Por Marco Teruggi
Pueblo de Venezuela, la situación no está fácil”, repiten los camiones que recorren las calles de Caracas y piden a la gente quedarse en la casa. El país está en la quinta semana de cuarentena, una nueva normalidad distópica con barbijos, policías en las calles, comercios cerrados, colas para la gasolina, y una sequía que agrega más calor al calor.
Los números ante la pandemia muestran, por el momento, una situación
bajo control: 197 personas contagiadas, 111 recuperadas y 9 fallecidas.
El gobierno realiza una actualización diaria por radio y televisión para
explicar la evolución de la curva que se mantiene aplanada, dónde
surgen los nuevos casos y en qué situación.
Esas medidas se han complementado con los apoyos internacionales
recibidos para reforzar el sistema de salud: insumos médicos de la Cruz
Roja, la Organización Panamericana de la Salud, de China, Cuba y Rusia.
La decisión de abordar con carácter de emergencia la aparición del
coronavirus permitió, además, poder enfrentar al retorno de migrantes
venezolanos que han venido ingresando por las fronteras terrestres con
Colombia desde el inicio de la pandemia. Más de diez mil personas
entraron al país hasta ahora, lo que llevó a desplegar un operativo
médico, de alojamiento y alimentación en los diferentes puntos de cruce.
El gobierno anunció que la cuarentena se prolongará por treinta días,
es decir hasta casi mediados de mayo. Junto con las medidas ya tomadas,
comenzó a implementarse desde el lunes en una de las zonas populares de
Caracas, la parroquia Sucre, el uso de un pase por familia para
moverse, con el objetivo de limitar desplazamientos y cortar las cadenas
de transmisión del virus.
Si la perspectiva en cuanto al manejo sanitario de emergencia resulta
clara en su explicación y desarrollo, la situación en el área económica
es, en cambio, incierta.
Diferentes problemas se han acelerado en los últimos días: el aumento
del dólar paralelo, que pasó de 70 mil a cerca de 130 mil bolívares, el
incremento de los precios ligado al dólar y la especulación, y la
escasez de gasolina que antes afectaba a las zonas fronterizas y ahora
llegó hasta la capital.
Las medidas tomadas por el gobierno hacia los sectores populares se
han centrado en intentar fortalecer el sistema de distribución de
alimentos subsidiados, otorgar bonos -dentro de una política general de
poca emisión para intentar contener la inflación-, y prohibir el corte
de los servicios, de por sí muy bajos.
Mantener la cuarentena resulta difícil para muchos debido al cierre
de la economía informal, que, debido al deterioro de los salarios
regulados, se amplió fuertemente en los últimos años. A esto se suma,
además, lo que se estima será una reducción de las remesas, que forman
parte del circulante en dólares de la economía ya parcialmente
dolarizada.
El desabastecimiento de gasolina, por su parte, es el resultado de
varios factores. Por una parte, central, el bloqueo norteamericano, que
sanciona a la industria petrolera estatal PDVSA, a las empresas
internacionales que trabajen con ella, lo que afecta tanto la
exportación de crudo, como la importación de químicos,
maquinarias/repuestos, y gasolina.
El bloqueo se agrava con la caída de los precios petroleros debidos a
la reducción de la demanda global en cerca del 25%, y la falta inicial
de acuerdo entre Rusia y Arabia Saudita para disminuir la producción. El
reciente acuerdo entre los principales países productores de recortar
9,7 millones de barriles diarios es una buena noticia para Venezuela,
pero no tendrá, según varios analistas, un impacto significativo en los
precios hasta que se reactive la demanda, es decir, cesen en parte las
cuarentenas, comiencen a reabrirse fronteras.
El problema petrolero es entonces quíntuple: de baja producción
-aunque un aumento tendría enfrente la dificultad de venta ante la
disminución de la demanda-, de exportación, de precios, de ingresos para
el Estado, y de abastecimiento interno que, a su vez, afecta la
movilidad de varias áreas de la economía.
Ante esta situación ha comenzado la reactivación de una refinería, El
Palito, en la zona central del país para abastecer una parte del
mercado interno, y, según anunció Maduro, se han fortalecido las
relaciones con China, Rusia e Irán.
“Pueblo de Venezuela, la situación no está fácil”, es entonces una
definición acertada del estado de la situación debido a la amenaza del
coronavirus, cuarentena, y el cuadro económico que se explica en parte
por el bloqueo norteamericano contra el cual muchas voces
internacionales piden el retiro.
Estados Unidos, por su parte, ha dejado en claro que no levantará el
bloqueo, y busca hacer de la pandemia una oportunidad para apretar en el
intento de derrocamiento de Nicolás Maduro, que necesita con mayor
urgencia debido a la situación de crisis de la industria petrolera de
esquisto norteamericano, particularmente golpeada por la caída
petrolera.
No es lo único: Trump busca a su vez desviar miradas de la crítica
situación interna del país que expone errores de la Casa Blanca,
disputas con gobernadores, tensiones con el Pentágono, el disparo de los
números de desempleo y la incapacidad de liderar respuestas a nivel
internacional.
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