El bienestar social en la región, fruto
de las políticas implementadas por los gobiernos progresistas en la
primera década del siglo XXI, fue rápidamente asimilado en la ciudadanía
como derechos adquiridos. Ello configuró un relato progresista de gran
calado basado en: 1) la redistribución de riquezas, 2) la defensa de los
derechos sociales y, 3) la integración regional. Algunas derechas lograron recodificar estas premisas
como: a) una redistribución ¨no populista¨ de la riqueza, es decir,
basada en un esquema meritocrático cuya base es el esfuerzo personal, 2)
la interpelación a individuos y, 3) la apertura al “mundo”
-norteamericano/europeo/anglosajón-, la amenaza de desarticulación de
organismos regionales como el UNASUR o la CELAC, y un discurso
expresamente anti bolivariano
Cambio moderado
La
campaña que llevó al poder a Mauricio Macri en Argentina tuvo algunas
claves distintivas que marcarían un nuevo estilo de la derecha en la
región. En primer lugar, han intentado mostrar cierta conciencia social,
prometiendo garantizar un piso de derechos, políticas públicas y
programas sociales, heredados de la gestión anterior. Esta idea fue
resumida en uno de sus spots televisivos en el que prometía, acerca de
su gestión: “No voy a cambiar las cosas que sí se hicieron bien”, lo cual finalmente no ocurriría.
En
el caso de Chile, la lógica del bipartidismo logró alternar entre
oficialismo y oposición de manera ponderada y ordenada. Un duopolio de
Gobierno, con el que se pueden tener diferencias en cuanto a políticas
públicas, pero muy poco que objetar en cuanto al modelo económico. Aún
en este contexto afirmaba en su discurso triunfal: “Soy el presidente del cambio, del progreso y de la clase media”.
Una extraña variante de la ambigüedad discursiva entre cambio y continuidad
provino desde las propias filas del oficialismo, en Ecuador. Lenin
Moreno llegaría al poder como el candidato del correísmo y, aunque
advertía que su estilo sería diferente, poco hacía suponer que una de
sus primeras medidas sería la ‘descorreización’ del Gobierno y la
persecución política a sus recientes partidarios; sin embargo, a poco de
asumir, fue evidente que el cambio no sería solo de formas.
El eje principal de la campaña de Piñera en Chile fue la promesa de crecimiento económico,
con el aval de algunos indicadores de crecimiento de su primer mandato
-gestión que asumió con una mayor experiencia como empresario que como
político-. Para nadie es un secreto que Piñera es un empresario
multimillonario y, sin embargo, en su discurso destaca el bienestar
social, los valores solidarios y la superación de la pobreza: “Estamos
comprometidos a ser un Gobierno de progreso y solidaridad, la meta es
grande y ambiciosa. Transformar a Chile, la colonia más pobre de España
en América Latina, en el primer país que pueda decir con orgullo que ha
derrotado el subdesarrollo y la pobreza”.
Del
mismo modo, enumera en su plan de gobierno la necesidad de modificar
las Administradoras de Fondo de Pensiones (AFP), exigencia que movilizó a
miles de chilenos en las calles durante 2016 y 2017. Se trata del
sistema previsional fundado por su hermano durante el pinochetismo. En
el mes de diciembre de 2017, a días del balotaje, llegó a manifestar
que podría reconsiderar una reforma para la creación de una AFP estatal,
esto es, emular las ideas de su antecesora, Michelle Bachelet.
En
la misma línea, Macri apelaba a la “Pobreza Cero”, un lema de campaña
en el que se comprometía a erradicar la pobreza del país sin explicitar
ni el cómo ni el cuándo. Pero el mayor giro discursivo del presidente
argentino se concretó en julio de 2015, cuando lanzó su campaña
presidencial y –para sorpresa de seguidores y detractores– afirmó: “La
Asignación Universal por Hijo (AUH) es un derecho, no un regalo”. En 2012, cuando fue anunciada su creación Macri la calificó como “una política del fracaso”.
En el mismo sentido, cuando fungía como jefe de gobierno porteño
solicitó no votar el decreto de estatización de Aerolíneas Argentinas y
de YPF; sin embargo, en campaña aseveró: “Aerolíneas Argentinas seguirá
siendo estatal, pero bien administrada. YPF seguirá manejada por el
Estado”. al menos en este aspecto aún no hubo cambios.
En
ambos casos, sus campañas electorales mantuvieron un tono protector
que, sin ahondar en detalles, lograron presentarse como propuestas
policlasistas e inclusivas, reservando un espacio a “lo social”.
Paz, diálogo y aversión por el conflicto
En lugar de confrontar a su adversario, Cambiemos (la coalición que llevó a Macri al poder) prefirió, en campaña, esquivar el conflicto
y apostar por un republicanismo naíf, una estética moderna y un estilo
cálido y cercano. Su extendida publicitación de “timbreos” seguía un
estilo propio de un gobierno local que lograba estetizar la escucha del
ciudadano medio. Donde el kirchnerismo apelaba a lo universal -“todos y
todas”- y a actores colectivos, Cambiemos lo hacía al individuo
particular: “estoy con vos”. Asimismo, con un fuerte énfasis en las redes sociales logró desactivar las críticas de su adversario mediante la ironía y el humor (campaña del BU o @conmiedovotasmejor) en la cual satirizaba sobre lo que denominaba “campaña del miedo” del Frente para la Victoria.
Esta
forma de demonización del conflicto (de intereses o políticos) también
puede observarse en el caso chileno bajo la lógica del bipartidismo.
Entre ambos partidos lograron desactivar la única opción que se
presentaba como posible competencia a los espacios políticos
tradicionales, situando al Frente Amplio como una opción de cambio extremo, demasiado a la izquierda de la zona de estabilidad y confort.
Lenin Moreno sería el tercer candidato en enfatizar el “diálogo” y una mejor llegada al sector privado en su proyecto de gobierno.
Sin embargo, el diálogo sólo mejoró con la prensa, los empresarios e,
incluso, con alcaldes opositores como Jaime Nebot y Mauricio Rodas, no
en su propio espacio político. Por el contrario, acabó reestructurando
las reglas del juego democrático para evitar el retorno de su antecesor,
con quien compartió binomio presidencial en dos ocasiones (2006 y
2009).
Derechas y nuevos movimientos sociales
En
la actualidad, los nuevos movimientos sociales se expresan como
conglomerados que pueden albergar identidades diversas a fin de obtener
respuesta ante reclamos específicos. Se trata de nuevas
instancias de identificación y movilización en torno a demandas y
valores, sin necesidad de la adhesión a un programa político como en el
caso de la militancia tradicional. Sus miembros se definen como
activistas y han mostrado eficacia a la hora de encabezar protestas
sociales. Esta nueva subjetividad global, con énfasis en la
comunicación digital y capaz de congregar individuos sin afiliación
partidaria bajo consignas movilizantes, se convertiría en un preciado
botín para el universo electoral.
Las
derechas han demostrado que la equidad social mencionada
superficialmente en sus programas puede ser segmentada, buscando
interpelar a sujetos vulnerables específicos. Es el caso de las
campañas de los candidatos de los derechistas partidos tradicionales en
México, José Antonio Meade (PRI) y Ricardo Anaya (PAN), que han buscado
captar el voto femenino ante la avasallante superioridad en intención
de voto del candidato de MORENA, Andrés López Obrador. La apelación al
género les permite recrear un discurso inclusivo en aras de distanciarse
de su raigambre elitista y patriarcal.
El voto con sensibilidad por los animales y la protección del medio ambiente también ha sido esgrimido como parte del programa de campaña de Piñera y
Macri. Ciudad Verde constituyó todo un eslogan de la gestión porteña,
además de contar con Juan Carlos Villalonga, un ex Greenpeace que
también encabeza el Partido Verde, entre las filas de Cambiemos.
En
cuanto a las políticas vinculadas a los reclamos de los movimientos de
mujeres, ambos candidatos han manifestado posturas pro vida y cierto
conservadurismo social. Sin embargo, mientras Piñera ha puesto trabas
legales a las tres causales para el aborto no punible impulsada por
Bachelet, Macri ha buscado –sin éxito– congraciarse con el feminismo, habilitando el tratamiento del proyecto de ley de interrupción voluntaria del embarazo en el Congreso.
A modo de cierre
La
derecha busca satisfacer la demanda social de distintos sectores,
presentándose como una “alternativa desideologizada” que busca encubrir
el trasfondo de la disputa política bajo un manto de reformismo moral y
de diálogo. De esta forma, ha logrado afinar una performance de
la democracia basada en un orden social meritocrático en lo discursivo
que exalta el éxito personal y la idiosincrasia urbana como horizonte de
prosperidad. El progreso significa el éxito personal, familiar y, en el
mejor de los casos, de grupos acotados.
El
poder de estas estrategias reside en su capacidad de influir en las
formas de politización contemporánea, más cercanas a la reproducción de
la lógica individualista que a un proyecto nacional o regional.
Ante un terreno dúctil, la calle seguirá siendo un medidor de la
capacidad de transformación o restauración de los gobiernos y de las
respuestas a las demandas ciudadanas.
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