En ningún otro continente hay, en las últimas tres décadas, cambios tan significativos como en América Latina y el Caribe.
Después del fracaso del TLCAN (Tratado de Libre Comercio entre
Estados Unidos, Canadá y México, y Chile como asociado), y el rechazo de
la propuesta del ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas) por la
mayoría de los países del Continente, éste inició su recorrido por un
camino propio. América Latina y el Caribe alcanzaron, al fin, su
mayoría de edad.
Muchos factores contribuyeron a este avance.
Primero, la resistencia de la Revolución Cubana, que no sucumbió frente a
las agresiones de EEUU ni como consecuencia de la caída del Muro de
Berlín y del fracaso de la Unión Soviética.
Muchas
dificultades, sin embargo, se configuran en el horizonte. En esta
economía globalizada y hegemonizada por el capitalismo neoliberal, la
crisis de monedas fuertes, como el dólar y el euro, afecta negativamente
a los países del continente. Aunque hay avances en el combate a la
pobreza extrema, aún hoy la región alberga millones de miserables; los
salarios pagados a los trabajadores son bajos frente a los costos
inflacionarios de las necesidades vitales; la desigualdad social crece
vertiginosamente (de los 15 países más desiguales del mundo, 10 se
encuentran en el Continente).
En Europa, donde la crisis
económica desempleó a más de 30 millones de personas, la mayoría
jóvenes, ya no hay una izquierda capaz de proponer alternativas. El
Muro de Berlín se derrumbó sobre la cabeza de partidos y militantes de
izquierda, casi todos cooptados por el neoliberalismo. Y ahora, los
atentados terroristas refuerzan la xenofobia, la política de puertas
cerradas a los refugiados, y los partidos de derecha que defienden una
"Europa para los europeos" y un Estado policial.
En los países de
Celac, la histórica dependencia de sus economías al mercado externo da
indicios de una crisis que tiende a agravarse. Los índices de
crecimiento del PIB caen; la inflación resurge; y se agravan la
desindustrialización y el éxodo rural con la consiguiente expansión del
latifundio.
El ‘pobretariado’
No basta
con tener discursos y políticas progresistas si no encuentran
correspondencia y adecuación en los programas económicos. Y nuestras
economías siguen bajo presión de países metropolitanos; de organismos
completamente controlados por los dueños del sistema (FMI, Banco
Mundial, OCDE, etc.); de un sistema de tarifas, en particular del precio
de los alimentos, intrínsecamente injusto, y según el cual los
beneficios privados del mercado tienen más importancia que la vida de
las personas.
El Banco Mundial (BM) alerta que 241 millones de
latinoamericanos pueden caer en la pobreza. Es lo que Bauman llamó
precarización y yo, ‘pobretariado’. Estos 241 millones ni son pobres,
ni pueden ser considerados de clase media. Y constituyen el 38% de la
población del continente, en la que se consideran pobres todos los que
se ven obligados a sobrevivir con menos de 4 dólares al día.
Hoy,
la mitad de la población adulta de América Latina vive del trabajo
informal, debido a la crisis económica que afecta a países emergentes
como Brasil, México, Argentina y Venezuela.
Desde que los
españoles y los portugueses llegaron a nuestra tierra natal, la economía
continental depende de la exportación de productos primarios, hoy
conocidos como materias primas. Sin embargo, los grandes importadores,
como China y Europa Occidental, dan señales de declive.
Hoy, se
consideran pobres, en América Latina, 167 millones de personas, y 71
millones son miserables (sobreviven con un máximo de US $ 1 por día).
En Brasil, la miseria ya alcanza el 12% de la población, y se agrava por
el ajuste fiscal del gobierno golpista de Temer, que afecta a las
políticas sociales e inhibe el crecimiento del PIB.
Todos los
gobiernos progresistas que hoy se congregan en la Celac, saben que
fueron elegidos por los movimientos sociales y por los segmentos más
pobres que constituyen la mayoría de la población. Sin embargo, ¿hay un
efectivo trabajo de organizar los segmentos populares? ¿Los movimientos
sociales son protagonistas de políticas de gobiernos o meros
beneficiarios de programas de carácter asistencialista y no
emancipatorio de combate a la pobreza?
¿Cómo los gobiernos
democráticos populares de América Latina tratan a los segmentos de la
población beneficiados por las políticas sociales? ¿Hay un empeño de
intensa alfabetización política de la población o se disemina una
mentalidad consumista?
Individualismo y el conservadurismo
Es
innegable que el nivel de exclusión y miseria causado por el
neoliberalismo exige medidas urgentes que no escapan al mero
asistencialismo. Sin embargo, tal asistencialismo se restringe al
acceso a beneficios personales (bono financiero, escuela, atención
médica, crédito facilitado, dotación de productos básicos, etc.), sin
que haya complementación con procesos pedagógicos de formación y
organización políticas.
Se crean, así, reductos electorales, sin
adhesión a un proyecto político alternativo al capitalismo. Se dan
beneficios sin suscitar esperanza. Se promueve el acceso al consumo,
sin propiciar el surgimiento de nuevos protagonistas sociales y
políticos. Y lo que es más grave: sin percibir que, en el seno del
actual sistema consumista, cuyas mercancías reciclables están
impregnadas de fetiche que valoran al consumidor y no al ciudadano. El
capitalismo post neoliberal introduce "valores" – como la competitividad
y la mercantilización de todos los aspectos de la vida y de la
naturaleza, reforzando el individualismo y el conservadurismo.
Nuestros
gobiernos progresistas, en sus múltiples contradicciones, critican al
capitalismo financiero y al mismo tiempo promueven la bancarización de
los segmentos más pobres, a través de tarjetas de acceso a beneficios
monetarios, a pensiones y salarios, y de la facilidad de crédito, a
pesar de la dificultad de pagar los intereses y la liquidación de las
deudas.
El peligro es fortalecer, en el imaginario social, la
idea de que el capitalismo es perenne ("La historia acabó", proclamó
Francis Fukuyama), y que sin él no puede haber proceso verdaderamente
democrático y civilizatorio. Lo que significa demonizar y excluir,
aunque por la fuerza, todos los que no aceptan esa "obviedad" son
considerados terroristas, enemigos de la democracia, subversivos o
fundamentalistas.
Esta lógica se refuerza cuando, en campañas
electorales, los candidatos de izquierda acentúan, enfáticamente, con la
confianza en el mercado, la atracción de inversiones extranjeras, la
garantía de que los empresarios y banqueros traerán mayores ganancias,
etc.
¿Hacia reformas estructurales?
Por
un siglo la lógica de la izquierda latinoamericana jamás se enfrentó a
la idea de superar el capitalismo por etapas. Este es un dato nuevo,
que exige mucho análisis para implementar políticas que impidan que los
actuales procesos democráticos populares sean revertidos por el gran
capital y por sus representantes políticos de derecha.
Este
desafío no puede depender sólo de los gobiernos. Se extiende a los
movimientos sociales y a los partidos progresistas que, cuanto antes,
necesitan actuar como "intelectuales orgánicos", socializando el debate
sobre avances y contradicciones, dificultades y propuestas, para
ensanchar siempre más el imaginario centrado en la liberación del pueblo
y en la conquista de un modelo de sociedad post-capitalista,
verdaderamente emancipatorio.
La cabeza piensa donde pisan los
pies. Nuestros gobiernos progresistas corren el serio riesgo de verse
sucumbidos por la contradicción entre política de izquierda y economía
de derecha, si no movilizan al pueblo para implementar reformas
estructurales. Y el principio del violín, que se aferra con la
izquierda y se toca con la derecha...
Como decía Onelio Cardozo,
las personas tienen “hambre de pan y de belleza”. La primera es
saciable; la segunda, inagotable. Eso significa que el deseo humano,
que es infinito, sólo dejará de ser rehén del consumismo y del hedonismo
–tentáculos del neoliberalismo– si ha saciado su hambre de belleza, o
sea, de sentido de existencia.
Esto no se alcanza apenas con más
frijoles en el plato y más dinero en el bolsillo. Será un sí, si existe
una formación capaz de imprimir en cada ciudadano y ciudadana, la
convicción de que vale la pena vivir y morir para que todos tengan vida,
y vida en abundancia, como dijo Jesús (Juan 10, 10). (Traducción
CEAAL).
Frei Betto es escritor, autor de "La mosca azul -
reflexión sobre el poder" (Ocean Press y Ciencias Sociales de Cuba),
entre otros libros.
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