Fortín, entre las calles 2 y 3 de La
Urbina.
En septiembre de 2017, un procedimiento parecido permitió incautar
siete millones 798 mil 645 bolívares en efectivo, encontrados en dos
establecimientos comerciales situados en la zona colonial.
Dos hitos de un mismo fenómeno: el bachaqueo.

Chinchín
Desde hace muchos años, Petare impone su propio ritmo a la lógica de
Caracas. En medio de la crisis y la guerra económica, se ha transformado
en epicentro del comercio ilegal de los productos de la cesta básicas
protegidos por las leyes que penalizan la Usura en Operaciones
de Financiamiento (artículo 59), Desestabilización de la Economía
(artículo 54), Especulación (artículo 49), Acaparamiento (artículo 52),
así como los ilícitos y delitos como puntos de ventas y avances de
efectivo, tipificados en la Ley Orgánica de Precios Justos.
Se estableció, bajo los efectos de la inercia, un ecosistema que
opera de manera perfecta: bajando desde el terminal de autobuses de La
Urbina hacia la estación del Metro de Petare, florecen desde las aceras
despedazadas, prácticamente todos los productos desaparecidos del
comercio formal y protegidos por ley, a precios muy competitivos.
Como monumentos al descalabro del sistema financiero, adolescentes en lances de efebos agitan ristras de billetes para comprarte lo que ofrezcas al momento y chinchín.
Por si fuera poco, te cantan un mantra que surte los efectos
narcotizantes de la flauta mágica de Hamelín: “avance de efectivo” te
convidan a sus anchas.
Es un mercado libre con sus propias leyes de oferta y demanda, a la buena de dios, y sin el dilema ético de la culpa.
Jeferson, por llamarlo de algún modo, corrió a nuestro llamado. Es un
carajito alto y delgado que para nada corresponde a los cánones de la
discriminación social que enseguida los señala como delincuentes. Más
bien, en tono respetuoso, nos pidió lo mismo por avanzarnos 50 mil.
“¿Cómo que lo mismo?” preguntamos pasando por ingenuos. “Bueno, me tiene que dejar 50 mil”. Es decir, la comisión es del 100%.
Esos billetes, propiciatorios, serviría más adelante para adquirir
algunos productos al boleo –siempre en efectivo–, porque desde ese
tramo, subiendo por el mercado de La Cuchilla, a través del Puente
Baloa, debajo del elevado hacia Palo Verde, por los alrededores de la
redoma, en el barrio La Línea y en el resto de los ramajes de Petare, se
consigue hasta especies que se creían extintas.
Más adelante, otro muchachito, que como mucho anunciaba los 16 años
de edad, se topó con nuestra mirada curiosa: “compramos memoria,
efectivo”. “¿Qué tipo de memoria?” insistimos en preguntar. “De
celular”. “¿Cúanto por una de 8 gigas?”. “cien mil”.
Ni el Gobierno, en sus operaciones para derrotar la guerra económica, logra ser tan eficiente.

Culpa del maligno
“¿Pongo tu verdadero nombre o un seudónimo, porsia?”. Le pregunto a
mi amiga, una dirigente vecinal y poeta petareña, residenciada muy cerca
de la confluencia de todos los caminos, al lado del elevado de Palo
Verde. “Tranquilo, no como miedo, pero vale…”.
Mejor la llamo Haydé y evitamos cualquier susto, porque no todos son
malos, pero si hay mucho bicho a los que ella llama “malandros de
oficio”.
“Los que tienen efectivo están vendiendo su alma al diablo. Esa gente se da a la tarea de comprar las cosas que llevan los que van pasando.
Es un poco estresante porque tienen un tono amenazante: ‘compro-vendo,
compro-vendo, ¿qué llevas ahí?, te compro la harina, te compro lo que
lleves’, es decir, es bien feo y tiene mucho tiempo, ya no sé ni cuándo
comenzó”.
Haydé es de las pocas que proponen una posible solución frente al
caos, en su particular cruzada comunal: “aunque la vida esté ruda, yo no
les compro ni les vendo, y vivo en constante consigna, aleccionando a
las personas de mi comunidad, para que no lo hagan, que si no tienen una harina que compren yuca, pero que no le compren a esos ladrones de oficio”.
Es testigo, como todos, de la anchura de la “vista gorda” de las autoridades
que dejan actuar con sospechosa indulgencia a los que venden y compran,
hasta que actúan –nunca mejor dicho– en comisión los de la
Superintendencia Nacional para la Defensa de los Derechos
Socioeconómicos (Sundde) junto a la Guardia Nacional y efectivos
policiales, escoltados por un enjambre de camarógrafos, fotógrafos y
periodistas que garanticen su ubicación estelar en los medios.
“Ahí convergen bachaqueros, los que van y venden, los que van y
compran, y las autoridades que se pasean, que a veces se acercan a
alguien pero para sacarle la mercancía, para también beneficiarse”.
No es que Haydé, autora con dotes singulares para la rima, esté
viendo el asunto desde la distancia del rapsoda. Vive el ajetreo de la
babel petareña en su propia piel: “Es un tema que me afecta
dolorosamente porque lo vivo a diario: veo como la gente desesperada,
que quiere comerse una arepa, va y paga lo que sea. Gente que está
acostumbrada y se ve mal porque le falta la mantequilla, el azúcar, la
pasta, el arroz. En verdad, cómo quisiera que nadie les comprara y que ellos se quedaran con su mercancía que aunque es comida, ni siquiera es bendita… eso tiene mucha obra del maligno”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario