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Más
de 7.000 indígenas han muerto. Seguirán falleciendo si no se rompe la
red de corrupción e ilegalidad que alimenta el lento genocidio de la
nación wayúu.
Casi todos los niños que aparecen en este documental ya han muerto. La investigación que compone El río que se robaron: el exterminio del pueblo wayúu,
reveló al mundo un genocidio a cuentagotas, fruto de la desidia del
estado, aunada con la codicia de las carboneras y de los cultivos
agroindustriales en el departamento más árido del país.
Los indígenas
wayúu de La Guajira mueren de sed y desnutrición porque el río
Ranchería, piedra angular de su sustento, ha sido desviado, y porque las
ayudas alimentarias para los niños son botín de políticos y
funcionarios corruptos.
En la tradición de piezas como The Cove, ganadora del premio Óscar a Mejor Documental en el 2010, El río que se robaron es
pesquisa detectivesca y periodismo activista. Hay un misterio inicial:
¿dónde está el agua que tiene a todo un pueblo indígena padeciendo sed y
hambre?
Este viaje a La Guajira es una exploración
del abandono que padecen las comunidades indígenas en regiones de
intensa corrupción estatal y empresarial. La idea inicial del
documental, de hecho, surgió por la investigación que realiza Gonzalo
Guillén, su director, en torno a la mafia criminal liderada por Juan
Francisco Gómez Cerchar, alias "Kiko", exgobernador de La Guajira, y por
el narcotraficante Marquitos Figueroa. Aun hoy, "Kiko" ofrece
millonarias recompensas para quien asesine a Guillén, uno de los
principales testigos de la Fiscalía en su contra.
Gonzalo
Guillén es uno de los periodistas investigativos más prolíficos y
valientes del país. Su trabajo más representativo inició en los años
ochenta, cuando con un arrojo que recuerda a Günter Wallraff, cruzaba
disfrazado la frontera entre Colombia y Venezuela para encontrar las
fosas comunes donde la Guardia Nacional arrojaba los cadáveres de
inmigrantes colombianos. Más recientemente, ha liderado las principales
investigaciones sobre los grupos paramilitares y narcotraficantes de la
familia Uribe Vélez.
Fue recorriendo la desértica
península de La Guajira, históricamente secuestrada por las mafias, que
Guillén se topó con una tragedia que pasaba en silencio: los wayúu no
tenían agua y sus niños morían en escenas similares a las hambrunas
africanas. ¿Quién se robó el río? ¿Dónde estaban ahora?
Una
de las escenas más impactantes del documental es la de una líder wayúu
en túnica blanca, observando adolorida una enorme represa que se utiliza
para irrigar los cultivos de arroz y palma del sur de la Guajira, y
luego abastecer al Cerrejón, la mina de carbón más grande de Colombia.
"Aquí está. Aquí está el agua", dice llorando. Es el clímax en el que se
resuelve el misterio.
La solidez de la investigación
es tal que la Corte Interamericana de Derechos Humanos aceptó al
documental como la prueba principal en una demanda presentada por la
abogada Carolina Sáchica, y otorgó medidas cautelares para que se
atendiera a la situación de inanición y desnutrición de los indígenas.
Medidas que el estado colombiano aún desacata.
Fueron
estas denuncias y el terso estilo del documental lo que le valieron el
Gran Premio Franco-Andino del 2015, y lo que ha desencadenado una
petición de la plataforma change.org,
y un movimiento en redes sociales, #DevuelvanElRio, que cuenta con el
apoyo de intelectuales, académicos, periodistas y ciudadanos
colombianos, dentro y fuera del país.
Más de 7.000
indígenas wayúu han muerto. Seguirán falleciendo si el engranaje de
activismo del que este documental hace parte no rompe la red de
corrupción e ilegalidad que alimenta el lento genocidio de la nación
wayúu.
El río que se robaron puede verse desde el 2 de septiembre en la plataforma web de cine independiente indyon.tv.
Ha sido presentado en la Universidad Jorge Tadeo Lozano, y también
habrá presentaciones en la Universidad de los Andes, la Corporación de
Teatro y otros espacios académicos. El 15 de octubre será proyectado en
la fachada del Museo de Arte Contemporáneo de Bogotá.
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