Mágicamente, en 2012, desapareció el
papel higiénico. Meses después, de repente, le siguieron la harina de
maíz, el arroz, la pasta, el aceite, la margarina, las compotas, las
salsas, la leche, el café, el azúcar, el jabón de tocador, el de lavar
ropa, las toallas sanitarias, los pañales, el champú y hasta la pasta de
dientes. Luego comenzaron a desaparecer de las farmacias los
antihipertensivos, la insulina, antibióticos, analgésicos y hasta la
solución fisiológica, y de los talleres mecánicos los repuestos, cauchos
y baterías para vehículos.

Así comenzó la guerra económica contra el pueblo venezolano
Hoy, 7 años después, como por arte de
magia, apareció el papel higiénico. Inexplicablemente también se
consiguen la harina de maíz, el arroz, la pasta y todos los demás
productos a pesar de que las importaciones son 77,5% menores que en 2012
(en 2018 ascendieron a US$ 14.866 millones, en 2012 fueron US$ 65.951
millones, en 2013 US$ 57.183 millones, en 2014 US$ 47.255 millones, en
2015 US$ 33.308 millones).
Sorpresivamente hoy hay de todo a pesar
de que la economía es 50% menor que en 2012 y que las exportaciones han
disminuido 66% con respecto a ese año (en 2012 las exportaciones
ascendieron a US$ 97.877 millones, en 2018 fueron US$ 33.677 millones) y
a pesar de la incertidumbre que para los empresarios debe representar
la hiperinflación, la cual alcanzó 130.060% en 2018. En 2012 los precios
solo variaron 20,1%. ¿Curioso, verdad?
¿Será que ha terminado la guerra? ¿O es
que después de 7 años de intentos de desestabilización sin éxito alguno y
observando que el pueblo venezolano ha logrado sortear la escasez, el
enemigo se ha visto obligado a “recordar” la fidelidad a sus marcas como
una estrategia de mercadeo?
Ingenuo sería pensar que han dado por
terminada la guerra económica cuando dos de sus otras armas, incluso más
poderosas: el bloqueo financiero internacional y sobre todo el ataque a
la moneda persisten como amenaza y en escalada siguen afectando a todo
el pueblo venezolano.
Mientras el pueblo venezolano, fiel al
legado de sus libertadores, mantenga su decisión de ser un pueblo libre,
independiente, digno y soberano, mientras siga luchando por hacer
realidad su sueño de consolidar un modelo de justicia social, de
igualdad y más humano, el enemigo, el imperialismo, continuará en sus
intentos de desestabilización, de invasión y ocupación. No hay razones
para pensar lo contrario.
Desenlaces de las guerras económicas en la historia
Largas colas se hacían en las calles de
la URSS en la década de los ochenta para adquirir alimentos y bienes de
primera necesidad a pesar de que la economía soviética estaba en franco
crecimiento. Mientras tanto, el rublo inexplicablemente se depreciaba de
manera acelerada.
Confesó Margaret Thatchert en 1991: “Por
desgracia y pese a todos nuestros esfuerzos, durante largo tiempo la
situación política en la URSS siguió siendo estable… sin embargo al poco
tiempo nos llegó una información sobre el pronto fallecimiento del
líder soviético y la posibilidad de la llegada al poder, con nuestra
ayuda, de una persona gracias a la cual podríamos realizar nuestras
intenciones de debilitar la economía de la URSS… Esa persona era Mijaíl
Gorbachov”. Lo ratificó luego el propio Gorbachov en 2000: “El objetivo
de mi vida fue la aniquilación del comunismo”.
La traición de Gorbachov no solo
derrumbó el Muro de Berlín y con este el buen vivir y las esperanzas de
todo un pueblo, allanó el terreno para el gobierno neoliberal de Boris
Yeltsin que aceleradamente acabó con los indudables logros de la
revolución bolchevique. En menos de 5 años, entre 1990 y 1995, el PIB
cayó 51%, la esperanza de vida pasó de 69,4 en 1988 a 64,4 años en 1994;
la tasa de mortalidad de las mujeres aumentó 62%; el consumo de
alimentos del pueblo soviético pasó de 3.500 klc/día/persona a 2.800 en
1991, todo eso a pesar de que mágicamente, con la llegada de Yeltsin,
los alimentos aparecieron en los anaqueles, se acabaron las colas y el
rublo se estabilizó.
En Nicaragua, en los ochenta, la
hiperinflación fue inducida hasta alcanzar, en 1988, la cifra de
33.547%. Colas para adquirir alimentos y bienes esenciales, bloqueo
financiero, embargo comercial y grupos paramilitares financiados por el
gobierno de EE.UU., como se develó en el caso Irán-Contra, se ajustaban
al libreto de guerras no convencionales.
En la cumbre de Presidentes de Costa del
Sol, en 1989, el gobierno de Nicaragua se comprometió a excarcelar a
los “prisioneros políticos”, modificar la ley electoral y celebrar
elecciones en febrero de 1990. Paralelamente, aplicó un plan de ajuste
estructural: cambió y devaluó la moneda, recortó el gasto público,
eliminó los subsidios, liberó los precios, elevó las tarifas de los
servicios públicos y del combustible, flexibilizó las políticas
laborales, redujo 89% la emisión de dinero, privatizó las empresas del
Estado.
La rendición ante los intereses de los
capitales agravó la situación del pueblo nicaragüense, ya duramente
afectada por la guerra económica. En 1990 la revolución sandinista fue
derrotada en las elecciones presidenciales. Asumió el poder el
imperialismo estadounidense a través del gobierno neoliberal de Violeta
Chamorro. Nicaragua entró en un ciclo de pobreza y el desempleo alcanzó
el 65%: sin embargo, mágicamente aparecieron los alimentos y se detuvo
la hiperinflación.
Otros pueblos y sus líderes han mostrado
otros desenlaces en la historia: Cuba, Vietnam, Irán, China, Rusia y la
República Democrática de Corea son ejemplos.
Los venezolanos somos los hijos de
Bolívar, de Guaicapuro y de la esperanza del “por ahora”. Además,
tenemos la primera reserva de petróleo y oro del Planeta.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario