miércoles, 20 de marzo de 2019

Venezuela: llámenlo por su nombre, golpe

Por George Ciccariello-Maher
El asalto al poder de Guaidó es descaradamente anticonstitucional

No importa cómo se presente, un intento de golpe está en marcha en Venezuela. Estos son los elementos básicos: el 23 de enero, Juan Guaidó, un político de segunda línea relativamente desconocido del partido derechista Voluntad Popular, simplemente se declaró presidente interino. Guaidó no fue elegido presidente, Nicolás Maduro sí, en mayo del año pasado, en una votación que la oposición podría haber ganado si no la hubieran boicoteado. Guaidó fue elegido como miembro de la Asamblea Nacional controlada por la oposición, y recientemente asumió su presidencia gracias a un acuerdo informal de reparto de poder con el resto de partidos de la oposición. Un sondeo de hace apenas una semana revela que más del 80% de los venezolanos no sabía quién era Guaidó.

Así que llámenlo como quieran: intento de cambio de régimen, golpe de Estado, golpe “suave” –el ejército no lo ha apoyado–, pero no lo llamen constitucional. La estrategia de la oposición se basa en el artículo 233 de la Constitución, que otorga a la Asamblea Nacional el poder de declarar el “abandono” del cargo por parte de un presidente. Por supuesto, lo bueno es que Maduro no ha hecho nada parecido, y solo el Tribunal Supremo puede descalificar a un presidente en ejercicio. A pesar de los gritos de dictadura, la oposición ganó las últimas elecciones que impugnaron, asumiendo el control de la Asamblea a finales de 2015 y utilizando su plataforma para intentar derrocar a Maduro.

Cuando la Asamblea insistió en que tomaran posesión diputados acusados ​​de fraude electoral, el Tribunal Supremo declaró a la Asamblea en desacato, y desde entonces asistimos a un enfrentamiento entre este poder y el judicial. Para romper ese bloqueo, Maduro convocó  elecciones para una Asamblea Nacional Constituyente, como lo autoriza el artículo 348 de la Constitución. La oposición boicoteó esas elecciones argumentando condiciones electorales injustas, y, de esta manera, entregó la victoria al chavismo. Cuando Maduro fue reelegido el año pasado, la mayor parte de la oposición nuevamente se negó a participar.

A pesar del acto descaradamente inconstitucional de Guaidó, los gobiernos de derechas de toda América Latina y más allá lo han reconocido como el líder legítimo de Venezuela. En un video publicado la semana pasada, el vicepresidente de EE.UU., Mike Pence, en un terrible español, expresó de manera preventiva el apoyo del régimen de Trump a las fuerzas de oposición de Venezuela, instándolas a actuar. Esto no es algo nuevo: Trump no ha ocultado su hostilidad hacia Maduro, y se ha reunido, como ha quedado demostrado, con oficiales venezolanos desleales.

Si todo esto resulta familiar es porque lo hemos visto antes: la oposición venezolana no es ajena a los golpes de Estado, como ocurrió con el breve derrocamiento de Hugo Chávez respaldado por Estados Unidos en 2002, o la violencia política que se lleva desatando en las calles desde 2013. Y tampoco comenzó con Trump: como secretaria de Estado, Hillary Clinton apoyó un golpe en Honduras en 2009 que desató el terror y ayudó a provocar un éxodo de migrantes. Desde entonces, Estados Unidos ha supervisado el giro a la derecha en todo el hemisferio, ya sea por medio de elecciones en Argentina, Guatemala y Chile, o los llamados golpes de Estado “blandos” en Paraguay y Brasil. Este último allanó el camino para la reciente elección de Jair Bolsonaro, un admirador confeso de la sangrienta dictadura militar de Brasil que celebró el intento de golpe de Estado de Guaidó en nombre de la democracia.

Está claro que Trump se preocupa tanto por los venezolanos normales y corrientes como por las familias migrantes en la frontera: su régimen de sanciones ha puesto a la economía venezolana en caída libre y ha causado sufrimiento en los más pobres. Pero mientras que los demócratas del establishment hiperventilan por la intromisión rusa en las elecciones estadounidenses, es improbable que se pronuncien sobre este intento de cambio de régimen, mucho más directo y peligroso.

En los próximos días, el enfrentamiento diplomático será decisivo. En respuesta a la intromisión abierta de Trump y Pence, Maduro ha roto relaciones con Estados Unidos y ha expulsado a los diplomáticos estadounidenses. Sin embargo, Trump se ha negado a reconocer la autoridad de Maduro para hacerlo, y aunque sería comprensible que Venezuela detuviera al personal diplomático en respuesta, esto le daría a Trump el pretexto que necesita para una “opción militar” con la que ha amenazado en el pasado. Entre los venezolanos, el respaldo de Trump a Guaidó puede reportarle más mal que bien, al dejar perfectamente claro que él es el candidato del imperio.

De momento, y a medida que se agrava el enfrentamiento, las cosas sola van a empeorar para quienes resultan siempre más afectados: los venezolanos más pobres; aquellos que, si bien están muy frustrados con su gobierno, no es probable que cambien su democracia duramente ganada por un golpe de Estado inconstitucional.

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