por Frei Betto
En ningún otro continente hay, en las últimas tres décadas, cambios tan significativos como en América Latina y el Caribe. Son grandes los desafíos que se presentan en los 33 países, con 600 millones de habitantes.
Muchos factores contribuyeron a este
avance. Primero, la resistencia de la Revolución Cubana, que no sucumbió
frente a las agresiones de EEUU ni como consecuencia de la caída del
Muro de Berlín y del fracaso de la Unión Soviética.
Vino luego el rechazo electoral a los
candidatos que encarnaban la propuesta neoliberal y la victoria de
aquellos identificados con las demandas populares, en especial de los
más pobres: Chávez, Daniel Ortega, Lula, Bachelet, Kirchner, Mujica,
Correa, Morales, etc. Varios organismos fueron creados para fortalecer
la integración continental: Alba, Celac, Telesur, Unasur, Caricom,
Aladi, Parlatino, Sica, etc.
Muchas dificultades, sin embargo, se
configuran en el horizonte. En esta economía globalizada y hegemonizada
por el capitalismo neoliberal, la crisis de monedas fuertes, como el
dólar y el euro, afecta negativamente a los países del continente.
Aunque hay avances en el combate a la pobreza extrema, aún hoy la región
alberga millones de miserables; los salarios pagados a los trabajadores
son bajos frente a los costos inflacionarios de las necesidades
vitales; la desigualdad social crece vertiginosamente (de los 15 países
más desiguales del mundo, 10 se encuentran en el Continente).
En Europa, donde la crisis económica
desempleó a más de 30 millones de personas, la mayoría jóvenes, ya no
hay una izquierda capaz de proponer alternativas. El Muro de Berlín se
derrumbó sobre la cabeza de partidos y militantes de izquierda, casi
todos cooptados por el neoliberalismo. Y ahora, los atentados
terroristas refuerzan la xenofobia, la política de puertas cerradas a
los refugiados, y los partidos de derecha que defienden una “Europa para
los europeos” y un Estado policial.
En los países de Celac, la histórica
dependencia de sus economías al mercado externo da indicios de una
crisis que tiende a agravarse. Los índices de crecimiento del PIB caen;
la inflación resurge; y se agravan la desindustrialización y el éxodo
rural con la consiguiente expansión del latifundio.
El ‘pobretariado’
No basta con tener discursos y políticas
progresistas si no encuentran correspondencia y adecuación en los
programas económicos. Y nuestras economías siguen bajo presión de países
metropolitanos; de organismos completamente controlados por los dueños
del sistema (FMI, Banco Mundial, OCDE, etc.); de un sistema de tarifas,
en particular del precio de los alimentos, intrínsecamente injusto, y
según el cual los beneficios privados del mercado tienen más importancia
que la vida de las personas.
El Banco Mundial (BM) alerta que 241
millones de latinoamericanos pueden caer en la pobreza. Es lo que Bauman
llamó precarización y yo, ‘pobretariado’. Estos 241 millones ni son
pobres, ni pueden ser considerados de clase media. Y constituyen el 38%
de la población del continente, en la que se consideran pobres todos los
que se ven obligados a sobrevivir con menos de 4 dólares al día.
Hoy, la mitad de la población adulta de
América Latina vive del trabajo informal, debido a la crisis económica
que afecta a países emergentes como Brasil, México, Argentina y
Venezuela.
Desde que los españoles y los portugueses
llegaron a nuestra tierra natal, la economía continental depende de la
exportación de productos primarios, hoy conocidos como materias primas.
Sin embargo, los grandes importadores, como China y Europa Occidental,
dan señales de declive.
Hoy, se consideran pobres, en América
Latina, 167 millones de personas, y 71 millones son miserables
(sobreviven con un máximo de US $ 1 por día). En Brasil, la miseria ya
alcanza el 12% de la población, y se agrava por el ajuste fiscal del
gobierno golpista de Temer, que afecta a las políticas sociales e inhibe
el crecimiento del PIB.
Todos los gobiernos progresistas que hoy
se congregan en la Celac, saben que fueron elegidos por los movimientos
sociales y por los segmentos más pobres que constituyen la mayoría de la
población. Sin embargo, ¿hay un efectivo trabajo de organizar los
segmentos populares? ¿Los movimientos sociales son protagonistas de
políticas de gobiernos o meros beneficiarios de programas de carácter
asistencialista y no emancipatorio de combate a la pobreza?
¿Cómo los gobiernos democráticos
populares de América Latina tratan a los segmentos de la población
beneficiados por las políticas sociales? ¿Hay un empeño de intensa
alfabetización política de la población o se disemina una mentalidad
consumista?
Individualismo y el conservadurismo
Es innegable que el nivel de exclusión y
miseria causado por el neoliberalismo exige medidas urgentes que no
escapan al mero asistencialismo. Sin embargo, tal asistencialismo se
restringe al acceso a beneficios personales (bono financiero, escuela,
atención médica, crédito facilitado, dotación de productos básicos,
etc.), sin que haya complementación con procesos pedagógicos de
formación y organización políticas.
Se crean, así, reductos electorales, sin
adhesión a un proyecto político alternativo al capitalismo. Se dan
beneficios sin suscitar esperanza. Se promueve el acceso al consumo, sin
propiciar el surgimiento de nuevos protagonistas sociales y políticos. Y
lo que es más grave: sin percibir que, en el seno del actual sistema
consumista, cuyas mercancías reciclables están impregnadas de fetiche
que valoran al consumidor y no al ciudadano. El capitalismo post
neoliberal introduce “valores” – como la competitividad y la
mercantilización de todos los aspectos de la vida y de la naturaleza,
reforzando el individualismo y el conservadurismo.
Nuestros gobiernos progresistas, en sus
múltiples contradicciones, critican al capitalismo financiero y al mismo
tiempo promueven la bancarización de los segmentos más pobres, a través
de tarjetas de acceso a beneficios monetarios, a pensiones y salarios, y
de la facilidad de crédito, a pesar de la dificultad de pagar los
intereses y la liquidación de las deudas.
El peligro es fortalecer, en el
imaginario social, la idea de que el capitalismo es perenne (“La
historia acabó”, proclamó Francis Fukuyama), y que sin él no puede haber
proceso verdaderamente democrático y civilizatorio. Lo que significa
demonizar y excluir, aunque por la fuerza, todos los que no aceptan esa
“obviedad” son considerados terroristas, enemigos de la democracia,
subversivos o fundamentalistas.
Esta lógica se refuerza cuando, en
campañas electorales, los candidatos de izquierda acentúan,
enfáticamente, con la confianza en el mercado, la atracción de
inversiones extranjeras, la garantía de que los empresarios y banqueros
traerán mayores ganancias, etc.
¿Hacia reformas estructurales?
Por un siglo la lógica de la izquierda
latinoamericana jamás se enfrentó a la idea de superar el capitalismo
por etapas. Este es un dato nuevo, que exige mucho análisis para
implementar políticas que impidan que los actuales procesos democráticos
populares sean revertidos por el gran capital y por sus representantes
políticos de derecha.
Este desafío no puede depender sólo de
los gobiernos. Se extiende a los movimientos sociales y a los partidos
progresistas que, cuanto antes, necesitan actuar como “intelectuales
orgánicos”, socializando el debate sobre avances y contradicciones,
dificultades y propuestas, para ensanchar siempre más el imaginario
centrado en la liberación del pueblo y en la conquista de un modelo de
sociedad post-capitalista, verdaderamente emancipatorio.
La cabeza piensa donde pisan los pies.
Nuestros gobiernos progresistas corren el serio riesgo de verse
sucumbidos por la contradicción entre política de izquierda y economía
de derecha, si no movilizan al pueblo para implementar reformas
estructurales. Y el principio del violín, que se aferra con la izquierda
y se toca con la derecha…
Como decía Onelio Cardozo, las personas
tienen “hambre de pan y de belleza”. La primera es saciable; la segunda,
inagotable. Eso significa que el deseo humano, que es infinito, sólo
dejará de ser rehén del consumismo y del hedonismo –tentáculos del
neoliberalismo– si ha saciado su hambre de belleza, o sea, de sentido de
existencia.
Esto no se alcanza apenas con más
frijoles en el plato y más dinero en el bolsillo. Será un sí, si existe
una formación capaz de imprimir en cada ciudadano y ciudadana, la
convicción de que vale la pena vivir y morir para que todos tengan vida,
y vida en abundancia, como dijo Jesús (Juan 10, 10). (Traducción CEAAL).
Frei Betto es escritor, autor de “La mosca azul – reflexión sobre el poder” (Ocean Press y Ciencias Sociales de Cuba), entre otros libros.
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