Entrevista a Serge Latouche, impulsor del concepto del decrecimiento.
El filósofo francés, impulsor del concepto del decrecimiento, critica “la sociedad del desperdicio”.
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Para Latouche, la sociedad del crecimiento reposa sobre la acumulación
ilimitada de riquezas, destruye la naturaleza y es un generador de
desigualdades sociales.
El protagonista de hoy elige realizar la
entrevista en Les délices du fournil (las delicias del horno), un
pequeño local que ofrece servicio rápido de bocadillos, croissants y
cafés en pleno corazón del barrio latino de París. Con los videoclips de
éxito del momento de fondo y mientras bebe de su copa de vino tinto,
–experto en filosofía económica y e impulsor de la teoría del
decrecimiento–
relata cómo su experiencia de vida con comunidades ajenas al
desarrollismo, primero en Laos y luego en África, le llevó a perder la
fe en la economía, historias que él explica en La sociedad de la abundancia frugal,
uno de sus últimos libros traducidos al español. Para Latouche, un
académico parisino de pelo canoso y sonrisa afable, la sociedad del
crecimiento reposa sobre la acumulación ilimitada de riquezas, destruye
la naturaleza y es un generador de desigualdades sociales.
El
mantra central de quienes actualmente gobiernan el mundo es el
desarrollo económico exponencial y el aumento de la productividad
laboral aunque eso conlleve el recorte de derechos. Muchos son los que
celebran el recién aprobado proyecto del Banco Central Europeo para
inyectar mensualmente 80.000 millones de euros al mes para reavivar el
crecimiento de la economía europea. Sin embargo, este defensor del
decrecimiento económico considera que la solución reside en vivir de
otra forma para vivir mejor. Para Latouche, el altruismo debería
sustituir al egoísmo, el placer del ocio a la obsesión por el trabajo,
la importancia de la vida social al consumo desenfrenado y lo razonable a
lo racional.
¿Qué le hizo perder la fe en la economía y buscar nuevas alternativas a través de la filosofía económica?
Cuando
vivía en Laos estuve con comunidades que trabajaban unas cinco horas
por día y el resto del tiempo lo dedicaban a divertirse, a plantar, a
cazar, a pescar, y ahí me di cuenta de que el desarrollo iría a acabar
con esta forma de vida feliz y transformaría a estas personas en
subdesarrollados.
El desarrollo colonizaría su imaginario, creándoles
necesidades externas y destruyendo el equilibrio de sus sociedades.
Cuando hablo de colonizar el imaginario es porque parto de la idea de
que la economía es una forma de colonizar el imaginario, como ha sido la
religión en los momentos en que los conquistadores invadieron otros
países. Esta experiencia me permitió comprender que la economía es una
forma de religión y que el desarrollo es una forma de occidentalización
del mundo que toma el relevo de la colonización por otros medios.
¿Fue en este momento en el que comenzó a pensar en la necesidad del decrecimiento?
No,
yo no utilicé el término decrecimiento hasta el 2002, cuando
organizamos el gran coloquio Deshacer el desarrollo, rehacer el mundo
(Défaire le développement, refaire le monde) en la sede de la UNESCO en
París. En el 64 yo me fui a África como un verdadero misionario del
desarrollo, aunque estaba inscrito en el partido comunista y me
consideraba marxista, en el 66 llegué a Laos y a mi vuelta a Francia
comenzó mi crítica a la economía política y mi trabajo en la
epistemología económica. Ahí nació una reflexión durante décadas y
comenzó mi crítica al desarrollo como una forma de occidentalización del
mundo.
¿Como definiría el decrecimiento?
Yo
no lo definiría. Es un eslogan que ha tenido una función mediática de
contradecir otro eslogan. Es realmente una operación simbólica
imaginaria para cuestionar el concepto mistificador del desarrollo
sostenible. El concepto de decrecimiento llegó por azar y por necesidad.
¿Qué es para usted el desarrollo sostenible?
El
desarrollo sostenible es eso, un eslogan. Es el equivalente del TINA de
Margaret Tatcher, There Is No Alternatives, que viene a decir que no
hay alternativas al liberalismo económico. El desarrollo sostenible fue
inventado por criminales de cuello blanco, entre ellos Stephan
Schmidheiny, millonario suizo que fundó el Consejo Mundial para el
Desarrollo Sostenible (World Business Council for Sustainable
Development), el mayor lobby industrial de empresas contaminantes, y que
fue acusado del homicidio de miles de obreros en una de sus fábricas de
amianto. También su amigo Maurice Frederick Strong, un gran empresario
del sector minero y petrolero que, paradójicamente, fue el secretario
general de la Conferencia de Naciones Unidas para el Medio Humano, donde
se abrió la reflexión para que 20 años más tarde, en la Cumbre de la
Tierra de Rio 92, se presentase oficialmente el término desarrollo
sostenible. Ellos decidieron vender el desarrollo sostenible igual que
vendemos un jabón, con una campaña publicitaria extraordinaria,
excelentemente sincronizada y con un éxito fabuloso. Pero no es más que
otra vertiente del crecimiento económico.
En algunos
momentos afirmó que la economía es la raíz de todos los males y que es
necesario salir de ella y abandonar la religión del crecimiento, pero,
¿cómo se abandona una fe cuando se cree en ella?
No
existe una receta. Yo me convertí en decrecentista en Laos y la mayoría
de la gente de mi grupo han tenido experiencias parecidas a las mías de
contacto con sociedades no desarrollistas que les han hecho abrir los
ojos. No nacemos decrecentistas, nos convertimos en. Al igual que no
nacemos productivistas, sin embargo nos convertimos rápidamente porque
vivimos en un ambiente en el que la propaganda productivista es tan
tremenda que la colonización del imaginario se produce al mismo tiempo
que aprendemos la lengua materna. Desintoxicarse después depende de las
experiencias personales. Un crecimiento infinito en un planeta finito no
es sostenible, es evidente incluso para un niño, pero no creemos lo que
ya sabemos, como dice Jean-Pierre Dupuy, un amigo filósofo. El mejor
ejemploes la COP21, donde se hicieron maravillosos discursos pero que no
darán casi ningún fruto, por eso yo creo en lo que yo llamo la
pedagogía de las catástrofes. Creo que es lo único que presiona a salir a
cada uno de su caparazón y pensar.
¿En qué consiste la pedagogía de catástrofes?
La
gente que se ve afectada por alguna catástrofe comienza a tener dudas
sobre la propaganda que difunden las televisiones o los partidos
políticos, sean de izquierda o de derechas, y ante las dudas pueden ir
en busca de alternativas y aproximarse al decrecimiento. Es necesario
que haya una articulación entre lo teórico y lo práctico, entre lo
vivido y lo pensado. Aunque tengas la experiencia, si no creas una
reflexión puedes caer en la desesperación, en el nihilismo o en el
fascismo, por ejemplo. Por tanto, son necesarios esos dos ingredientes,
pero no hay receta para combinarlos.
Usted habla que no
hay que crecer por crecer, igual que no hay que decrecer por decrecer,
¿en qué deberíamos crecer y en qué decrecer?
Hacer
crecer la felicidad, mejorar la calidad del aire, poder beber agua
natural potable, comer carne sana, que la gente pueda alojarse en
condiciones aceptables… Vivimos en una sociedad del desperdicio que
genera numerosos desechos, pero donde muchas de estas necesidades
básicas no están satisfechas. Salir de la ideología del crecimiento
supone una reducción del consumo europeo hasta alcanzar una huella
ecológica sostenible, esto supone reducir en un 75% nuestro consumo de
recursos naturales. Pero no somos nosotros los ciudadanos los que
debemos reducir nuestro consumo final, sino el sistema. Por ejemplo, el
40% de la carne que se vende en los supermercados va a la basura sin ser
consumida. Esto conlleva un desperdicio enorme y una alta huella
ecológica. En un país como España, hasta el año 70 la huella ecológica
era sostenible, y si todos hubiesen seguido viviendo como los españoles
de aquel entonces tendríamos un mundo sostenible. Sucede que los
españoles no han pasado a comer el triple de cantidad, sino el triple de
mal. En la década de los 70 las vacas todavía se alimentaban de hierba
pero ahora comen soja, que se produce en Brasil, quemando la selva
amazónica; después es transportada 10.000 kilómetros, se mezcla con
harina animal y se hacen piensos con los que las vacas se vuelven locas.
Por tanto la huella ecológica de un kilo de ternera hoy supone 6 litros
de petróleo, y pasa igual pasa con la ropa y con el resto de bienes.
Vivimos en la sociedad de la obsolescencia programada, cuando en lugar
de tirar deberíamos reparar y de esta forma podríamos decrecer sin
reducir la satisfacción.
Hasta hace poco las llamadas
economías emergentes, como China o la India, crecían con fuerza e
imparables, pero ahora viven un periodo de desaceleración y en algunos
casos hasta de recesión, como es el caso de Brasil, ¿podríamos tener la
esperanza de que surgiesen alternativas de decrecimiento en estos
países?
En teoría sí, la crisis podría ser una
oportunidad para buscar nuevas alternativas porque la crisis es un
decrecimiento forzado, pero la paradoja es que la colonización del
imaginario por la sociedad del crecimiento es tal que la única obsesión
de los gobiernos es volver al crecimiento, cuando en realidad la
herramienta clave debería ser la sabiduría. La preocupación actual tanto
de Brasil como de China es cómo retomar el crecimiento, se han
convertido en toxico-dependientes, drogados por el crecimiento.
¿Cree
que las iniciativas del decrecimiento vendrán de países en situaciones
de crisis o de países menos absorbidos por el desarrollo?
Puede
venir de ambos, pero ya que somos los occidentales los responsables de
esta estructura, es de aquí de donde debería partir la
desoccidentalización el mundo. Nosotros lo intentamos desde el
movimiento del decrecimiento pero por el momento no tenemos un verdadero
impacto sobre la realidad, solo a nivel micro, con iniciativas como las
cooperativas de productores locales, que son pequeñas experiencias de
decrecimiento a nivel local, de las cuales conozco muchas iniciativas
interesantes en España.
¿Cree que serán los ciudadanos quienes impulsen el decrecimiento o será una iniciativa de los gobiernos?
Vendrá
del pueblo, está claro, de los gobiernos por supuesto que no. ¿Por qué
cree que los nuevos partidos políticos que están naciendo en Europa no
abordan la óptica del decrecimiento? Por miedo. Tienen miedo a no ganar
los votos suficientes para llegar al poder.
Usted afirma
que vivimos en un mundo dominado por la sociedad del crecimiento que
genera profundas desigualdades ¿de qué forma esto puede afectar a los
ciclos migratorios?
La lógica de la sociedad de
crecimiento es destruir todas las identidades. El problema de las
migraciones es un problema muy complejo, ahora hablamos de millones de
sirios desplazados pero antes de que acabe este siglo habrá 500 o 600
millones de desplazados, cuando ciudades enteras como Bangladesh o
millones de campesinos chinos vean sus tierras inundadas por la subida
del nivel del mar. Al aumentar las catástrofes del planeta, los
migrantes ambientales aumentarán también. Donde yo tengo más experiencia
de campo es en África y allí he observado que no es la pobreza y la
miseria material lo que provocan las migraciones, es la miseria
psíquica. Cuando yo comencé a trabajar en África hace una veintena de
años no había existencia económica, igual que tampoco hay hoy. Toda la
riqueza económica africana representa el 2% del PIB mundial según las
estadísticas de la ONU, la gran mayoría representa la masa de petróleo
nigeriano. De esta forma tenemos 800 millones de africanos que viven
fuera de la economía, en el mercado informal. Al principio, cuando yo
iba a África había buen ambiente, mucho dinamismo, la gente quería
transformar sus tierras, había muchas iniciativas, pero han
desaparecido. La última vez que fui los jóvenes ya no querían luchar más
contra el desierto, ahora lo que quieren es ayuda para encontrar
papeles e ir a Europa, ¿por qué? No es porque ahora sean más pobres que
antes, es porque hemos destruido el sentido de su vida. Los últimos 10 o
20 años de mundialización tecnológica han representado una colonización
del imaginario 100 veces más importante que los 200 años de
colonización militar y misionaria. Se les crean nuevas necesidades, en
la tele se les venden las maravillas de la vida de aquí y ellos ya no
quieren vivir allí.
¿Diría usted que esto representa una crisis antropológica?
Sí,
el crecimiento es una guerra contra lo ancestral. El verdadero crimen
de occidente no es haber saqueado el tercer mundo, si no haber destruido
el sentido de la vida de esta gente que ahora adoran al espejismo del
desarrollo.
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