Por Cecilia Zamudio,
Los verdaderos ambientalistas de este mundo son los pueblos en lucha
contra la depredación que perpetran las multinacionales: los que
entregan sus vidas por sus comunidades, por las montañas y ríos. Cada
mes, decenas de esos verdaderos ambientalistas son asesinados en sus
países: las balas de los sicarios del capitalismo transnacional
revientan sus cabezas llenas de honestidad y lucha, y mueren con las
manos limpias, unas manos que jamás habrán estrechado las manos infames
del FMI, ni las de los demás vampiros del planeta. La clase explotadora y
su sistema capitalista se perpetúa en base al Exterminio y a la
alienación: en base a la violencia, y también en base a la mentira que
impone a través de sus medios masivos.
La televisión, la prensa, la industria cultural, están en manos de
monopolios privados en el capitalismo: esos monopolios suelen también
tener capital en el complejo militar industrial, en el agroindustrial,
en la industria química y farmacéutica, etc… Todo lo anterior explica el
porqué los medios masivos no televisan a nadie que cuestione realmente
sus intereses: nadie que cuestione la perpetuación de este sistema, que
cuestione al capitalismo, recibirá tal hyper-mediatización.
La depredación de la naturaleza se debe al modo de producción
capitalista: el agroindustrial intoxica la tierra, la megaminería
devasta montañas y ríos, etc. El sobreconsumo es un fenómeno
teledirigido por el aparato cultural del capitalismo, por el bombardeo
publicitario. La Obsolescencia Programada, mecanismo perverso de
envejecimiento prematuro de las cosas, implementado adrede en el modo de
producción capitalista, también le garantiza a la burguesía que las
masas sobreconsuman, porque así es que la burguesía llena sus arcas: en
base a la explotación contra las y los trabajadores y en base a la
devastación contra la naturaleza.
No hay solución a la devastación de la naturaleza dentro del
capitalismo. Ante la tragedia palpable de continentes de plástico
flotando en los océanos, de la deforestación vertiginosa de bosques
milenarios, de los glaciares depredados, de las napas freáticas y ríos
contaminados y desecados, de cordilleras rebanadas por la mega minería,
del uranio empobrecido con el que el complejo militar industrial
bombardea regiones enteras, de los niveles de CO2 en claro aumento, el
cinismo de los amos del mundo es descomunal. Cómo si plantearan lo
siguiente:
«No se puede tapar el sol con un dedo, es decir ya es inocultable la devastación del planeta que los grandes capitalistas estamos perpetrando; ahora bien, lo que sí se puede hacer para seguir depredando y capitalizando, es mentir sobre las causas profundas y sistémicas del problema. Lo importante es que no se nos señale a nosotros como los responsables, que no se nos señale a los propietarios de los medios de producción, los que decidimos qué se produce, bajo qué condiciones y a qué ritmo, los que nos enriquecemos mediante el saqueo de la naturaleza y mediante la plusvalía que le sacamos a las y los trabajadores, los que decidimos cómo debe comportarse la población, ya que la inducimos al sobreconsumo que nos enriquece a nosotros, y la inducimos a no cuestionar a este sistema que tanto nos conviene a nosotros como minoría dominante. El fingir que nos preocupa el planeta, dará muy buenos réditos, basta con una buena operación de propaganda a nivel mundial, que se nos vea escuchando a algún símbolo que habremos creado previamente, algo que no nos cuestione como clase dominante, como clase explotadora, y que no cuestione en definitiva este sistema».
Pero la gangrena no se cura con tiritas, y obviamente la depredación
del planeta no se frenará con los placebos que el mismo sistema ofrece
para encausar el descontento social hacia callejones sin salida.
Greta y su grupo apelan a las supuestas «cualidades morales» de los
amos del mundo, apelan a su supuesta «buena voluntad»; una vez más
entramos en la fábula anestesiante que finge ignorar que en el
capitalismo la acumulación de riquezas la perpetran los grandes
capitalistas de dos maneras fundamentales: la explotación contra las y
los trabajadores y el saqueo de la naturaleza. En esta fábula del
GreenWashing (lavado verde) se plantea fraudulentamente la existencia de
un supuesto «capitalismo verde», algo totalmente imposible por la
lógica misma del sistema. No es posible un «capitalismo verde», como no
es posible un «capitalismo con rostro humano», como no es posible un
león vegetariano. Y eso simplemente porque cuando hablamos de este
sistema económico, social, político y cultural que es el capitalismo,
hablamos de los mecanismos inherentes a su lógica: ca-pi-ta-li-zar.
Y a los que vengan con el fraude de que “los países nórdicos son
grandes ejemplos de capitalismo bueno y verde”, decirles que mejor se lo
pregunten a una víctima de las masacres que las grandes empresas
nórdicas han fomentado en el Congo para poder saquear hasta la médula el
Coltán y otros recursos. ¿Les suena de algo Ericsson, Saab, Volvo,
Bofors (armas), Nammo (armas), Kongsberg (armas), Ikea, H&M, etc? Ni
muy “verdes” ni muy “humanas” en lo que a explotación y devastación
contra las y los trabajadores y contra la naturaleza se refiere. ¿Ah,
que si se logra externalizar fuera del país toda la cloaca de las
prácticas que enriquecen a una multinacional, entonces no se toma en
cuenta dicha cloaca? ¿Y la faraminosa cifra de negocios de las empresas
suecas, noruegas y finlandesas en base a la venta de armas, y su
lucrativa participación en toda nueva invasión de la OTAN, tampoco será
mostrada en la fábula, no?
No es posible un «capitalismo verde», como no es posible un
«capitalismo con rostro humano», como no es posible un león vegetariano.
Porque la explotación y la depredación son inherentes al capitalismo.
Ahora bien, lo que sí es posible, es maquillar el mismo rostro inhumano y
nada verde del capitalismo, con toneladas de maquillaje para que
parezca lo que no es. Pero un león con una máscara de zebra, no será
nunca vegetariano como el personaje de su máscara, así como un sistema
como el capitalismo, no será nunca «verde» como las máscaras que de sí
mismo mediatiza el mismo sistema. Grandes multinacionales energéticas,
depredadoras por excelencia de la naturaleza, arboran logos de colibrí o
de fauna marina. La BMW y un banco suizo financian el barco con el que
Greta surca los mares: ¿Será entonces menos poluyente, menos infame, el
proceder de la BMW o del banco suizo?
Por otra parte, en el discurso del GreenWashing se culpabiliza a
todos por igual, y al final… «si todos somos culpables nadie lo es de
manera específica», lo que es una manera de diluir responsabilidades, de
no señalar a los principales responsables de esta barbarie: los grandes
capitalistas, la burguesía transnacional.
Es verdad que el sobreconsumo no se limita a la burguesía, porque si
bien esta puede consumir muchísimo más y genera un despilfarro brutal,
la clase explotada también ha sido alienada por el bombardeo
publicitario, para llevarla a sobreconsumir, aún a costa de contraer
deudas. Pero una vez más, hay una cuestión de clase: porque es la clase
explotadora, la que posee los medios de producción y propaganda, la que
impone su hegemonía ideológica y cultural a todo el planeta, es la clase
explotadora la que aliena a la clase explotada a través de los medios
masivos de su propiedad. Es mediante la alienación que la clase
explotadora dirige a la clase explotada hacia el sobreconsumismo, la
dirige mediante el bombardeo publicitario y mediante los paradigmas que
impone el aparato cultural del capitalismo (individualismo, consumo
presentado como «compensatorio», noción de “éxito” relativa al tener y
no al ser, etc). La Obsolescencia Programada (envejecimiento prematuro
de las cosas) también les garantiza a los grandes capitalistas que las
masas sobreconsuman, para llenar sus cuentas bancarias mientras devastan
al planeta.
En el 2019, las 26 personas más enriquecidas del mundo tienen la
misma riqueza con la que malviven los 3.800 millones de personas más
empobrecidas, la mitad de la población mundial (Oxfam). Un puñado de
multimillonarios posee los principales medios de producción y medios de
propaganda y difusión. El 1% de la población mundial posee el 82% de la
riqueza mundial. La base de datos de consumo de energía eléctrica per
cápita, evidencia que son Europa, Estados Unidos, Canadá y demás
metrópolis capitalistas, las que consumen, y de lejos, la inmensa
mayoría de la energía consumida a nivel mundial.
En el discurso de la Máscara Verde, se equipara la depredación que
cometen los grandes capitalistas, las gigantescas empresas que
secuestran ríos enteros para la mega minería, con los pueblos que son
sus víctimas. Se equipara a víctimas con victimarios en ese abyecto
discurso del “todos somos culpables”, que no hace distinción alguna, ni
de clases sociales, ni entre el puñado de países que consumen el 80% de
los recursos del planeta (Estados Unidos, Europa, Canadá, Japón,
Australia y demás metrópolis capitalistas) y todos los demás países del
mundo (la inmensa mayoría) que sobreviven con el 20% restante. En el
discurso de la Máscara Verde no se habla de metrópolis capitalistas que
sobreconsumen, versus periferias capitalistas que son concebidas por el
capitalismo transnacional como meras «bodegas de recursos» y saqueadas
hasta la médula, con un impacto ecológico devastador y un impacto social
de empobrecimiento, tampoco se dice que el saqueo es perpetrado
asesinando a toda persona o comunidad que alce su voz contra el saqueo
capitalista.
Se equipara a las multinacionales depredadoras con los pueblos que
éstas exterminan. Tomemos como ejemplo lo que cometen la Anglo American,
la BHP Billiton y la Glencore al desviar todo un río para usar el agua
en la mina de Carbón más grande del mundo, la mina del Cerrejón en
Colombia, lo que causa sequía, ecocidio, hambruna y Genocidio contra uno
de los principales pueblos indígenas de Colombia: los Wayú. Más de
14.000 niños Wayú han muerto de hambre y sed por causa del saqueo
capitalista que perpetran esas tres multinacionales. El carbón que se
extrae por toneladas, es encaminado hacia Estados Unidos y Europa
principalmente. Así que no, no somos «todos culpables por igual». No es
igual de culpable una familia trabajadora que un capitalista. No es
igual de culpable la multinacional Glencore que el pueblo Wayú
padeciendo exterminio. No son culpables las y los miles de luchadores
sociales, ecologistas verdaderos, que son asesinados a diario por las
balas de los sicarios del capitalismo transnacional; pero en cambio sí
son culpables los que saquean el planeta y pagan sicarios para
exterminar toda oposición al saqueo capitalista.
Por nuestras muertas y muertos, ni un minuto de silencio ante la
barbarie y la pantomima con la que pretenden encubrirla: más de 1500
campesinos, indígenas, afrodescendientes, ambientalistas, luchadores
sociales, asesinados en Colombia por el capitalismo transnacional en
cinco años, otros miles en México, otros tantos en diversos países de
África, Asia y América Latina… Y nos vienen con su fábula de la niña de
las trencitas, que NO cuestiona al sistema capitalista y es
hyper-mediatizada, con su montaje que hiede a paternalismo eurocentrado,
con su decorado que hiede a cinismo, con su teatro que hiede a fingir
para que todo siga igual.
Están experimentando para ver hasta qué punto nos tragamos todos sus
montajes con la sonrisa tonta, mientras que ellos, los miembros de la
clase explotadora, siguen depredando montañas y ríos, océanos y bosques,
siguen perpetrando ecocidios y genocidios, siguen empujando a millones
de desposeídos a los caminos del éxodo, siguen transformando el planeta
en un basural y a los seres humanos en alienados (y al que no se deje
alienar, y pretenda luchar por fuera de los trazados de lo inútil, le
asestan la bala paramilitar y militar, o la persecución política y la
cárcel).
«Mientras tengamos Capitalismo, este planeta no se va a salvar;
porque el capitalismo es contrario a la vida, a la ecología, al ser
humano, a las mujeres», expresaba Berta Cáceres, auténtica ambientalista
y luchadora social hondureña, asesinada por oponerse al saqueo
capitalista. Chico Méndes, otro auténtico ambientalista, defensor de la
Amazonía y luchador social asesinado para callar su voz de consciencia
de clase, para intentar frenar la organización política de los
desposeídos, ya señalaba, antes de ser asesinado, las imposturas del
«GreenWashing» (al que por entonces no se llamaba con ese término, pero
que ya existía). Contra el capitalismo y su Maquillaje Verde, también
había alzado su lucha Macarena Valdés, ecologista Mapuche asesinada por
defender a la naturaleza y a la comunidad, por enfrentarse a la
multinacional RP Global, de capital austriaco, que promueve la energía
que vende como «renovable y sustentable», tras participar del ecocidio y
genocidio contra el pueblo Mapuche. Las y los luchadores contra la
depredación de la naturaleza son miles, sus voces no son mediatizadas,
sus vidas suelen ser cortas porque son truncadas por las herramientas
represivas al servicio del capitalismo transnacional.
Y si algún país pretende nacionalizar los recursos naturales y no
permitir que las multinacionales los saqueen, lo bombardean en sus
guerras imperialistas, lo invaden, le introducen mercenarios fanáticos
religiosos incubados desde el imperio, lo torturan, lo martirizan, le
imponen regímenes sanguinarios (¿dónde están esos falsos “ecologistas”
del sistema cuando el imperialismo estadounidense y europeo masacra
naturaleza y pueblos en Irak, Libia, Colombia, Afganistán, Yemen, etc?
Ah… Que ahí no está su seudo “protesta» ¿no?… Claro, las marionetas al
teatrillo, a embaucar incautos, a hacer que las miles de personas que
fueron (y son a diario) asesinadas por el capitalismo transnacional por
haber verdaderamente defendido al planeta en primera línea, sean más
silenciadas todavía en medio de toda la cacofonía, de la
hyper-mediatización de la ficción. Pero la lucha sigue, contra el
capitalismo y su barbarie; porque la cosmética con la que pretenden
tapar su hedor, muchas y muchos no nos la tragamos.
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