viernes, 8 de febrero de 2019

Rusos, chinos, yanquis, saudíes, petróleo y nosotros

En el sostenimiento de la soberanía de Venezuela frente a la amenaza de invasión por parte de los Estados Unidos existe una enorme cantidad de intereses cruzados. Esos intereses están dispuestos sobre un tablero que no se suele ver a simple vista, son muy variados y normalmente contradictorios entre sí. Ese es el juego de la geopolítica de todos los días.


El General Perón —que sabía mirar estos tableros y jugar sobre ellos siempre que la Argentina era llamada al juego— decía que la verdadera política es la política internacional. Eso significa que, en realidad, la política local o la lucha de opiniones a nivel nacional siempre está subordinada a esos intereses múltiples y contradictorios a nivel mundial. Lo que Perón decía es que siempre estamos respondiendo en el plano local a esos intereses, de una manera o de otra, cosa que ocurre en todos los países. Ningún país hace lo que quiere y ninguna política local está ajena a lo que pasa en el mundo.
Por lo tanto, para entender la cuestión Venezuela hay que mirar mucho más arriba y ver qué intereses se contradicen en el asunto, por una parte, y cuáles serían las consecuencias sobre la región de los hipotéticos desenlaces, por otra. En una palabra, lo que ocurre en Venezuela es problema de los venezolanos, pero también lo es de los que se meten y de los que no se meten, porque lo que de eso resulte va a afectar a todos, incluso a los que no se metan.

Nicolás Maduro pasa en revista a la tropas durante su visita a China, el principal socio de los subalternos hoy frente a la hegemonía de los Estados Unidos.
Venezuela tiene hoy la primera reserva certificada de petróleo a nivel mundial, además de ser el tercer país con más reservas de oro. En lo que se refiere específicamente a lo primero, Venezuela es un factor esencial a la hora de determinar el precio internacional del petróleo: si produce por encima de la demanda, hace que el precio baje y, por el contrario, si produce menos el precio sube.
En este momento, los Estados Unidos controlan Arabia Saudí —la segunda reserva de petróleo del mundo— mediante el sostenimiento político de una monarquía títere que revienta los recursos naturales del pueblo saudí a un ritmo alucinado para forzar el precio internacional a la baja. Desde el punto de vista de Washington, asumir el control también de Venezuela en principio significaría controlar las dos reservas más grandes del planeta, obligarlas a producir muy por encima de la demanda y de sus propias capacidades y así ubicar el precio internacional del petróleo en un nivel casi simbólico de unos pocos centavos de dólar por barril. La economía de los Estados Unidos es gran consumidora de hidrocarburos y se ve muy potenciada cada vez que el precio del petróleo baja.

Los que se meten

No obstante, existen países que no pueden permitir que los Estados Unidos se hagan con el control de Arabia Saudí y de Venezuela al mismo tiempo. Por distintas razones estratégicas, China y Rusia, entre otros, están muy interesados en que eso no suceda.
Por una parte están los rusos, importantes productores y exportadores de gas natural y petróleo. Pese a su extensión, su pasado de superpotencia con la Unión Soviética y su arsenal nuclear que supera incluso al de los Estados Unidos en cantidad de armas, Rusia es un país relativamente pequeño en comparación con las potencias económicas del presente. El PBI ruso no está ni siquiera entre los diez primeros del mundo y es inferior al de países como Canadá, Brasil e Italia, siendo similar al de otros teóricamente bastante menores como Corea del Sur, España y Australia. La economía rusa es unas quince veces más pequeña que la de los Estados Unidos, apenas tres veces mayor que la de Argentina y es, por lo tanto, muy vulnerable a las fluctuaciones de los precios internacionales de lo que exporta.
He ahí que los rusos están muy interesados en que el precio internacional del petróleo no baje y en ese sentido Venezuela está para los rusos en una posición similar a la de Siria, aunque por distintos motivos. Por el territorio sirio las potencias de Europa occidental pretenden pasar un gasoducto desde Arabia Saudí para ir aminorando la dependencia que los europeos tienen hoy del gas ruso (ver diagrama Nº. 1). De ahí el apoyo incondicional de Putin a Bashar Al-Assad para evitar que Siria caiga en manos de los “rebeldes” financiados y armados por Occidente. Al-Assad está triunfando después de varios años de una lucha encarnizada, el gasoducto no se construye y la industria de Europa occidental va a tener que seguir consumiendo el gas que llega desde Rusia a través de los gasoductos ya existentes. Triunfo ruso por el momento.

En el diagrama Nº. 1, las líneas rojas representan los gasoductos rusos ya existentes, de los que Europa occidental es dependiente. La línea amarilla simboliza el proyecto de un nuevo gasoducto que transportaría el hidrocarburo desde Arabia Saudí a Europa, disminuyendo esa dependencia respecto a los rusos. Pero el territorio de Siria sigue soberano y por allí no va a pasar ningún caño por el momento ni en el mediano plazo.
Por otra parte, China es un enorme consumidor de petróleo, gas y todo lo que sea combustible y energía en general. Al igual que los Estados Unidos y aún más, China necesita de cantidades ingentes de energía para mover su complejo industrial, que es gigantesco. Y si bien es cierto que los chinos podrían verse muy favorecidos momentáneamente por una baja en los precios internacionales del petróleo, también es verdad que China está interesada en que los Estados Unidos no avancen un metro más en su expansión imperialista, puesto que ambos países se encuentran hoy en una feroz guerra comercial que representa la lucha por nada menos que la hegemonía mundial. El primer interés de China hoy en la política internacional es impedir que a los Estados Unidos les vaya bien en lo que fuere.

Los que no nos metemos

Pero la presencia de China en la discusión complejiza mucho cualquier asunto y acá empezamos a aparecer los que la ligamos de rebote, como se suele decir en el barrio. Para los Estados Unidos el control de Venezuela no es solo el control de los recursos naturales de ese país o de nada que se limite al interior de sus fronteras. El control de Venezuela es para los yanquis el control en la práctica de toda la región, es la concreción de la Doctrina Monroe, más precisamente en lo que se refiere a la política del “Big Stick” por la que los Estados Unidos pueden intervenir y golpear con su gran garrote a cualquier país de América Latina y el Caribe que represente una amenaza a sus intereses particulares, que son los intereses de las corporaciones.
Si Venezuela cae en manos de los Estados Unidos, será muy poco lo que podremos hacer los demás latinoamericanos para evitar que esa dominación se extienda al resto de América Latina. Entonces la Doctrina Monroe se va a aplicar con toda su fuerza y vamos a funcionar otra vez como patio trasero de los yanquis, con gobiernos títere consolidándose en el tiempo por toda la región y sin posibilidad de revertir el cuadro, ya que ninguna otra potencia mundial va a poder meterse en dicho patio trasero a equilibrar el juego. Si Venezuela cae en manos de los yanquis, en una palabra, toda América Latina cae junto a Venezuela es un nuevo estatus colonial.

Putin junto a Mohamed bin Salmán, heredero de la corona de Arabia Saudí: una relación que a los yanquis no les hace ninguna gracia. Los momentos de distensión vividos por estos dos personajes durante el Mundial de fútbol realizado en Rusia y luego en la última reunión del G-20 son señales que muchos ven como un acercamiento regional a mediano plazo por encima de los intereses norteamericanos.
Y es aquí donde China deja de considerar las ventajas momentáneas de una baja en los precios internacionales del petróleo, porque nadie come petróleo y América Latina es hoy el gran productor de los alimentos que China necesita para seguir de pie. Una de las principales variables de cálculo en la economía mundial —sino quizá la principal— es que mil quinientos millones de chinos tienen que comer todos los días y eso no es moco de pavo. Si esa enorme cantidad de individuos tiene hambre, en un primer momento lo que cae es la producción industrial de China. Y si esa hambruna se extiende en el tiempo, la que corre peligro es la propia unidad nacional-popular de los chinos, porque el hambre genera inestabilidad social y política, como es harto conocido.
Entonces el control de países de América Latina como Brasil, Argentina, Paraguay y Bolivia por parte de los Estados Unidos podría darles a estos la carta que necesitan para disciplinar a los chinos y sostener la hegemonía mundial que hoy se está peleando a brazo partido. Sin ir mucho más lejos, esos cuatro países están entre los ocho mayores productores de soja en el mundo (Brasil es el segundo, Argentina es el tercero, Paraguay es el sexto y Bolivia es el octavo). Y la soja, más allá de ser un yuyito bastante nocivo para el medioambiente, es la principal fuente de nutrición animal existente. No, los chinos no comen soja: los que comen la soja son los cerdos y los pollos de cuya carne mil quinientos millones de chinos necesitan para subsistir.

Ellos no nos van a vender

El Diario Infobae es un servicio de inteligencia disimulado en forma de medio de difusión. El 30 de enero pasado, dicho diario publicaba una discreta nota en la que daba cuenta de la llegada de un avión Boeing 777 de Nordwind Airlines al aeropuerto de Caracas. La aeronave venía —siempre de acuerdo con el relato de Infobae— sin pasajeros y con dos tripulaciones, volando entre Moscú y Caracas, una ruta que Nordwind no ofrece.
Infobae sugiere que el avión venía a retirar de Venezuela unas 20 toneladas de oro, pero sugiere además otra hipótesis: al contar con dos tripulaciones, estaría en condiciones de despegar en cualquier momento, ya que contaría con al menos una tripulación descansada y lista para partir. Lo que Infobae quiere decir es que Putin estaría amagando con evacuar a Nicolás Maduro y sus colaboradores cercanos ante una eventual invasión por parte de los Estados Unidos.
A dicha hipótesis podría sumarse la de un posible pacto entre Putin y Trump que consistiría en un verdadero enroque. A Rusia le tocaría liberar la zona en Venezuela para la llegada de los estadounidenses y a estos, en cambio, les tocaría entregar el control de Arabia Saudí mediante la evacuación de la familia real. Si ese fuera el propósito de Putin y Trump, cada una de esas dos potencias mundiales pasaría a controlar una reserva de petróleo geográficamente ubicada en su propia región: Estados Unidos con Venezuela en América y Rusia con Arabia Saudí en Asia. Los yanquis contentos con la reducción drástica en los costos de transporte del petróleo, los rusos felices con la desactivación automática de cualquier hipótesis de conflicto en Siria por ningún gasoducto al estar ahora cubierta la fuente del gas que estaría motivando la guerra (véase el diagrama Nº. 2).

Con las limitaciones inherentes a la proyección de Mercator, podemos ver en el diagrama Nº. 2 cómo el control de las reservas de petróleo está cruzado desde el punto de vista de los Estados Unidos. La línea azul representa la relación carnal entre los yanquis y los saudíes, que tiene un costo altísimo de mantenimiento para los primeros. La línea roja es el creciente suministro de energía de Venezuela al complejo industrial chino. Y la línea amarilla es lo ya presentado en el diagrama Nº. 1, la dependencia europea del gas ruso. Rusia también abastece a China —además prescindiendo del dólar en las transacciones, que son fenomenales—, pero en la práctica, para los Estados Unidos, la verdad es que Arabia Saudí está en Asia y Venezuela a escasas millas de su costa.
No obstante, como decíamos al comienzo, ningún país hace lo que quiere, por más potencia que sea. Rusia no puede simplemente entregarles Venezuela a los Estados Unidos porque eso resultaría en la entrega de todo el subcontinente y de la región, cosa que China no puede permitir por las razones que ya hemos expuesto. La cosa no es tan simple como un enroque ni se trata de una negociación bilateral.
Y allí es donde empezamos a comprender la importancia real de alianzas estratégicas como la de los BRICS entre Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, de las relaciones de cooperación sur-sur entre países en desarrollo, las buenas políticas de gobiernos populares en América Latina con Rusia y China y tantas otras movidas de condenados de la tierra, como solía decir Frantz Fanon. Se trata de establecer una multipolaridad mundial para superar la hegemonía unipolar que los Estados Unidos establecieron tras la desintegración de la Unión Soviética y la caída respectiva del orden bipolar en 1991. La idea de estos países que desafían la hegemonía es limitar el poder que los Estados Unidos tienen hoy para intervenir en cualquier nación cuyo gobierno represente una amenaza a sus intereses nacionales y los de sus corporaciones. La presión de los yanquis sobre Venezuela y la oposición de China y Rusia a una hipotética intervención militar de aquellos sobre el territorio venezolano, el frenazo brusco de los rusos a la OTAN en Siria y en Ucrania y todos los demás movimientos geopolíticos que se nos aparecen desconectados unos de otros están todos atravesados por el mismo hilo. Lo que se está gestando es un nuevo orden mundial y tiene un carácter multipolar.
De modo que no tienen importancia las insinuaciones de los inteligentes escribas de Infobae, porque los chinos y los rusos no nos van a vender ni van a hacer ningún enroque que pueda fortalecer la posición hegemónica de los Estados Unidos. Rusia, China e Irán, entre otros, van a luchar palmo a palmo para destruir esa posición hegemónica y en el proceso los subalternos de América Latina vamos a tener la posibilidad de insertarnos en el nuevo orden y lograr nuestra soberanía nacional tan anhelada. Eso es lo que hace Venezuela y eso es lo que debemos hacer los argentinos cuando tengamos un nuevo ciclo de gobierno nacional-popular, nacionalista y popular: volver a asociarnos con países cuyo objetivo coincide con el nuestro y es alcanzar la independencia definitiva. Esto recién empieza.

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