por Hernán Montecinos
Nada parece más apropiado para hacer una
caricatura que la
caracterización del hombre posmoderno. Por eso se hace
difícil no sentirse tentado a emplear términos y referencias
peyorativas para referirse a este nuevo hombre, sujeto posmoderno.
Dentro de las múltiples caricaturas hay para todos los gustos: hombre
plástico, hombre objeto, permisivo, despcrsonalizado, desculturizado,
irracional y alienado de sí, errante en medio de una sociedad que
también se encuentra alienada en los más diversos planos.
Ciertamente, nadie podría regocijarse de
estar viviendo una nueva época que nos ofrece el espectáculo de estar
viendo a nuestras hijas gastando dinero en comprar pildoras para
adelgazar antes que para comprar libros. Una de las imágenes que más
decepcionan es cuando nos damos cuenta cómo nuestros hijos queman
marihuana, detestan la política y de academias apenas si conocen las de
gimnasia, en donde el culto del cuerpo apenas compensa la atrofia del
cerebro. Del Mayo del 68 en Francia, del grito de Córdova en Argentina o
de la gran marcha por Vietnam ya no quedan ni rastros, extinguiéndose
todo signo de protesta, aún las más débiles. La solidaridad y la
colaboración ya no prosperan tan fácilmente y todo rasgo comunitario se
abandona, aún pese a que pequeños grupos persisten en ello como un
mínimo estado de referencia. El hombre posmoderno se ha transformado en
un hombre desvinculado de casi todo aquello que le rodea, totalmente
descomprometido excepto con su televisor y con los diversos productos
que consume vorazmente. En otras palabras, un individuo rebajado a la
categoría de un objeto, de una mera cosa. Al decir del viejo Marx, un
sujeto alienado, enajenado, pero, ahora, repleto de consumo y bienestar,
cuyo fin es despertar admiración y superioridad sobre el resto.
En lo general, el hombre posmoderno es un
individuo errante que antes o después se irá quedando huérfano de
humanidad. Sin referencias y completamente desorientado ante las
inevitables interrogantes de la existencia será aplastado por los
grandes problemas y por las más mínimas cosas. De ahí se explica que se
le haga difícil soportar o llevar una vida conyugal estable o asumir con
dignidad cualquier tipo de compromiso más o menos serio. Sumido en una
vida familiar que obedece a una cultura que es cada día más nihilista y
donde el hombre va perdiendo sus vínculos hasta con las cosas que les
son más propias, incluso sus familiares más directos. Vivirá solo para
sí mismo, pensando en el placer sin restricciones, enseñanza de modelo
que, sin duda, asimilarán prontamente sus propios hijos. Nos encontramos
ante una nueva inmadurez, poro no una inmadurez trivial o efímera, sino
una inmadurez que se vuelve congénita. Es el signo de una de las
mayores contradicciones del hombre posmoderno, en donde el conocimiento
inútil es lo que más resalta, todo ello, en medio de una avalancha de
información que, mientras por un lado lo desculturiza, por el otro, lo
desinforma.
Su permisividad pasa a constituir uno de
sus rasgos patológicos más característicos, que va de la mano con su
desinterés y descreimiento. Esta actitud pasiva describe un estado
predeterminado del dejar hacer no importando lo que otros hagan, así se
venga el mundo abajo. Con esta actitud pasiva no posee antecedentes de
referencias mínimas, transformándose en un dato humano aislado de
equilibrio inestable, dejándose llevar por los tirones de las fuerzas
encontradas que lo empujan en las más distintas direcciones.
Autoimpuesto en un espacio elemental y girando en torno de su propio eje
espiritual, yace errando por el mundo, exhibiendo de un lado para otro
el único elemento que tiene, esto es, su indolencia, su pasividad y su
incapacidad de reaccionar ante los más mínimos acontecimientos. Su
tolerancia es la forma para preservarse en un mundo social pluralístico
en donde todos deben respetarse. Pero esta tolerancia, más allá de sus
principios que pretenden justificarla, representa, ni más ni menos, la
aceptación de todo y de todas las posibilidades de lo real, aunque esta
aceptación perjudique a unos y otros. La actitud pasiva del hombre
posmoderno es solamente el síntoma de una alienación llevada a su grado
extremo. Así, siendo pasivo no se relaciona activamente con el mundo y
se ve obligado a someterse a sus ídolos y a las exigencias de éstos. Se
siente, por tanto, impotente, solo, angustiado. Posee escaso sentido de
su integridad y de su propia identidad. El conformismo parece ser el
único recurso para eludir la angustia intolerable de ya no tener ideas,
pero ni aún la conformidad es capaz de aliviar su angustia.
El hombre posmodemo no es sino aquel
producto nuevo aparecido después del largo recorrido de la sociedad
moderna que, en el tiempo actual, se encuentra sumamente debilitada. Un
hombre nuevo que vive al compás de las urgencias de las máquinas, con su
utilitarismo y su eficacia, con sus ciudades industriales que enferman,
con sus cultos a la salud y a la belleza, con sus supermercados
frenéticos y sus numerosos espectáculos. En suma, un hombre pos-moderno
ávido de goces intensos, despojado de toda espiritualidad y haciendo
culto de la droga y del sexo, un hombre desamparado en esta sociedad de
consumo, a la vez hastiado y hambriento. Pero, si el hombre moderno ha
sido incapaz de detener el confinamiento de los seres humanos en grandes
ciudades y ha asistido atónito al espectáculo de cómo la industria
gasta la materia de la naturaleza, a menudo, en procesos que se tornan
irreversibles, bien podemos presentir que nuestra civilización se
encuentra ante una crisis de proporciones incalculables. Sin embargo,
allí donde el hombre moderno se ha mostrado incapaz, el hombre
posmoderno no le va en menos. Y cada vez más, cuando miramos los
fenómenos que son hoy el espejo del progreso posmodemo, sentimos con
alarma que toda solución es parcial e insuficiente y, lo que es peor,
existen situaciones dramáticas para las cuales las soluciones ni
siquiera existen. Después de todo, la simple contemplación del hombre
posmodemo sin límites morales ni éticos nos lleva a la convicción de que
difícilmente se podrá confiar a los Estados de la Tierra la empresa de
corregir el rumbo y garantizar un futuro que nos parezca más o menos
estable. Así, entonces, será estéril que hagamos apología a la aparición
de un hombre posmoderno en la medida que éstos no nos aseguran tener la
capacidad de detener o siquiera alterar la tendencia histórica que se
ha precipitado vertiginosamente ya con el advenimiento de la época
moderna.
El hombre posmoderno, con su ansia de
goce insatisfecho y consciente de sus propias limitaciones, termina por
darse cuenta de que no es capaz de realizar todo lo que quiere y, le
surge, entonces, la necesidad de mimetizarse en otras referencias. De
allí surge lo sobrenatural, lo supremo, en los que delega la tarea de
colmar la fractura entre lo que se desea y lo que se puede conseguir.
Ese Ser Supremo explota en una multitud de creencias totalizantes y de
poderes misteriosos que lo guían en su frustración para lograr hacer lo
que él nunca ha podido. En tal estado es fácil llegar a conformar
ámbitos sustantivos de insatisfacción que incentivan a buscar caminos
ocultos que la racionalidad había dejado de lado hace tiempo. Nos
encontramos así frente a una frenética búsqueda de algo, no importa que
sea cualquier cosa, en la medida que satisfaga el ansia insatisfecha.
EN BUSCA DEL SENTIDO
Como todos los hechos y fenómenos que se
suceden en la historia y en la vida, la Posmodemidad no dejará de
encontrarse señalada por elementos que le otorgan un carácter tanto
positivo como negativo. Sin embargo, la regrcsividad en la calidad de
los cambios que hemos logrado determinarle nos pondrán una piedra de
tope -en el sentido de prcjuiciamos- para no entrar a reconocerle
aspectos positivos.
A pesar de esta apriorística limitación,
podríamos vislumbrar algo de positivo en tanto que el discurso de lo
posmoderno puede significar involuntariamente una esperanza para las
víctimas de la Modernidad en sus más diversos referentes, dentro de los
que se encuentran las de nuestro continente latinoamericano. Esperanza
que debería de traducirse en que el camino de la humanidad no precise
más de las dominaciones directas y que no haya más destrucciones y
exclusiones de las diferencias.
En este sentido, el discurso de la
Posmodcmidad significaría la ocasión de reconocer el fracaso de un tipo
de razón que, por miedo a la diferencia, se obligaba a destruirla para
autoafirmarsc de manera imperialista. Significaría, una confesión del
fracaso de una forma de política que siempre lleva a la exclusión de los
otros, esto es, de los culturalmcntc diferentes, de los sexualmente
distintos, de los religiosamente diversos, etc. Ahora, tal confesión
reclama una conversión del paradigma, exigiendo una nueva actitud
fundadora de una nueva alianza, de manera que ósta produzca vida para
los seres humanos fundada en un compromiso con el entorno ecológico que
nos proporciona la naturaleza y un buen aprovechamiento de la
liberalidad para los fines de su propia existencia.
La Posmodemidad ha tenido el mérito,
entonces, de liberar las subjetividades del encuadramiento forzoso en
instituciones totalitarias con sus éticas rígidas, con sus religiones e
iglesias forzosas, sus filosofías globalizantes, etc. La Posmodernidad
propicia el surgimiento de una dimensión que enlaza el yo con el
nosotros, evitando el individualismo del orden capitalista y el
colectivismo socialista. En suma, en la Posmodernidad, la espiritualidad
y la ética fundamentales son convocadas como matrices generadoras de un
nuevo paradigma civilizatorio, hoy de dimensiones planetarias, teniendo
como sujeto colectivo por primera vez en la historia a la humanidad
como un todo, humanidad unificada y solidaria por su origen, por su
convivencia en este planeta y por su destino colectivo ahora junto al
cosmos.
Desde otra perspectiva, la Posmodernidad
ha venido a tener el mérito de asentar definitivamente principios que,
si bien durante la Modernidad siempre existieron, tuvieron una presencia
marginal dentro de una lógica exclusivamente racionalista. Hemos
logrado caer en la cuenta de que la sociedad moderna ha venido a ser una
sociedad represora de muchos aspectos del ser humano. Ha sido represora
respecto de su pathos (forma de sentir), toda vez que la forma en que
vivimos también responde a la lógica de cómo sentimos, cómo percibimos
el mundo. Si bien los románticos reivindicaron estos aspectos, esa
reivindicación se esfumó en una visión elitista de las artes y lo
estético. Hoy, ya no se trata de una intuición romántica reivindicada
por puros intelectuales y artistas, sino que pasa a ser una esencialidad
en la dimensión para toda la vida humana. La Posmodernidad, entonces,
no sólo redescubre, sino que asienta, que el ser humano no es
exclusivamente un ser racional. La racionalidad es una de las
dimensiones del hombre, toda vez que éste no es sólo un ser pensante,
sino un hombre sensible, un ser con corazón que percibe, que imagina,
que intuye, que crea; en definitiva, un ser simbólico integral.
En el orden filosófico, la Posmodernidad
viene a ser una rcafir-mación de las críticas de Marx, Weber, Adorno,
Habermas, etc., en la medida que ratifica y glorifica el lado patológico
de la Modernidad para trascenderla en otra realidad distinta, la
realidad posmodema. A su modo, la Posmodernidad, al igual que el
socialismo, pretende trascender a la Modernidad no por una nueva
realidad socialista, sino por una posmodema. Por tanto, no hay que echar
en saco roto las críticas posmodernas a la realidad moderna, en tanto
que éstas se orientan, al igual que el socialismo, a trascenderla. Lo
que interesa, en este punto, es que la Posmodernidad le enseña al
socialismo a estar atento a los latidos de la nueva realidad, única
posibilidad de poder lograr los objetivos socialistas, un destino
socialista, si se quiere, ahora posmodemo. Porque, a no olvidarlo, si
bien el posmodernismo ha logrado liberar muchas de las ataduras a las
que nos tenía sometido el modernismo, las determinantes científicas de
Marx para la sociedad capitalista siguen en pie, esto es, que la
explotación, la alienación y la enajenación siguen su curso bajo nuevas
condiciones que hoy sabemos reconocer como posmodernas.
Finalmente, las posibilidades positivas
del posmodemismo dependerán de nosotros mismos, en la medida que sepamos
separar de su cuerpo doctrinal las ideas que sirvan para los propósitos
de nuestros objetivos igualitarios, de emancipación y humanistas. Será
ciertamente una tarea difícil, más aún cuando le hemos llegado a
descubrir un trasfondo ideológico que ayuda y que ha capitalizado el
neoliberalismo. Ello no le resta mérito para que intentemos extraer
síntesis interpretativas para la reinvención colectiva del futuro. Crear
posibilidades en las propias fuentes de las ideas posmodernas para caer
en la cuenta de que la sociedad moderna ha venido a ser una sociedad
represora de muchos aspectos del ser humano. Ha sido represora respecto
de su pathos (forma de sentir), toda vez que la forma en que vivimos
también responde a la lógica de cómo sentimos, cómo percibimos el mundo.
Si bien los románticos reivindicaron estos aspectos, esa reivindicación
se esfumó en una visión elitista de las artes y lo estético. Hoy, ya no
se trata de una intuición romántica reivindicada por puros
intelectuales y artistas, sino que pasa a ser una esencialidad en la
dimensión para toda la vida humana. La Posmodernidad, entonces, no sólo
redescubre, sino que asienta, que el ser humano no es exclusivamente un
ser racional. La racionalidad es una de las dimensiones del hombre, toda
vez que éste no es sólo un ser pensante, sino un hombre sensible, un
ser con corazón que percibe, que imagina, que intuye, que crea; en
definitiva, un ser simbólico integral.
En el orden filosófico, la Posmodernidad
viene a ser una rcafir-mación de las críticas de Marx, Weber, Adorno,
Habermas, etc., en la medida que ratifica y glorifica el lado patológico
de la Modernidad para trascenderla en otra realidad distinta, la
realidad posmoderna. A su modo, la Posmodernidad, al igual que el
socialismo, pretende trascender a la Modernidad no por una nueva
realidad socialista, sino por una posmoderna. Por tanto, no hay que
echar en saco roto las críticas posmodernas a la realidad moderna, en
tanto que éstas se orientan, al igual que el socialismo, a trascenderla.
Lo que interesa, en este punto, es que la Posmodernidad le enseña al
socialismo a estar atento a los latidos de la nueva realidad, única
posibilidad de poder lograr los objetivos socialistas, un destino
socialista, si se quiere, ahora posmoderno. Porque, a no olvidarlo, si
bien el posmodernismo ha logrado liberar muchas de las ataduras a las
que nos tenía sometido el modernismo, las determinantes científicas de
Marx para la sociedad capitalista siguen en pie, esto es, que la
explotación, la alienación y la enajenación siguen su curso bajo nuevas
condiciones que hoy sabemos reconocer como posmodernas.
Finalmente, las posibilidades positivas
del posmodemismo dependerán de nosotros mismos, en la medida que sepamos
separar de su cuerpo doctrinal las ideas que sirvan para los propósitos
de nuestros objetivos igualitarios, de emancipación y humanistas. Será
ciertamente una tarea difícil, más aún cuando le hemos llegado a
descubrir un trasfondo ideológico que ayuda y que ha capitalizado el
neoliberalismo. Ello no le resta mérito para que intentemos extraer
síntesis interpretativas para la reinvención colectiva del futuro. Crear
posibilidades en las propias fuentes de las ideas posmodernas para
desarrollar nuevos horizontes en la política, capaz de convocar y
comprometer a los actores sociales en el nuevo contexto. Que la nueva
revaloración que hace de la pluralidad y la democracia nos sirvan para
una nueva cultura democrática que no sea sólo una elección de sucesivos
gobiernos electos por circunstanciales mayorías. En fin, abrir nuestra
percepción en el mundo de los nuevos contextos, así como supo Marx mirar
profundamente la realidad de su tiempo para extraer de allí lo mejor y
posibilitar así el mejoramiento de la sociedad y, si se puede, mejor
aún, posibilitar su cambio.
Lo anterior puesto que ningún
investigador social, filósofo o intelectual podría prescindir jamás de
los aparatos teóricos que postulan o elaboran otros intelectuales que,
desde circunstancias distintas, formulan tesis importantes que dicen
relación con cambios en la realidad social. En el presente caso, la
imprescindencia de los aparatos teóricos posmodernos será necesaria en
la medida que sus tesis pretenden determinar que nos encontramos ante
nuevos paradigmas civilizatorios y que es, precisamente, la emergencia
de estos nuevos paradigmas lo que estaría configurando el hecho de que
nos encontramos ante un nuevo tiempo histórico distinto de la
Modernidad.
REFLEXIONES FINALES
La sociedad sin límites del pensar
posmoderno nos ha hecho olvidar que nos encontramos en este mundo en un
estado de tran-sitoriedad y fragilidad que cada día que pasa se nos hace
más patente. El solo hecho de encontrarnos desprovistos de fines y
proyectos y faltos de certidumbres nos ponen en un punto en que cada uno
de nosotros sólo se encuentra viviendo lo transitorio. Vivir, entonces,
nuestros días sin pasado en el cual contemplarnos y sin futuro en el
cual proyectarnos nos hacen sentir que los acontecimientos que se
suceden a nuestro alrededor se toman efímeros y, por tanto, la
temporalidad se nos estrecha unilateralmente. Podemos decir que nos
encontramos en un mundo que ha hecho tabla rasa de sus escrúpulos, para
convencemos de que las aspiraciones del espíritu deben dar paso a las
necesidades del éxito y del dinero. No nos queda tiempo para recordar
que la humanidad posee una gran reserva, que es esa gran certidumbre de
su evolución espiritual como única garantía para acercarla a la plenitud
de la realización de su sueño. Sin embargo, las posibilidades do
nuestras certidumbres se han visto franqueadas por la mezquindad de
aportunidades, por la indiferencia ante el sufrimiento ajeno y por el
cálculo frío de la medición de las estadísticas que acallan nuestros
espíritus y asordinan la libre expresión de nuestros ideales. Hemos
olvidado que la humanidad ha dado más avances cuando se ha aproximado a
la verdad con Sócrates, Cristo, Marx o Galileo. Lo anterior no supone
tan sólo una revolucionaria forma de pensar nuestro papel y nuestro rol
en este mundo, sino también y sobre todo, una reorientación en el camino
de la búsqueda de la verdad cuyo significado no debe entenderse como un
dogma científico, ideológico o religioso, sino como un proceso de
enriquecimiento, puesta la mirada en aquello que sea capaz de acercamos
lo más posible a la plenitud de nuestro ser y de nuestra potencialidad
humana.
El hombre, que nunca ha sabido tener una
seguridad completa acerca de sí mismo, esto es, en el sentido de una
presencia humana con solidez capaz de proyectarse en su realización
hacia el futuro, cae en nuestro tiempo en una orfandad del todo
insostenible. La velocidad de los cambios que trae aparejado el
desarrollo de la ciencia y la técnica hacen imposible la comprensión y
asimilación del presente inmediato y un desconcierto en la mirada para
atisbar el futuro más inmediato. El hombre termina por caer en la
geometría casi absoluta de una temporalidad que se fragmenta y se
deshace y desvanece velozmente. El mismo desarrollo de la cultura
llamada occidental trae en sí los gérmenes que apresurarán este
desvanecimiento. La explotación del hombre, la depredación de la
naturaleza y la ausencia de posibilidades de una autorrealización que lo
proyecte en su dimensión humana, serán los signos que caracterizarán al
hombre en su condición ya posmoderna. Y si la vida no ha sido nunca
estática y la historia reciente nos muestra un panorama de
desplazamientos plagados de contradicciones que aún no terminamos de
comprender, resulta evidente que la imagen cultural sostenida, hasta
principios de nuestro siglo, se nos empieza a desperfilar
vertiginosamente.
No pareciera ser indicio muy promisorio
el que la gente se encuentre rechazando la racionalidad y el
conocimiento científico para buscar alternativas que precisan de una fe
ciega que aniquila toda razón. De seguro, algo grave está sucediendo en
el mundo cuando la mayoría de la gente se encuentra tan proclive a
dejarse seducir por el canto a la falaz promesa reñida con el sentido
común más elemental. No puede ser de otra forma cuando se está
privilegiando un pensamiento mágico que ya no se enmascara ni esconde,
sino que asoma escandalosamente a la superficie cuando el espíritu
cartesiano día a día se difuma vertiginosamente. ¿Por qué resulta hoy
más fácil creer en lo mágico que en lo científico? No podríamos estar
seguros que se deba tan sólo a la imposición de la ley del menor
esfuerzo. Su razón fundamental es, de seguro, que la humanidad se
encuentra en un estado de incomprensión y desilusión tal, que la hace
perderse a sí misma. Si percibimos que nos encontramos viviendo en un
nuevo mundo que se quiere reconocer como posmoderno y desconocemos, a la
vez, lo que ese mundo es en su esencialidad, entonces, lo que importará
saber es, en definitiva, cuál es el papel que jugamos cada uno de
nosotros en medio de todo este desconcierto. Todo parece indicar que nos
hemos convertido en simples números o en valores de cambio o cualquier
otra cosa, pero menos en seres humanos. La advertencia que nos dejara
lanzada Nictzschc en cuanto a que el desierto se encuentra avanzando,
parece ya una realidad a la cual no nos escapamos.
Ahora bien, si partimos del
reconocimiento que nos encontramos en una sociedad injusta, ¿será justo
renunciar al proyecto de transformarla en otra más justa? La negación
del proyecto emancipador es, en definitiva, una cuestión central no sólo
teórica, sino práctica y política, ya que descalifica la acción y
condena a la impotencia o al callejón sin salida al proclamar la
inutilidad de todo intento de transformación radical de la sociedad
presente. Si partimos de la base que el posmodernismo proclama que todo
proyecto de emancipación, y no sólo el de la Modernidad, es una causa
perdida; que el intento de fundarlo racionalmente carece de fundamento y
que la razón que impulsa la revolución científica y técnica es
inexorablemente un arma de dominio y de destrucción, la respuesta que
cabe es que no se puede renunciar, así como así, a un proyecto de
emancipación, justamente porque tiene su fundamento y su razón de ser en
las condiciones actuales de existencia que lo hacen posible. Contribuir
a fundar, esclarecer y guiar la realización do ese proyecto de
emancipación que, aún en las condiciones posmodernas sigue siendo el
socialismo, un socialismo si se quiere posmoderno, sólo puede hacerse en
la medida en que la teoría de la realidad que hay que transformar se
encuentre atenta a los latidos de esa realidad liberándose de
concepciones teleológicas, deformadoras y estrechas que llegaron a
impregnar incluso al mismo pensamiento de Marx.
En esas condiciones, las respuestas a las
críticas de la Modernidad no pueden remitirse a rescatarle su lado
afirmativo, como pretendía Habermas, aportando un nuevo estatuto
comunicativo a la racionalidad. El proyecto de emancipación inconcluso
de la Modernidad sólo podrá realizarse superando las limitaciones
burguesas capitalistas que, después de Marx, lejos de haber caducado, se
han acentuado. Pero, sin duda alguna, este proyecto sólo podrá
realizarse tomando en cuenta las nuevas limitaciones que aportan las
condiciones pos-modernas, es decir, las limitaciones que opone el
capitalismo multinacional en su nueva etapa de hegemonía casi total. En
este contexto, resultará contradictorio definir al posmodernismo como un
nuevo paradigma, en la medida que se encuentra en una situación que se
define a sí misma, aún por lo provisional. Lo anterior, por cuanto no se
puede ser protagonista de la sociedad asumiendo sólo la realidad que
pasa en el fugaz presente. Es fundamental proyectar el espíritu humano
hacia un futuro posible, ese futuro que no es sólo lo que viene después
de manera determinista e inevitable, sino lo que está abierto a nuestra
responsabilidad histórica. En resumen, no quedamos en el futuro posible o
probable, sino preparar las condiciones para alcanzar ese futuro
deseable.
Ahora bien, la conciencia social de cada
sociedad concreta es un fenómeno complejo y contradictorio. El ser
social no es del todo homogéneo y contiene muchas tendencias y fenómenos
avanzados y revolucionarios, así como también reaccionarios, fenómenos
que se encuentran reflejados en la conciencia social. En medio de este
dilema, la implacable ciencia que nos proporciona un progreso tremendo
en nuestro dominio sobre la Naturaleza, en nuestra habilidad para
utilizarla en provecho de nosotros mismos, no ha podido ser capaz de
entregarnos los instrumentos necesarios para la realización efectiva de
nuestros máximos fines humanos, haciendo, por tanto, que el disfrute de
los valores se haga inseguro y del todo precario. Surge, entonces, la
contradicción vital porque, en tanto más multiplicamos los medios
materiales menos nos preocupamos de los valores humanos. Así, en un
contexto tan desolador en el que las ciencias se muestran impotentes
para solucionar los grandes problemas humanos, no es de extrañar,
entonces, que las miradas se vuelquen nuevamente a buscar refugio tanto
en la magia como en la religión.
Si algún legado deja el posmodernismo, es
que nos obliga a la reflexión y a un replanteamiento que tenga que ver
con aquello a lo que hay que prestarle atención en el muy poco tiempo
que marcamos nuestros pasos por esta tierra. Más aún cuando hay toda una
reacción cínica muy angustiosa de vivir muy fuertemente lo efímero y lo
frivolo. Sin duda nos encontramos viviendo una crisis mundial de
sentido, del por qué hacemos las cosas, de cuál es el sentido de asumir
en el tiempo actual tantas posibilidades, cuando definitivamente está
claro que el paraíso no está en la tierra, toda vez que ha quedado
demostrado que no hay paraíso comunista, ni menos, paraíso capitalista y
los optimistas empiezan a desaparecer o lisa y llanamente se desbandan.
Así, entonces, es necesario retomar el espíritu trágico humano, pero no
para ver cómo se hace pedazos y se derrumba, sino para posibilitar
rescatarlo de tal condición. Desde esta perspectiva, en un hombre y una
sociedad que han cambiado tan radicalmente en tan corto tiempo,
necesitamos con urgencia la revisión de estos cambios, no para llorar
sobre ellos, sino para ver si somos capaces de reconstruir los ejes
progresivos que le vuelvan a dar sentido al presente y al futuro de la
condición humana. Después de todo, quizá en breve tiempo echemos de
menos las certezas por esa cierta áurea que despiden y atraen, y por las
cuales los espíritus con sinceridad se la juegan. No sería de extrañar
que en un tiempo no muy lejano, al poner en una balanza las certezas e
incertidumbres, sean mucho más acogedoras las certezas, porque al menos
ellas nos alientan a seguir viviendo por algo que vale la pon a
jugársela, aún pese a que podamos equivocarnos. Esto último, a no
dudarlo, tiene más valor que jugársela por nada.
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