jueves, 13 de febrero de 2020

El poder de las huelgas clásicas

 Kim Kelly (The Baffler)
Las movilizaciones de los trabajadores del transporte en países como EE. UU. y Francia han demostrado que estos tienen la llave de la economía y de nuestra sociedad

El Día de Acción de Gracias es posiblemente el peor día festivo de Estados Unidos. Incluso si obviamos la historia genocida que enmascara, los días que rodean al consumo ritualizado de grandes aves resecas y chorreantes guarniciones (por lo general en presencia de nuestros parientes menos favoritos) es sin duda uno de los períodos de viaje más frenéticos del año, y 2019 no ha sido una excepción. La AAA [Asociación de Automóviles de EE.UU.] calculó que 49 millones de estadounidenses se desplazarían al menos 80 km en coche, mientras que Airlines for America [el lobby de las aerolíneas] previó que 41 millones de personas volarían entre el 22 de noviembre y el 3 de diciembre. El impacto medioambiental es brutal y el estrés de atender a todos esos iracundos pasajeros es una pesada carga para los trabajadores aeroportuarios. Un cierto grado de caos es previsible, pero gracias a la labor de los siempre sobreexigidos y con frecuencia mal pagados trabajadores del transporte, la mayoría de los pasajeros llega a casa a tiempo para comerse el pavo.



Sin embargo, este año [por 2019] ese viaje podría ser un poco más complicado. El 26 de noviembre, los trabajadores de abastecimiento de comida de 17 de los principales intercambiadores aéreos (incluido el aeropuerto JFK de Nueva York, el O’Hare de Chicago, el LAX de Los Ángeles y el DCA de Washington), escenificaron lo que su sindicato, UNITE HERE, denominó la manifestación más numerosa del personal de servicios en tierra de los aeropuertos estadounidenses en años. Las protestas formaban parte de una redoblada campaña para llamar la atención sobre la grave situación que viven los trabajadores de catering del aeropuerto, muchos de los cuales “viven en la pobreza”, mientras la aerolínea American Airlines, que utiliza los servicios de estos trabajadores a través de subcontratas como LSG Sky Chefs y Gate Gourmet, declaró un beneficio neto de 1.400 millones de dólares en 2018. Como destaca UNITE HERE, una encuesta reciente que se realizó entre cientos de trabajadores de Sky Chefs concluyó que un “30 % de los trabajadores carecía de seguro médico y un 35 % dependía de la asistencia sanitaria del gobierno para sus tratamientos o los de sus hijos”.

La vigencia del convenio de los trabajadores de catering de aerolíneas finalizó el 31 de diciembre del 2018: Gate Gourmet comenzó la mediación el 26 de septiembre de 2018 y Sky Chefs el 21 de mayo de 2019. El sueldo, los seguros de salud y las peligrosas condiciones de trabajo son los principales temas que los trabajadores de ambas empresas llevaron a la mesa de negociación: “Trabajo en el principal intercambiador de American Airlines, DFW, que también es la ciudad natal de la empresa y donde American Airlines acaba de edificar unas nuevas y lujosas oficinas centrales”, comenta la miembro de UNITE HERE, Stephanie Kopnang, “y, sin embargo, estamos entre los servicios de catering peor pagados del país. Si no hago horas extra, no puedo pagar el alquiler ni las facturas”.
En julio, los trabajadores del catering de 33 aeropuertos votaron mayoritariamente a favor de ir a la huelga una vez que la Comisión Nacional de Mediación los liberara
Los miembros de UNITE HERE llevan meses cuestionando estas insostenibles y explotadoras condiciones de trabajo con acciones que van desde el simulacro de muerte escenificado hace un par de meses en Filadelfia, hasta las manifestaciones que se llevaron a cabo en numerosos aeropuertos durante el verano del año pasado. En julio, los trabajadores del catering de 33 aeropuertos votaron mayoritariamente a favor de ir a la huelga una vez que la Comisión Nacional de Mediación los liberara. El tiempo se está agotando para que las aerolíneas comiencen a tomar en serio a estos trabajadores y satisfagan sus exigencias porque, como han dejado suficientemente claro, están dispuestos a hacer lo que sea necesario para conseguir el convenio que ellos (y sus familias) se merecen. “Yo estoy en esta lucha por mi hija de 12 años, Ariana; pago 400 dólares al mes por el seguro de la empresa solo para poder llevarla al médico y que la traten el asma crónico que padece”, explica Shandolyn Lewis, una empleada del catering de Detroit. “Nosotras trabajamos para una subcontrata de LSG Sky Chefs, pero nuestro trabajo hace que las aerolíneas ganen dinero. Sin nosotras, las aerolíneas no tendrían comida o agua que ofrecer a sus pasajeros. No podemos permitirnos esperar más por algo que nos merecemos”.

Junto a los trabajadores del catering de aerolíneas, los tripulantes de cabina de pasajeros, que ya se están preparando mentalmente para la afluencia de ansiosos y desagradables pasajeros del Día de Acción de Gracias (¡eso sí que es control emocional!), también están luchando por su cuenta. Los auxiliares de vuelo de Hawaiian Airlines también han votado a favor de convocar una huelga (la primera en los 90 años de historia de la aerolínea), tras la ruptura de las negociaciones contractuales que comenzaron en enero de 2017. Los auxiliares de Hawaiian Airlines cobran menos que los de otros estados de EE.UU., a pesar del elevado coste de vida de las ciudades en las que viven. Llevan 6 meses organizando piquetes informativos en el aeropuerto internacional de Honolulu con el apoyo de su sindicato, la Asociación de Tripulantes de Cabina de Pasajeros (AFA-CWA, por sus siglas en inglés), y su presidenta, Sara Nelson, que en junio se sumó a los piquetes. Al igual que los trabajadores de UNITE HERE, no podrán convocar una huelga legalmente hasta que la Comisión Nacional de Mediación los libere de la negociación y pase un “período de enfriamiento” de 30 días. Pero después de ese tiempo, todo es posible.

Los trabajadores de aerolíneas no son ni mucho menos los únicos que están en lucha. Los conductores de autobuses de la zona metropolitana de Washington (WMATA, por sus siglas en inglés), contratados por la estación Cinder Bed Road de Virginia, llevan meses en huelga. Los trabajadores son miembros del sindicato Amalgamated Transit Union (ATU), filial 689, y la estación Cinder Bed Road está operada por Transdev, una multinacional francesa: la primera estación metropolitana de Washington que se gestiona con capital privado en 40 años. Los trabajadores convocaron la huelga el 24 de octubre de 2019 por las preocupaciones en materia de seguridad, por unas prácticas laborales injustas y por problemas con el servicio, además de por el evidente asunto del desequilibrio salarial (según el sindicato, los conductores de Transdev realizan exactamente el mismo trabajo que los contratados directamente por el WMATA y cobran 12 dólares menos la hora). Asimismo, se les desgravan 6000 dólares por el seguro sanitario, mientras que a los otros trabajadores del WMATA no se les desgrava nada. Este doble sistema de sueldos y prestaciones, en el que se clasifica y paga a los trabajadores de manera diferente, aunque realicen el mismo trabajo, se asemeja a las condiciones laborales que provocaron la huelga general de General Motors a comienzos del año pasado y casi hicieron lo mismo con UPS en 2018. Los jefes adoran los diferentes escalones salariales porque pueden ahorrarse dinero en indemnizaciones y, en algunos casos, hasta conseguir que los miembros del sindicato se enfrenten los unos con los otros. Pero la injusticia intrínseca de este sistema irrita a los trabajadores, y los intentos que ha realizado la dirección para dividirlos ya está empezando a jugar en su contra. El espíritu de grupo del sindicato ATU, filial 689, ha permitido que consigan llegar a este punto y ahora no van a tirar la toalla. Como cantaban en un reciente vídeo musical que realizó el huelguista Otis Price: “No juegues con mi dinero, no juegues con mi familia”.
Los auxiliares de Hawaiian Airlines cobran menos que los de otros estados de EE.UU., a pesar del elevado coste de vida de las ciudades en las que viven
La huelga del Cinder Bed Road ha contado con el apoyo de otros miembros del sindicato, incluidos los que trabajan en el Fairfax Connector, que es la red de autobuses más grande de Virginia y la tercera más grande de la zona de Washington D.C. Los trabajadores sindicados de Fairfax Connector, cuyo convenio finalizó su vigencia hace 4 meses, también autorizaron una huelga el 9 de noviembre de 2019; su red de autobuses, como seguramente hayas adivinado, también está operada por Transdev [NdT: los trabajadores acordaron detener la huelga hasta nuevo aviso el 10 de diciembre de 2019]. Y estas no son las primeras situaciones de conflicto laboral que ha tenido la empresa francesa en el ámbito del DMV (Departamento de Vehículos Motorizados); en 2018, Transdev llegó a un acuerdo para evitar el juicio por una demanda que presentaron cinco conductores de paratránsito [transporte flexible para pasajeros cuya discapacidad les impide acceder al servicio de rutas fijas de autobús] que afirmaban que cobraban “4 o 5 dólares la hora”, según uno de los demandantes. De igual forma, a comienzos del año pasado, la ciudad de Baltimore demandó a Transdev por una supuesta sobrefacturación de 20 millones de dólares para operar el servicio gratuito de autobuses del Charm City Circulator.

Es difícil imaginar a la empresa intentando este tipo de conducta abusiva en sus sucursales de París. Los trabajadores franceses son conocidos por su perpetua disposición para la huelga, y los que trabajan en el sector de los transportes no solo realizaron numerosos paros el año pasado, sino que tienen planificados más aún para este año. Apenas al otro lado de la frontera norte de EE.UU., unos 3000 trabajadores del Ferrocarril Nacional de Canadá declararon el 19 de noviembre del año pasado su primera huelga en una década. No obstante, el 26 de noviembre de 2019 se anunció que el sindicato de transportistas de Canadá y la empresa de ferrocarriles habían llegado a un acuerdo preliminar: la huelga planteaba problemas muy graves al débil gobierno del primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, porque paralizaba el transporte de petróleo y agrícola a lo largo y ancho del país.

Mientras tanto, Lufthansa se enfrentó a una huelga potencial durante las fechas navideñas; el 25 de noviembre del año pasado los controladores aéreos italianos interrumpieron bruscamente el tráfico aéreo y dejaron en tierra más de cien vuelos de Alitalia; y los trabajadores de South African Airlines pusieron fin hace poco a una complicada huelga. Finnair, la aerolínea nacional de Finlandia, tuvo que cancelar casi 300 vuelos el 24 y 25 de noviembre por la huelga de solidaridad que declararon los trabajadores de la aerolínea en respuesta al conflicto laboral que afectaba a unos 9000 trabajadores del servicio postal del país. La huelga también se extendió a los autobuseros de Helsinki, y en lo que supuso un duro golpe para el turismo, además de para la economía, el Sindicato de Marineros de Finlandia suspendió la navegación de todos los barcos de carga y pasajeros con bandera finlandesa hasta nuevo aviso.

Este tipo de huelgas de solidaridad son mayoritariamente ilegales en Estados Unidos, a raíz de la odiada Ley Taft-Hartley de 1947, que impuso restricciones a los boicots secundarios, a las huelgas jurisdiccionales y a las denominadas huelgas “salvajes” (es decir, huelgas que violan las cláusulas de no hacer huelga, o que se realizan sin la autorización oficial del sindicato). Los profesores de Virginia Occidental que iniciaron la corriente actual del #RedforEd declararon una huelga salvaje, al igual que aquellos que les siguieron en Kentucky y Oklahoma. Los transportistas que se negaron a entregar los vehículos de General Motors a los concesionarios durante la reciente huelga de GM también realizaron posiblemente algo similar al tipo de boicot secundario que prohíbe la Ley Taft-Hartley. Algunas reglas están para romperlas. Aun así, la existencia de la ley complica que los trabajadores estadounidenses organicen el tipo de paros a gran escala que sus equivalentes en otros países realizan con una regularidad pasmosa. Chile y Colombia declararon huelgas nacionales en noviembre de 2019; las calles de Roma se llenaron de huelguistas en octubre; Sudan, India y Cataluña convocaron huelgas generales en 2019; los manifestantes de Hong Kong declararon una en agosto; y a principios del año pasado, cientos de miles de mujeres en España llevaron a cabo una huelga coordinada durante todo un día para reivindicar el Día Internacional de la Mujer.

Aunque es posible que las restricciones de la ley Taft-Hartley compliquen la rebelión a gran escala de la clase obrera en términos similares a los que se han visto en otros países, también demuestran la importancia de las acciones que están llevando a cabo los trabajadores de tránsito en la actualidad: la estructura de transporte en EE.UU. es vulnerable y los trabajadores sindicados provocan verdaderos estragos en ella.

Esto es algo que sindicatos como el de Camioneros (Teamsters) y el Sindicato Internacional de Estibadores y Trabajadores Portuarios (ILWU, por sus siglas en inglés) siempre tuvieron muy claro. Los transportistas y los trabajadores de tránsito se encuentran en una situación perfecta para manipular (con dureza) los hilos del poder. Hace pocos meses, más de 300 miembros de la filial 455 del sindicato de camioneros de Denver, Colorado, hicieron huelga en la planta distribución de alimentos de Sysco por problemas en materia de seguridad. Aunque tampoco se puede subestimar la destacada historia militante de la ILWU: el sindicato está amenazado en la actualidad por un fallo judicial que le condena a pagar 93,6 millones de dólares por reducciones y paros laborales en Portland, que sus abogados alegan que fueron provocados por las prácticas laborales.

Como aclaran estos y otros trabajadores de tránsito mencionados anteriormente, una forma segura de atraer la atención hacia un problema es interferir con los planes de viaje de las personas, con el envío de sus productos de consumo, con la entrega de sus paquetes o con transportarlos del punto A al punto B. En el Festival Workers’ Revival, un evento organizativo y de artes celebrado en 2018 en Kansas City y organizado por el colectivo Missouri Jobs With Justice, me senté con un señor canoso que había trabajado durante décadas en los ferrocarriles. Según él, la gente no se da cuenta del tremendo poder que todavía tienen los ferrocarriles y la importancia decisiva que tienen las infraestructuras de transporte para permitir que el país siga funcionando: “Podríamos paralizar al país en tres días”, afirmó.

Tras el estallido de las manifestaciones que se produjeron en los aeropuertos en 2017 en respuesta al repugnante veto de Trump a la entrada de ciudadanos de países musulmanes (que sigue estando en vigor y con probabilidades de ampliarse), los tribunales primero pudieron bloquear la prohibición y luego consiguieron suavizarla. Cuando los mineros de Blackjewel detuvieron un tren de carbón de Kentucky hasta que les pagaran los sueldos atrasados, atrajeron la atención de la opinión pública nacional, y finalmente consiguieron su dinero. Menos de una semana después de que la presidenta de AFA-CWA, Sara Nelson, solicitara a los demás dirigentes sindicales que consideraran la idea de una huelga general para terminar con el cruel y fútil cierre de la Administración que impuso Trump, varios vuelos de los aeropuertos principales tuvieron que permanecer en tierra por motivos de seguridad, ya que varios controladores aéreos de la costa este avisaron de que no irían a trabajar porque estaban enfermos. Al día siguiente se reanudaron todas las actividades de la Administración. Existen motivos para que la simple idea de que los trabajadores del metro se declaren en huelga provoque pánico en el corazón de todo neoyorkino, o que la mera posibilidad de una cancelación de vuelos en cascada hiciera dar marcha atrás a un tirano miserable. Los trabajadores del transporte tienen la llave de la economía y de nuestra sociedad en su conjunto; sin ellos, nada ni nadie puede ir donde necesita ir, por muy importante que se crea.


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