domingo, 28 de octubre de 2018

De la protesta cívica al disturbio violento y de la crisis migratoria a la caravana: ¿Solo palabras?

Por Clodovaldo Hernández 
 
Parte de la guerra contra los pueblos, dirigida por las corporaciones y las oligarquías, es semántica: tiene a las palabras como armas y municiones letales. 

Esto se ha dicho mucho y por eso alguna gente se fastidia y le resta importancia. Pero nunca serán demasiadas las veces que se haga esta advertencia, pues se trata de un elemento medular de la estrategia imperial.

Los ejemplos prácticos del momento son una buena manera de demostrar que la denuncia de la ofensiva en los contenidos no es un constructo de los teóricos de la comunicología de la liberación, sino una realidad rampante. Veamos dos de estos ejemplos.

Caravana o crisis migratoria

El movimiento de los compatriotas venezolanos que -inducidos por una campaña muy poderosa e incesante- se han marchado del país ha sido caracterizado por los otros gobiernos, organismos internacionales, organizaciones no gubernamentales y la prensa global como una crisis migratoria. No conformes con eso, han llegado a calificar tal crisis como “la peor de los últimos 50 años” o “la más grave de la historia continental”. Con esos elementos puestos en juego, esa misma maquinaria ha vendido la idea de que los venezolanos migrantes son una amenaza para los demás países de la región y, por lo tanto, un justificativo de posibles acciones militares multilaterales, siempre cubiertas bajo el manto de lo humanitario.

Mientras tanto, las olas migratorias de Europa, una vergüenza para el norte desarrollado, son silenciadas, minimizadas y criminalizadas. Alguien podrá decir que eso pasa muy lejos, que es un asunto entre África y Europa. No es una excusa aceptable, pero vamos a admitirla. Sin embargo, tenemos un caso muy cercano. Miles de hondureños se dirigen hacia el norte, con el propósito declarado de llegar a Estados Unidos. Los gobiernos, organismos internacionales,  ONG y medios han resuelto bajarle intensidad al conflicto llamando “caravana” al desplazamiento. A nadie que esté participando en esa ofensiva semántica se le ocurre hablar de crisis migratoria ni de problema humanitario. Si alguien lo hace –por descuido o por un súbito ataque de honestidad-, el resto lo siquitrilla en los paredones de las redes sociales. 

La denominación “caravana”, de por sí, relativiza el acontecimiento, le otorga un significado frívolo y hasta festivo, como si en lugar de una migración forzada por la pobreza y la desesperanza, fuese una caminata de alegres peregrinos.

Como la estrategia no fue suficiente para tapar el drama de los hechos, la coalición de la guerra de cuarta generación apeló a otros recursos. Por un lado, acusaron a Venezuela (país bloqueado, empobrecido, en supuesta crisis humanitaria) de estar financiando a los marchistas internacionales. Por el otro lado, apelaron a una de sus clásicas herramientas, la farándula, al enviar a la actriz Angelina Jolie a posar con los migrantes venezolanos en Lima, al mismo tiempo que Trump anunciaba que si llega ola de visitantes centroamericanos no invitados, los estará esperando el ejército.

Existe claramente una distancia entre la crisis migratoria y una caravana y entre la bella diva preocupada por los pobres venezolanos y unos militares armados hasta los dientes, prestos a repeler a los bárbaros hondureños pagados por el gobierno de Maduro. Es una distancia que va más allá de las palabras, pero estas son las herramientas para establecerla.

Disturbios violentos o protestas cívicas

Otro ejemplo del tratamiento semántico bien diferenciado entre las realidades que ocurren en países con gobiernos de derecha o de izquierda son las versiones difundidas acerca de recientes acontecimientos de Buenos Aires en los que fueron detenidos cuatro extranjeros, incluyendo dos venezolanos.

El gobierno de Macri y todos sus compinches regionales, la prensa global y los influencers de la derecha en las redes sociales hablan de disturbios violentos contra el Congreso argentino, y dicen que los venezolanos, presuntamente agentes de inteligencia del gobierno de Maduro infiltrados allá, han de ser deportados.

Enorme es la distancia semántica en el tratamiento de los hechos si se le compara con las frenéticas expresiones de apoyo que recibían en 2017 los manifestantes sumamente violentos que cometieron toda clase de excesos en Caracas y otras ciudades venezolanas. En ese caso no se hablaba nunca de disturbios sino de protestas de la sociedad civil, del clamor desesperado de jóvenes estudiantes desarmados contra cuerpos de seguridad empeñados en violar sus derechos humanos.

Quienes fueron detenidos en los sucesos de Venezuela (que se prolongaron por cuatro meses)  fueron tratados por la coalición antirrevolucionaria como mártires y presos políticos, incluyendo un estadounidense que fue pintado por la maquinaria mediática como una especie de “soldado Ryan” al que EEUU debería rescatar a toda costa.

No son meras cuestiones semánticas. Cada palabra está bien estudiada y diseñada para que sea como un disparo. Y como las repiten tantas veces en todos sus mensajes (impresos, audiovisuales, digitales y de redes) las masas terminan ametralladas.

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