Hay que recuperar las obras culturales que nacieron del pueblo y devolverlas al pueblo.
Después de negociar con las farmacéuticas
que tenían la patente y no llegar a un acuerdo con ellas, Brasil
decidió fabricar el medicamento. Fue un ejemplo mundial. Más tarde,
países como India, Tailandia, Mozambique, Malasia e Indonesia se sumaron
a la lista.
Esta decisión la tomaron apelando al “interés público”. Además, estaba respaldada por la misma OMC.
Sí, aunque parezca mentira, en el 2001 la Organización Mundial de
Comercio había abierto la posibilidad de que los países pudieran “no
respetar patentes de medicamentos en caso de crisis sanitaria”.
Hoy en día vivimos en crisis, pero no
sanitaria, sino cultural. Los precios de los libros están por las nubes,
y no se diga de los CD musicales. También las entradas de cine son
prohibitivas.
Lo más grave es que la mayoría de los
artistas, sobre todo músicos y escritores latinomericanos, tienen todas
sus obras protegidas por Derechos de Autor. Pero estos derechos suelen
estar gestionados por herederos o Sociedades de Gestión de Derechos, no
por los propios autores, porque muchos ya murieron.
Sus libros y discos los publican un par
de editoriales a precios exagerados, lo que impide que estudiantes y
ciudadanía en general tengan la posibilidad de conocer las obras de los
más famosos escritores y músicos de su país.
¿Por qué no hacer lo mismo que con las
patentes de medicamentos? Los Derechos de Autor son como las patentes de
los libros y, ante esta necesidad cultural y privilegiando el bien
público, los Estados deberían llevar adelante “expropiaciones
culturales”.
Sí, como lo lees. Al igual que un Estado
expropia un trozo de tierra para que pase una carretera para el
beneficio colectivo, tendría que expropiar los derechos de sus
principales músicos y escritores nacionales.
Con ello, al igual que Brasil hizo
medicamentos genéricos, los países podrían publicar ediciones a bajos
precios de las novelas y poemas más conocidos y repartirlos gratis en
las escuelas para fomentar la lectura y la Cultura Libre.
Y las pobres editoriales y los
escritores y los herederos, ¿de qué vivirán? Tal como los Estados pagan
por el terreno que expropian para hacer la carretera, que paguen un
precio justo por los Derechos de Autor de esas obras.
Porque si preguntáramos a
Mercedes Sosa o Julio Jaramillo, a Gabriela Mistral o Pablo Neruda, para
qué escribieron o cantaron, ¿alguno respondería que para hacerse ricos?
Además, ¿dónde se inspiraron para
componer y escribir, de dónde tomaron las ideas? ¿No fue de ese pueblo
al que hoy se le niega la posibilidad de leerlos o escucharlos?
Hay muchas formas de negociar y alcanzar
un equilibro que beneficie a todas y todos, pero si no llegamos a un
acuerdo, hay que seguir el ejemplo de Brasil y expropiar la cultura de
manos de quienes ahora hacen negocio con ella. ¡Por el bien común!
Hasta que el pueblo las canta,
las coplas, coplas no son,
y cuando las canta el pueblo,
ya nadie sabe el autor.
las coplas, coplas no son,
y cuando las canta el pueblo,
ya nadie sabe el autor.
Tal es la gloria, Guillén,
de los que escriben cantares:
oír decir a la gente
que no los ha escrito nadie.
de los que escriben cantares:
oír decir a la gente
que no los ha escrito nadie.
Procura tú que tus coplas
vayan al pueblo a parar,
aunque dejen de ser tuyas
para ser de los demás.
vayan al pueblo a parar,
aunque dejen de ser tuyas
para ser de los demás.
Que, al fundir el corazón
en el alma popular,
lo que se pierde de nombre
se gana de eternidad.
en el alma popular,
lo que se pierde de nombre
se gana de eternidad.
—Manuel Machado
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