por Ekaitz Cancela
“George Soros le enseña al periodismo una
lección importante: la industria tiene futuro siempre que la billetera
de los filántropos esté abierta”, sostiene Ekaitz Cancela.
La mera existencia de George Soros es un
hecho de lo más rocambolesco para ilustrar tanto el presente momento
histórico del capitalismo global como la forma en que se ha consolidado.
Se trata de un magnate que ha acumulado semejante riqueza mediante la
especulación en un sistema financiero que ha dejado a miles de personas
en la cuneta y emplea su excedente en promover la democracia y los
derechos humanos en el mundo. Desde 1985 hasta 2015 ha gastado 12.000
millones de dólares en la hazaña, según recoge la escritora Anna Porter
en un libro sobre el filántropo. Y hay visos de que la cuantía siga en
aumento después de conocerse la transferencia de 18.000 millones que
hizo de su propia riqueza hacia la Open Society, fundación filantrópica
que fundó en 1984. Mediante ella, de acuerdo a los datos de Porter, el
magnate húngaro invierte la friolera de mil millones de dólares cada año
en alterar las políticas globales.
Cuestiones como las de acabar con la
desigualdad deben alejarse progresivamente de objetivos como los de
sostener un Estado del bienestar poderoso. Se trata de un círculo endogámico asentado en eliminar la política en favor de un sistema de gobernanza privado. De
esta forma, unas pocas personas eligen con sus inversiones cómo
administrar los recursos en una sociedad al tiempo que se ahorran pagar
impuestos al fisco gracias a sus donaciones.
La relación que todo ello guarda con el periodismo no deja de ser controvertida.
Los ricos se han elevado a una esfera de la sociedad en la que cada vez
son más impunes y pueden seguir minando los sistemas públicos mediante
ingeniería fiscal sin que ocurra ningún escándalo. Los medios participan
de esta arquitectura social erigida a nivel global con una fe ciega en
que la filantropía pueda contribuir a salvar el periodismo, y así este
pueda resucitar la democracia. Lejos aún de poder cumplir esta
función mesiánica, nunca ha sido tan palmaria la relación entre
investigar al poder económico con el dinero que el periodismo recibe de
las fundaciones filantrópicas y su escasa capacidad para provocar el más
mínimo cambio en la estructuras de poder que la aparición de George
Soros en los Papeles del Paraíso.
El dato de que el magnate se sirvió de
una sociedad offshore para administrar su riqueza fue revelado
recientemente por el Consorcio Internacional de Periodistas de
Investigaciones (ICIJ), ganadores de un premio Pulitzer por la
información en los Papeles de Panamá, a cuya publicación también
contribuyó el millón y medio de dólares que se sabe aportó la fundación
Open Society. Pese a que Soros no quiso hacer ningún comentario sobre
los Papeles del Paraíso, su fundación declaró públicamente en 2016 que
esta filtración “ilustra que la supervisión y rendición de cuentas son
esenciales para monitorear los flujos financieros. Sin ellas, grandes
cantidades de riqueza podrían moverse furtivamente alrededor del mundo, a
veces a expensas del público”. La contradicción ilustra que se ha roto
el hechizo, ya no existen medias tintas: el capitalismo ha entrado en
una fase, eso que las élites han acuñado como posverdad, en la que un empresario oculta dinero de forma dudosa en paraísos fiscales al mismo tiempo que financia su descubrimiento.
Los tentáculos de la Open Society
Durante décadas, George Soros ha
creado a través de su fundación una red de dimensiones estratosféricas
vinculada solo en Estados Unidos con más de 30 medios de noticias. En
2011, el Media Research Center (MRC) publicó un informe —el cual llegó a
difundir el Wall Street Journal, propiedad Rupert Murdoch— donde
apuntaba que desde 2003 hasta 2009 había gastado entre 48 y 52 millones
de dólares en subvencionar la infraestructura mediática del país mediante
la financiación directa a medios de propiedad privada, distintas
organizaciones de periodismo de investigación e incluso a escuelas
periodísticas. Huelga decir que el MRC es un organismo que se
dedica a monitorizar a los medios estadounidenses, forma parte del
movimiento conservador y sus objetivo manifiesto es “neutralizar el
brazo propagandístico de la izquierda liberal”. Lo cual dice mucho del
rol que juega el periodismo en esta especie de lucha entre republicanos y
demócratas. Pero vayamos por partes.
Aludiendo a la “dramática disminución en
la cobertura de noticias de las elecciones en Estados Unidos”, la Open
Society destinó 1,8 millones de dólares en 2010 a un proyecto de la
Radio Pública Nacional que proporcionaría informes detallados sobre las
acciones del gobierno en los 50 estados norteamericanos. Esta
iniciativa, que avanza en una lógica orwelliana en la que el periodismo
de servicio público es financiado por dinero privado, se ha extendido a
buena parte de los medios progresistas privados, que ya dependen de
subvenciones filantrópicas para sobrevivir. En lo que respecta a la fundación de Soros existen
organizaciones que no reciben fondos directos, pero que se conectan con
ella porque perciben dinero de uno o más grupos que sí reciben
financiación de forma directa. Otros entramados son más
complejos, relaciones endogámicas donde un halo de mimetismo ético
diluye la distinción entre periodistas y empresarios.
En lo que respecta al periodismo de investigación, los lazos de la Open Society se extienden
hasta la ganadora de varios premios Pulitzer, ProPublica. La
organización recibió de forma directa una contribución de 125.000 para
dos años en 2010. Las donaciones, como explica ProPublica en su página,
son deducibles de impuestos. Lo mismo ocurre con el Journalismfund.eu,
una organización independiente sin ánimo de lucro establecida en 1998
con el objetivo de “estimular el periodismo transfronterizo y en
profundidad en Europa”, que entre 2009 y 2017 ha recibido 559.900 euros,
según se desprende del análisis de los datos que ha hecho públicos la
propia entidad. También la organización internacional de editores
Project Syndicate, aliada con otras 500 en 150 países, está asentada
bajo la financiación de la Open Society. En 2014, por ejemplo, recibió
350.000 euros del magnate.
Esta estructura también genera relaciones
sociales y complacencia con el poder privado, como podemos encontrar en
el Center for Investigative Reporting (CIR), al que la fundación de
Soros destinó un millón de dólares entre 2003 y 2009. Pese a que no hay
datos publicados por la organización desde entonces, entre los miembros
que han pasado por el CIR se encuentran el director de contenido del
periódico Hearst, el del Seattle Times o el ex director ejecutivo del
The Washington Post. Algunos de los medios asociados al CIR son aquellos
que se manifiestan abiertamente progresistas, como Salon.
Por otro lado, el Center for Public
Integrity (CPI) recibió en 2009 la friolera de 100.000 euros de la Open
Society, la misma cifra que entre 2015 y 2016. La organización nació
para servir “a la democracia al revelar los abusos de poder, la
corrupción y la traición a la confianza pública utilizando las
herramientas del periodismo de investigación” y en 2010 se unió al la
rama de investigación del Huffington Post para crear “una de las
redacciones de investigación más grandes del país”. El resultado: dos
Pulitzer, en 2014 y 2017.
Según argumentó la Open Society, la
primera subvención que recibió el CPI tenía el objetivo de respaldar un
programa piloto para crear una red colaborativa de
organizaciones de periodismo de investigación sin fines de lucro con el
fin de “responsabilizar al poder gubernamental y corporativo a nivel
local, nacional e internacional”. Por eso la junta directiva de
la organización estuvo compuesta por Christiane Amanpour, presentadora
del programa de asuntos políticos de la cadena televisiva ABC, o Arianna
Huffington, cofundadora del sitio web que lleva su nombre. También el
banquero de inversiones Frederic Seegal, que ocupó altos cargos
ejecutivos en Lehman Brothers, pasó a formar parte de la directiva de lo
que en castellano se traduciría como Centro de Integridad Pública.
¿Quién puede saber lo que es la
integridad mejor que un acólito de uno de los grandes responsables de la
crisis económica mundial, de la transferencia de riqueza a manos
privados y del fraude más grande de la historia, como lo fue la quiebra
del gigante financiero Lehman Brothers en 2008? El caso de Huffington
también habla mucho de esa idea de “integridad pública” que se dice
defender mediante el periodismo. Abandonó el precario negocio de la
prensa para formar parte del consejo asesor de Uber y “arreglar la
cultura de Silicon Valley”, según sus propias palabras. Después creó una
especie de start-up llamada Thrive Global, con el fin de ofrecer
soluciones privadas en sanidad mediante la tecnología.
Como vemos, el interés
corporativo se ha antepuesto al interés público que supuestamente
debería defender la cultura del periodismo. La profesión tolera
e incluso participa de estas dinámicas que conectan a la parte más alta
de la sociedad con la más baja mediante finas y delicadas conexiones
entre proclamas de hacer a los poderosos saldar cuentas. En otro tiempo,
ganar el Pulitzer podía ser sinónimo de haber tumbado un gobierno
mediante una rigurosa investigación. Desde la posguerra fría,
cuando las fuerzas del mercado se antepusieron a la lógica política, el
premio ha dejado de surtir efecto alguno porque el poder al que debe de
vigilar es económico. Y financia sus investigaciones.
El mimetismo ético de las fundaciones, la Universidad y el periodismo
Teniendo en cuenta este contexto, no parece sorprendente descubrir que la
Universidad de Columbia, escuela de periodismo fundada precisamente por
el periodista demócrata Joseph Pulitzer en 1892, fuera la elegida para
recibir algunas de las sumas más cuantiosa de dinero. Aunque
día de hoy su página web no refleja que la Open Society sea uno de sus
principales donantes, este organismo de creación de conocimiento público
ha recibido 9,7 millones de dólares del multimillonario, según el citado laboratorio de ideas conservador Media Research Center (MRC).
A día de hoy la Universidad participa con la fundación de Soros mediante un programa de becas universitarias.
La idea es financiar los estudios de la próxima camada de periodistas,
como muchos antes que han pasado a trabajar para medios de la talla de
The New York Times, Bloomberg, Los Angeles Times, The Washington Post o
USA Today. Muchos de estos alumnos también han acabado
incorporándose a varios medios manifiestamente progresistas, entre ellos
Mother Jones, The Huffington Post o The Nation. En No pienses
en un elefante, el lingüista George Lakoff señalaba que los
conservadores habían logrado provocar un cambio social enmarcando
correctamente sus valores. Planificar con tiempo por delante, conceder
becas, buscar buenos trabajos… “Si quieres difundir tu visión
del mundo, lo indicado es asegurarse de que, para el largo plazo, tienes
el equipo humano y los recursos necesarios”. Parece que, al fin, los llamados progresistas aprendieron la lección de Lakoff.
Como señalábamos en el número 54 de La
Marea, no era otra que Emily Bell, profesora de la Universidad de
Columbia, quien pedía “la transferencia de riqueza de Silicon Valley” a
los medios para que la profesión sobreviviera. ¿A qué precio?
Al mismo tiempo, la Open Society está
relacionada con el que fuera nombrado decano de la Escuela de Postgrado
de Periodismo de la Universidad de Columbia, Steve Coll, pero que
previamente fue director de la fundación New America, un think-tank que
ha recibido 4.2 millones de dólares de los fondos del filántropo desde
el año 2000, también de acuerdo al MRC. También, como se desprende de su
página, entre 2016 y 2017 recibió más de un millón de dólares de la
Open Society. Esta fundación fue criticada recientemente por despedir a
uno de sus académicos tras ser excesivamente crítico con el monopolio
que ostenta Google en una de sus investigaciones. Esta empresa, junto a
Apple, Microsoft, Facebook, Netflix y también la Open Society de Soros
aportaron fondos para su instituto de “tecnología abierta” entre 2016 y
2017. Y no parece que estas inversiones en ideas carezcan de ánimo de
lucro, pues esta industria es una de las grandes apuestas de Soros. A
finales de 2013, el inversor volvió a incrementar su participación en
Microsoft. LinkedIn, Google, NetApp, Motorola u otras corporaciones
tecnológicas componen la cartera de Soros Fund Management, la cual
gestiona 9.100 millones. En concreto, sus negocios tecnológicos absorben
el 26% de las inversiones del magnate húngaro, como publicó Expansión.
Pese a que no sea una escuela de
periodismo, la fundación New America sirve para ilustrar la forma en la
que la profesión periodística se pervierte mediante los entramados de
poder creados a través de las fundaciones filantrópicas. Para más inri,
en 2016, unos documentos filtrados revelaron que George Soros había
tratado de influir en los miembros de la Corte Suprema de los Estados
Unidos para obtener una decisión favorable en un caso clave sobre
inmigración. Según señala la nota, los miembros de la fundación
pidieron directamente a los medios que escribieran favorablemente para
influir en los jueces y defender la orden del expresidente demócrata
Barack Obama. Algunos de los miembros de la junta de la Open
Society que son miembros de dichos medios incluyen a la académica de la
universidad Harvard y columnista del Washington Post, Danielle Allen y,
efectivamente, al citado Steve Coll.
La filantropía en la lucha entre izquierda y derecha del capital
En la batalla política
estadounidense, Soros ha logrado presentarse con la marca progresista
abarcando con sus recursos buena parte del espectro mediático de la
izquierda. Así es que el multimillonario ha financiado una
amplia gama de medios o portales de noticias extremadamente críticos con
el capitalismo. Desde la fundación Pacifica, que a través de las ondas
radiofónicas extiende la retórica socialista-marxista de la lucha de
clases y el anticapitalismo, hasta fondos para documentales que llevan
el lema de la justicia social como estandarte y que fue fundado en 1996.
Es precisamente mediante ello como se conecta a la Open Society, junto
con la Fundación Ford y Carnegie, con el Democracy Now! de Amy Goodman.
La relación también fue denunciada por un centro de ideas conservador,
como lo es discoverthenetworks.org, impulsado por el think-tank David
Horowitz Freedom Center, quien en el año previo a las elecciones de los
Países Bajos donó 250.000 euros al candidato ultraderechista Geert
Wilders.
En 2001, la fundación se convirtió en
parte del Sundance Institute del actor y director Robert Redford. Y,
según el think-tank Capital Research Center, entre 1996 y 2008
Soros le asignó al menos 5,2 millones de dólares para la producción de
varios cientos de documentales con un contenido crítico con el sistema
capitalista que empapa la sociedad estadounidense.
Otros ejemplos de financiación de Soros son el Independent Media Center
(IMC), que nació para cubrir las manifestaciones de los movimientos
antiglobalización contra la Organización Mundial del Comercio en 1999, o
el Independent Media Institute, creado para dotar a las organizaciones
de izquierda de recursos para alcanzar sus “objetivos de justicia
social”. Todo ellos lo explicaba la profesora Leah Lievrouw en
su libro Alternative and Activist New Media: la plataformas como la
IMC, que combinan el elitismo y la tecnocracia con la visión
contracultural de un sociedad más justa y abierta, ha sido fundamental
para el desarrollo de algunos proyectos de activismo.
Por otro lado, como señalábamos cuando
citábamos los orígenes de la procedencia de los datos sobre los fondos
de la Open Society, los medios ultraconservadores norteamericanos han
acusado de forma reiterada a George Soros de operar como gobernante en
la sombra y haber fraguado su fortuna a través de negocios de dudosa
procedencia. Pero Soros también se ha dedicado a financiar a grupos que
analizan a los medios conservadores. Un ejemplo es el Media Matters For
America, al que durante varios años la Open Society financió de manera
indirecta, otorgando sus subsidios a través de otras
organizaciones respaldadas por Soros a este centro, que se define como
progresista y tiene el fin de “monitorear” y “corregir” información
falsa de los medios de comunicación conservadores del país.
Algunos de esos intermediarios eran la Fundación Tides, Democracy
Alliance o el Center for American Progress. Todos financiados por Soros
de forma directa.
Uno de los proyectos del Media Matters
For America fue el NewsCorpWatch, creado gracias a una subvención de
George Soros por valor de 1 millón de dólares. En esta ocasión, el
filántropo lo justificó abiertamente: “En vistas de la evidencia que
sugiere que la retórica incendiaria de los presentadores de Fox News
puede incitar a la violencia he decidido apoyar a la organización, uno
de los pocos grupos que intenta responsabilizar a esta cadena por la
información falsa y engañosa que tan a menudo transmite. Estoy apoyando
en el Media Matters en un esfuerzo por publicitar más ampliamente el
desafío que plantea al discurso civilizado e informado en nuestra
democracia”.
La lucha que tiene entre ambas corrientes
políticas de ningún modo exime las crítica que se vierten hacia el
filántropo desde líneas conservadoras: el periodismo norteamericano ha
dejado de ser tremendamente partidista, como antaño, para ser el
escenario de las distintas batallas entre “la izquierda y la derecha del
capital”, como le llamara Corsino Vela. La profesión hoy aspira a poco
más que a hacer fact-checking al poder político, tarea a la que también
George Soros, junto con el fundador de Ebay Pierre Omidyar, destinó
500.000 dólares en Reino Unido. ¿Pero quién hace fact-checking al poder
económico?
Todo estos sucesos fueron resumidos por
Chris Edges en La muerte de la clase liberal: “El capitalismo fue
entendido una vez por los trabajadores como un sistema donde luchar,
pero el capitalismo ya no se desafía. Los hombres como Warren
Buffett, George Soros y Donald Trump ahora percibidos como sabios,
simples famosos o populistas en el peor de los casos. Pero es una
lealtad equivocada, la división en Estados Unidos no es entre
republicanos y demócratas, sino entre las corporaciones capitalistas y
los trabajadores”.
La dependencia del dinero privado como única alternativa a la crisis del periodismo
Las
actividades filantrópicas de Soros ilustran a la perfección cómo se
fomenta la dependencia del capital privado en la industria periodística. Así
se explica que la beca más grande entregada entre 2005 y 2009, de casi
16 millones de dólares, fuera a parar al Media Development Loan Fund,
Inc. (MDIF), el único fondo de inversión global del mundo para medios de
comunicación independientes. El MDIF ofrece financiamiento y asistencia
técnica para negocios independientes de noticias e información
ayudándoles a ser financieramente sostenibles. “Invertimos en medios que
ofrecen las noticias, la información y el debate que las personas
necesitan para construir sociedades libres y prósperas”. Los más
de 164 millones de dólares que ha invertido el fondo en 113 negocios de
noticias independientes en 39 países de todo el mundo desde 1996 habla
bien de que la crisis del periodismo, en lugar de solventarse mediante
fondos públicos, debe afrontarse mediante inversores que ofrecen planes
privados de riesgo.
De
esta forma, los medios se encuentran obligados a participar en un
ecosistema mediático hipercompetitivo, pero siempre bajo una determinada
forma de ver el mundo, liberal o conservadora, alejado del intereses
público y reflejando los intereses privados de quien les financia.
Una conclusión a la que llegaron las principales fundaciones del país
en 2011, durante una conferencia en Nueva York que reunió a una serie de
fundadores de empresas de medios. Allí se puso de manifiesto que, dada
la falta de apoyo comercial y gubernamental, las fundaciones tenían “una
gran responsabilidad cívica para encontrar soluciones a la crisis del
periodismo”. Lo explicaba en un trabajo académico el sociólogo de la
Universidad de California en Berkley Rodney Benson, donde señalaba que
los medios han quedado atrapados entre el fracaso del modelo de negocio
periodístico y la ideología neoliberal, que rechaza ofrecer una
respuesta pública a dicha crisis. “Los reformistas decididos a restaurar
la edad de oro del periodismo de servicio público de los Estados Unidos
han recurrido a la filantropía para salir del atolladero”, apuntaba
Benson. Este es quizá uno de los grandes problemas que supone la
filantropía para el periodismo: verse obligado a recurrir al mercado
para sostener económicamente un derecho como la libertad de expresión,
recogido en la primera enmienda de la Constitución estadounidense.
La corrupción y perversión del debate “público”
Por ello, lejos de ver la filantropía de
Soros desde la teoría conspirativa de la nueva o la vieja ultraderecha,
como las críticas que ha recibido de Breibart con el fin de buscar un
enemigo común contra la ideología liberal, se trataría de verlos en
otros términos. Por ejemplo, de la misma forma que señalaba el profesor
emérito de la London School of Economics (LSE) Leslie Sklair sobre el
motivo por el que Soros ha destinado tanto dinero en invertir en medios
de comunicación de todo el mundo: “los filántropos corporativos representan el impulso de las relaciones públicas de la nueva clase capitalista transnacional”.
De este modo, al mismo tiempo que
financia a los medios de comunicación para que informen de manera libre
sobre la actividad política, Soros otorga cuantiosas sumas de dinero a
partidos políticos de forma directa o indirecta para avanzar en su
agenda. En 2004 destinó cerca de 27 millones de dólares en
apoyar agendas contrarias al presidente Bush y posteriormente transfirió
directamente ocho millones a la campaña de Hillary Clinton, junto al
millón que donó a la Fundación Clinton. Ello explica el motivo
por el que la antigua secretaria de Estado presionara en su momento en
favor de los intereses de Soros, como publicó esta revista en relación a
los correos electrónicos filtrados por Wikileaks.
Esta especie de corrupción de la esfera
pública habermasiana que lleva a cabo el dinero privado de filántropos
mientras dicen salvarla mediante el periodismo libre se ilustra
perfectamente con algunos ejemplos concretos. En el año 2009, George
Soros propuso a través de Project Syndicate una iniciativa para que los
países desarrollados crearan una especie de “fondo verde” para combatir
el cambio climático en los países en desarrollo mediante la inyección de
miles de millones del Fondo Monetario Internacional (FMI) para
proyectos agrícolas. La cuestión era de interés para el filántropo
puesto que uno de sus fondos tenía más de 200 millones de dólares en
Adecoagro, participación que vendió en 2017, una compañía cuya
domiciliación legal se encuentra en Luxemburgo. Adecoargo posee cientos
de miles de hectáreas de tierras de cultivo en América del Sur y se
beneficiaría enormemente de dicha iniciativa.
Una visión favorable al medioambiente que
bien puede cambiar según sus intereses lo requieran. Si bien Soros ha
incrementado sus inversiones multimillonarias en empresas
estadounidenses y extranjeras que extraen petróleo y gas, también
defendió una propuesta del gobierno de Barack Obama para emplear el gas
natural como un combustible menos intensivo en carbono con el fin de
tender hacia un “futuro de energía limpia”. Dicha medida gubernamental
ofrecía grandes incentivos a Westport Innovations, una compañía que
convierte motores diésel para el uso de gas natural y es parcialmente
propiedad de uno de los fonos de Soros, como señalaba The Street.
En resumen, Soros le enseña al periodismo
una lección importante: la industria tiene futuro siempre que la
billetera de los filántropos esté abierta. Pero la concepción de ‘sociedad abierta’ apoyada por el filántropo es una sociedad dependiente del dinero corporativo.
Una interpretación bastante peculiar de aquella idea expuesta
precisamente por Karl Popper en el segundo tomo de La Sociedad abierta y
sus enemigos: “Si estamos en silencio, ¿quién hablará?”. Ahora
todos los medios tienen la capacidad de hablar, pero no de lograr
cambios de calado, puesto que quienes corrompen el sistema democrático
son los mismos que financian la profesión que debe soportarlo; el
componente crítico del periodismo se diluye ante la hegemonía cultural
dominante, como revelan los Papeles del Paraíso. Lo resumía a la perfección el escritor Martín Caparrós cuando hablaba precisamente de dicha filtración: “El
periodismo es un engranaje necesario de este juego hipócrita: el que
obliga a los gobiernos a decir, cada tanto, ‘Oh, qué sorpresa, aquí se
roba’, y hacer como si fueran a hacer algo”. Solo que el mercado ya ha
superado a los gobiernos. El periodismo, inmerso en una crisis eterna,
se encuentra en tierra de nadie batallando contra unos gigantes que no
parecen ser otra cosa que molinos de viento. Como le ocurría al Don
Quijote dibujado hace siglos por Cervantes.
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