Este artículo empieza mal y terminará peor. Este título ya previene a los que dicen que los venezolanos no mienten, porque dicen aquello que, según nuestra agenda, queremos escuchar. Y molestará a muchos venezolanos que insistirán en decir que nunca exageran, que eso es una exageración.
Empiezo por algunos momentos vividos en
Caracas para explicar mi afirmación. El primero fue un twitt que puse en
marzo de este año en el que sostenía tres cosas: la inmensidad de la
inflación, lo relativo de la escasez y la inexistencia de la hambruna.
En menos de 24 horas había recibido más de 4.000 insultos.
Sí hay una escasez de medicamentos que
llega al 85%, pero que requiere una explicación más compleja que va
desde el contrabando hacia Colombia hasta las restricciones de Estados
Unidos a que se le venda a Venezuela, pasando por la incapacidad de
desarrollar industria propia en casi dos décadas y por el negocio de los
empresarios que reciben los dólares para importar medicamentos y cada
vez importan menos por el mismo precio.
Y la tal hambruna, no existe. Después de
decirlo hablé incluso con funcionarios de la FAO (organización que
distaría mucho de ser castro-chavista) y me confirmó del descenso de
calorías por habitante, de la pérdida promedio de peso en la población,
pero me confirmó que no había datos técnicos para hablar de desnutrición
generalizada y mucho menos de hambruna. Pero la exagerada respuesta no
era tanto contra mi per se, sino el comportamiento natural del
venezolano promedio.
En las filas para comprar comida,
escuché a gente que decía llevar varias horas esperando cuando habían
llegado hacía unos quince minutos. Escuché a chavistas insistiendo que
todo era obra del imperialismo yanqui, que ellos no habían cometido
ninguna falla, que toda la oposición está en la nómina de la CIA y, como
me decía una mujer en Lara, “el único error de Chávez fue amarnos
demasiado”.
Un amigo quedó de pasar a recogerme y me
envió un mensaje a las 8.49 de la mañana diciendo “ya llegué” y a las
8.50 am envió otro que decía “llevo una hora esperando”. Las
conversaciones en el Metro, en las filas de los bancos, en las mesas de
los restaurantes, son una fuente inagotable de cosas similares. En el
centro, escuché a un venezolano explicándole a otro que todos los
productos de todos los supermercados de Cúcuta eran venezolanos. Y en
una discusión en Twitter, uno de San Antonio sostenía que salían miles
de venezolanos cada día (lo que es cierto) pero que ninguno regresaba
(lo que es una solemne mentira).
Del otro lado, igual de venezolano,
escuché decir que en Venezuela todo estaba bien antes de 1999 y que el
país cayó en picada desde el mismo día de la llegada de Chávez al poder.
Que hay un genocidio en curso y que la hambruna es innegable.
Un inmigrante venezolano en Colombia,
por ejemplo, me dijo que la escuela de medicina creada por Chávez
producía curanderos en solo dos años. Así que estando en Caracas, fui a
la facultad de medicina, pedí ver el pensum que era de seis años,
comparé con el pensum de medicina que estudié en Colombia y no encontré
mayores diferencias. Igualmente, pedí entrar a una clase de último año
donde, frente a todos, pregunté a algunos alumnos por sus destrezas
médicas y no encontré nada diferente a lo que haría un médico
colombiano. Pero para poder acceder a esa verdad, tuve que recorrer un
largo camino para desmentir a ese inmigrante que, amparado en su
condición de venezolano, podía decir cosas que nadie ponía en duda.
En un vuelo internacional, compartí fila
con un empresario venezolano que, para resumir, sostenía que los tres
millones de viviendas dadas por el Estado no venían acompañadas de la
escritura del caso, sino que eran más o menos prestadas por el Estado.
Otra vez, me tocó averiguar para ver que la propiedad de tales casas sí
se reconoce a las personas que las reciben. Otro largo proceso para
desmentir a un venezolano.
Pero la exageración o la mentira no solo
es de la oposición. En un hospital de maternidad, me explicaron el
aumento de la mortalidad materna por la poca disponibilidad de
oxitocina. Pero gran sorpresa cuando me explican que el medicamento está
en la aduana, pero no de la India, sino de Maiquetía, esperando por
semanas un papel para llegar a un hospital que a menos de una hora está
poniendo en riesgo la salud de las mujeres por culpa de la burocracia,
no del imperialismo yanqui.
Decir que todos los que han salido del
país son vendidos o que lo hacen sin necesidad, no solo insulta a la
inteligencia, sino que desconoce el complejo drama que hay detrás de los
fenómenos migratorios. Lo mismo pasa con quienes consideran que el
dolor frente a la migración es, entonces, un llamado a la intervención
militar de los Estados Unidos. Hay, además, una constante incapacidad de
aceptar errores propios y los aciertos del contrario.
Meses después en una conferencia en
Caracas, un profesor me preguntó por mi opinión sobre Venezuela, aunque
el tema de mi charla era sobre la construcción de paz en Colombia. Me vi
obligado a contestar y empecé recordándoles la frase de Chávez, cuando
en un programa de televisión afirmó haber visto un caimán de 40 metros,
lo que a todas luces es una exageración. Uno de los asistentes lo
corrigió y Chávez, dice la leyenda urbana, corrigió diciendo que, bueno,
de 25 metros sí era. Le dije al público que, después de estar otro mes
en Venezuela, había entendido que en esa historia Chávez no era
mentiroso ni exagerado, sino venezolano.
Además, en mis debates con ambos lados,
encuentro una constante: cuando están a punto de perder abren la ventana
a otro tema, dejando sin concluir el anterior; son expertos en desviar
los debates, pero pésimos para aceptar la derrota. Abunda el uso de
palabras como: nunca, jamás, siempre, todo y nada.
Los colombianos no nos quedamos atrás,
hablamos de una invasión de extranjeros, de que traen grave enfermedades
que aquí no tenemos, que todos son ladrones o putas, etc. Por ejemplo,
circuló el rumor que Maduro había cerrado los hospitales mentales y
había traído en buses a todos los enfermos y los había abandonado en
Cúcuta. La única manera de saber eso fue entrevistando al director del
Hospital Mental de Cúcuta, quien me desmintió todo aquello.
Eso no quiere decir que todo sea
mentira. La crisis económica es real, la hiperinflación es real, las
filas para comprar alimentos son reales, la migración hacia Colombia y
hacia otros países es real, el bloqueo económico que impide a Venezuela
conseguir alimentos y medicamentos es real, los planes para intervenir
militarmente son reales, la fractura de una oposición mezquina es real, y
la burocracia y la corrupción oficial también son reales.
El problema de la exageración venezolana
es que no discrimina nivel social o académico. Sobre estas bases
exageradas se gobierna y se hace oposición, se analiza y se proponen
alternativas, etc. Los inmigrantes, por su parte, exageran por lo menos
por dos cosas: porque son venezolanos y, por una cosa totalmente humana y
presente en todos los fenómenos migratorios: quieren subrayar su estado
de necesidad para justificar una eventual ayuda. Y el problema de
muchos es que, aunque la crisis venezolana es real, la quieren presentar
como la más grave del mundo y hasta proponer una acción militar,
mientras callan frente a Siria, Yemen, los inmigrantes centroamericanos o
el asesinato de líderes sociales en Colombia.
Como si fuera poco, del lado colombiano,
el embajador de Colombia ante Estados Unidos, Francisco Santos, sostuvo
que el ELN es un grupo paramilitar del gobierno de Maduro. Y el
venezolano Javier Tarazona, dijo que en Venezuela había 50.000
guerrilleros del ELN; si eso fuera cierto, tendrían muchos más en
Colombia y ya se hubieran tomado el poder. Y esas son el tipo de fuentes
que citan en muchas partes para explicar Venezuela.
Lo cierto es que, como advertí el
comienzo, este es un artículo llamado al fracaso. Algunos dirán que es
exagerado; no, los exagerados son los venezolanos desde su realidad y
los colombianos desde su xenofobia.
PD: en la distribución de
responsabilidades de sobre la actual crisis venezolana, hay que dejar un
lugar especial para los especuladores, quienes contribuyen al
acaparamiento y a la inflación.
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