sábado, 25 de agosto de 2018

El río que se robaron: el documental del exterminio del pueblo wayúu

Más de 7.000 indígenas han muerto. Seguirán falleciendo si no se rompe la red de corrupción e ilegalidad que alimenta el lento genocidio de la nación wayúu.


Casi todos los niños que aparecen en este documental ya han muerto. La investigación que compone El río que se robaron: el exterminio del pueblo wayúu, reveló al mundo un genocidio a cuentagotas, fruto de la desidia del estado, aunada con la codicia de las carboneras y de los cultivos agroindustriales en el departamento más árido del país.
Los indígenas wayúu de La Guajira mueren de sed y desnutrición porque el río Ranchería, piedra angular de su sustento, ha sido desviado, y porque las ayudas alimentarias para los niños son botín de políticos y funcionarios corruptos.
En la tradición de piezas como The Cove, ganadora del premio Óscar a Mejor Documental en el 2010, El río que se robaron es pesquisa detectivesca y periodismo activista. Hay un misterio inicial: ¿dónde está el agua que tiene a todo un pueblo indígena padeciendo sed y hambre?
Este viaje a La Guajira es una exploración del abandono que padecen las comunidades indígenas en regiones de intensa corrupción estatal y empresarial. La idea inicial del documental, de hecho, surgió por la investigación que realiza Gonzalo Guillén, su director, en torno a la mafia criminal liderada por Juan Francisco Gómez Cerchar, alias "Kiko", exgobernador de La Guajira, y por el narcotraficante Marquitos Figueroa. Aun hoy, "Kiko" ofrece millonarias recompensas para quien asesine a Guillén, uno de los principales testigos de la Fiscalía en su contra.
Gonzalo Guillén es uno de los periodistas investigativos más prolíficos y valientes del país. Su trabajo más representativo inició en los años ochenta, cuando con un arrojo que recuerda a Günter Wallraff, cruzaba disfrazado la frontera entre Colombia y Venezuela para encontrar las fosas comunes donde la Guardia Nacional arrojaba los cadáveres de inmigrantes colombianos. Más recientemente, ha liderado las principales investigaciones sobre los grupos paramilitares y narcotraficantes de la familia Uribe Vélez.
Fue recorriendo la desértica península de La Guajira, históricamente secuestrada por las mafias, que Guillén se topó con una tragedia que pasaba en silencio: los wayúu no tenían agua y sus niños morían en escenas similares a las hambrunas africanas. ¿Quién se robó el río? ¿Dónde estaban ahora?
Una de las escenas más impactantes del documental es la de una líder wayúu en túnica blanca, observando adolorida una enorme represa que se utiliza para irrigar los cultivos de arroz y palma del sur de la Guajira, y luego abastecer al Cerrejón, la mina de carbón más grande de Colombia. "Aquí está. Aquí está el agua", dice llorando. Es el clímax en el que se resuelve el misterio.
La solidez de la investigación es tal que la Corte Interamericana de Derechos Humanos aceptó al documental como la prueba principal en una demanda presentada por la abogada Carolina Sáchica, y otorgó medidas cautelares para que se atendiera a la situación de inanición y desnutrición de los indígenas. Medidas que el estado colombiano aún desacata.
Fueron estas denuncias y el terso estilo del documental lo que le valieron el Gran Premio Franco-Andino del 2015, y lo que ha desencadenado una petición de la plataforma change.org, y un movimiento en redes sociales, #DevuelvanElRio, que cuenta con el apoyo de intelectuales, académicos, periodistas y ciudadanos colombianos, dentro y fuera del país.
Más de 7.000 indígenas wayúu han muerto. Seguirán falleciendo si el engranaje de activismo del que este documental hace parte no rompe la red de corrupción e ilegalidad que alimenta el lento genocidio de la nación wayúu.
El río que se robaron puede verse desde el 2 de septiembre en la plataforma web de cine independiente indyon.tv. Ha sido presentado en la Universidad Jorge Tadeo Lozano, y también habrá presentaciones en la Universidad de los Andes, la Corporación de Teatro y otros espacios académicos. El 15 de octubre será proyectado en la fachada del Museo de Arte Contemporáneo de Bogotá.

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