por Claudio Fabian Guevara
Con el auge de la “guerra
híbrida”, muchos eventos presentados como “revoluciones de colores”
fueron complejas operaciones de desestabilización. ¿Cómo reconocerlos en
el discurso noticioso?
Con el auge del concepto de
“guerra híbrida” entre las naciones, la historia reciente del mundo
muestra varios ejemplos de noticias presentadas como “rebeliones
populares”, “revoluciones de colores” y otras formas de guerra no
convencional.
Una revisión de las guerras
de Siria y Libia demuestra que, lo que la prensa occidental presentó
inicialmente como “protestas reprimidas por el Gobierno”, fueron en
realidad complejas operaciones de desestabilización con injerencia
externa y participación de tropas irregulares, dirigidas a confundir a
la población y enfrentar a distintos sectores de la población en una
guerra civil.
La “guerra híbrida” utiliza
“ejércitos difusos” dispersos entre la población, que incluye
ciudadanos reclutados y especialmente adiestrados, actuando junto a
mercenarios extranjeros, con uso de armas largas y tecnologías bélicas
avanzadas.
En la era de las fake news y
la sobrecarga de la información, ¿Cómo reconocer una falsa rebelión
popular en el discurso noticioso? En esta nota, algunas claves.

Una falsa rebelión popular siembra el terror y la devastación, y destruye activos nacionales.
El pueblo movilizado no
atenta contra los recursos de su país, ni se ensaña con sus vecinos, ni
apela a la tortura y el asesinato.
Una falsa rebelión popular
asesina policías y ciudadanos por igual, secuestra poblaciones, incendia
edificios gubernamentales y emisoras de radio, destruye caminos y
fuentes de energía. Intenta sembrar el terror y paralizar la actividad
económica.
Una falsa rebelión popular es promocionada en la prensa como “un reclamo ciudadano por la libertad”.
Cualquier protesta popular, en general, es ignorada, relativizada o estigmatizada sobre la base de falsas premisas.
En una falsa rebelión
popular, los comunicadores se entusiasman con su accionar, elogian o
justifican a sus líderes y culpan automáticamente al gobierno por el
saldo de heridos y víctimas. Y si el Gobierno responde endureciendo las
medidas para combatir la violencia, se lo acusa de “totalitario”.
Una falsa rebelión popular habla un lenguaje de odio, acusa sin pruebas y carece de programa político.
Una auténtica movilización
popular tiene un programa de demandas, utiliza petitorios y apelaciones a
la ley, y pone el acento en los procesos colectivos.
Una falsa rebelión popular
repite eslóganes vacíos (“abajo la dictadura”, “libertad de expresión”),
convoca acciones militares externas y promueve el odio contra ciertas
personas, grupos étnicos o funcionarios de gobierno. También, sin
pruebas, acusa de crímenes horribles a sus rivales políticos.
Una falsa rebelión popular usa armas largas, explosivos y pertrechos militares.
Una protesta popular carece
de armamento militar. En los casos en que los ciudadanos empuñan palos o
antorchas, son presentado por los medios como peligrosos e
irracionales.
Una falsa rebelión popular
muestra sujetos encapuchados empuñando armas largas, convoyes de
vehículos de alta gama y tecnologías de comunicación que no llaman la
atención de los periodistas.

Una falsa rebelión popular es acompañada por sanciones diplomáticas y económicas de las metrópolis imperiales.
Toda protesta popular, por
definición, es ignorada por los poderes globales por su alcance local,
por indiferencia o por respeto a los “asuntos internos de cada país”.
Una falsa rebelión popular, en cambio,
moviliza todos los recursos de la diplomacia internacional: se imponen
sanciones económicas, se bloquean cuentas en el exterior o se aísla al
“régimen represor” por todos los medios posibles.
Cuando se produce una sinergia de elementos, es la evidencia más palmaria de que detrás de las protestas, por legítimas que puedan ser en algunos aspectos, hay intereses foráneos que las potencian.

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